domingo, 23 de septiembre de 2007

Dispersiones sobre cine poesía y pintura

Por Marcos García Caballero Desde hace tiempo he sospechado que el lugar que ha desempeñado el cine en el siglo XX, desde un punto de vista sociológico, fue el mismo que desempeñó en el XIX la novela, así como el teatro en el siglo XVI y tal vez en este siglo XXI sean las nuevas tecnologías virtuales y el internet. Dejo en un segundo plano a la televisión y la radio ya que me parece que su campo de acción pertenece a tiempos y a duraciones más efímeras y no de gran impacto en la sociedad, a pesar de que en México se ve mucha televisión y la radio tiene el honroso prestigio y nobleza de comunicar precisamente a las comunidades más alejadas de las grandes urbes o megalópolis del planeta. La radio comunica a ranchos, pequeñas haciendas, pueblos de playas semivírgenes y da cuenta de los hechos locales política y culturalmente informando el latir de esas comunidades. En un país como México, en que desde los tiempos en que terminó la Revolución se habla de que las ciudades han superado a la sociedad campesina y que debemos ingresar a la modernidad en términos de legitimidad de gobierno, democracia sin cortapisas y un definitivo alto a la corrupción, nos hemos dado cuenta de que estamos condenados a que esas ideas sigan viniendo sin cesar, siempre prometedoras, siempre inalcanzables, siempre esperanzadas. Así lo vio Vasconcelos cuando tuvo que empezar desde cero la tarea educativa del país. No importaba que la gente no leyera si es que acaso sabía: era preciso penetrar con los clásicos griegos por todos los rincones del país: Aristóteles, Píndaro, Homero. Ya después se cotejarían los resultados: lo importante era darle a México un pasado de dimensión internacional. Me he referido al latir de las comunidades y lo hago ahora también de las grandes urbes: en los años cincuenta del siglo pasado ese latir estaba perfectamente empatado entre cine y literatura en México, no en balde es llamada la “época de oro” de nuestro cine. Por ejemplo, las películas del guionista Alejandro Galindo estaban basadas en reminiscencias de textos fundamentales de ésa época: El laberinto de la soledad, La región más transparente, El perfil del hombre y la cultura en México, etcétera. Entre las luminarias de nuestras letras había un debate muy importante sobre la identidad nacional que Galindo, con un enorme colmillo y conocimiento de las tretas cinematográficas, plasmó en películas como Los hermanos de hierro. Y creo que esto tuvo y tiene mayor impacto en las sociedades y que definen mejor el sentir de una época. Por ejemplo, en la actualidad, películas como Sexo, pudor y lágrimas, Amores perros, La perdición de los hombres o Y tu mamá también... y en un lugar no menor aunque de menos alcance de las grandes masas, novelas como La piel del cielo, de Elena Poniatowska, galardonada con el premio internacional de novela, Alfaguara 2001, El otro amor de su vida de Héctor Manjarrez o la multimencionada En busca de Klingsor de Jorge Volpi. Y así lo seguiré creyendo, ya que me niego a definir a nuestra sociedad por el número de partidos de fútbol que se ven en las cantinas de la ciudad de México. Vuelvo a mi sospecha: el cine deja atrás a la novela como hecho cultural que se inserta en el cotidiano histórico. Pero a su vez, el cine debe mucho a las grandes novelas del siglo XIX. Así lo vio Tolstoi en una enorme profecía citada por Fernando Savater en un hermoso artículo titulado “La palabra imaginaria”(revista Intermedios, marzo de 1992): “Ya veréis cómo este pequeño y ruidoso artefacto provisto de un manubrio revolucionará nuestra vida: la vida de los escritores. Es un ataque directo a los viejos métodos del arte literario. Tendremos que adaptarnos a lo sombrío de la pantalla y a la frialdad de la máquina. Serán necesarias nuevas formas de escribir”. Las deudas del cine a la literatura y su relación son brillantemente exploradas por Savater. Pero yo me pregunto: ¿Y la poesía, y la pintura, la música? La música se ha revelado como una hermana casi gemela del cine, al nacer el cine sonoro y más adelante, el soundtrack, así que entre la combinación de música y escenas sentimentaloides o emotivas en la pantalla, la gente las confunde con poesía y cree que de un plumazo se pueden borrar a Baudelaire, Vallejo o Huidobro. Hablando en plata, es sabido que el cine es una bola de trucos que obligan al espectador a interesarse, a desbordarse y a entusiasmarse con una trama o unos personajes. No hablo aquí de los grandes creadores de cine, como Orson Welles, Bergman, Kurosawa, Tarkovski, Kubrick o Buñuel. Sino el cine normal, norteamericano, hoolywoodesco, predigerido y de hecho mucho más disponible para el espectador de a pie: usted o yo. En esos terrenos, la poesía y la pintura casi no tienen nada qué hacer junto con el cine. Tal vez esta aparente lejanía se deba a que el pintor es un poeta por otros medios, es decir, que presenta un mundo estético acabado al igual que el poeta con sus palabras, se trata de una estética que no se conforma con re-presentar al hombre o la naturaleza, como lo hacen la novela y el cine, sino que en realidad presentan ese otro mundo donde vivimos nosotros: el alma, la otredad en el yo o la ensoñación, tema brillantemente explorado por el franchute Gaston Bachelard en su ensayo La poetica del espacio. Existen ciertas ideas psicoanalíticas que defienden al cine comparándolo con los sueños. “Soñamos como si viéramos una película”, parece ser la conclusión con la cual el psicoanálisis avala al cine y lo declara moralmente sano y recomendable. A los que así piensan y (sobretodo): ahí se detienen, los remito al espléndido cuento de Bertrand Russell Ajuste. Una Fuga para que descubran lo que le pasó al psicoanalista que intentó someter a diván a los grandes personajes de Shakespeare. ¿Qué pensaba Freud sobre lo que descubrió Lumiére? Por lo menos hasta donde yo tengo noticia no hay un texto freudiano amplio y contundente al respecto. Por tal motivo, creo que en ésta tónica (por lo menos la de ésta nota) Bachelard fue mejor detective: es la ensoñación el estado en el que verdaderamente el individuo se revela, dialoga y examina su propia vida. Cuando se trata de penetrar en el interior de un personaje, el cine se vale de una nubecita (ahora este efecto está casi ya superado) u otros que nos muestran un mundo onírico, pero pintores y poetas saben que esto no basta para hacer poesía; poetas y pintores reflexionan, se inspiran (es decir, tienen visiones de la materia o sustrato poético sobre el cual trabajarán, lo cual es muy distinto a imaginar propiamente imágenes: el binomio imagen visual-imágen poética no existe) y no sólo sugieren, como lo hace el cine. El arte pictórico y poético expresan la fascinación y el vértigo de sentir o indagar en el alma propia, lo cual es una defensa preciosa de la subjetividad: poesía y pintura insinúan lo otro, el cine insinúa un truco. Aunque partimos del hecho de que ambos caminos seducen, (en el sentido de que en cualquier seducción hay algo de trampa y espejismo), en poesía y pintura la seducción nunca acaba: la prueba estriba en que un buen observador de cuadros o un buen lector nunca se cansan o se aburren de las buenas pinturas o los buenos poemas; en cambio, mirar la misma película una y otra vez resulta un tanto bruto. En fin, el cine tiene muchos grandes novelistas, en el sentido de la estructura narrativa, pero aún le faltan un Borges, un Neruda o un Salvador Dalí. El día en que esto se muestre, será gracias a que los hoy aprendices de cine habrán leído a Bachelard, la ensoñación se desnudará y así comprenderemos una vez más, que el cine puede y debe ser un arte, que al igual que todos los demás, necesita revolucionarse en contenidos y no sólo en aspectos puramente técnicos. Abril 2003

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Por donde vivo acá en aguascalientes hay una escuela primaria que depende del tec de Monterrey (es fraccionamiento lujoso con un solo pobre: yo), a la hora de las 8:30 de la mañana y las 3 de la tarde, se atasca de montones de autos. (Según esto, hay una estadística en la cual figura que en Aguascalientes hay más vehículos por habitante que en todo el resto del país, lo cual habla pestes del sistema de transporte ya que la ciudad ha crecido muchísimo en el horizonte) Y los carros que más abundan son las camionetas, hay de todos tipos, se me figura que son camionetas que parecen tan modernas como moderno es el calzado deportivo y en proporción hasta se parecen un tenis nike a una toyota hiper moderna. Todo esto viene de la cultura norteamericana: los gringos adoran las camionetas hiper modernas, a diferencia del auto promedio europeo que es más bien chico. Tiene que ver con la cultura gringa donde, como ya dije una vez antes de que este blog muriera y renaciera, los gringos simplemente no saben distinguir lo grandote de lo grandioso, lo que visto desde la pespectiva hidrocálida solamente hace ver más grosera la diferencia entre los pobres y los ricos. No bromeo: En una Camioneta enorme ford lobo va la señora madre de familia a dejar a su hija a esta escuela, ¡Y nada más ella va en la camioneta! Súmenle unas 300 camionetas más y se apreciará en big baby esta cultura de lo grandote. La mejor extención del pensamiento para mi gusto son los libros y no suelen ser grandotes, lástima que pocos comprendan que son extraordinarios.

martes, 11 de septiembre de 2007

CANTOS DE NÁUFRAGOS dedicado a los indígenas chiapanecos Miguel Angel Méndez Martínez adagio Escucho el oleaje golpear las puertas pero siento la cadena abrazar a mi fantasma 1 Vivimos aguardando sentados a la orilla de desiertas vías Estamos contemplándonos sobre los añicos de la última marejada 2 Venimos recorriendo soles que nos calcinan en los insomnios bebiendo nuestra propia sed mordiéndonos de las manos el hambre 3 Esperamos un tren que para nosotros nunca parte Miramos pasar navíos azules y lustrosos donde no marchan sonriendo nuestros rostros 4 Somos una generación de obscuros cactus en busca del Aztlán que nos fuera prometido Hemos llegado de los cuatrocientos confines para clavar aquí nuestro cansado estandarte 5 Somos los náufragos olvidados en el recuento los que vagan como extranjeros en sus propias aguas Los que son ceniza en el ojo de los Dioses los recolectores de frutos ajenos los que levantan el palacio del rey y perecen bajo el sol o las tempestades 6 Mira nuestros años de obscuridad infinita reconócenos reconócete mírate en este pozo en el que estamos ahogándonos 7 La espera nos carcome como al silencio el aullido de los coyotes y no cargamos hachas en los morrales ni luna que incendie nuestro horizonte Sólo la carroña de los años vacíos madura en los sueños y los cantos de la adolescencia ranciándose en la memoria 8 Vamos cayendo sobre la raya que pinta la noche y sus abismos creciendo como yerbajos mudos y amargos junto al festín de la vida Qué sueño asaltar si todos llevan el mismo destino la aurora encalla en nuestras manos como una flor de agua turbia donde el tiempo asfixia y despedaza el azul mientras aguardamos. Poema incluído en el poemario En el de 2da, editado por el Instituto Cultural de Aguascalientes en 1993.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Noticia urgente para la que vendrá...

Yo tenía una novia (que quise mucho) que tenía una perra (también llegué a quererla), que juntos acostumbrábamos sacar a pasear, so pretexto de que ella en realidad lo que iba a hacer, era dejar que yo le hablara de mis ocurrencias mientras se fumaba gordos porros de mota. Así era más o menos la cosa: Yo abundaba en la fundamentación ontológica del querer humano para concluir con un: “En éste mundo no hay salida, la única salida es querer algo, aferrarse a algo y no temer necesariamente su no realización”, mientras mi novia miraba correr a la Bacha, porque también así se llamaba la perra pastor alemán que sacábamos a pasear. De repente, no sé si ocasionado por obnubilación o lucidez psicoactiva, mi novia decía exhalando el humito: —Qué horror, cuando era niña, mi mamá me decía: “Bacha, baja a cenar”, ¿Me entiendes? ¡Me confundía con la perra! Dadas así las cosas, el parque tan hermoso donde íbamos y mis intenciones de desnudarla, evidentemente yo tenía que componer la situación: —¿Tu madre siempre fue psicoanalista verdad? —Sí... de hecho como soy la mayor, según ella debo de continuar la tradición. —Bueno, bueno, sabes que no estás casada con el psicoanálisis, no tienes que estudiar psicología si no lo deseas, además, como dijo Roger Bartra, la combinación de mariguana con marxismo no da para mucho, entonces, Freud y el otro componente se las han de ver igual, o quizá peor —me la sacaba yo. Mientras la discusión tomaba forma, la bacha se acababa en los labios de mi novia y la otra Bacha, jugaba con su pedazo de madera al que recogía una, y otra y otra vez. Sin ladrar. —Mi madre siempre me ha visto como su herencia, la única de sus hijas en la que ve su legado —exploraba en la cultura de la queja mi novia. —Bueno, yo también me he psicoanalizado (me atrevía a decir sin vergüenza), es... es ese aire de las lecturas mal hechas de Lacan, obviamente, después de las lecturas de sus libros y de los de Freud y todos esos, y que el complejo oral (la mamada), el anal (presta pa’ la orquesta), el edípico (acuérdate quien soy), el de castración simbólica (tú eres tú y solamente tú) y vaya el demonio a saber qué más chismes, tu mamá descubrió que tú eras la Bacha, pero no esa, tal vez, sino la que está en tus labios, esos labios mitad naranja y golondrina, esos labios mitad grafito y porcelana, esos labios... mitad vergüenza mitad cólera... ¿O no? —Eres un cabrón —decía ella. Aquí ya no se ve mi rostro, no debe verse, porque sólo ella lo veía y... (lo juro) empezaba entonces lo que yo quería. Lo que debe verse es la fábula: Madre, Hija y Bacha, hacen que el corazón diga: yo palpito, y de cara al porvenir, si da, también palpitaré y si quieres, con don te amaré. Digo: no hay que preocuparse por su no realización...