viernes, 30 de enero de 2015

RECUERDO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS...



En San Cristóbal de Las Casas, una ocasión que visité el año pasado (2014), tuve varias impresiones sobre el lugar que no quiero que pasen desapercibidas. En primer lugar lo que resalta es  una constante mexicana: la mayoría de la población oriunda, sumida en una desesperada miseria que convive junto al turismo  (algunas veces revolucionario) europeo y el nacional, con unos rasgos demasiado marcados de catolicismo combinado con el pasado indígena muy propio de la región. En serio: no tengo fotos de sus rostros porque en el mercado de San Cristóbal creen todavía que una fotografía les roba el alma. Tengo ya un texto sobre Chiapas y mi visita a las comunidades zapatistas aquí (Véase: “Los Griegos Valientes de Chiapas”) además de que salió publicado en un librito que se distribuyó en la Delegación Venustiano Carranza. Sin embargo, pienso yo, además de que ya ha pasado tiempo de ese texto (2002) la situación en Chiapas me parece que ha cambiado y para bien. Por ejemplo, ahora existe en San Cristóbal el primer hospital de Latinoamérica al cual pueden acceder los indígenas por ejemplo, pongamos por caso, un nacimiento, un parto. En éste caso, así como en la cura de enfermedades de la región, la madre tiene la opción de parir asistida como sería la forma moderna en un hospital de La Ciudad de México, u optar por la manera de la tradición indígena. Del mismo modo, un viejo puede preferir que un brujo le cure una enfermedad respiratoria a consultar a un médico con cédula profesional. Éste solo hecho es un logro importantísimo pues respeta la tradición de los tojolabales o los tzeltales o cualquier otro grupo étnico de los de Chiapas. Y debemos de decir que éste tipo de avances se deben en parte, a la resistencia del EZLN, que mediante la presión  al gobierno estatal y, con el mundo observándolos, ha logrado este tipo de avances.
En San Juan Chamula, una pequeña población cercana a San Cristóbal existe un fervor religioso muy singular: Observamos la iglesia, el guía nos hace indicaciones sobre las gorras, las cámaras, etc. Dentro de la iglesia observo unos retratos de Santos canonizados a los cuales nadie les reza. Lo que ocurre, nos explica el guía, es que hacia finales del siglo XIX, un rayo cayó en donde era originalmente la iglesia, y los indígenas, a pesar de que ya ha pasado más de un siglo, tienen a esos Santos “castigados”, y la razón es que no los protegieron del evento del rayo. San Martín es uno de los que recuerdo como Santos “castigados”. Por otra parte en las calles de San Cristóbal, deambula tristemente la miseria: recuerdo haberme sentado en un café y entre el paso de la gente, turistas, vendedores de artesanías, etc. Pasó un muchacho con una facha terrible y me dijo extendiendo la mano: “ayúdame… me estoy muriendo… ayúdame.” Le pedí al mesero que le diera un vaso de agua y le di 20 pesos, no creo haber podido hacer mucho por él, pero qué desgracia. Los restaurantes en la noche estaban a reventar, mientras querías dar cada bocado a la pizza italiana casera, ya te habían ofrecido como seis veces collares y postales, tejidos, vestidos, sombreros, etc. San Cristóbal tiene un aire a peligro y misterio. Cuenta Elena Poniatowska en su premiada novela Leonora, que Leonora Carrintong visitó San Cristóbal en los sesentas y que estuvo en el Cañón del Sumidero, por cierto, hablando de Cañones, Ezra Pound el enorme poeta, decía que la Poesía es, empleando la metáfora, lo que ocurre cuando desde la altura del Gran Cañón dejamos caer una pluma de ganso y la explosión que ocurre cuando llega hasta abajo: eso es la Poesía según Pound, pero no se equivoquen, actualmente se sabe perfectamente que El Sumidero es bastante más profundo que el gran cañón, el sumidero es de ¡un kilómetro! Y además es más largo. Oscurece temprano en San Cristóbal, como a las 6 y media ya está oscuro. Y otro día el guía de turistas nos llevó a Los Lagos de Montebello, que desgraciadamente, ya están saturados de anuncios de la cerveza Corona, me lleva la chingada, y otra vez la constante que no parece tener fin: la maldita miseria. Y pa colmo, los laguitos de Montebello sí están muy hermosos, pero ahí no se puede acampar ni nadar, ¿me creerían si les dijera que decía a cada rato: “¿Subcomanche Marcos, dónde andas?” Como un niño que le habla a su padre. Como no lo encontré pongo mi cara aquí abajo: nuestra única diferencia es que yo no uso pasamontañas, pero recuerden siempre que sin Z, hay un silencio lleno de significados obvios…
Arriba éstas bellezas del País Vasco son el nuevo turismo revolucionario... yo ya pasé por ahí.
Ésto de arriba es a lo único que se le puede tomar fotos en el mercado de San Cristóbal, por cierto, el Aguardiente de Chiapas, el "Posh" sabor a canela es una delicia, trajimos una botellita por avión. Y claro, ¡QUE VIVA CHIAPAS!

miércoles, 28 de enero de 2015

DIÁLOGO ENTRE VECINOS....



El otro día tuve un diálogo con un hijo de un vecino que no veía hace mucho tiempo y me dijo: “Hola, yo también estoy muy feliz de que Peter Higgs le hayan dado el premio Nobel de Física 2013 por haber elaborado en los años sesenta la teoría de lo que actualmente se conoce popularmente como “la partícula de Dios”, es decir, el Bossón de Higgs, supe además que alrededor de demostrar esta teoría trabajaron físicos de más de 10 países y me imagino que con esto, tú que estudias filosofía, le darás eminentemente la razón al realismo científico y no al idealismo que dice que los leptones o los quarqs son simplemente ficciones convenientes con las cuales trabajan los científicos ¿verdad? Sí, porque, sino, ¿de qué otra forma se explica el gasto millonario de haber construido el acelerador de partículas en la frontera entre Suiza y Francia? Bueno, te dejo, debes sentirte triste de que ya haya muerto Higgs, voy a comprar una Coca-cola, las tortillas, las donas bimbo y unos chicles clorets para lograr sonrisas fuertes”. Después de escuchar aquello, yo sólo pedí unos chicles para demostrar mis sonrisas fuertes: es una pena la muerte de Peter.

martes, 27 de enero de 2015

PROSA DE LA IMAGEN (Incluído en mi libro Cuentos Iconoclastas y otros cuates)



He decidido que la poesía no es tan importante.
Importante es una palabra que se abre y se cierra como una mano que toca una pared que sólo responde que lo importante es importante y punto. No hay nada qué decir. En cambio, la poesía, quitándonos del rango etimológico es simplemente una palabra que abre una cortina y muestra un cuerno de rinoceronte blanco como sólo los hay en África; abro la palabra poesía y empiezo a ver ese rinoceronte caminando, luego, se detiene, arriba se ve que viene una tormenta y las aves vuelan, como sólo vuelan las aves de la poesía, es decir, no son aves, son pararrayos que detienen la palabra y su significado que viene arrastrado por esa tormenta que indica que las aves se deben de ir y el pararrayos está ahí para que la musa que me inspiró decir que la poesía no era importante no se vaya. Pero volvamos con el rinoceronte, si nos acercamos podemos verlo parpadear de un solo ojo, pues en rigor científico (que no por otra parte no es un rigor tan alejado del poético como la gente que ha pensado que la poesía no es importante suele creer), ese ojo entonces, está casi a 180 grados del otro, y el rinoceronte, después de alzar la cabeza y ver que se viene una tormenta (o como traducen a las películas gringas diríamos como si éste poema fuera una película, diríamos que “se avecina una tormenta”). Entonces la palabra importante cobra fuerza en el instinto del rinoceronte y sabe que tiene qué correr, aunque no sabe a dónde o para qué, pero él lo siente. Recordemos que las aves ya se fueron y que se espera que haya un pararrayos cerca del ángulo donde vemos al rinoceronte para que éste se apure. ¿Pero para qué? Podría preguntarse con toda su grandeza e invencibilidad de bestia salvaje en África éste rinoceronte, ya que él sabe que en la selva africana ni los leones se le acercan para molestarlo. Molestar. Ésa palabra parece que produce la poesía en quien no la entiende, ese tipo de gente desea que el que habla del poema y/o el que lo lee, termine rápido porque si un poema es leído en una presentación de poetas en una ciudad de un país como México, probablemente al final del evento llueva. ¿Por qué? ¿Será por la poesía? ¿Será por el misterio que rodea la vida humana? ¿Será porque en rigor científico tiene qué llover y san se acabó? El caso es que es frecuente, por lo menos en la ciudad de México, que  después de una lectura de poesía se ponga a llover y con la lluvia la gente sale después de la lectura y de haber sentido que es bueno salir y darse un rol a escuchar a los poetas y… ¿Cómo puede ser? Se pone a llover. Es que en verano hay muchas  lecturas de poesía, pero en otoño también y suele ser la época en que se pone a llover. A veces con  una fuerza tal que sale en los periódicos del día siguiente que esa fuerza de tormenta derribó un árbol y cayó sobre un coche o el sistema de drenaje no pudo más y en alguna parte de la ciudad hay inundaciones, por tanto, la gente se preocupa y comenta. Mientras que la poesía, la muy inocente y la muy que no sirve para nada, pasó, como pasa todo poema por el tiempo pero, como es un poema que está atorado en un papel, regresa en las manos de la novia del poeta que leyó en esa presentación del su novio el poeta y la mujer, esa noche o la noche siguiente le dice al poeta: “tu poema que leíste está muy bueno, en el momento no presté atención, pero ya si lo leo con detenimiento, no sé por qué, pero me gusta”. Ahí el poeta está obligado a hablar de su poema y no de la lluvia y por eso suele decirse que los poetas habitan otra dimensión de la realidad porque el poeta sale a la calle a comprar cigarros y sólo dice: “pinche lluvia” y regresa y hace el amor con su novia y ponen  música quizá de Fito Páez o de Óscar Chavez y luego prenden un cigarro y se olvidan de la lluvia y se miran. Mirarse. Una palabra que parece no ser tan importante como la primera palabra que dijimos categóricamente en este poema, la palabra importante, porque la palabra importante es muy importante porque después de decirla llega como un silencio que nos recuerda lo que es importante y lo que no lo es tanto o lo que se puede dejar para mañana. Pero ahí sigue la lluvia que es una barbaridad y el departamento de policía apresura el tráfico y desvía su fluido porque el dichoso aguacero ya le dio en la torre al sistema de drenaje y todos, todos, los automovilistas y los policías y los peatones tienen qué apurarse, y nadie dudaría en un momento así que eso es importante, pero el poeta piensa en Óscar Chavez con su novia al lado y se imagina tal vez que el anuncio de su lectura será noticia el día de mañana pero, obviamente, la noticia comentada será la de la lluvia y todo el mundo dirá “pinche lluvia”, como el poeta cuando salió a comprar cigarros. Cigarros, esa palabrita tan olor a adolescencia siempre se esfuma, como la propia adolescencia, que si puede o no ser importante es decisión de cada quien. Paul Nizan, el poeta, dijo que en esa época todo, en realidad todo amenaza con destruirnos: a un adolescente esta declaración puede ser crucial para decidir si prueba por primera vez la cocaína por ejemplo, y nadie dudaría que el adolescente que prueba por primera vez la cocaína o no la prueba, pasará a través de una decisión muy importante. Pero la primera palabra que dijimos como sustantivo en este texto, o sea la poesía, tal parece que no es importante, o por lo menos el poeta que escribe éste poema llegó a esa conclusión, incluso ese poeta ya apagó su cigarro desde que hablábamos de rinoceronte y ha recibido dos llamadas telefónicas que no servían de nada; números equivocados, eso, sin duda, no es importante, pero cómo fastidia. Al igual que el que no entiende la poesía se fastidia cuando el poeta lee sus versos en público, como por ejemplo el poeta que en este texto mira a su novia y le dice: te amo tanto, te amo tantísimo, y el poeta, como por ser poeta siente la obligación de estar apasionado de por vida, claro, lo sentirá sólo si de verdad es poeta, no un leguleyo, pero tomemos por cierto que ese es un poeta verdadero. Entonces, comenzará a besar el brazo desnudo de su novia, apagará el cigarro porque sabe que a la novia le choca el olor a cigarro, tomará un trago de agua y luego  verterá  un poco de agua lentamente sobre el ombligo desnudo de la novia, mientras afuera llueve y el tráfico es un desorden y mientras tanto, el rinoceronte sentirá deseos de correr y correrá. ¿Cómo lo veremos corriendo al rinoceronte? Si éste es un poema guión película, entonces tendremos que verlo con majestuosidad, como si fuera el mismo rinoceronte de la barca que sale en un cartel muy famoso que anuncia una película de Fellini, ese director de cine que sin duda, ha hecho del cine un gran entretenimiento y ha elevado al séptimo arte, como según suele decirse de éste, a una calidad asombrosa que pone de manifiesto que lo mejor y lo peor de los seres humanos, lo vemos en las pantallas del cine. Esto, sin duda, es importante, pero es importante para un sector de la población, no para todo, en primera, porque en nuestros tiempos ir al cine cuesta caro, además de que es raro ver una película de Fellini en la cartelera de los periódicos es más raro todavía y no toda la gente puede ir al cine porque el cine es sólo para ciertas clases sociales que pueden darse ese lujo. Lujo es una palabra que tampoco suena importante, pero caray ¡habrá que preguntárselo a gente como Madonna o Carlos Slim a ver que piensan del lujo! Argumento que entreabre las palabras o los órdenes de ideas de lo relativo, todo es relativo, suele pensar el sentido común, es decir, todo es importante o no importante respecto a qué otra cosa, concepto o acción. Regularmente, el sentido común en este momento empieza a filosofar y aunque no lo parezca, la filosofía, o por lo menos lo cree éste poeta que dice que la poesía no es tan importante, está convencido de que la filosofía es muy importante, porque educa y enseña a pensar, ¿pero la poesía? Vuela sola por el mundo y entonces entra la imaginación para volver a ver al rinoceronte que corre escapando de la lluvia y ése rinoceronte sabe que no escapará, pero en realidad, de lo que se las olía éste rinoceronte, es de que unos seres humanos  lo andaban persiguiendo para cortarle el cuerno blanco que tiene como dijimos al principio, y por ese cuerno blanco lo van a matar, ya se sabe que así es el hombre, o por lo menos así lo entendemos cuando vemos la televisión y con indignación pensamos a qué clase de raza pertenecemos que le hacemos eso a los pobres rinocerontes. ¿Pero la poesía? Ahora es un poco más significativa la pregunta sobre su importancia o sobre su no importancia, porque ya vimos al poeta y su novia, al tráfico y al rinoceronte y las aves poéticas que tienen un pararrayos por ahí para ver qué tan cierto es que la poesía no es importante. A lo mejor este poeta que escribe su poema, podría pensarse, llegó a esa conclusión porque la poesía le estaba echando a perder la vida o quizá más psicoanalíticos, como todos los psicoanalistas que se sienten que sus pacientes son poetas porque dicen por medio de palabras su dolor y eso, para algunos psicoanalistas, es poesía, pero, ¿eso es poesía? Yo creo, el yo que escribe y el yo poeta y el yo que se me ocurrió decir que la filosofía sí es muy importante porque enseña a pensar, estamos seguros que por lo menos, hablar ante un psicoanalista no es poesía. Ahora entrevemos la reflexión de qué es o qué será la poesía, pero para eso hay muchos libros escritos sobre poesía y éste poeta tiene uno publicado en el que quiso decir qué era la poesía, según él, arrancándose las entrañas. ¿Pero pasó algo? No, no pasó mucho, el libro fue presentado un día que fue el día que se cayeron las Torres gemelas de Nueva York, fue poca gente a la presentación de dicho libro porque toda la gente estaba viendo en televisión qué había pasado y éste poeta que escribe, se siente tentado a escribir que su poesía es tan fuerte que se alza contra la barbarie de los actos terroristas y sobre terrorismo o no terrorismo, la gente no dudará en calificar que políticas buenas o malas o políticas como las que sean, complejas o chaparras, el terrorismo es un tema de actualidad, es decir importante, por tanto. Pero la poesía se viene haciendo desde hace cerca de más de 2500 años cuando apareció el libro del Gilgamesh, que es el primer poema de la humanidad, simplemente. ¿Eso será importante? Aquí el poeta que escribe este poema tuvo que dar un trago de su refresco porque él, por lo menos, cree que el tema da para mucho y para hablar largo y tendido y atisbar, poco a poco, lentamente, con pesar, porque éstos son sin duda tiempos amargos, que la poesía sí es importante y que la frase categórica de que la poesía no era tan importante, ya no se sostiene, es decir, este texto ya no se sostiene, como dicen los maestros de literatura o los coordinadores de talleres literarios, lo único que quedó de éste texto fueron unas aves que se fueron poéticamente, un rinoceronte corriendo de unos humanos y algunas cosillas más, pero lo que sí se sostiene es la lectura que dio ese poeta que no conocemos ni a su novia y la lluvia primorosa, que al día siguiente, serán noticia y alguien morirá y alguien nacerá, pero alguien, sabrá la importancia de la lluvia y de la poesía.

domingo, 25 de enero de 2015

LA PEDANTERÍA REMOTA RECOMIENDA ÉSTE ENSAYO DE STEFAN GANDLER


EN ÉSTE PEQUEÑO ENSAYO PERO PERFECTAMENTE DOCUMENTADO SE PUEDE ENCONTRAR DESDE UN SENTIDO HOMENAJE A LA "AVENTURA" DE EL BENEMÉRITO DE LAS AMÉRICAS, PASANDO POR LA SITUACIÓN SOCIAL Y FILOSÓFICA EN ALEMANIA, HASTA UN EXCELENTE RECUERDO DE LA FIGURA DE BOLÍVAR ECHEVERRÍA Y SÁNCHEZ VÁZQUEZ,  TODOS LOS ENSAYOS CON RIGUROSAS NOTAS A PIE DE PÁGINA... ¡¡CELEBREMOS AL FILÓSOFO ALEMÁN QUE PREFIRIÓ ESTAR ENTRE NOSOTROS QUE EN FRANCKFURT!!!

lunes, 19 de enero de 2015

LA PEDANTERÍA REMOTA PREGUNTA...



DÓNDE ESTÁ LA GRAN FILOSOFÍA

JAVIER GOMÁ LANZÓN 
14 MAR 2013 EL PAÍS

La filosofía ha desertado de su misión de proponer un relato totalizador a la sociedad. La Universidad se ha quedado sin iniciativa. La orfandad teórica ha permutado en la historia o la crítica a la modernidad.

Este artículo no es un artículo sino un telegrama que mando a los lectores. No caeré en la tentación de agotar el limitado espacio disponible con nombres de filósofos y títulos de libros. Citaré sólo unos pocos para ilustrar la tesis principal. Y no mencionaré a los españoles porque a todos me los encuentro en el ascensor. Y no porque hubiera decir de ellos cosas poco amables. Todo lo contrario: es una desconcertante paradoja que la ausencia de gran filosofía coincida en el tiempo con la generación de profesores de filosofía más competente, culta y cosmopolita que ha existido nunca, al menos en España, y yo ante ellos, de los que tanto he aprendido, me descubro con admiración. En todo caso temería encontrarme en el ascensor sólo a los no citados.
La misión de la filosofía desde sus orígenes ha sido proponer un ideal. La gran filosofía es ciencia del ideal: ideal de conocimiento exacto de la realidad, de sociedad justa, de belleza, de individuo.

En lo que se refiere ahora sólo al ideal humano (paideia), un repaso histórico urgente empezaría por Platón, que encontró en su maestro, Sócrates, la personificación de la virtud; Aristóteles introduce el hombre prudente; Epicuro, el sabio feliz; Agustín, el santo cristiano; Kant, el hombre autónomo; Nietzsche, el superhombre; Heidegger, el Dasein originario o propio… Un ideal muestra una perfección que, por la propia excelencia de un deber-ser hecho en él evidente, ilumina la experiencia individual, señala una dirección y moviliza fuerzas latentes. Los filósofos citados, y otros que podrían traerse, son pensadores del ideal y justamente eso hace grande su pensamiento y la lectura de sus textos perdurablemente fecunda. Esta observación enlaza con el segundo de los aspectos de la gran filosofía que deseo destacar.

La filosofía se asemeja a la ciencia en que, como ésta, su instrumento de trabajo son los conceptos. Pero los conceptos de las ciencias empíricas son verificados en los laboratorios o los experimentos. En cambio, nadie ha verificado nunca las proposiciones filosóficas de Platón. Si volvemos a Platón una y otra vez no se debe a que la verdad de su filosofía haya sido validada empíricamente sino a que su lectura sigue siendo de algún modo significativa. En esto la filosofía se hermana con la literatura, no con la ciencia: dado que la prueba explícita le está negada, el filósofo produce textos que han de convencer, de persuadir, de seducir, y en este punto en nada esencial se diferencia del literato que usa con habilidad los recursos retóricos para mover al lector y captar su asentimiento. De ahí que, en la abrumadora mayoría de los casos, la gran filosofía, pensadora del ideal en cuanto al contenido, suele ir aparejada a un gran estilo en cuanto a la forma. El filósofo es sobre todo, como el novelista, el creador de un lenguaje y el administrador de unas cuantas metáforas eficaces con las que manufactura un relato veraz —aunque inverificable— para el lector.

El filósofo produce textos que han de persuadir, de seducir, y en este punto, no se diferencia en nada del literato

Esta función retórica de la filosofía es algo que, por desgracia, ha ido echando al olvido la filosofía contemporánea acaso por el vano achaque de querer parecerse a la ciencia. Los dos últimos libros de filosofía realmente influyentes, Teoría de la justicia de Rawls (1971) y Teoría de la acción comunicativa de Habermas (1981), son ambos piezas literariamente muy negligentes, áridas, técnicas, secas y demasiado prolijas, que reclaman un lector especializado y muy paciente dispuesto a acompañar al autor en todos los tediosos meandros intermedios que preceden a las conclusiones, ciertamente susceptibles de ser presentadas con mayor claridad, brevedad y atractivo. Lejos quedan los tiempos en que los filósofos —Russell, Sartre— merecían el premio Nobel de Literatura.

Un genuino ideal aspira a ser una oferta de sentido unitaria, intemporal, universal y normativa. Ha de componer una síntesis feliz a partir de muchos elementos heterogéneos y aun contrapuestos. Además, debería estar dotado de intemporalidad y universalidad porque, aunque nacido en un contexto histórico concreto, siempre pretende tener validez para todos los casos y todos los momentos, por mucho que inevitablemente de facto quede relativizado por otros posteriores de signo opuesto. Por último, el ideal no describe la realidad tal como es —ése es el cometido de las ciencias— sino como debería ser y señala un objetivo moral elevado a los ciudadanos que reconocen en esa perfección algo de una naturaleza que es ya la suya pero a la vez más hermosa y más noble, como una versión superior de lo humano que despierta en quien la contempla un deseo natural de emulación. Que la realidad ignore la realización efectiva de un ideal en cuestión no desmiente la excelencia de éste sino sólo su falta de éxito histórico-social por razones que pueden ser circunstanciales.
La tesis aquí defendida dice que, en los últimos treinta años, la filosofía contemporánea ha desertado de su misión de proponer un ideal a la sociedad de su tiempo, el ciudadano de la época democrática de la cultura. La institución que durante varios siglos había sido la casa de la gran filosofía, la universidad, se ha quedado sin iniciativa en estos tres últimos decenios. La esplendorosa universidad alemana, otrora a la vanguardia del pensamiento europeo y fuente incesante de nuevos sistemas filosóficos, ha dado muestras preocupantes de pérdida de creatividad. La vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana se ha apagado y ha sido sustituida por ensayos de entretenimiento, cultivados por esos mismos académicos doblados de divulgadores o por periodistas y profesionales que escriben sobre temas de actualidad económica, política, social, moral o sentimental, oportunamente confeccionados para complacer la curiosidad de un público mayoritario, no versado, en una alianza consumada hace poco entre el ensayo generalista y la industria editorial, dispuesta a explotar a escala global la demanda de un mercado de lectores potencialmente amplio. En esto, como en otras cosas relacionadas con la mercantilización de la cultura, la industria editorial de Estados Unidos ha sido pionera y extraordinariamente potente; allí es aún más marcada que en Europa la separación entre la sociedad y la universidad, la cual, replegada en su campus, propende al especialismo extremo. Por lo que a la filosofía se refiere, la academia norteamericana estuvo tradicionalmente dominada por la escuela del pragmatismo heredero de William James, por el positivismo analítico después y en el último cuarto de siglo —en un giro que denunció Allan Bloom en su resonante The Closing of American Mind (1987)— por el posestructuralismo y los cultural studies, alérgicos de suyo a la gran teoría humanista, integradora y universal que, entre unos y otros, permanece hoy sin dueño.

La vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana ha sido sustituida por ensayos de entretenimiento

En ausencia de gran filosofía, lo que con el nombre de filosofía encontramos en estos últimos treinta años se compone de una variedad de formas menores que serían estimables y aun encomiables si acompañaran a la forma mayor pero que, sin el marco comprensivo general que sólo ésta suministra, acusan la insuficiencia de dicha orfandad teórica.

La primera de estas formas se hallaría representada por la filosofía que hoy se practica mayoritariamente en la universidad, donde la filosofía se permuta por historia de la filosofía. Una filosofía indirecta, mediada por una tradición filosófica reverenciada y al mismo tiempo puesta del revés. Richard Rorty, Charles Taylor o Hans Blumenberg, tan distintos entre sí, representan la mejor versión de este modo vicario de filosofar. Es filosofía, incluso buena filosofía, pero no gran filosofía porque carece de intención propositiva, abarcadora y normativa, de una imagen del mundo completa y unitaria. En el ámbito académico se aprecia una resistencia, casi una negación de legitimidad, a enfrentarse a la objetividad del mundo directa y autónomamente, como hicieron los clásicos del pensamiento, sino sólo, precisamente, a través de una reinterpretación de esos mismos clásicos. Pensar es haber pensado. Todo está ya escrito, nada realmente nuevo cabe decir. No se trata ya de hablar de la vida, sino sólo de libros que hablaron de la vida: Marx, Nietzsche, Freud, Walter Benjamin.

Esta aproximación revisionista se torna programa en el “posestructuralismo”: la deconstrucción de Derrida, las arqueologías de Foucault, los retornos de Deleuze a Spinoza, Nietzsche o Bergson, o esa revolución poética que para Kristeva rompe la aparente unidad del pensamiento, entre otros nombres posibles, abrieron camino para una multitud de posteriores hermenéuticas del pasado que hoy llenan los anaqueles de las bibliotecas universitarias —tanto como escasean en las bibliotecas de las casas particulares, en parte porque parecen escritas en “gíglico”, el lenguaje inventado por Cortázar para Rayuela— y cuya originalidad reside en la constante revisión de la tradición filosófica desde el punto de vista de la lingüística, el psicoanálisis, el lacanismo, el marxismo, la crítica literaria, el feminismo o el poscolonialismo. Un exponente de este método híbrido, animado con ingredientes histriónicos que le han granjeado el buscado éxito mediático, sería la obra de Slavoj Zizek. Sin desdeñar esos mismos ingredientes, pero con mayor aliento filosófico, cabría emplazar aquí la abundante bibliografía de Peter Sloterdijk.

La consciencia nos hace libres, pero ¿y después? Quien hoy hace alarde de su resignación suele recibir el aplauso general

Cercana a esta forma de filosofía y a veces indistinguible de ella estaría esa literatura, hoy todo un género, que pronuncia una solemne sentencia condenatoria contra la modernidad en su conjunto. Como es evidente que la sociedad democrática, al menos en el último medio siglo, ha proporcionado dignidad y prosperidad al ciudadano sin parangón con tiempos anteriores, la actual filosofía hermenéutica heredera de Nietzsche-Heidegger, por un lado, o aquella de raíz marxista en la estela de Dialéctica de la Ilustración de Adorno-Horkheimer, Marcuse y la Escuela de Frankfurt, por otro, creen adivinar unos fundamentos ideológicos ocultos que estarían alienando taimadamente al ciudadano sin que éste lo supiera y, contra todas las apariencias, restituyéndolo a la antigua condición de súbdito. El Holocausto judío es traído al centro de la meditación filosófica como prueba del fracaso definitivo del proyecto moderno y hay quien como Giorgio Agamben —en su trilogía Homo sacer— se atreve incluso a proponer el campo de concentración nazi como paradigma del espíritu de las democracias contemporáneas. En el delta de esta impugnación total de la modernidad desembocan por igual, afluentes procedentes de la derecha y la izquierda, hermeneutas como Gianni Vattimo, fundador del “pensamiento débil”, y críticos posmarxistas de las ideologías como Antonio Negri, autor (con M. Hardt) de Imperio (2000). No raramente, la crítica a la modernidad adopta la modalidad de denuncia de un sistema capitalista que convertiría al ciudadano en consumidor enajenado, mayormente por culpa de las multinacionales, cuyas estrategias de dominación analiza Naomi Klein en No logo (2000). Escritos antisistema del prestigioso lingüista Noam Chomsky alimentan de contenido panfletos y libelos producidos por activistas y movimientos antiglobalización, algunos de gran difusión.

A falta de un marco general, la filosofía echa mano ahora de esos socorridos “análisis de tendencias culturales” que nos explican no cómo debemos ser (ideal) sino cómo somos, las más de las veces expresado con un matiz reprobatorio: somos una sociedad-líquida (Zygmunt Bauman) o una sociedad-riesgo (Ulrich Beck). Por la misma razón, la filosofía ha experimentado recientemente un “giro aplicado”, uno de cuyos iniciadores fue el filósofo animalista Peter Singer. Ese giro supone el esfuerzo por determinar unas reglas éticas para sectores específicos de la realidad como el mercado (ética de la empresa), el cuerpo (bioética), el cerebro (neuroética), los límites de la ciencia y la tecnología, los animales o la naturaleza. En los últimos años la filosofía práctica ha disfrutado de mucha más atención general que la hermenéutica heredera de Gadamer y ha suscitado amplios debates entre los que destaca la contestación al liberalismo por el comunitarismo de las costumbres (Sandel, MacIntyre) y por el republicanismo de la virtud (Pocock, Pettit). Uno de los principales continuadores de Habermas ha sido Axel Honneth y su La lucha por el reconocimiento(1992); también a Rawls le han salido muchas secuelas, siendo una de las últimas el “enfoque de las capacidades” desarrollado por la polígrafa Martha Nussbaum, quien asimismo ha contribuido a los estudios feministas y posfeministas que filósofas como Nancy Fraser, Seyla Benhabib o Judith Butler han llevado a una segunda madurez.

El vacío dejado por la gran filosofía y por sus propuestas de sentido para la experiencia individual es llenado ahora por ensayos de corte existencialista de un estilo muy francés:

Luc Ferry, Lipovetsky, Finkielkraut, Onfray, Comte-Sponville. En una línea cercana, pero degradada, reclaman la atención de los lectores usurpando a veces el nombre de filosofía títulos de sabiduría oriental, libros de autoayuda que recomiendan positividad para superar las adversidades y recetarios voluntaristas emanados por las escuelas de negocio.

Los crímenes contra la humanidad perpetrados por los totalitarismos se han cometido, a veces, en nombre de una utopía.

La tesis era que en estos últimos treinta años no ha habido gran filosofía por la deserción de su misión histórica consistente en proponer un ideal. Varios factores culturales parecen haber conspirado para causar este resultado deficitario.

Los crímenes contra la humanidad perpetrados por los totalitarismos se han cometido con harta frecuencia en nombre de una utopía, como señaló con énfasis Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, lo cual ha inoculado al hombre actual esa insuperable alergia hacia lo utópico que destila Günther Anders en La obsolescencia del hombre. Por otro lado, la condición posmoderna sospecha de los llamados “los grandes relatos” (grands récits) que se quieren unitarios (Lyotard), siendo el ideal filosófico indudablemente uno de esos desautorizados grandes relatos, de manera que el prefijo “pos” que caracteriza el presente (posmoderno, posestructuralista, poshistórico, posnacional, posindustrial) incluye también una posteridad al ideal y su resignada renuncia sería el precio exigido por ser libres e inteligentes. Por último, se insiste en que la complejidad de las democracias avanzadas de carácter multicultural no se deja compendiar en un solo modelo humano, a lo que se añade que, por su parte, las ciencias se han especializado tanto que resulta iluso cualquier intento de síntesis unitaria. Los títulos de tres celebrados libros de Daniel Bell conformarían otros tantos eslóganes de la imposibilidad del ideal en el estado actual de la cultura: El fin de las ideologías, El advenimiento de la sociedad post-industrial y Las contradicciones culturales del capitalismo.

La consciencia nos hace libres e inteligentes, pero ¿y después? Quien hoy hace alarde de su resignación suele recibir el aplauso general. ¡Qué lúcido!, se dice de ese pesimista satisfecho, como si su fatalismo fuera la última palabra sobre el asunto, merecedor de ese ¡archivado! con que Mynheer Peperkorn zanja las discusiones en La montaña mágica de Thomas Mann. Pero el propio Mann en su relato favorito, Tonio Kröger, alerta sobre los peligros de ese exceso de lucidez que conduce a las “náuseas del conocimiento”, como las que estragan el gusto de esos espíritus delicados que saben tanto de ópera que nunca disfrutan de una función, por buena que sea, porque siempre la encuentran detestable. La hipercrítica es paralizante si seca las fuentes del entusiasmo y fosiliza aquellas fuerzas creadoras que nos elevan a lo mejor. Sólo el ideal promueve el progreso moral colectivo; sin él estamos condenados a conformarnos con el orden establecido. Preservar en la vida una cierta ingenuidad es lección de sabiduría porque permite sentir el ideal aun antes de definirlo.

Si, tras este hiato de treinta años, la filosofía quiere recuperarse como gran filosofía, debe hallar el modo de proponer un ideal cívico para el hombre democrático… y hacerlo además con buen estilo.