GRACIAS A LA REPLO POR INCLUIRME ÉSTA POESÍA ME RECUERDA BOLAÑO POR QUÉ
NO HAY EPIDEMIA BOLAÑO...
Registros, velocidades, ensayos, comentarios, poesía, del mundo de la pedantería remota ¡para los fieles mundanos!
NO HAY EPIDEMIA BOLAÑO...
Tengo entre mis curiosidades sonoras (que son varias) esta Joya: VOZ
VIVA DE MÉXICO (editado en Disco Compacto por la UNAM) del Doctor Jaime
Labastida Ochoa, Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines, Doctor Honoris Causa
por la UAM y director de la editorial Siglo XXI, además de que es actualmente,
uno de los filósofos mexicanos más prominentes y preclaros y creo no
equivocarme si digo que ya desde los últimos 25- 30 años.
El disco es una belleza; se trata de 18 poemas leídos en voz del autor
de El Edificio de la Razón he inmediatamente nos
captura su poesía, ¿Por qué? Bueno, pues porque dice palabras o, diría mejor;
enunciados cerrados en sí mismos, graves, atrevidos, fuertes he incluso muy
pero muy finos como: "levantamos la copa en el mar de Venecia...",
luego dos o tres palabras perfectas, exactas y luego otra serie de enunciados
tremendos y así elabora su poesía éste filósofo: se nota, ya después, como a la
cuarta o quinta vez de escucharlos, que detrás de este poeta se esconde un
pensador inmenso, es decir, sus poemas, al estilo del pensamiento estrictamente
filosófico, están hechos a la manera de rompecabezas, no digo esto porque
contengan exceso de violencia verbal o por el tono (casi siempre más bien
grave) o tema sobre el que descansan, sino por la sustancia poética misma que
emana de escucharlos. "Soy la soledad que entra en tu corazón". Le
dice Jaime a su amada, le dedica a su hijo Pablo unas "palabras para un
poema" sobre la muerte de su padre, "ciego de nacimiento, me
escandaliza el tacto", "¿Por qué la estrella y la conciencia?",
etcétera, y al final de cada Poema hay un Jaime Labastida, todo un grande,
pensando: "piénsame lector, piensa el fundamento de tu realidad también
con ésta poesía".
Jaime Labastida Ochoa es ya un poeta y filósofo internacionalmente
respetado, por eso, suena casi a despedida una de sus frases: "¿Recordarán
algunos mi sonrisa?" No se preocupe doctor Jaime: muchos hemos vivido su
sonrisa, y claro, por supuesto que la recordaremos... y no sólo eso.
Cómprenlo; en librerías EDUCAL o la Librería de la UNAM.
Ahora
verás… ¿tenemos una nueva historia? Claro que sí: solamente es cuestión de
investigar viejas ensaladas peligrosas con los aderezos de las memorias que se
remontan a la sutileza de los prístinos detalles: Alguna ocasión, a mitad de la
batalla de los 30 y tantos años, tuve dinero suficiente en el año 2009 para
invitar a mi novia lejana al hermoso sitio de Puerto Vallarta. Nos pusimos de
acuerdo vía teléfono y ella se sintió más que halagada con la invitación. Le
envié por fax a una agencia de viajes su correspondiente boleto
Guanajuato-Vallarta. Me preguntó o no recuerdo bien, en esas llamadas, creo que
le preguntó a mi madre si yo me sentía seguro de realizar el viaje y estar con
ella. No lo dudé, le dije que teníamos qué hacer este viaje porque los dos
éramos y somos escritores amantes y además amantes de la vida aventurera; si
tenía el dinero para invitarla, ¿Por qué carajos no íbamos a gozarla de
rechupete en Puerto Vallarta tres noches y tres días y medio según alcanzaba el
dinero? Tomé a los pocos días el autobús
desde la zona centro del país y después de un áspero viaje donde no olvidaba
que me molestarían esos ex vecinos míos haciéndome boicots por la televisión
gritándole a la gente que yo me encuero cuando me voy a bañar (por decirlo
suavecito para el lector), llegué por fin a la medianoche a Puerto Vallarta y
la miré a ella muy jovial y muy hermosa sentada en la extensa sala de camiones
esperándome… “ella, esperándome…” Esta frase significa amor y esperanza, y si
tu mujer te espera en otra ciudad a que tú llegues, te tiene mucho amor y
esperanza… es muy importante entender esto para todos aquellos guerreros
impacientes. Sueñen que caminan por el drenaje de sus propias ciudades
arrasadas, si gustan, cuando parezca que no hay salida; pero si su amor los
espera, ya tienen un punto con aquél el de la iglesia, o sea: todas las
iglesias, todas esas puertas que tocaron y no abrieron es posible que con esa
mujer se abran. Y hay que recordar que Don Octavio Paz en Piedra de Sol dice: “el amor es abrir puertas, es dejar de ser un
fantasma condenado por un amo sin rostro.” Etcétera, ustedes se lo saben… Lo
que quiero decir es que al verla sentí una oleada de insuperable libertad
incluso más grande que las del propio mar cristalino del Puerto. Y ojo: ese
tipo de oleadas también son el amor
con el cual descubres de qué calibre es la mujer con la que te andas acercando…
Como buena hermosa, ella ya pronosticaba sobresaltos, y eso, queridos, es la
mera reata y la mera retahíla he hilo de éste asunto que deseo expresarles en
clave de pasado disperso y futuro compartido. Había inclusive ahí mismo en la
terminal un sitio para hacer reservaciones de los hoteles y si eso me
sorprendió es simplemente porque soy en general un escritor y estudiante de
filosofía más bien pobre. Hablamos pues, con los encargados y nos recibieron
muy bien, nos dieron un taxi y fuimos a la zona centro de la ciudad al hotel.
Como era de medianoche, le dije que ya no saliéramos a ningún lugar y que nos
fuéramos solo a cenar y luego a dormir. Me sentía un tanto golpeado por el
viaje pero cenamos bien, nada precisamente caro, pero al regresar al cuarto del
hotel le dije que se desnudara, y me dijo, ¿de plano? Le respondí: ¿pues qué creías que veníamos a hacer aquí?
Hicimos
el amor, esa noche, recién llegados a la ciudad, luego ella me pidió prender la
tv. Le conté un poco cómo eran esos ladillas de mis ex vecinos y no me entendía.
Le expliqué que ellos tienen y usan otra lógica, la lógica de la destrucción y
el odio y más o menos me entendió ese nebuloso asunto que siempre parece quedar
en término medio: un punto su odio y su estupidez, un punto mi vida y mi
libertad. Bueno, dijo, trato de entender qué quieres decir: te hacen una guerra
sucia tremenda y debes de mantenerte fuerte y no caer en sus provocaciones.
Exactamente, por ahí va la cosa. Qué fuerte, dijo, y nos dormimos abrazados,
era obviamente una situación peligrosa. Los inútiles aquellos ya nos
perseguían, supongo yo que realmente era en lo único que pensaban: en chingar
la madre.
A la
mañana siguiente, salimos del cuarto con ropa de playa, nos asomamos al balcón
y como ella traía una pequeña cítara, me la tocó para que me pusiera feliz, yo
saqué mi armónica y le di un pequeño concierto matutino: ¡Comme on madame, que
te recojas el pelo, quiero verte hermosa y chula! Y así lo hizo. Abajo, la
ciudad de Vallarta parecía abrirnos los brazos en señal de hospitalidad: un parque
teníamos en frente, a la derecha se caminaba a la playa a la cual teníamos
acceso, había muchas tiendas de productos llamativos, los OXXOS estaban
retacados de botellas de buen vino tinto y cerveza, de todos los patios
parecían salir historias, y como siempre, tú te crees el más cabrón pero ellos
solamente te cuentan el cuento de que eres el más cabrón, no se necesita más,
dicho sea de paso. Nos fuimos a desayunar a un costado del hotel, en un
restaurante muy llamativo que guardaba una decoración interna sensacional.
Nosotros conversábamos de nuestras vidas y todo lo que habíamos hecho desde que
dejamos de vernos cuando los dos vivíamos en la capital allá por el año del
2005.
Habíamos
ido a un restaurante del mercado allá por el metro Balderas, creo, no lo
recuerdo bien, pero fuimos desde entonces muy amigos, ella me encontraba
inteligente en los rollos literarios y yo la veía bastante buena onda,
alivianada, por decir lo menos. Ella tenía una teoría rara respecto al lector,
yo le decía: Olvídate de Julio Cortázar, no porque no sea bueno, pero no
podemos ya seguir pensando en el lector, al lector habrá que compartirle la
historia, para él es el platillo literario, pero no somos ni podemos aspirar a
ser Lauras Restrepos ni Fernandos del Paso, ¿si me entiendes? ¡No somos ni
siquiera de la tradición del boom latinoamericano! Okey, okey… me dijo aquella
vez y nos fuimos del mercado, esa vez ella tenía una fiesta súper alcohólica y drogadicta
y yo dije internamente ¡A la chingada! ¡Me voy a escribir! La vida no retoña,
dejó claro Efraín Huerta, pero la escritura literaria es una clara apuesta
donde va de por medio tu tiempo vital, ya habrá, como siempre ha habido, tiempo
para chupar, fue lo que pensé viéndole el trasero mientras se iba por los
túneles del metro y yo me regresaba a mi barrio a darle al teclado.
Pues
así las cosas, ya medio nos sentíamos los reyes de Vallarta, porque los
verdaderos reyes, los que merecen irse unos días a Puerto Vallarta, los
taxistas que trabajan doce horas, los albañiles, los trabajadores mal pagados,
esos, esos no acostumbran irse a Vallarta ¿si me explico? Ella y yo fuimos
héroes por tres días, más o menos como alguna vez nos lo prometió David Bowie. Luego
caminamos por el malecón, nos metimos de lleno en el avión del turista, nos
asombraba la gente, los jóvenes europeos y canadienses, un aire místico que
hace sentir: “cierto, estás aquí, pero no olvides quién eres”. Regresamos al
cuarto a leer y escuchar música, ella pasó a ponerse traje de baño y nunca lo
dudé: supe que antiguos demonios estaban ahí, y si estaban ahí era porque mis
ex vecinos ya habían dejado caer la trampa: partidazo de fútbol mientras ellos
gritaban desde sus casotas: “¡ese es un maricón!” “¡Ese le va al américa!” (por
cierto, le voy a los pumas por mi espíritu universitario) “¡ese es un naco!”
“¡ese se dice escritor y no escribe nada!” ¿si me doy a entender? ¿no creen
ustedes lectores que todo eso ya está muy claro y leído por la sociedad esa
situación? ¿Quieren historia o chocolate? Yo les doy de los dos: entonces
empezó el partido, a media tarde, quién sabe quién jugó, sólo sé que esos
odiosos querían (justo como en este momento que escribo) hacerme sufrir, pasé
un mal rato, pero bueno, había qué disfrutar, esa sería mi gran venganza,
pedimos pizzas al cuarto y una botella de vino tinto, nada mal, mientras
Vallarta veía más o menos cómo estaba la situación y Bob Dylan y the Who y the
cure ó Peter Gabriel nos tocaban las canciones de su repertorio, las canciones
amorosas estaban, obviamente reservadas para la noche…
Muy
pronto entendimos que de aquél pueblo que fue Vallarta en los años setenta,
acogedor, rústico, apacible y todavía no excesivamente turístico donde hasta
Jane Fonda tenía una casa para vacacionar, ya casi no quedaba de eso más que
reminiscencias… pero ella estaba encantada, mi novia, camine y camine o recostados
en la arena o nadando en la alberca del hotel…
Después
me dejó, quiso irse a caminar ella sola por otro rumbo y yo me quedé escuchando
música y leyendo el periódico de Puerto Vallarta, salí al balcón, hice chistes
con las recamareras, me puse mi sombrero por las dudas y compré una chela, pus
claro, a eso veníamos; a descansar yo de tanto sayonara, ella de su trabajo.
Pasó un rato prolongado, me quedé dormido, ella llegó como hasta las siete
pasadas y me despertó, empecé a sentirme ya un tanto incómodo, no me refiero a
ella por supuesto sino a esa maldita partecita de inercia que todos,
simplemente por ser humanos ya la cargamos, a veces la siento más tarde, eso es
lo bueno, pero como que empecé a extrañar mi casa y dije, después de un rato:
“¡Ya estuvo bueno, carajo, si estamos en Vallarta vámonos a una discoteca, un
antro, vámonos a bailar!” Se quedó impactada, se arregló con sus mejores
vestidos (ella viste siempre muy bien) y tomamos un camión hacia los hoteles de
a deveras, donde está el Sheraton, ese tipo de lugares y ciertamente veíamos
mucha parranda en las calles pero no dábamos con un sitio que nos gustara totalmente,
bueno pues, pues el chiste es que viajamos por la ciudad de noche y la vimos,
así que por fin llegamos a un bar donde había una pista de baile, una mesa de
billar, muchas sillas, luces de colores en el techo y todo eso aunado a los
días anteriores, me empezó a dar vértigo, ya la dejé que por ahora ella pagara
los tragos y nos fuimos a sentar por donde jugaban los del billar. Sentados
ahí, empezamos a dialogar, los diálogos significativos con mis parejas me
fascinan, así que ella tomó el mando porque yo, además de ebrio, me sentía
vulnerable simplemente porque me empecé a dejar llevar por su belleza, decía
una cosa, movía la boca, sonreía y yo hasta el chingado arcoíris en Montecarlo
veía. Me dijo: “sabes qué? Tú dices algo así como que te parece raro éste
lugar, pero en realidad para todos aquí nosotros somos los raros de éste
lugar”. Creo que le dije te amo, o tal vez lo pensé… acabamos tres rondas de
cervezas y volvimos a la zona de no tan alto precio que era la nuestra,
llegamos como a las dos de la mañana, hicimos furiosamente el amor con las
canciones románticas y quedamos dormidos. Al día siguiente había que irse de
nuevo cada quien pa su santo, su espacio. Ella me dijo: “no sé tú, pero yo voy
a agradecerle al lugar como me trató, me voy a poner en paz y armonía con el
Puerto…” Me quedé un rato frente al mar, regresamos a la central camionera,
pero ese no es el fin de la historia sino que resulta que los chocolates de mis
ex vecinos, como me buscan problemas, andan preguntando a la tv que qué pecados
cometí en Vallarta, se creen algo así como los dueños no de la verdad, sino de
mi moral!! En otras palabras: rematados idiotas. Y es la hora que es el año
2016 y gritan ante la televisión: “¡Cuál fue su pecado de este maricón en
Vallarta!” Y Vallarta respondió: “pues vino, estuvo y se fue”. Y hasta tuve qué
aclarar ante la soledad del territorio nacional que nos une, que ella era mi
novia, que ahora da clases, que le va muy bien en su trabajo, que somos buenos
amigos, que tiene un hijo y una hija y un marido y sigue escribiendo y que yo
hago filosofía… ¿será tan difícil entender cuáles cabezas son las que no
funcionan? ¿o de plano quieren que les diga que un tal cocainómano en Tijuana y
salió corrido de un orfelinato sin padre biológico? Seguiremos informando… Por
cierto Mexicalli es cancha segura de la mujer de la ventana. Y Manimal ya es
éxito puro total y absoluto.
Buenas tardes a todos los aquí presentes. Es para mí un
gusto y un honor presentar el último libro de mi amigo Iván Ríos aquí en
Aguascalientes, pues debo decir que cuando yo volví a vivir aquí en el año
2006, Iván se encontraba en Nueva York redactando, gracias a una beca, este
libro que ahora él viene a ofrecerles a la feria del libro más grande del
estado.
Antes de referirme propiamente a la obra, tenemos que
establecer que Iván Ríos es uno de los nuevos protagonistas de la cultura
juvenil y de los medios de comunicación en general: Ya desde 1994
él era locutor de radio en la estación legendaria Rock 101, publicaba en el
suplemento cultural de Excélsior y había
sacado su primera novela Tu imagen
en el viento en la que decodificaba a esos personajes que se dejaban ver en
la plaza de Coyoacán como en el Hijo del Cuervo y que tenían pretensiones
artísticas he intelectuales. Fue al año siguiente en 1995 cuando yo lo conocí:
fui a buscarlo a las oficinas de
Excélsior con 300 cuartillas del borrador de mi primera novela, él me recibió
con gusto y nos quedamos de ver en una semana, para mi buena sorpresa, me
invitó un par de cervezas con sus amigos y al escucharlo hablar inmediatamente
me identifiqué con él, se veía inteligente, profesional y bajo los aires de la
locura favorable que han hecho de él un conocedor de cine y música alternativa,
literatura de culto, pintura, plástica, etcétera. Iván conoce detalles curiosos
sobre un variopinto grupo de autores y artistas, por ejemplo del pintor Francis
Bacon, de John Kennedy Toole, el celebrado autor de La conjura de los necios, y lo que sucedió después de la
publicación del libro; de Henry Miller y
el juicio que enfrentó acusado de pornografía por sus célebres y ya
clásicos Trópicos, asimismo, Iván es
colaborador actualmente de la revista The
Rolling Stone en su espacio para reseñas literarias, por ejemplo, ahí
apareció una buena nota para recordar a Carlos Fuentes, también Iván mantiene
una bitácora en Internet (no les diré la dirección porque está en el libro). En
fin, Iván ha logrado ya desde hace tiempo, un estilo propio para sus
comentarios sobre la cultura posmoderna y la no tan moderna.
En el año 2004 entrevisté a Iván a propósito de otra
novela que él había sacado en el 2003, LUZ
ESTÉRIL (editorial Praxis) en la que también volvió a retratar a los jóvenes
pretenciosos de excesos de sexo, drogas, alcohol, intelectualismo y anhelos
artísticos. Pero ésta novela, cuyo ancestro aparente se encontraría en Gustavo
Sáinz, José Agustín y toda la llamada “literatura de la onda”, tal como la
definió desde entonces la maestra Margo Glantz, resultaba de inmediato otro
tipo de registro, otra visión totalmente diferente; es decir, Iván hurgó en la
vida underground de la Ciudad de
México en las vidas de los treintañeros de los bajos fondos y de las clases más
altas y no había ahí nada que ver con “la onda”, se podría decir que éramos
nosotros los retratados, en una historia en la que, curiosamente, la
construcción misma de los personajes y sus propios conflictos internos
brillaban más que la historia por sí misma: se trataba en esa acertada visión
narrativa, de que los jóvenes entendieran a los personajes como sus posibles
pares; con toda esa gran exploración interior, Iván no toma recursos prestados
a José Agustín, ni siquiera hace mención al
caló propio de la Ciudad de México como otros escritores gustan de
hacerlo; más bien reinventa a la juventud porque la onda pasó hace casi 50
años, en cambio nosotros fuimos jóvenes apenas ayer. Y si Iván ya lo había
hecho de algún modo en Tu imagen en el
viento, en Luz Estéril me parece
que logró llegar a una cima con la suficiente tenacidad he inteligencia
narrativa que ahora es una obra que definitivamente no puede ser pasada por
alto. (Recuerdo que por entonces los comentarios a Iván eran: “¡Qué caray Iván,
ya consíguete una novia!” Se lo decían porque el libro es largo, pero además
Iván también tiene sus admiradoras).
Y ahora, para que nadie se vaya de aquí sin su ejemplar
de Broadway Express, voy a hablar
bien del libro: ¿Recuerdan algunos de ustedes La Poética de Aristóteles? Más o menos una de las tantas reglas que
el estagirita impone en ese texto clásico a las obras literarias es buscar
contar algo creíble pero imposible, en vez de algo posible pero increíble. En
lo personal no le hago mucho caso al alumno de Platón, pero Iván lo logra con
soltura y amenidad, desde la postura de un narrador omnisciente, crea
atmósferas híper modernas salpicadas de glamour, cenas y coktails en el Museo
de Arte Moderno de Nueva York, por decir algo. Sus personajes se enamoran, se
embriagan y tienen fiestas en restaurantes donde Robert de Niro es el dueño… Se
trata de una obra compuesta al modo de la Trilogía
de Nueva York de Paul Auster, o el Quinteto
de Buenos Aires de Manuel Vázquez Montalbán en una serie afortunada de
relatos entremezclados donde abunda el buen gusto de lugares, y registros
cercanos a Broadway pero ésta vez los personajes son más vacíos, o
algunos buscan la autodestrucción inconscientemente como en el relato Sometihn’ stupid, título prestado de una
canción de Frank Sinatra donde se cuenta la mejor parte de una mala noche para
mejor olvidar. Los personajes,
treintañeros ricachos de Nueva York, se ven envueltos en parábolas que dejan
entrever el vacío existencial y un poco el sentimiento de orfandad que se vive
en las grandes metrópolis sin dejar de mostrar su lado tragicómico y en
especial el último relato, para mi gusto el mejor del libro, donde estamos en
presencia de una desesperada relación erótica arrolladora que culmina en algo
creíble pero imposible. Iván deja ver
claro, que sus personajes nunca dejarán de buscar el amor o el sexo y el
alcohol, pero que el amor a estas alturas es ya casi una utopía irrealizable.
Pero ésta mención no debe de entenderse como una falta de exploración en la
condición humana: todo lo contrario, quizá esa sea la dimensión trágica que
viene anunciando Iván: que la gloria del amor y de la vida buena puede o está
cerca de acabarse, como buen creador consciente de su tiempo histórico, Iván
Ríos Gascón sabe que el mundo siempre está peor que nunca… y respecto a esos
placeres de los que habla, cabría recordar al
filósofo griego Demócrito: “¡Hay que agarrar con las uñas esos placeres
que la vida nos va quitando!” Y ¿por qué no? Uno de esos placeres es la
literatura de Iván Ríos Gascón.
Muchas gracias, 22 de septiembre de 2013.
Casa
De La Cultura “Víctor Sandoval”, Aguascalientes, Ags.
Antes
de que una encuesta hecha por ahí de 1998 a José Antonio Alcaraz que denominó
al dramaturgo como “el hombre más culto de México”, la prensa de la Ciudad de
México le preguntó el por qué la literatura, más que cualquier otra disciplina
artística, estaba tan mezclada con el alcoholismo. Alcaraz respondió que todo
eso no era más que un pancho, solamente un mito, porque si así se produjera siempre
buena literatura —abusando del alcohol— él no sería un Director de una Escuela
de Escritores, sino que cerraría la Escuela y pondría rápidamente una buena y
pintoresca cantinucha.
Mi
opinión no dista del ahora fallecido dramaturgo, al que siempre recordaré como
mi maestro, pero sí puedo afirmar que la mitología del escritor bohemio y
decadente, desubicado o tristón, etcétera, ha existido siempre. Por ejemplo en
el siglo dos XX hubo dos grandes borrachos y lujuriosos que parecían ser sólo
unos pobres diablos como Henry Miller y Charles Bukowski que si están o no
están incluidos en el canon de tal o cual Universidad o estudio de la historia
de la Literatura Universal finalmente no
importa: sus escritos simplemente rebasan cualquier expectativa en términos de
fuerza expresiva y de riqueza vital y verbal, o para decirlo de otra manera,
gracias a sus escritos se han desbordado enormes cantidades de cerveza de
quienes los admiramos o de quienes quisieron ser sus epígonos en cualquier
parte y en muchos espacios (de éste y del otro lado del Atlántico); de estos
dos norteamericanos basta citar los famosos Trópicos
de Miller (uno de ellos estuvo prohibido durante 30 años o más, supuestamente
acusado de “pornografía” y “obscenidad”) y del segundo autor sus extensos
poemas malditos o sus novelas como Mujeres
o los cuentos de Música de
cañerías. Pero claro que inmediatamente hay que aclarar que no hay un Per se:
literatura de buena factura no necesariamente proviene de experiencias
alcohólicas ni mucho menos. Antes que cualquier otra cosa, escribir diez buenos
poemas, cinco buenos cuentos o un par de novelas excelentes es un trabajo
mezclado con algo que busca perseguir la inteligencia del autor, es trabajo y
es chamba, pues.
Éste
mito tiene su origen desde muy lejos; pero en los albores de la época moderna
podemos identificar a varios borrachos geniales en Francia en el siglo XIX:
Charles Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, etcétera. Ellos
experimentaron con el opio (Baudelaire tiene un extenso texto que se titula: acercamientos al opio y hachís), todo tipo de alcoholes
incluido el ajenjo y ellos pasaron a la historia de la Literatura Mundial como
los santos patrones del desmadre, la encarnación de personajes grotescos y
diabólicos, excesivos en todo, incluido el sexo y el espíritu contestatario de
la juventud, desde ese momento (1845 más o menos) hasta toda la juventud
rebelde en todos los tiempos y todos los espacios; aún a pesar de que Rimbaud
murió en pleno apego al cristianismo y a los demás de ellos… podemos imaginar
cómo les fue un poco más adelante. Todo esto también es o ya pasó a formar
parte de la inspiración actual de nuevas
generaciones de escritores y músicos en épocas más recientes como 1950 con las
poéticas de la generación beatnick o
los artistas del jazz hasta el rock and
roll: desde Charlie Parker, pasando por The Rolling Stones (quienes fueron
amigos del beatnick más drogo de
todos: William Bourruhgs y lo fueron a
visitar a Tánger, donde él vivía día y
noche escribiendo e inyectándose de tocho morocho), hasta los actuales The
Black Eyes Peas.
Pero
quedarse con las anécdotas es algo baladí, es algo snob: pose de poses. Todo lo
que este tipo de obras proclaman y pregonan, como diría Ciryl Connolly en La Tumba
sin sosiego, es: “¡Lee, leéme pero ya tú maldito lector!” Gritan desde
sus tumbas estos personajes. Por ejemplo, Las flores del mal de
Baudelaire, aparecidas por ahí de 1855 contienen una fuerte relación con los
mitos fundantes de la gloriosa época
micénica; los poemas de Baudelaire en una buena y cuidada edición mantienen
notas a pie de página para el lector de
habla hispana, es decir, este tipo de literatura nunca fue sólo
habladuría, como diríamos hoy; se trata de autores serios al momento de
enfrentarse con el acto creativo, el decir o como gustes y sí, eran también
autores de desmanes y desmadres pero nos legaron una nueva visión para entender
el contexto y el adentro del hombre a partir de esos momentos para lo que iba a
seguir después. Igualmente pasa con otros autores; incluso de la antigua Roma,
el filósofo Séneca recomendaba una buena borrachera de vez en cuando: “no para
ahogarnos en el vino sino para encontrar en él algo de reposo”.
Puede
decirse en pocas palabras y ahorrarse tantas explicaciones a las mentes que se
quedaron viviendo en el siglo XIX con esto: todos los grandes escritores,
bebedores o no bebedores desde el inicio de la modernidad han asumido la
dimensión trágica de la existencia y el habitar del hombre en la Tierra, porque
asumir esto es un intento de abstraer toda la substancia de la vida y la
literatura para verter esos venenos en la obra. ¿Entonces? Pues nunca estará
mal unas cucharadas para quitarse el bajón y salirse a las festividades de la
noche y en pleno fragor interrogar y platicar con Dios en la parranda para ver
cómo le va en sus cosas… etc. Como digo, es un mito exagerado, porque desde
entonces también existían las almas calmaditas que fueron, corrieron y le
dijeron a mami y papi: “¡Esos se drogan y hacen lo que quieren!” Y entonces por
eso se cree que casi por ley todo escritor es bebedor y ¡carajo! Los escritores
seguiremos bebiendo…
Su voz retumbaba, hable y hable, no paraba, seguía
y seguía, ya llevaba horas hablando, parecía estar dirigiéndose a otra persona,
a un público; pero nada, hablaba con voz en cuello, para que le escucharan;
pero sus palabras solo rebotaban en la obscuridad del vagón porque el ruido del
tren, el chaca, chaca y el jaloneo de vagones, trituraban esas palabras dichas
en voz alta, perdidas en esa sinfonía de la ruta del diablo. ¿Cuántos viajes a
la frontera? ¿Cuántas veces he retornado por esta ruta del infierno? ¿Tres,
cuatro, cinco? Su memoria se estiraba, buscando entre tantos escombros del
tiempo olvidado, una larga travesía para los
migrantes centroamericanos al llegar a la frontera es caminar por la vía del
tren, que desde 2005 debido a un huracán, no permite circular a los trenes
de carga. Esta vía del tren garantiza que no encontrarán en su camino los
tormentosos puestos de migración y que por lo menos hasta llegar a Arriaga no
serán deportados a su país; pero para ello deben caminar bajo el sol aproximadamente
300 Kilómetros, tardando hasta una semana en hacer este camino, y ya en México
la larga marcha de la muerte se inicia generalmente en Tapachula, en Chiapas, a
menos de 10 kilómetros de Guatemala; entrar por Tapachula, Chiapas, y tomar el
tren en el municipio de Arriaga, y al llegar a Arriaga, luego de
caminar casi una semana, los migrantes encuentran un albergue que les dará
hospedaje y alimentación hasta tres días, además de orientación migratoria y la
posibilidad de denunciar los constantes atropellos que han tenido que vivir en
solo una décima parte del largo camino que les espera hasta la frontera de
Estados Unidos; por ello con mucha razón que tiene el padre Rigoni al afirmar
que la verdadera frontera de Estados Unidos está en Chiapas y los viajeros
tardarán entre 20 y 25 días en llegar a la frontera norte, en los que habrán
desembolsado “como mínimo” US$1 mil 130, y llevar ese dinero que les exigen los
coyotes o “polleros” para cruzar a Estados Unidos; un viaje
que solo parece gratis, pero a medida que avanza la bestia, su precio va
subiendo, de tramo en tramo, sobornos, asaltos, secuestros, todo lo que se trae
de valor va quedando hasta el punto de que a veces
el pago de este viaje es dejar la vida en el camino. Así es este viaje que
parte del sur de México frontera con Guatemala hacia Estados Unidos. El hombre
que hablaba parecía estar siendo arrullado por el chaca, chaca del tren,
es la Bestia, la temida máquina que miles de centroamericanos abordan para
intentar cruzar México, también apodada la Devoradora de migrantes;
y la ruta del Pacífico parece menos peligrosa que la del Golfo eso,
no significa que sea un camino de rosas ya que el 70% de los inmigrantes que la
cruzan sufren algún tipo de abuso que en la mayoría de los casos es violento y
todo empieza cuando hay que subirse a un tren que pasa a 20 kilómetros por hora
es difícil para un adulto, ahora imagínate para una mujer o para un niño y ya
arriba empieza lo mejor: se viaja a la intemperie, con riesgos de caerte, sol,
hambre, por lugares remotos, te puede tumbar una rama de árbol, te puedes caer
por sueño, te pueden bajar del tren y secuestrarte o extorsionar, y claro la
sed y el hambre te acompañarán por todo el camino; entre sueños que eran vivas
pesadillas, buscó sus cicatrices en las costillas, el navajazo en la pierna,
solo parecían tatuajes, pero era la huella de esas batallas, esa resistencia
para proseguir por la ruta maldita, que era igual, al maldito lugar que me
había expulsado, al maldito lugar donde llegué a trabajar con horarios de
esclavo, escondido para que la migra no me atrapara y me devolviera, era igual
cuando en Tijuana, en Ciudad Juárez, me secuestraron y me bajaron todo lo que
había ganado al otro lado. Igual que ahora, su voz parecía rechinar, como si
estuviera aullando, como un lobo solitario gritándole a la luna y en ese
desierto, el alma caritativa del férreo defensor, el sacerdote Alejandro
Solalinde, director del albergue Hermanos en el Camino de Ixtepec, hace todo lo
que puede para atenuar ese sin fin violación de derechos humanos, ese costal de
carencias que carga cada inmigrante, atenuar tanta impunidad, tanta prepotencia
contra estos inexistentes expulsados allá como aquí, de todo posibilidad de
mejorar sus vidas.
El hombre, ahí, con la mirada perdida. No sabía a
ciencia cierta si su mirada estaba en la bruma de sus sueños o en la bola de
recuerdos que venían como un montón de imágenes sin fecha. Una mirada
escondida, chiquita como impidiendo la salida de un chisguete de tristeza, una
gota de llanto, como el último esfuerzo para no doblarse. Todo eso, ya lo
sabía, esa había sido su terapia, sacudirse el dolor y el sufrimiento de dejar
a la familia, su mujer y sus hijos, esa era su autocuración, como las viejas de
la patrona la habían gritado, aquel día cuando estirando la mano para agarrar
la botella de agua, le dijeron en voz alta, es para la sanación. “Las Patronas”, un grupo de más de 20 mujeres que desde hace 17 años
lanza comida a los migrantes que pasan en el veloz tren de La Bestia;
mujeres, sin esperar nada a cambio, han podido construir una red de solidaridad
a nivel nacional que les permite preparar 20 kilos diarios de arroz y frijol,
además de algunas conservas, tortillas, frutas y pasteles para alimentar a las
personas migrantes hambrientas y sedientas que no han podido comer y beber
durante días.
El hombre estaba curtido, por ese ir y venir de
aquí para allá, cruzar la frontera, volver de regreso, y una vez más cruzar la
frontera. Retornar aquí, donde todo sigue igual, como allá. ¿Vengo o voy? ¿Cuál
es la diferencia, Reynosa, Texas, California, Tijuana, Nicaragua, El Salvador,
Guatemala? Esto parecía confundirlo, todo igual como por toda esa ruta, tantas
veces recorrida. Una larga ruta miserable, atravesando la miseria de estos
pueblos, cubriendo todo el presente de miseria, avanzando hacia este futuro
miserable. Una travesía, que ya se la sabía de memoria y como si estuviera
viendo el mapa de México visualizando
las principales rutas que los inmigrantes siguen para llegar a Estados Unidos.
Son cuatro. Los principales destinos son dos ciudades fronterizas al este
Reynosa y Nuevo Laredo, la sempiterna Ciudad Juárez y Tijuana, al otro extremo
del país; y ahora, ir por la ruta del Pacífico, Guadalajara, Jalisco, al oeste de México, la cuna de los mariachis, los
charros y el tequila. La sede de la feria del libro más grande en habla
hispana. Hasta hace poco no era una escala en el mapa de los 500.000
centroamericanos que cada año cruzan México para intentar llegar a EE UU., pero
en los últimos años el número de inmigrantes que pasan por la segunda ciudad
más grande del país se ha triplicado. Desde la matanza de 72 personas en
San Fernando, Tamaulipas en el 2010, cada vez son más los que eligen la ruta
del Pacífico: el camino más largo, pero el menos peligroso; y que atraviesa
este sitio. Se les ve por los cruceros cercanos a la vía del tren, sentados en
la calle, dormidos en la acera. Se han convertido en un quebradero de cabeza
para las autoridades locales y han agitado prejuicios en una sociedad en la que
los inmigrantes eran invisibles hasta antes de ayer.
¿Había enloquecido ó solo deseaba sacarse tantas
palabras no dichas, tanto silencio? Si tu lo vieras, no lo podías creer; toda
una vida, jalando aquí como allá, siempre pensando que dejó a su familia, a sus
crías que cuando retornaba, siempre las encontraba creciendo. Un hombre que ya
mordía los sesenta años, áspero, de pocas palabras. Un típico centroamericano,
que en la bola, parecía otro nicaragüense más, otro guatemalteco, otro
salvadoreño más y al cruzar las fronteras, seguro tu dirías, es un típico
mexicano prieto, duro y curtido y entre esa ola de los que van en busca del
sueño norteamericano dirías solo es otro inmigrante más que va para el norte,
todos son iguales, sean de El Salvador, Guatemala,
Honduras, Colombia, Ecuador, República Dominicana o de México. ¿Quién va a
saber de donde eres en esta bola de 500,000 inmigrantes que cruzan por año? ¿A
quien le importa tu vida o tu origen? ¿A quien le importa si eres Juan o Pedro?
Y si das tu nombre te expones al soborno por eso te ocultas en el anonimato y
por eso eres otro INEXISTENTE entre tantos inexistentes.
La bestia seguía avanzando por esa ruta innombrable
a pleno sol. Mientras el hombre arrinconado en el vagón, seguía musitando
palabras, parecía estarle hablando a otro, pero no, el le hablaba al otro de si
mismo: un soliloquio cruzando los tiempos. Cuando su padre lo llevó, ese fue el
primer cruce de fronteras, fueron años de ir a recoger cosechas en la
California. Desde los seis años anda en ese trajinar de fronteras, a quien le
importaba si tú eras de ese pueblo desconocido llamado Metapa anclado en el territorio de Nicaragua, pueblo al que después se
llamaría la Ciudad Darío, en honor a la grande poeta, Rubén Darío y de esas
tierras del gran Augusto César Sandino el liberador, patriota y revolucionario
de Nicaragua. A nadie le importó nunca, porque tampoco tú sabías de donde
venían tantos hombres, mujeres y niños llenos de sus historias, con sus
familias, con sus penas y solo cargando es costal de carencias.
Había despuntado el sol, un
viento fuerte y frío. El hombre que toda la noche se la había pasado gritando
palabras inconexas, ahora estaba sumido en si mismo, absorto, ensimismado.
Mascullando para si esa noticia que había corrido por todos los que venían
montados en la bestia, aquellos otros iguales a ellos, inmigrantes de África
buscando llegar a Europa, o aquellos otros que salieron del Medio Oriente y a
punto de llegar a las tierras de Europa se ahogaron, porque la barcaza en que
iban trescientos, niños, mujeres y hombres, todos se hundieron; a todos
estremeció la noticia, todos se sintieron iguales a ellos, la pequeña diferencia,
era tan frágil, tan débil, que no valía la pena mencionarla. Ahora estaban a
salvo, pero el destino, aún no decía la última palabra, la Frontera era la
prueba de fuego y eso, tampoco era garantía para llegar a donde cada uno
deseaba llegar para trabajar, porque todos eran iguales sin papeles y tendrían
que aceptar todas las condiciones impuestas para trabajar como esclavos
escondidos. Es una inmensa ola de miles y miles de inmigrantes ilegales que
cruzan el mundo, de aquí para allá, provienen de África, Medio Oriente, de
Asia; y de Asia, China, Filipinas e India, y de Europa, Polonia y los estados
que formaban parte de la Unión Soviética, igual que aquí, todos buscando
enchufarse a la poderosa maquinaria de la producción globalizada en este mundo
miserable tan igual a sí mismo.
Buenas tardes:
Dentro de este coloquio dedicado al
tratamiento de las sensaciones, las opciones ante la tarea de elaborar mi
ponencia eran múltiples: pasamos toda la vida experimentando sensaciones y
frecuentemente en las más cruciales no reparamos a reflexionar en qué estriba
precisamente aquello que experimentamos. Cuando me bañaba hoy en la mañana
traté de experimentar alguna sensación placentera y cuando me puse los zapatos
otra igualmente inexplicable gracias a la rapidez de su ejecución: abrocharse
los zapatos se parece mucho a la sensación de envolver un regalo a una persona
a la cual deseamos mostrarle nuestro afecto. Por ejemplo, nunca he conocido a
ninguna mujer que no le fascinen los regalos. Lo cual, por cierto, no quiere
decir que mi pie desnudo sea un buen regalo, ¿pero que me dicen acerca de la
sensación de caminar descalzo arriba de un árbol…? Sensación curiosa e
inolvidable, pero de la cual no ha de tocarme hablar hoy. ¿O qué me dicen de la
sensación de hablar por teléfono con una mujer que hubiera preferido que no
marcáramos su número y nos habla a regañadientes? Antes de comenzar a escribir
estas líneas tuve la mala suerte de experimentar esa sensación con una vieja
amiga con la cual quería entrar en materia, pero como no hay nada agradable
sobre lo cual extenderse cuando la otra suspira por que ya le cuelgue, prefiero
que otros traten de describir aquella sensación inaguantable.
Como
voy a hablar de una de mis sensaciones favoritas, empezaré por explicar su
título: "Empino ergo sum" no viene a ser más que una variante del dictamen
cartesiano que en México todo mundo sabe
que significa: "pienso, luego soy", que si me permiten y no me cae un
rayo para achicharrarme, diría que no es más que un ingenuo e ingenioso
truquito para demostrarnos que en realidad somos alguien, que el
"ser" al que se refieren los filósofos, indudablemente está presente
incluso en quien se atreve a tergiversar un poco aquellas palabras históricas.
Muy
bien, Descartes pese a todo me convenció y no me parece aventurado jactarme de
que, por lo menos, soy alguien, tal como consta en los archivos de todas las
preparatorias donde me corrieron y de donde, por fortuna salí por patas. Otra
fortuna, es la vía subversiva de la filosofía moderna o la llamada corriente de
las “filosofías individualistas” (Arthur Schopenhauer, Nietzsche y los que los
siguieron, como el español García Calvo, o los escritos de Georges Bataille,
“la mayor cabeza pensante de toda Francia, le decía Martin Heidegger en los
sesentas), que trató de desentrañar en
que estribaba ese ser del cual ya no cabía duda, pero había que ayudarlo para
que no se fosilizara como entidad auto referente, es decir, no se transformara
en cosa, en objeto; aunque había que verlo, paradójicamente, con mucha objetividad.
Saltándome la mayoría de los argumentos contundentes haría un cruel esfuerzo
sintetizador para decir que me parece válido el argumento de Nietzsche
reforzado luego lúcidamente por Fernando Savater: el movimiento esencial del
ser estriba en su querer, el querer quizá como apuntó Heidegger permanece
oculto para el hombre; el querer profundo, pero indudablemente lo primero que
quiere es ser queriendo ser y, como bien lo dijo el filósofo alemán querer ser
no significa otra cosa que querer ser más,
y es ahí donde entra mi propuesta "empino ergo sum" para demostrar
que empinar, empinar la botella, es una forma cruel aunque no por eso menos
placentera de querer ser más.
La
sensación que aquí voy a tratar de comentar del modo más sobrio posible y con la
pluma fija en la botella, es la de estar borracho, estar borracho hasta las
manitas. Aunque claro, primero habría que olvidarnos del superficial
denominador social que empaña esta noble palabra. Para el común de la gente ser
borracho no significa otra cosa que ser irresponsable, que socialmente y con
razón, es la primera característica que buscamos en nuestros semejantes para
establecer un eficaz compromiso de comercio entre todos, todos aquellos que por
principio, no son borrachos y sí son responsables.
A
defender esta noble y alcohólica actitud es a la que pienso referirme y vayamos
de una vez quitando paja: estar borracho no significa ponerse “pedo”, perderse
en el alcohol y quedar desnudo ante los demás como bulto o peor aún, con el
alma desatada que lo desatiende todo incluyendo la cortesía. Desde mi punto de
vista, afortunadamente existe una diferencia crucial entre los dos movimientos,
ya que el borracho es el que puede todavía irse caminando de la fiesta o del
bar mientras que al que se puso pedo sin remedio hay que engancharle una cadena
y jalarlo puesto que ha perdido la conciencia y además la voluntad de decir:
"Todavía puedo caminar yo solo". Esta frase es la que los distingue,
precisamente, puesto que el borracho, si en realidad lo es, se esfuerza por no
perder el estilo y la congratulación amistosa con quienes lo rodean. Como quien
dice, “el borracho no la arma de pedos”, aunque esté más mareado que un
astronauta. Estar borracho es percibir como la realidad se va descuadrando, es
percibir como la realidad pareciera imposible de volverse referencia de sí
misma, es percibir cómo la realidad pierde la crueldad de su virginidad, cómo
la realidad se diluye entre vasos y litros de vodka, ron, tequila, tabacos,
música de jazz, ver cómo brillan los ojos por otras cervezas, el olor del
alcohol y el sexo se levantan, se dan la bienvenida a la parranda a Baco y el
eco de su gente… En el alcohol, se ve por qué Miles Davis y Charlie Parker y
John Lee Hooker o B.B. King y Eric Clapton son descomunales, en alcohol toda
preocupación es banal, una tontería incomprensible, ¡por eso salud! Una buena
noche de sexo siempre es alcohólica. Con tres botellas de vino rojo la realidad
se va abismando irremediablemente en la sensualidad de su contexto y de su
marco de referencia. El borracho no se embriaga de otra cosa más que de sí
mismo: la plenitud de su querer, que es solamente querer ser más, se ve
exitosamente cumplida en su propósito: me emborracho y luego soy, porque al
emborracharme consigo ser más, incluso más de lo que suponía.
Los
verdaderos borrachos saben que las palabras no son suficientes para enfrentar
violentamente a la realidad y resuelven el conflicto caduco de la separación;
de la dualidad inverosímil entre cuerpo y alma entregándose por completo a lo
que más les gusta, la sensación de bailar casi sobre el abismo pero con un
hilito conductor que los mantiene unidos a la realidad. El borracho sabe
significar y elucubrar sus diferentes visiones, sobre todo aquellos que nos
gusta seguir con la misma sensación durante semanas enteras y visualizar la
vida tan trivial como podría ser observar un conjunto de botes de basura
arrastrados por una aplanadora y observar cómo la vida se va yendo a la misma
chingada, pero con la gratificante de que sabemos pedir nuestro arsenal etílico
con un sincero: buenas noches doña, -a la de la vinatería clandestina- “por favor otras cuatro botellas
de ron y un cartón de chelas pal físico, sí, sí Doña… de esas Pacífico”. Pero,
ojo: el borracho no se identifica con lo que se destruye ni con lo destructor
sino con el sabor que implica tener
un huracán en la cabeza y frente a los sobrios decimos cuando, después de la
cruda, nos duele y sentenciamos, como nadie más podría decir: "El que
adentro de la cabeza no tiene una idea que se la rompa, no merece tenerla; por
supuesto, nos referimos a la cabeza".
Que
quieren que les diga, es la sensación en la que al mismo tiempo, se intersectan
lo más crudo de mi estupidez y lo más coherente de mi lucidez. Las mejores y
peores palabras que he dicho han sido siempre acompañadas de la embriaguez. Nunca
será lo mismo un suspirante: “te amo, mi amor, no llegues tarde, besos.” Que el incomparable grito del briago: “¡No te
largues de la casa vieja, ya no lo vuelvo a hacer!” Tal vez se me pueda objetar
que todo esto no es más que irracionalismo o peor aún: insistir en la bohemia
para los escritores; siendo que realmente no hay peor enemigo para un escritor
en estos tiempos que una idea preconcebida de la bohemia; o que la razón y su
contraparte, el irracionalismo, no podrán nunca confundirse: yo los invito a
que se emborrachen previamente documentados con el sabio argumento de Séneca,
que sin que le temblara el pulso recomendaba: "No dudemos, de vez en
cuando, en emborracharnos, no para ahogarnos en el vino sino para encontrar en
él un poco de reposo: la embriaguez barre nuestras preocupaciones, nos agita
profundamente y cura nuestra morosidad como cura ciertas enfermedades. No
llamaron al inventor del vino Liberador porque suelte la lengua, sino porque
libera nuestra alma de las preocupaciones que la avasallan, la sostiene, la
vivifica y le devuelve el valor para todas sus empresas" (De tranquillitate animi).
En
este punto me gustaría hacer una distinción entre la embriaguez y la
alucinación que provoca cualquier otro tipo de droga. Me parece que las demás
drogas no logran los efectos de una buena borrachera puesto que la droga juega
con los mecanismos de introspección y todo aquello que nos vuelve pasivos y
contempladores de nuestra propia miseria ridiculizada por esas mierdas. (Además
guácala: ¡Son puros retorcidos químicos incomparables al Ron procedente de la
caña de azúcar!) El alcohol en cambio, cuando se prueba con la prudencia del
buen borracho, no nos provoca sino el elemento liberador del que habló Séneca
en la cita anterior: el borracho sabe que la realidad nunca cambia, sino que
cambia él mismo, la embriaguez nunca es una vuelta al paraíso perdido, sino un
espasmo de tranquilidad frente al caos de la realidad y me atrevería a decir
que en la mayoría de los casos no sólo como espasmo sino como incitación a la
actividad. Si no son muy productivos, los borrachos por lo menos son activos.
Cuando
estoy borracho me vislumbro a mí mismo y me experimento como intensidad, con
seis vasos de vodka con jugo de naranja se puede descubrir ante mí la calidad
irrepetible de mi ser, vuelvo a pensar de arriba abajo la complejidad y la
pasión que tiene la vida, me siento tan contento que puedo escribir un poema en
mi mente y después olvidarlo para siempre, puesto que lo que aparece no es más que
lo más mío de mí, aquello sin lo cual no valdría la pena ni siquiera dar el
próximo párrafo o el próximo paso. Chupen, lean, anden, desanden, descórchense,
averíguenze, más no debrayen… sin mí.
Si
me mojé tanto a mí mismo en estas líneas lamento desilusionarlos: cualquier
burla que me hagan solo incrementará mi egolatría y de esa borrachera sí que
prefiero permanecer lejano.
El
gran escritor de ciencia ficción Robert Heinlein decía que un poeta que lee en
público sus versos es porque de seguro tiene otros vicios aún más feos, lo que
me hace recordar que en la última borrachera que tuve incurrí en ese vicio y
recordé a una mujer que en su ponencia del día de ayer apuntó que le gustaba
provocar o mover a otros a la creación poética. Pues bien, sin hacerle caso a
aquél viejo gruñón de Heinlein y tan embriagado como quisiera estar hoy, voy a
citarle aquel poema:
"Cadáver
lleno de mundo he sido,
cadáver
lleno de mundo moriré,
y
esta noche frente a tu mirada
tras
el filo de una navaja me inclinaré".
Como
la mayoría de las buenas sensaciones, la embriaguez requiere y se ve reforzada
gracias a nuestro contacto social y es en ella donde solamente la podríamos
disfrutar como vale la pena llevarla a cabo. De ahí el: “Estamos chupando
tranquilos…”
Como todo buen literato invita a
algo, en mi caso, a falta de poderlos invitar a algo mejor, los invito a la
embriaguez y a ver si se atreven a desmentirme luego, recordando, por supuesto,
las sabias palabras de Séneca. Documéntense sobre el tema: hay que ser buenos
catadores y buenos exploradores de bares.
Como
última aparición ególatra invito a un amigo novelista que además es un
excelente borracho y flaneur, Iván
Ríos Gascón, que en su primera novela Tu imagen
en el viento (Aldus, 1996, porque después publicó en Editorial Praxis Luz Estéril en 2003, que también es un
grueso fresco de la vida nocturna de la Ciudad de México que es una golosina
para ebrios) hizo decir a un personaje que todo mundo llevaba su Freud bajo el
brazo. Yo más bien creo que todo mundo debería llevar su Charles Baudelaire
bajo el brazo, créanme, él hubiera suscrito la mayoría de las argumentaciones
aquí dichas. Acuérdense de la máxima de Baudelaire: “¡Embriagaos, de poesía, de
amor, de vino, pero embriagaos!” Sólo que el sí continuó con esta búsqueda y
creo por la cual murió antes de los cincuenta años siendo simultáneamente
inmortal en la literatura y un pobre miserable en la vida cotidiana, en cambio
a mí, sólo me queda la cruda moral de declararme casi abstemio o ramadán permanente, en mi
departamento la sirvienta se llama Fenárate y es una perra muy seria, es
exageradamente seria, como en los gloriosos tiempos de su hijo, un tal Sócrates
el santo patrono mentado.
En su libro de entrevistas Conversaciones con escritores, (Ed. Diana, colección
SepSetentas 1981) Federico Campbell entrevistó a Gabriel Ferrater y
entre otras cosas preguntó si el cultivo de la irrealidad era manifiesta o
evidente entre los más jóvenes poetas europeos. El profesor catalán, erudito de
la filosofía del lenguaje, con varios tragos de ginebra aunados a la longitud
de su pensamiento, respondió: "Es una cosa que a partir de cierta edad ya
no interesa." Y ofreció una anécdota que versaba así: "Uno de los
primeros fonetistas que hubo en el mundo, el abate Rousselot, se fue a una
aldea francesa a estudiar la lengua de las gentes y le pareció que se hablaban
en realidad tres lenguas: la de los viejos, la de la gente de mediana edad y la
de los jóvenes. Veinte años después otro lingüista fue a la misma aldea
francesa para corroborar las conclusiones del otro. Pues bien, los viejos
habían muerto, los de mediana edad eran más viejos, los jóvenes eran ya de
mediana edad y había una nueva generación, pero existían las tres lenguas
idénticas que el primer visitante había detectado. Al pasar a la mediana edad,
los jóvenes adoptaban la lengua exacta de la gente de mediana edad, y los de
mediana edad adoptaban la de los viejos. No había una tendencia al cambio de la
lengua, y los tres estratos subsistían. Es elemental. El tratamiento de usted, por ejemplo, no lo utilizan los
niños al empezar a hablar, pero a partir de cierta edad el niño adopta el
tratamiento de usted. Entonces cuando me hablan de las generaciones, de la
irrealidad o del realismo, pues bien, yo los espero a que tengan 48 años y estoy
seguro de que pensarán exactamente lo mismo que yo, o sea, que lo único que
tiene valor es la realidad". Y así dio respuesta a la pregunta del
escritor mexicano, que si bien cuestionaba sobre la irrealidad en la creación
poética, me parece que como paralelismo
para hablar de humor, literatura y
mexicanidad actual es perfectamente
válido: porque es el lenguaje la llave para todo el resto de
saberes, y como dentro de esos saberes también
figura el humor, entonces obviamente habrá, por lo menos haciendo una
generalización, tres niveles o quizá tres distinciones de humor en una sociedad, y tres niveles con
los cuales cada uno se reirá por lo menos de la esfera en la que se mueven los
restantes y en esta era de las computadoras ya se está notando: gente de cierta
edad recibe información, chistes y anuncios cibernéticos de acuerdo a su edad
con el lenguaje propio a su edad. (No
miento: las famosas presentaciones de power point que el usuario de
computadoras recibe por internet con chistes, motivo de días festivos, anuncios
eróticos, religiosos, políticos, etcétera, son un ejemplo al calce, o por otra
parte el lenguaje propio de los
jóvenes cuando chatean o usan el teléfono móvil con más caritas amarillas que
palabras, por no hablar de los famosos memes de choteo del tema candente del
momento). Y esto es precisamente porque gracias al lenguaje captamos de la
sociedad el tipo de contenidos en prensa, radio, tele, cine, internet, libros,
amistades, familia, etc, el contenido de lenguaje que está dedicado a
nosotros. Y si cada nivel de humor de una sociedad se ríe subrepticiamente de
la esfera en la que se mueven los restantes niveles será a puerta cerrada y que
no lo oiga nadie de otro nivel: (“estos niños de hoy ni quién los
aguante”, “la verdad aquél es un cobarde
que sólo con el alcohol se siente muy hombre”, “aquella de tu amiga es una
histérica porque se quedó como madre soltera” “los rucos de mis abuelos no me entienden porque no tengo varo”, pobrecitos, pobrecitos, je je je…
¡Por no hablar de los super incompetentes compañeros de trabajo!). La de cosas
que hacemos con tal de molestar, habrá que ver. Como los chismes de poder entre
los científicos que cuenta Jorge Volpi en su obra híper mencionada En busca de Klingsor (premio Biblioteca
breve, Seix Barral 1999, además de finalista en la encuesta Las mejores novelas mexicanas de los últimos
30 años, hecha por la revista Nexos,
donde quedó en octavo lugar con cinco votos), de la que defiendo su carácter
chismoso sin adjetivarla como obra menor, es precisamente el what comes next, como dijo el finado y
muy honorable Guillermo Cabrera Infante: ¿Qué seguirá en el próximo capítulo, se
pregunta el lector? ¡Saber si tal o cual científico tenía vida sexual activa
después del horario de clase o trabajo! Cosa que la vuelve una novela muy
honesta, con subtemas muy logrados, aunque su sentido del humor es muy alemán,
de los alemanes que trataban de fabricar la bomba atómica experimentando con
agua pesada, mientras que los mexicanos, si tuviéramos ese enorme poder,
haríamos pesada la bomba (del festejo y para la cruda), por supuesto, para
celebrar una semana si es que a Alemania le ganáramos en el mundial. (Después,
claro, de eliminar a los gringos en semifinales).
Pero ya en serio: ¿De qué se
ríe el mexicano? ¿De dónde surge su humor? Saltándonos la gravedad histórica
apuntada en El Laberinto de la Soledad
de Octavio Paz, tendríamos que decir que
el mexicano no se anda con juegos que le hagan concesiones a la ternura o a la
sensibilidad del arte elevado; el mexicano, que lo que más desea es NO tener
una vida en continua zozobra, una vida en perpetuo naufragio, se ríe —en forma unívoca o recíproca— de la
perplejidad de la muerte en todos sus aspectos, de la muerte suya y de cómo se
está muriendo el otro, de cómo le va mal al otro.(Esto pareciera ser
simplemente crueldad, pero al mexicano lo han chingado y bocabajeado los
españoles y los gringos por décadas, siglos…, como bien dice Octavio Paz, es
decir, cuando me río de ti, soy tu español o tu gringo que me río de cómo te
estoy matando o infringiendo sufrimiento…) ¿Dónde está la muerte en nuestra
cultura? Pues en las calaveritas de azúcar, en los corridos, en la música de la
onda narco-grupera, siempre traumática por sus temas, (mas no por el arte.
¿Verdad que sí Eduardo Lizalde?), en las frases sentenciosas como el: "Si
me han de matar mañana, que me maten de una vez." etcétera. Además de en
cualquier esquina donde uno permanezca más tiempo del debido en la noche, claro
está.
En su Fenomenología del Relajo, Jorge Portilla apunta que el humor
"nos libera de un valor negativo, de una adversidad." Y hasta donde
yo tengo noticia, en esta vida no hay mayor adversidad que la muerte y todo
aquello que la acarrea o nos hace sentir el vértigo de su amenaza.
Hablo de que el mexicano se ríe
de la muerte en forma unívoca o recíproca porque la risa de un modo u otro
siempre está asociada con ella: se le insinúa la muerte al otro, con una
pequeña carcajada o una broma pesada; en lo individual, es un chiste de humor negro
para poder sobrellevar la idea. Del mismo modo que el patetismo puede provocar
carcajadas (por ejemplo en mi caso, espero no haber sido el único que al ver
por vez primera el Otelo shakesperiano
soltó algunas). Dicho de otra manera, todo aquello que parece borrar el
horizonte de la muerte de nuestra perspectiva, adquiere un barniz humorístico o
satírico, puesto que en lo más hondo, creemos que la muerte nunca vendrá a
cerrarnos los ojos y se coronará victoriosa: al descubrir cierto absurdo en
nuestro empeño en la vida de creernos inmortales diariamente, descubrimos que
en el fondo del pensamiento se establece una contradicción. (Eso que Albert
Camus llamó El mito de Sísifo). Una
contradicción fugaz en la que pocas veces reparamos, pero sin pensarlo
demasiado avistamos su rostro real, y al verlo, nos mata de risa (o de miedo, el
giro significa lo mismo en la conciencia cuando va naciendo con esta noticia).
De esta manera entramos a la conciencia: con la certeza de que ante todo,
estamos ya muriendo, y de que la noticia, finalmente no es tan grave, puesto
que en el tránsito muchas carcajadas nos esperan. El mexicano promedio, se
dedique a lo que sea, tiene que ser ese tipo que nunca se queja: la sociedad
desprecia al que se queja porque en realidad en México todos nos queremos
quejar y que medio trabaja mal o muy bien y gracias a la auto proyección de su
soberbia en su conciencia, se sigue riendo sabiendo que él: “es el rey que las
puede todas”. De este modo y en este país, no hay nada tan subversivo como la
risa, el relajo, el pitorreo, la parodia burlesca, pues frente a todos los
órdenes lógicos que imparte la muerte en nuestra sociedad desde el Estado, la risa llega y lo despedaza todo, muestra la
inutilidad de todo cuanto no nos posibilita el estado ideal de la risa, que en
México no es propiamente la alegría, la alegría que celebran los filósofos
franceses por ejemplo el enorme Clément
Rosset como única respuesta a la oscuridad de la existencia, sino el relajo: el abandono de los miramientos sociales y olvidar que las
cosas tienen un valor. Visto de éste modo se entiende el por qué la juventud es
a lo que más nuestras sociedades postmodernas le rinden culto, ya que la
juventud es la época en que todo simplemente vale madres y es preciso que todo joven compre, haga y consuma
montones de cosas que valen pura madre.
Habría que apuntar que el tema
ha sido por demás explorado y de ahí me viene la prudencia para abordarlo. ¿Qué
no se ha dicho ya sobre la risa del mexicano? Jorge Portilla apunta que la
afirmación de que el humor negro es el que prevalece en México no es para nada
errónea. Para finalizar y cerrar con la idea primaria de este texto, sólo un
pequeño comentario acerca del motivo de risa de los tres niveles de edades del
mexicano:
El
niño ríe ante la magia que le causa el mundo, en el cual, para él aún no está
presente la muerte del todo (la idea de la muerte se descubre hasta los 8 o 9 años). El joven y el hombre
de mediana edad se ríen de lo que imaginaron cuando niños y utilizan la risa
esgrimiéndola ante la muerte, queriéndole ganar el juego, es decir, queriendo
confundirse con ella ante sus adversarios sean éstos quienes sean, y saben ya
que la muerte existe como el hecho definitivamente irrevocable y en esencia es
de eso de lo que ríen. El viejo, el hombre o la mujer que ya han vivido todo lo
que les correspondía, ríen con nostalgia recordando todo aquello que en la vida
los motivó y los hizo penar, pero alegremente, valiéndoles madre: por ejemplo
Octavio Paz y Jorge Portilla: ¡Cómo escribieron tanto! ¡que mataditos salieron
esos gatos! Ja,ja,ja, ja.
En
tiempos relativamente recientes, movido acaso gracias a una pequeña sospecha
que he querido convertir en reflexión, he seguido en diversos libros de
ensayos, artículos de revistas y suplementos culturales, los comentarios en
torno al efectismo en literatura y en general, en las artes. Como en todo, hay
partidarios a favor y en contra del fenómeno (más exacto sería denominarlo
recurso): los que están a favor del efectismo exponen sus razones, que en el
mayor y mejor de los casos podríamos resumir de este modo: la literatura y las
artes no deben darle la espalda a la diversión: el arte visto como
entretenimiento para paladares exigentes y aún para los menos exigentes. Este
es el punto de vista consumista y del mercado del arte, donde arte está en la
misma casilla Mozart o George Steiner que Iron Maiden, Metallica, el canal 5 o
la abuelita de Batman y MTV o Tele Hit. Los que están en contra del efectismo son
elitistas y comparan, es decir, colocan en segundo lugar las obras calificadas
por ellos de efectistas y en un inmaculado y único pedestal las obras que
merecen general aplauso de obras maestras, precisamente por no estar elaboradas
(al menos en sus puntos cumbre) por el puñado de unos cuantos recursos; los
puristas anti-efectismo tienden a ser culteranos, como pretendo demostrar en este
abordaje a la cuestión.
Los que defienden el mercado del
arte, o sea, los a favor del efectismo, se basan en la relatividad del arte, y
de la vida, en general: son aquellos que les gusta que el arte sea muy oneroso,
demasiado oneroso. Todos ellos quisieran ganar por sus contribuciones
artísticas lo que gana el millonario escultor baladí Jeff Koons y que a base de
fuerza, presión y a cierta coerción argumentativa logran dar validez a sus
puntos de vista. v.gr. su mensaje es: “El arte efectista debe de gustar a
fuerza”. Considero que los segundos sostienen lo radicalmente opuesto, son
aquellos a los que el arte y las letras en realidad los inspiran, los que se
nutren y enriquecen con las obras de arte o literarias y ven en ellas un
ejemplo a seguir. Es decir, es un punto de vista con categoría moral, basado en
criterios éticos del arte o, por lo menos, de lo que debería ser el arte; es el
punto de vista de la tradición en el arte. Los primeros son cerebrales,
relativistas y muy competidores; los segundos, se acercan a lo que en la década
de 1960 fue un debate muy importante iniciado por Jean-Paul Sartre: el debate
del intelectual comprometido, activo, y definitivamente con un papel muy claro
que jugar frente a la masa y contra y/o frente al Estado.
A pesar del aparente antagonismo
entre las dos posturas hasta aquí contrastadas (a favor/en contra del efectismo),
me parece que ambas tienen un ancestro común que se halla en la segunda mitad
del siglo XIX —curiosamente la época dorada para los poetas malditos, época en
que la actitud del poeta tanto como
la forma del poema estaban en juego—
que evolucionó con las vanguardias artísticas del siglo XX —entre las que
cuento: futurismo, creacionismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo y
surrealismo— que surgieron, entre otras cosas, del afán y necesidad de “un
absoluto moral” —según Tristán Tzara comenta en particular del dadaísmo—, y
obviamente, dichas vanguardias se alimentaron de una protesta al capitalismo
salvaje y burgués y se resolvieron como un saludo al socialismo y al comunismo
soviético; y terminaron decayendo, al igual que éstos, hacia mediados del siglo
XX. Concretamente en 1968, inicio de la Postmodernidad a nivel global con la
caída de la idea de La Revolución Madre abrazadora y La Revolución Padre rígido
y, con ello, otra vez más, el fin del hombre nuevo, la utopía del superhombre,
etcétera. Lipovestsky nos dio para entender eso La era del vacío.
Es curioso el hecho de que la
vanguardia que surgió de la posguerra en los cincuentas, fuera una literatura
que bien estudiada, no se identifica con ninguna de las dos posturas antes
mencionadas: los beatniks
estadounidenses no se proclamaban ni cerebrales-relativistas ni
éticos-del-deber-ser-del-arte: pero eso sí ¡Eran vitales y explosivos!
Permanentemente desafiantes e inconformes ante el panorama mundial tras la
guerra, estaban en contra de la sociedad puritana, de la moral chata
establecida en los Estados Unidos, en contra de la demasiada intelectualización
del alma del hombre por los métodos psicoanalíticos, etcétera. Curiosamente,
entre los partidarios o anti partidarios de efectismo los beats no figuran ni a favor ni en contra… lo cual le da a la beat generation un rango auténticamente
de vanguardia aunque se le haya querido negar por ciertos académicos; puesto
que esto es una de las características de las vanguardias: romper con los
cánones y los modelos tradicionales del quehacer artístico.
Si
me guío por los partidarios del efectismo, tendría que concluir que desde Crimen y castigo, Pedro Páramo hasta la cinta La
guerra de las galaxias, son obras, efectivamente, efectistas. Si me guío
por los que son sus detractores, Libertad
bajo palabra, Trópico de cáncer o
hasta 2001: Odisea del espacio, de
Stanley Kubrick son obras que para nada son efectistas. Para mí las seis obras
son fundamentales. Lo cierto es que el efectismo es espectacular, (aquí está y
hay que aplaudirle) su poder radica en la inmediata seducción soporífera, ante
él, el público o el lector se sienten inmediatamente atrapados, se hace oír a
como dé lugar: en lo más profundo se trata de un grito, un apantallamiento,
pero de ese apantallamiento no surge propiamente un sentimiento de convicción a
su favor, lo que provoca su sacudida puede ser terrible como el caso de Pedro Páramo: te deslizas fuera de la
órbita del pensar y analizar —en el sentido Socrático del término pensar— la
lectura y caes en el inconsciente colectivo, ¡De repente estás en el mundo
fantasmal de la lectura y los muertos están vivos y los vivos muertos! ¿Y qué
te sucede? Te lleva la chingada porque contra el inconsciente colectivo no hay
quien pueda. Incluso los héroes históricos, cuando logran vencer esa fuerza por
breves instantes de gloria y por la cual quedan inscritos en la posteridad, esa
fuerza se les regresa y generalmente tienen muertes sublimes que los escritores
o los dramaturgos llaman obra trágica; no es de mi interés polemizar sobre el
lugar actual de la tragedia (George Steiner y Fernando Savater tienen escritos
fundamentales al respecto), más bien me gustaría dar otro ejemplo de arte
efectista: eres un chavalo y te vas a ver La
Guerra de las Galaxias, esa superproducción Holywoodense: Naves espaciales,
efectos especiales y, digamos, la escena clásica del segundo episodio (El imperio Contraataca): después de una
serie de espadazos estilo samurái entre el protagonista (Luke) y el antagonista
(Darth Vader), el protagonista está a punto de morir y caer al abismo, sólo
puede salvarlo la mano de su enemigo (quien por cierto ya le cortó una mano a
Luke), pero antes le ha confesado que es su padre y lo llama como un padre a un
hijo a unirse al lado oscuro de la fuerza, algo así como la mafia de las
galaxias donde hasta los indígenas del Perú irán a Wal-Mart y gastarán miles de
dólares en su propia pantalla casera y obvio, híper inteligente, con
decodificador en lengua otomí. Y claro, tu como espectador tienes empatía con
el protagonista y al instante de la escena y la frase de Darth Vader, quedas
literalmente apantallado. Eso hace el arte efectista, te deja de a seis: te
congela tus sentimientos de convicción o de adherencia afectuosa ante la obra:
te muestra el rostro de la muerte en otras palabras. Mientras que el arte no
efectista se trata de un silencio a borbotones, una especie de larga meditación.
Siguiendo con los ejemplos que he propuesto, por ejemplo, en Trópico de Cáncer abundan las
descripciones sórdidas y melancólicas de las calles de París, los burdeles, las
fiestas, las prostitutas, el sexo decadente pero supremamente pasional y todo
el periplo de Henry Miller en el París de entreguerras. Henry Miller construye
en esa obra (al igual que en Trópico de
capricornio) un misticismo particular
del sexo, las aventuras y la sordidez, que alguien ya ha llamado posmoderno ¡y
antes de La Segunda Guerra Mundial! Otro ejemplo: 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick, ¿No es toda la cinta
una especie de compleja meditación sobre la existencia humana? Y del grito a la
meditación transcurre la única etapa de nuestra vida que quisiéramos ver
eternizada: la adolescencia. (No en balde los jóvenes, que sí mueven a la
historia y la mueven mucho, se enojaron con Sartre cuando dio su conferencia en
Praga en 1963 y los jóvenes de toda Europa voltearon los ojos a la beat generation donde lo que había era pura fiesta y rock and roll). En ésta
etapa de nuestra vida, como dijo el poeta Paul Nizan, todo amenaza con
destruirnos: el amor, el trabajo, los adultos, las ideas propias y ajenas,
incluso las de los libros, (v. gr. ¿realmente le hará bien a un joven de 24
años que lee en el metro leer La Condición
humana de André Marlaux?) y por supuesto, toda la mar de tentaciones y
pestes que hay en esta Tierra. Por eso, por haberla superado, la adolescencia
es nuestra más querida cicatriz, la queremos tanto porque fue el momento en que
más nos sentimos intensamente vivos: ésta es la época de las grandes pasiones
amorosas, de las pandillas y amistades míticas, de los grandes viajes y del
aprendizaje de tratar de vencer el miedo a toda costa custodiados con nuestra
auténtica sombra: ¿El padre? ¿La madre? No: la muerte, la que en esos momentos
no sabemos que ya nos pertenece. El efectismo es el grito que descubre (y
muestra) la muerte, el arte no efectista es el que, por medio de la
introspección, la meditación, la conciencia menguada (v.gr. las oraciones
místicas orientales como los conciertos del hindú Hariprasad Chaurasia o el
góspel norteamericano) nos puede llegar a separar del vértigo de esa obligada
amenaza. Coincido con Vargas Llosa: hace siglos Sor Juana o San Juan de la Cruz
llegaban al Nirvana del mismo modo que en la actualidad lo hacen los
jóvenes con el beat de la música electrónica. Arte efectista o arte sin
efecto (recursos técnicos o fórmulas ya gastadas o nuevas) me suena muy
parecido a tratar de entender o “analizar”
la diferencia entre fondo y forma, lo cual es falso por partida doble:
en primer lugar porque, el fondo y la forma se mezclan en el artista y/o el
escritor de manera tal que la forma y el fondo se convierten en lo que
simplemente tiene en la cabeza como su modo de pensar; en segundo lugar, porque
en términos reales el concepto que tenemos del ser humano se ha venido
especulando desde los tiempos de la Grecia clásica y siempre, en permanente
estado crítico: contingente: Se va o no
se va, ¿se irá? ¿Ya se fué? Claro, pero jamás se fue, sólo te despeinó el
viento: han estado aquí esos conceptos desde hace dos mil años de trabajo
intelectual. Es decir: están en la cabeza de todos, sean escritores o artistas
o no lo sean, pervive aunque sea de forma solamente tangencial. Ésta es la
razón de que las escuelas de Filosofía vuelvan, una y otra vez a Platón,
porque, a pesar de todo, Platón sigue siendo significativo…Es lo perenne,
lo que siempre debe de estar ahí: Es Ananké. Ahí donde el necio ve
forma, otro necio dirá fondo. La verdad es que la forma es fondo y viceversa. Todos hemos meditado sobre nuestras
actividades y todos tenemos, aunque sea en dosis graduadas, la experiencia de
la muerte. ¿Cómo podría ser de otro modo? Pero claro, en los terrenos de la
crítica literaria especializada y de arte en general, se tiende a segregar y
vilipendiar por un grupo de especialistas al arte marcadamente efectista. (¿Será
que la novela de Juan Rulfo es la excepción a la regla de cierta crítica porque
dejan de pensar la obra?) Estos
críticos serios o líderes de opinión, no son payasos mastodontes, no: por
ejemplo Jaime Labastida es real y genial, Gabriel Vargas Lozano nos enseña con
generosidad, me refiero a que algunos parecidos a ellos son gente que
simplemente han renunciado a recordar su adolescencia. Se les olvida, por
ejemplo, que los cuentos de Emilio Salgari como Los tigres de la Malasia hace 60 años tenían en los niños el mismo
efecto que actualmente las novelas “superficiales” de Harry Potter y todo ese tipo de literatura que trajo consigo: Me
parece que si los jóvenes entre 15 y 25 años de hoy en día leen este tipo de
libros, eso por sí mismo ya es extraordinario, Jaime: ¡Les regalaron ficción
genealógica! ¡Bien! Ni que el autor de éste libro les exija a los lectores de
éstas líneas que sean expertos en la Escuela de Frankfurt. Me parece que aquí
se debe distinguir la diferencia entre culto y culterano. Según ciertos
críticos, el frío razonar de Hegel o de Karl Jaspers son un florilegio
artístico filosófico, mientras que la filosofía que propone Manu Chao o La
Maldita Vecindad no sirven para nada. Se debe de distinguir entre culto, culterano,
ignorante y gritón de estupideces, el que tiene criterio y buen gusto. Fatal
error creer que el camino hacia la madurez debe empezar por La fenomenología del espíritu en vez de por
Clandestino. Sin ese disco, millones
de jóvenes de todo el mundo no hubiéramos entendido que el hermoso
desgarramiento que provoca el arte debe ser efectista en su primer momento,
para que ya en la madurez, la apreciación artística nos convoque para siempre:
para entender que cuando todo ha fallado, aún queda el arte. Y el verdadero
arte, el arte inconcluso y profundo, es inexplicable; es el arte que
verdaderamente es una salutación amistosa con todas las demás cosas y
creaciones humanas. Para ciertos especialistas, el público es irredimible y
según esa lógica, el PRI el PAN y el PRD gobernarán este país por los siglos de
los siglos, Televisa seguirá programando las películas del clásico cine
mexicano hasta para los hijos de nuestros hijos, el arte radicalmente
contestatario será folklore y en fin, el país no crecerá precisamente por no
escuchar a sus jóvenes más que cuando los jóvenes son los acarreados de las
nuevas esperanzas que sólo le cubren la máscara a la muerte, el cansancio de
las políticas y la lasitud hipócrita; como si pedir trabajo fuera mentarle la
madre al empleador, como si el arte fuera un hobby, como si la oficialidad de la cultura no necesitara a los que
ahora producen cultura, es decir, desde la danza y el performance callejeros
hasta los becarios del FONCA, esto tiene un nombre: diversidad. Como si
Shakespeare hubiera tenido a un público más intelectualizado que Harry Potter. Shakespeare podrá incluso
estar sobrevalorado, pero se las ingenió para dirigirse al gran público con
mensajes profundos en el mejor sentido del término “profundo”, en su época, se
podría decir, fue un autor de “culto” como ahora lo es Stanley Kubrick, Alejandro
Jodorowsky o John Lennon. La crítica seria sobre un autor y su trayectoria debería
aparentar ser literatura barata. (Subrayo
la palabra aparentar en el sentido
que lo es su antónimo: realidad). Es
decir, debería ser graciosa como resulta ser un espejismo: un ejercicio o
visión que se desarme por sus propias reglas, como el ejercicio mismo de la
creación y sobre todo porque ningún arte está pidiendo la autorización ni la
aprobación de nadie. Ya nadie recuerda a los críticos de Stanley Kubrick, ya
nadie recuerda al editor que no quiso publicar Trópico de cáncer, y menos se recuerda a los que denostaron la
grandeza de Shakespeare. Mejores gritos, mejores meditaciones, especulación
explícita, eso debemos esperar. ¿Nada más? Nada menos, pero, como dijo Jim
Morrison: “¡Lo queremos ahora!”