Lawrence Ferlinghetti
A medida que envejezco me doy cuenta de que la Vida se muerde la cola,
y que otros poetas y otros pintores ya no son competencia alguna.
El desafío es el cielo, el cielo que todavía requiere ser descifrado,
con todo y que los astrónomos se esfuerzan por escucharlo con sus inmensos oídos eléctricos,
el cielo que nos murmura constantemente los últimos secretos del universo;
el cielo que ihnala y exhala como si fuera el interior de una boca del cosmos,
el cielo que es también la orilla de la tierra y la orilla del mar también.
El cielo con sus muchas voces y ningún dios.
El cielo que encierra un mar de sonido y nos transmite un eco
como una ola contra un dique.
Poemas completos, diccionarios completos, enrollados en
un trueno y cada atardecer una pintura abstracta,
y cada nube un libro de sombras a través del cual vuelan libres las vocales
de las aves a punto de gritar.
Y el cielo está claro para el pescador si bien encapotado.
Él lo ve tal cual es: un espejo del mar a punto de caerle encima,
en su bote de madera, en el horizonte oscuro.
Tenemos que pensar en él como poeta, frente a frente con la vieja realidad de siempre,
donde no hay pájaros que vuelen antes de la tormenta.
Y él sabe lo que se le viene antes del alba, y él es su mejor vigía,
escuchando el sonido del universo y cantando sus avistamientos de la tierra de los vivos.
Versión de Alberto Blanco.