Registros, velocidades, ensayos, comentarios, poesía, del mundo de la pedantería remota ¡para los fieles mundanos!
jueves, 30 de noviembre de 2023
sábado, 25 de noviembre de 2023
PUNTO DE FUGA POR ANILÚ HERNÁNDEZ BASTIDA!
1.
Diego sueña. No importa que el trabajo no pare todo
el día, que la gente no hable, que haya un tráfico perpetuo y que el reloj
camine incansable. El sueña.
En la oficina, ya hizo toda clase de diseños que no
son de él; son del cheque de cada 15 días y de la empresa que tiene un nombre
raro, difícil de pronunciar. Tan solo movimientos de su mano en la computadora,
caprichos de una necesidad comercial.
Pero al salir del edificio de cristales vuelve a sí
mismo, recuerda quién es y en su mente estalla una imagen. Entonces, acelera en
el periférico. Quiere llegar ya, contárselo a ella:
- Anoche soñé un sitio extraño, un mundo nuevo.
Cuando me sentí solo, había siempre una presencia junto a mí. Eras tú-.
- Yo nunca sueño o… no me acuerdo- musita ella.
Luego permanecen en silencio. Es el pequeño ritual.
Diego jamás
la ha considerado vacía o carente de espíritu. Su más grande placer consiste en
contarle sus sueños, alimentarle la fantasía como a gotas. El de ella, en beber
los relatos.
-
Todos esos extraños
sitios los recorres tú conmigo- dice él.
-
Yo no tengo sueños que
contarte- se lamenta ella.
-
Es porque estás
conmigo. Te llevo en los míos- Diego le dibuja los escenarios con palabras, la
hace esa pluma blanca y silente que vuela junto a él. Luego, permanecen cándidos
y extasiados. Se sumergen en el espacio creado por ellos. Burlan a la ciudad.
Rojo y gris en los amaneceres, no se dicen gran
cosa. Solo un beso y se miran, se suspenden en una sonrisa. Cada uno va hacia
su día; desayuno frugal y llaves a la mano. Por la mañana no hay tiempo de más.
Pero el amor está ahí, es una célula incorpórea que los envuelve y, de norte a
sur, se extiende por la ciudad. Dura de diez a once horas en un efecto
continuo, sucedáneo, hasta que vuelven a encontrarse. Entonces, la noche les
regalará un nuevo viaje, un relato más para seguir reconociéndose. Enlazarán sus manos a través de las historias
en un plano más allá de lo superfluo. Así, el amor jamás se quedará sin
sustento.
Una mañana
Diego se paraliza con la mirada lívida. No puede creer el último “sueño”; el
extraño y profundo tono de aquella voz y la sensación sublime que lo suspende,
la expresión de aquél ser que se manifiesta en esencia tan pura:
-¡Ese ser no es de aquí!-, se dice absorto, y
siente un hormigueo en la punta de sus dedos, empuña las manos. -¿De dónde
entonces? ¿Cómo puedo volver a tenerla?-.
Ese día en la oficina, solo cabe permanecer
expectante con aquella imagen que lo atraviesa, adoptar un movimiento mecánico
y, la mente, hay que tomarla prestada para crear las figuras frágiles en la
computadora.
Al salir, el periférico se hace largo con el
tráfico. Diego desvía el retrovisor y se refleja, casi no se reconoce. En un
arrebato, desvía también el automóvil, sale de aquella arteria infinita y
estaciona por inercia. Se lanza a pie por una calle. No importa el nombre, qué
tan larga es, hacia donde va. Mira alrededor como si buscara algo; una señal,
un código. Se detiene tras desesperados pasos:
-Que absurdo soy. Si la única forma de volver a
sentir a ese ser es a través de un sueño.-
2.
Esa tarde son las 7:30. Ella saldrá del gran
edificio y esperará a Diego en la escalinata de la entrada. Desde ahí, mirará a
los transeúntes, todos con prisa.
Por un instante, le invade la sensación de que todo
aquello se convierte en un gran hoyo que la devora. Permanece estática y se da
cuenta de que el hoyo no viene de afuera, está en el pecho. Y crece.
-No lo entiendo, algo ha cambiado-, se dice. Y se
rehúsa ante aquella ineludible intuición que es lo único que no miente; por
primera vez en tanto tiempo se siente sola. La célula incorpórea entre Diego y
ella se ha partido.
Al otro día, el silencio no sabe igual. Se siente
un vacío que cuelga de la barbilla de él, obligándole a un gesto distinto. Al
tomar la rutina, las horas comienzan a ser el conducto para sumergirse en una
inexorable decadencia. Ella se siente extraña, asfixiada por la ingente ciudad.
Diego sigue soñando y no le cuenta más a ella. Llega del trabajo, se encierra
en su mundo, duerme. Despierta radiante,
como si su espíritu hubiese sido vivificado durante el sueño.
-Diego, ¿Qué pasa?-
-Nada,
¿porqué?-
-No eres el mismo-.
-¿El mismo en qué?-
-Ya no me cuentas tus sueños-.
-Es para que recuerdes como soñar y ahora tú me
cuentes los tuyos- dice él, amable simplemente- Paso por ti a las siete.
No hay más que hablar.
3.
Bajo el habitual rumor de la madrugada, dos
espaldas se tocan en una cama, los ojos
abiertos y los músculos tensos. Él, desea conciliar
el sueño y encontrarse de nuevo con aquél ser ultra terreno. Ella, desea entrar
en el sueño de él, conocer aquello que se lo roba.
Esa noche, alguna inexplicable influencia parece
dejarse sentir en el exterior; los perros ladran inquietos y es como si algo se
moviera en ese extraño mundo que no vemos. La luna dilatada simula un ojo omnipresente
y, la intensidad de un deseo es capaz de abrir los límites del universo…
Tratando de conservar el calor que se acumula
mínimo a lo largo de su espina dorsal, ella comienza a quedarse dormida. Pero
justo ahí, en ese instante previo en que los pensamientos se quedan suspendidos
y uno se abandona simplemente a esa ignota voluntad onírica, siente como se
sumerge en una dimensión que hasta entonces le había sido ajena.
Ahí está Diego, acompañado de aquél ser masculino y
femenino a la vez. Este, irradia su inmensa luz y lo envuelve completamente. El
sucumbe. Ella no lo entiende, sin embargo tampoco puede resistirse a la
incontenible atracción. Así que se aproxima, se funde. Tiene, en aquél aparente
sueño, la experiencia más extasiante de su vida.
4.
Amanece. Cada uno se levanta por su lado de la
cama. Ambos sonríen fascinados, se miran perplejos. Ahí está esa complicidad.
Van hacia su día.
En el camino de regreso, ella suspira mientras
evoca la imagen de la noche anterior. Quisiera llegar a contárselo a él pero,
¿Cómo va a contarle que él es solo un medio? Mejor es aguardar paciente y en
silencio para repetir la experiencia.
Y así, habrá
que acostumbrarse, dejarse llevar y entregar el amor en los sueños, mientras
los cuerpos permanecen lánguidos.
jueves, 23 de noviembre de 2023
EL OJO Y EL AGUA: EJES SIMBÓLICOS DE ENSAYO SOBRE LA CEGUERA DE JOSÉ SARAMAGO
POR GABRIELA
BAYONA TREJO
Ensayo sobre
la ceguera es una novela que permite
una lectura alegórica inmediata. El lector sabe que Saramago está contando una
historia para decir otra cosa; principalmente, para mostrar la hipocresía de
los valores y las instituciones que el sistema de poder y la sociedad pregonan
como “humanos” o “humanitarios” con más persistencia: la solidaridad, la
generosidad, el altruismo, la amistad, la “cientificidad”, etc, etc.
Saramago
elige jugar con la posibilidad de una epidemia incontenible de ceguera,
“ensayar” —de ahí el título de su obra— lo que tal circunstancia desencadenaría
en una sociedad cualquiera, entre cualquier grupo de individuos —tal vez por
eso ni los personajes de esta novela, ni el país ni la ciudad en los que se
desarrolla la misma, tienen nombre—. El autor recalca esta indeterminación
espacial e individual aunque, por los objetos y la descripción de ciertos
lugares, sabemos sin lugar a dudas que el relato transcurre en nuestra época;
que, en cierto sentido, Ensayo sobre la ceguera es una especie
de espejo donde nos reflejamos todos. La novela nos plantea la ceguera blanca
como una forma de juego de “qué pasaría si...”; funciona como atisbo de un
mundo posible en el que todos nos quedáramos ciegos.
La heroína
de la narración, la mujer del médico, es el único personaje que conserva la
vista; a través de ella —y de quienes después conformarán su grupo—
presenciamos la paulatina deshumanización, la progresiva suciedad maloliente,
el descenso a los infiernos.
La mujer del
médico, además de servirnos y servirle a los demás personajes de “ojo”, aparece
asociada con el agua en varios pasajes de la novela. El ensayo El agua y los
sueños del crítico literario Gastón Bachelard resulta muy útil para comprender
desde una perspectiva simbólica el papel protagónico que ella desempeña en el
texto.
La primera
vez que la mujer del médico se relaciona con el líquido en la novela es
representativa de la función de la que ella será responsable: la limpieza. El
ladrón ha sufrido una herida en la pierna por querer propasarse con la chica de
las gafas. La mujer del médico primero sonríe ante la situación, pero luego ve
“que la herida presentaba mal aspecto, la sangre corría por la pierna del
desgraciado, y no tenían agua oxigenada, ni mercromina, ni vendas, ni gasas, ni
desinfectante alguno, nada.” (Saramago, 98: 64) Esta preocupación la hará
decir: “Ahora lo que hay que hacer es lavar la herida, hacer la cura,”
(Saramago, 98: 64). Así que los ciegos, capitaneados por ella, van a la cocina.
El agua que lavará la herida es descrita de la siguiente manera:
Al principio
vino sucia el agua y hubo que esperar a que se aclarase. Estaba templada y
turbia, como si llevara mucho tiempo estancada en la cañería, pero el herido la
recibió con un suspiro de alivio. (Saramago 98, 65)
A pesar de
la curación improvisada, esta herida hubiera llevado al ladrón a una muerte
segura —de no ser porque los soldados lo matan antes—. De alguna manera, el
agua turbia provoca la infección en la pierna. Bachelard explica, en el
capítulo de su libro denominado “Pureza y purificación. La moral del agua”, que
el agua impura como símbolo tiene una nocividad polivalente:
Si para el
espíritu consciente es aceptada como un simple símbolo del mal, como un símbolo
externo, para el (...) inconsciente, el agua impura es un receptáculo del mal,
un receptáculo abierto a todos los males; es una sustancia del mal. (Bachelard,
78: 211-212)
Podríamos
aventurarnos a decir que Saramago “castiga” al ladrón. Aún cuando la mujer del
médico es un personaje que tiene el poder de la visión y, por lo tanto, será la
encargada de lavar y salvar a los demás en muchos sentidos, este poder no
alcanza para luchar contra el agua mala.
El ejercicio
de la limpieza es también una forma de purificación. Después de que los “ciegos
malvados” violan a las mujeres, la esposa del médico se da a la tarea de
lavarlas.
Quería un
cubo o algo que sirviera como tal, quería llenarlo de agua, aunque fétida,
aunque podrida, quería lavar a la ciega de los insomnios, limpiarle la sangre
propia y la mocada ajena, entregarla purificada a la tierra,
si algún sentido tiene aún hablar de purezas de cuerpo en este manicomio en el
que vivimos, que las del alma, ya se sabe, no hay quien pueda alcanzarlas.
(Saramago, 98: 211-212; las cursivas son mías.)
Aunque el
narrador afirme que la limpieza no toca el alma, es un poco eso lo que la mujer
del médico desea: los ciegos malvados las han dejado más que sucias. El
personaje sufre una transformación después de esta vivencia. Se convierte en la
mano vengadora y asesina al líder de sus violadores. De nueva cuenta, ejerce un
papel purificador.
La mujer del
médico se vuelve también más dura, más valiente; acepta que ve ante todos los
ciegos. Su influencia da pie a la lucha abierta contra los ciegos malvados,
pero también a que otra mujer tenga el valor para desencadenar el incendio que
los sacará del encierro. El fuego también es un elemento que limpia.
Sobre las
llamas, los escombros, los muertos y los sobrevivientes cae la primera lluvia
que narra el relato. Esta lluvia acompaña a la mujer del médico y su grupo
hasta el centro de la ciudad, donde encuentran refugio cuando escampa. Vuelve a
llover cuando la mujer camina por las calles con las bolsas llenas de comida,
cuando se pierde. La lluvia le trae de regalo al perro de las lágrimas, que la
acompañará a partir de ese momento y que salpicará a los ciegos de su grupo:
Agua bendita
de la más eficaz, bajada directamente del cielo, aquella rociada ayudó a las
piedras a transformarse en personas, mientras la mujer del médico participaba
de la metamorfosis abriendo una tras otra las bolsas de plástico. (Saramago,
98: 269-270)
Bachelard
afirma que hasta en la gota, el agua ejerce su poder depurativo:
Mediante la
purificación se participa en una fuerza fecunda, renovadora, polivalente. La
mejor prueba de este íntimo poder es que se mantiene en cada gota de líquido.
Son innumerables los textos en los que la purificación aparece como una simple
aspersión. (Bachelard, 78: 216)
El rociado
de agua de lluvia les devuelve el ánimo a los personajes, pero todavía no han
pasado por las purificaciones subsiguientes que les devolverán la vista.
Los ciegos y
la vidente continúan por el trayecto que los llevará al paraíso: la casa del
médico y su mujer. Es ahí donde beberán su primer vaso de agua pura en mucho
tiempo:
Aquí tienes
agua, bebe lentamente, lentamente, saboréala, un vaso de agua es una maravilla,
(...) Dónde la has encontrado, es agua de lluvia, preguntó el marido, No, es de
la cisterna, Y no teníamos un garrafón de agua cuando nos fuimos, preguntó él
de nuevo, la mujer exclamó, Sí, es verdad, cómo no se me había ocurrido, (...)
no bebas más, esto se lo decía al niño, vamos todos a beber agua pura. Se llevó
esta vez el candil y fue a la cocina, volvió con la garrafa, la luz entraba por
el plástico y hacía centellear la joya que tenía dentro. Colocó el recipiente
en la mesa, fue a por vasos, los mejores que tenían, de cristal finísimo,
luego, lentamente, como si estuviese oficiando un rito, los llenó. Al fin,
dijo, Bebamos. (...) Cuando posaron los vasos, la chica de las gafas oscuras y
el viejo de la venda negra estaban llorando. (Saramago, 98: 315-316)
Las palabras
con las que se describe el agua son “maravilla”, “joya”; el agua es una luz
preciosa, un don sublime que hace brotar las lágrimas. El agua pura es algo
fuera de ese mundo caído, al igual que la limpieza de la casa en la que están
—lo último que hizo la mujer del médico antes de salir a tomar la ambulancia
fue lavar los platos—. De acuerdo con Bachelard el agua límpida es una fuerza
que “irradia pureza” (Bachelard, 78: 218).
La
purificación definitiva la reciben esa misma noche con la tercer lluvia. Esta
lluvia es “como una inmensa y rumorosa escoba” (Saramago, 98: 317) que barrerá
con la impureza de las ropas, de los cuerpos... y del alma. La mujer del médico
lo dice: “que no pare esta lluvia, murmuraba mientras buscaba en la cocina
jabón, detergentes, estropajos, todo lo que sirviese para limpiar un poco esta
suciedad insoportable del alma” (Saramago, 98: 317). Las demás mujeres también
se despiertan, son las que lavarán las ropas y los zapatos de todos, las
primeras en bañarse. Luego, los hombres.
Este baño re-humanizará
por completo a los personajes y, con el tiempo, recuperarán la vista. Bachelard
explica:
Uno de los
caracteres que debemos relacionar con el sueño de purificación sugerido por el
agua límpida es el sueño de renovación sugerido por un agua fresca. Nos
sumergimos en el agua para renacer renovados. (Bachelard, 78: 220)
El agua es
identificada en muchos mitos como un elemento femenino por excelencia; Saramago
lo lleva más allá: la purificación por agua en esta novela tiene además que ver
con escobas, jabones, estropajos, elementos domésticos asociados con la labor
del ama de casa tradicional. La mujer del médico encarna estos valores.
El gran
misterio de la novela no radica en la peste en sí —Saramago parece señalar los
motivos de la ceguera en el egoísmo y la mezquindad que reinan en su mundo (y
en el nuestro)—, sino en los ojos inmunes de la mujer del médico.
¿Por qué un
mundo de ciegos? Para un testigo que ve. Y este testigo no es necesariamente
Saramago, ni la mujer del médico, sino el lector mismo.
BIBLIOGRAFÍA
BACHELARD,
Gaston. El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la
materia. FCE, México, 1978. (Breviarios, 279)
SARAMAGO,
José. Ensayo sobre a ceguera. Alfaguara, México, 1998.
martes, 21 de noviembre de 2023
DE BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN, POR EL MAESTRO MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA
DE
BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN
MANUEL
CORTÉS CASTAÑEDA
“También estas bichas
con astucia política
han declarado
que no todas las uvas verdes
están verdes
ni todas las maduras
están maduras (Zorras)”.
Poco se ha
dicho de los Bicharios, aunque no son muchos los que se han escrito. Cuando se
los menciona se los cataloga como un subgénero adscrito al universo de los
bestiarios, o un simple inventario de cosas sin valor aparente; -salvo las
ilustraciones que suelen acompañar estos textos y cuyo fin era llegar a ese
segmento de la población analfabeta que siempre subyace en el fondo de toda
sociedad-. Los bestiarios se hicieron muy populares a partir de la publicación
del Phisiologus (colección anónima que apareció en Alexandria, en algún momento
del siglo tercero o cuarto (1). Se dice que fue en Alejandría porque muchos de
los animales que conforman el texto eran por entonces bien conocidos en Egipto.
Los bestiarios fueron igualmente populares en Bizancio y el mundo Persa.
También durante la Edad media, especialmente el libro Etimologías de San Isidro
y textos de San Ambrosio que gustaba utilizar animales en sus escritos para
expandir el mensaje de la Biblia. Durante toda esta época se hicieron muy
populares y aparecen asociados con las fábulas, analogías, alegorías, parábolas
etc. Y es también durante esta época que se enfatiza su contenido moralizante
asociado con la predestinación o/y, según la iglesia, al papel específico del
ser humano en el contexto de la creación. Estética moralizante que se apoya en
la antítesis virtud / perversión. Hay bestias con características positivas
(del lado de Dios); otras con características negativas (del lado del Diablo);
y otras son mitológicas o fantásticas y pueden ser de signo positivo o
negativo. Pero estas dicotomías se intercambian de manera compleja y sutil
anulando las oposiciones radicales y creando múltiples conexiones entre las
diferentes entidades paradigmáticas. Se dice que fue realmente a partir de la
sentencia de Job, “Pregúntale a las bestias de la tierra y ellas te enseñarán,
y a los pájaros del cielo y ellos te contestarán” (12-7), que la iglesia se
encargó de popularizar la idea de que el comportamiento de los animales nos
ayuda a entender nuestra propia forma de comportarnos o de ser. Más tarde -
siglo X y XII- los bestiarios ganaron importancia en Francia e Inglaterra, pero
se trataba de recopilación de textos antiguos. Un dato curioso, Leonardo Da
Vinci escribió un bestiario. Lo mismo hizo Toulouse Lautrec.
En nuestra
literatura contemporánea son bien conocidos los bestiarios de Cortázar, Borges,
Arreola, Tablada, Otto Raúl González, Alfredo Iriarte, Monterroso y Cosío,
entre otros. No es exagerado afirmar que con el Bichario de Ibargoyen,
este aparente género menor adquiere un lugar preponderante en el contexto de la
literatura universal. Y no se trata de afirmar que este Bichario le da carácter
de bestiario a un género tan despreciado y minimizado. Al contrario, el libro
de Ibargoyen crea, o inicia una nueva visión de este género a la vez que nos
obliga a repensar los bestiarios desde una perspectiva diferente y nos reta,
además, a eliminar cualquier tipo de dicotomía moralizante y actitud pedagógica
que siempre, de una u otra forma, han marcado el contenido de este tipo de
textos.
En la
mayoría de los diccionarios no aparece la palabra bichario con connotaciones
literarias. El vocablo sólo hace referencia a las enfermedades de las plantas y
a ciertos parásitos. Sin embargo, aparecen un sinnúmero de derivados que de
múltiples formas se conectan con el ser humano y algunas de sus actividades más
frecuentes. En nuestra época moderna la palabra bicho tiene más sentido que la
de bestia -que se ha quedado relegada a los cuentos de hadas y a los animales
mitológicos o alegóricos-, al menos cuando se trata de radiografiar lo más
íntimo del ser humano. Entre los derivados más comunes tenemos bicho
(cosa que produce miedo o infunde temor); alimaña-insecto (sujeto sin
valor); mal bicho (persona con mala intensión); bicho raro (persona
fuera de lo normal); bicho viviente (todo el mundo); bicha
(culebra y órgano masculino-femenino). También existe el verbo bichear,
con connotaciones tales como mirar, observar a escondidas, otear, fisgonear,
cazar. Igualmente adjetivos y sustantivos asociados con dicho vocablo como
mirón, furtivo, bicharejo, bichejo (diminutivo-peyorativo), bichoso
(decrépito), bichofear (silbar para desaprobar); bicharraco
(persona fea y diferente); significa, además, hijo de puta y
aparece en frases tales como, “qué bicho te pico” (persona que actúa de forma
rara o diferente), y “bicho de mal agüero”. Y aunque parezca extraño le quedan
pocos matices relacionados con la mitología. En Grecia todavía es un animal
quimérico; espíritu de la lluvia: mitad mujer, mitad pez. Y una nota final: En
Cuba es sinónimo de persona lista, habilidosa, sagaz.
Como bien pueden ver, este corto inventario nos es suficiente para concluir que
con esta palabra y sus múltiples derivados y matices podemos definir y
caracterizar en gran parte al ser humano. Quizás amparado en lo sugestivo de
dicho vocablo Ibargoyen se dio a la tarea, nada fácil, de reinventar este
“sub-género” en nuestra sociedad contemporánea. Y en cuanto a la forma, para
ser más contundente en sus apreciaciones y más eficaz en el efecto literario
que se busca, Ibargoyen reduce estos textos a su mínima expresión. Para él, lo
importante no es “describir” o “definir” apuntalándose en las características
que más se asemejan a cada bicho, sino elegir con precisión ciertos atributos
minimizados o excluidos, apoyándose en lo absurdo o simplemente en
yuxtaposiciones a veces descabelladas para obligarnos a re-pensar cada realidad
desde una perspectiva distinta. Estos textos son breves, ingeniosos y marcados
por una cuota de sabiduría sin precedentes en nuestra literatura. “Crustáceo
incomprendido: / vaya hacia donde vaya/ siempre dirán/ que es para atrás
(Cangrejo, 18)”.
Textos de
estructura polisémica, ambiguos y alegóricos. Textos que crean un sistema de
vasos comunicantes que en un momento de la lectura son la suma de una misma
realidad, su negación, o su fracaso. Pero también, textos que se diversifican
al infinito apoyados en la contradicción y en la paradoja: dualidad que oficia
como lo más afín al acto creador y a la condición humana. Sin entrar en el
campo de las categorizaciones, podríamos decir que estos bichos son la sombra
sutil de apólogos, ecfrasis, ejemplos, epigramas, aforismos, acertijos, juegos
verbales, absurdidades, parábolas y hasta retratos efímeros y haikus. La
brevedad de la composición o de la estructura lingüística es garantía de
multiplicidad en el otro lado del paradigma: sentido y significado. Ibargoyen
define y matiza con una precisión endemoniada, pero la definición se ahoga a/en
sí misma a conciencia para dar paso a una semántica atona-polifónica, donde
cualquier derivado o atajo es posible siempre en el marco de una actitud
crítica sin reticencias de ninguna índole y sin que falte esa gota de humor
negro que hace a los textos más eficaces en su brevedad exquisita. Textos que son
golpes de ironía, sarcasmos, estados de complicidad, burlas, martillazos
implacables, baldazos de agua fría a la cara…; pero igualmente textos que
incitan a la compasión y a la generosidad tan poco frecuentes en nuestra época.
“Pocos dudan / de su inmortalidad /, y de su persistencia /. Cuando
quedan / de patas para arriba / seguramente reflexionan / sobre la brevedad /
de todo lo que existe (Cucarachas, 23”).
Lo primero
que salta a la vista inmediatamente iniciamos la lectura del Bichario es
que los diferentes bichos que lo componen aparecen en orden alfabético. El
texto es un Bichario que a la vez es un diccionario minucioso. Y como no
se trata de todo tipo de bichos, -aunque todos los bichos son el mismo por
sustracción o por adición-, sino de sus bichos, o al menos los que al autor más
le interesan, este aparente orden estructural es algo arbitrario que sugiere de
entrada un juego intencional e introduce la ironía como verdadera estructura
del texto. La pregunta obligada sería: ¿Por qué los bichos deberían de aparecer
en determinado orden? Sugerir un orden aparente cuando es precisamente el orden
y lo que éste implica lo que está en tela de juicio en todo el texto es una
buena dosis de ironía que nos pone de lleno en las claves fundamentales del
acto de escribir y sus posibles incidencias en la mente del lector. Ironizar y
jugar subvirtiendo de entrada el orden de las cosas, todo tipo de entidades e
ideas es un plato “perfecto” que el lector saborea a plenitud desde la lectura
del primer bicho-texto-poema. Más aun si el autor afirma categóricamente desde
el comienzo del libro que lo que conocemos está muy lejos de lo que es o
pudiera ser. “Vuelan en dudosa libertad /. Pocas de ellas fornican. /
Trabajan sudando miel. / Mueren cuando deben matar. / ¿Por qué no nos enseñaron
/ que son como no son? (Abejas 9)”.
Lo segundo
es que algunos de esos bichos tienen más de una entrada en el mundo de la
bichería. Solamente uno de ellos, el colibrí, más de dos entradas; aunque el
tercero no aparece numerado como los dos anteriores de forma secuencial y se
pluraliza. Esto nos hace pensar que el tercero no es más que la suma de los
otros dos, o su re-definición debido al descontento que el “taxonomista”
percibe en su definición, o a la carencia que siempre demarca una posible
síntesis. Todos los tres bichos de la misma especie parecen ser lo-mismo /
los-mismos sin serlo, ya que nada existe en concreto, ni en la realidad, ni en
la definición, ni en la idea. Las trilogías tan caras a nuestra cultura y de
las cuales depende nuestra filosofía y teología, no aparecen en el texto, ni
siquiera cuando ese bicho es dios o el poeta. Podemos afirmar así que Ibargoyen
se apoya en cierto travestismo conceptual y lingüístico cuando disecciona sus
bichos. Travestismo que nos enseña sin apelaciones que todo es nada y todo a la
vez. Y algo más: que en el fondo y en la superficie todo se define mejor por lo
que falta o pudo haber sido. O mejor: por lo que no es que por lo que es: “Sueña
a menudo que es / un hoyo negro dado vuelta. / Y corre a casa del Diablo / que
siempre lo atiende/ sin cobrarle nada / (Dios dos 26).”
Lo tercero
es que, aparte de los “abichuchos”, verdaderamente bichos que hacen parte
nominal del reino animal, aparecen otros especímenes que no pertenecen a la
misma familia, especie o filum. Aunque si lo vemos bien esos bichos que parecen
salirse de la clasificación, son más bichos que todos los demás ya sea de forma
individual, o en su conjunto, o por intertextualidad. Estas disparatadas
constelaciones se componen de Ángeles, Dios (2), Escritor, Informativista,
Inversionista, Madre, Padre, Mercader, Mujer, Nazi-(facista), Niños, Poeta,
Políticos (2) y hasta una Vulva. Podríamos aventurar de antemano que los que
aparecen dos veces, o tienden a multiplicarse hasta tres y que de manera sutil
o inapropiada se metamorfosean en otros invadiendo su territorio y su idea, son
los de más difícil definición y, a su vez, lo más peligrosos e inevitables
debido a su carácter inestable y proteico. Son bichos travestis, pero no por
necesidad de libertad sino por una tendencia enfermiza a la síntesis que les
asegura su permanencia y su dominio. (El) tragarse lo otro garantiza no
solamente permanencia y continuidad sino eliminación de la competencia. Lo otro
es que, no es difícil conjeturar, si hacemos la suma de las diferentes
entidades bicharias, o contrastamos sus propiedades desde diferentes
perspectivas, que este segmento constituido por bichos raros conforma lo más
alabado y glorificado de nuestra cultura y civilización. Producto éste cuyas
características son ambiguas ya que la mezcla, aunque podría convertirse en un
producto final único-ideal -(en una sola razón de ser y de hacer)- no puede
asimilar todos los componentes o atributos que por propia naturaleza se
excluyen o se enfrentan. Esto nos facilita entender que la contradicción u
oposición permanente, -aparte de la ironía y lo lúdico-, son el recurso lingüístico
o temático que domina la estructura del texto y cualquier idea o proposición
que podamos sacar de él. Los bichos no son, parece decirnos Ibargoyen, ni están
presentes del todo. Son un algo que carece de contenido y de sentido, no-solo
por carencia o involución sino especialmente por exceso. Pero igualmente no
dejan nunca de ser lo que son, aunque siempre aparezcan o intenten aparecer
como lo otro, o lo opuesto, o lo que no son. El bicho es una máscara, que nos
permite seguir siendo sin que tengamos que enterarnos de lo que somos. Por lo
tanto, combatir lo que no somos y al mismo tiempo descreer de lo que somos es
la contradicción inevitable a la que está condenado todo bicho en su diario ser
y hacer. Ironizando, como en la teoría de la recepción, podríamos decir que no
hay múltiples bichos y bichotes y bichorios, sino diferentes formas o
perspectivas de entender y decir y confrontar el mismo bicho que se juega sus
mil cabezas sin atreverse a jugarse ninguna y ni siquiera la suya propia. Los
bichos son un calco ontológico: únicos y unos. Un-en-sí, o un-para-sí
existencial sin nada de contemplativo, ya que en los bichos todo es apetito. “Miembro
de una subespecie / expulsada del templo / que resolvió adquirir / -con riesgo
de inflación- / nuevos sacerdotes / nuevos templos / nuevos dioses / (Mercader
39)”.
La cuarta
característica a destacar es que solamente aparecen en el bichario dos animales
mitológicos: el Basilisco y el Dragón (2); pero por extensión y similitud
también podríamos incluir en esta familia reducida, a Dios y al Poeta. Mas aún,
si pensamos en los devaneos absurdos de Huidobro y en los descalabros de las
musas. Serían solamente cuatro bichos mitológicos aunque el dragón aparece dos
veces. Esto sería lo único en común que tiene el texto con los bestiarios, o
cualquier otro tipo o variante de ellos. Hay que enfatizar que estos bichejos
antes mencionados son definidos apoyándose en características humanas muy
específicas. De todos sus atributos destaca el vocablo “encabronarse”. A su vez
Ibargoyen pone en entredicho su existencia. ¿No habría que sustituir, entonces,
estos bichejos por el bicho hombre que incapaz de verse a sí mismo en su propio
espejo siempre busca verse en el espejo de los otros como una forma de huir de
sí mismo y de deificar su miedo y su nada? ¿Acaso no está acentuando Ibargoyen
como Pessoa, que a pesar de nuestros grandes avances hoy más que nunca somos
desconocidos de nosotros mismos? ¿Es tanto lo que nos hemos perdido, o
equivocado el camino que una posible identidad o reconocimiento ya no sería
posible? Si Ibargoyen hubiese incluido en su inventario al “bicho” Nietzsche el
cuadro de nuestra confusión humana sería más complejo y desolador. Pero no es
solamente eso. Esta carencia y falta de valor, o encierra en sí una paradoja
irresoluble, o nos pone frente a frente con el enigma de nuestra realidad
cotidiana: la ausencia de toda mitología, su desgaste o inutilidad, podría muy
bien presentarnos la muerte en cuanto tal como lo único cierto; y lo que es
peor, la muerte de la imaginación como nuestro destino final. Por una parte, el
mundo y el hombre se deshacen como entidad ficticia, y por la otra cada vez más
el desconocimiento se perfila como la verdadera esencia del hombre, para
recurrir una vez más a Pessoa. “Todavía humeante y sin trabajo / deambula
entre los objetos como libros / y abuelos enmudecidos. / Mientras / los niños
se masacran / en los patios del los colegios / (Dragón2, 27)”. Pero
Ibargoyen no renuncia del todo y transfiere al mundo virtual el papel de
conservar e implementar la ficción como nuestra última puerta de escape. Esa
caja de resonancias infinitas tan espantosa y fascinante a la vez, se convierte
entonces en el sustituto inevitable de la muerte de la mitología y de lo
mágico. Sale sobrando en el mundo posmoderno: / los príncipes yuppies / lo
usan de mascota / y las princesas del jet-set / se acuestan con sus guardias /
en castillos virtuales y coquetos (Dragón 1, 26)”.
La quinta
característica que quiero acentuar es que uno de los bichos aparece repetido
con una variante ortográfica. Oveja aparece con hache y sin ella. Oveja con
hache, aunque no distinta sustancialmente de la que no la tiene, se perfila en
el texto como el símbolo de la víctima de todos los tiempos. O mejor sería
decir que deviene chivo expiatorio. Sustituir en el campo de las tautologías
religiosas lo femenino por lo masculino sería una rectificación histórica de
consecuencias impredecibles en el subsuelo de nuestra cultura, o un simple
intercambio y asimilación de roles. El débil, no importa el lugar que ocupe en
el sumario de los horrores y errores de la historia del hombre siempre acaba
pagando las cuentas. Pero lo particular de esta dualidad que no logra
dislocarse completamente es que “Con hache / o sin hache / siempre le arrancan
/ la ropa / y se la chingan / (Hoveja 33)”. A la que le falta la hache, sin
dejar de ser igualmente un bicho indefenso se la asimila con su verdugo: el
lobo. Asimilación que por contraste o intercambio de papeles nos muestra el
lado oscuro de las cosas, o esa otra realidad desconocida que define a los
seres humanos a conciencia o por ausencia de la misma. La segunda oveja, la
verdadera, la académica, la de buena ortografía, no sería otra cosa que el
bicho Hombre 2 camuflado, que aparece en el texto. Esa que la tradición desde
tiempos bíblicos ha convertido en alimento de todos los días: la oveja con piel
de lobo. “Mamífero de canas prematuras / cuenta lobos cada noche /
para así dormir / Como una oveja buena / (Oveja 44)”.
lunes, 20 de noviembre de 2023
CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO
CUENTO DE NAVIDAD
HISTÓRICO.
MARCOS GARCÍA CABALLERO
Para empezar ahorrémonos los chismosos vocablos
supuestamente novedosos del grosero
referente inicial “resulta que esto o lo otro”, y comencemos este aparatoso
cuento navideño (como lo son todos los demás) a la manera de alguien ahondando
hacia lo profundo de una alberca diáfana, como en el acto de quien busca
rescatar una joya o un collar valioso extraviado hace pocos segundos por su pareja; sólo que
en este caso la joya se trata de mi
memoria particular y rescatémosla para que
luzca refulgente y, a través de ella, vislumbremos todo el cuadro de la
cena de Nochebuena del año 2010 de mi
familia. Ahí son cerca de las diez y media de la noche y es el momento de dar
los regalos a los niños. El abuelo materno, noventa y tres años cumplidos,
habla y se involucra ya demasiado poco, persigue la conversación con los ojos
medio cerrados y se enfurece demasiado azotando el bastón en la mesa del radio,
su único contacto con el mundo porque además está casi ciego. Mi madre y mis
tías ocupan desde hace cerca de nueve años el lugar de capitanas de abordo
cuando la familia entera se reúne y esto, sobre todo, porque las cuatro tienen
muy buen sazón. La sirvienta sólo se dedica a cuidar al abuelo y en sus ratos
libres, a chismear con el novio y las vecinas. Mi tío político, de origen
escocés, acaba de volver de Inglaterra con mis primas. Ha traído buenos regalos
para todos desde Heatrow. Para mi abuelo, un par de botellas de genuino whisky
escocés. Se me hace agua la boca de solo mirarlas. Una de mis tías se las lleva
al sillón donde mi abuelo está empotrado y al abuelo le sale con una voz
desmadejada y cavernosa el agradecimiento:
—Aah, gracias Jimmy, whisky Glenfiddich, es muy
bueno…mmm…
Y vuelve a cerrarse en sí mismo y a cavilar
meditaciones sobre mi abuela. Ella murió en 2005. Y como cada año desde
entonces, todos resentimos su ausencia en éstas fechas. ¿Pero y quién entonces
es el hombre fuerte de la casa? Ahora sí puedo decirte que “resulta” que ése
papel lo ocupo yo como el primogénito de la familia y, entonces, para alejar el
espectro de la ausencia triste de la abuela muerta, me apuro haciendo chistes a
las primitas pequeñas y los otros chamacos
sobre sus regalos y recuerdo que una de mis tías me ha comentado hace un
par de noches que compramos los preparativos para ahora mismo, que entre los
antepasados de la familia se encontraba alguien que logró… pero ya leíste el
título del relato. Entonces ahondemos más atrás, vayamos más allá de la memoria
personal para llegar a la verdadera joya, e imaginemos otro aspecto para todo
el inmenso territorio del Valle de México; no veremos edificios modernos ni
multitudes ni nada que nos parezca un referente a la megalópolis monstruosa de
la actual Ciudad de México.
El
referente exacto comienza en Francia, en París, en la Revolución Francesa y con
la Toma de la Bastilla; quizá en esos albores de la modernidad (esa sí, que a
no dudarlo, comenzó con ese magno hecho histórico) podamos ver las calles de
París dejando atrás la vieja arquitectura gótica y dando paso a las novedosas
construcciones de vidrio. Como se sabe, Charles Baudelaire, uno de los tres o
cuatro grandes poetas franceses del
momento (y no hay que decir que tuvo y tiene todavía una influencia enorme en
la literatura universal), paseaba por ahí con alguna de sus amantes planeando
su obra cumbre: Las Flores del Mal.
El poeta nació en 1821, pero la toma de la Bastilla fue antes. Mis antepasados
por la parte materna se remontan al año 1790, cuando nació Laurent Duprée y
formó luego su familia con La Bella Anita. La Señora Duprée estaba embarazada
cuando fue separada de su marido, así que dadas las condiciones en Francia en
aquella época, sabemos que Laurent Duprée nació en alguna cárcel hedionda como
cañería.
Es
entonces cuando se anima la Nochebuena de la familia, porque mi tía, copa de
vino en la mano e hijo pequeño restregándosele en los pantalones, nos tiene la
semblanza nada menos que de ¡la genealogía de la familia! “¡Hey, presten atención
a su tía!”, le grito a tanto mocoso y mocosa corriendo entre moños deshechos,
regalos y un árbol de Navidad verde con
esferas rojas y azules que, ciertamente, no fue comprado en las faldas del
Popocatépetl, como se acostumbraba cuando yo era niño y, supongo, los mayores
defendían este abolengo que, intuyo, ya no es algo que propiamente me pertenece
de facto: en mi niñez yo jugaba otro rol o era otra etapa en esta familia, y para no desperdiciar ni un
solo adjetivo sobre el niño que fui (no acostumbro hablar para nada de mi
infancia, ni en lo personal ni en lo escrito), prefiero asistir completamente
oídos abiertos a esta cena y llevarme la joya del relato. (Ojo eh: todo esto es
solamente evitar el papelón de ser el hombre fuerte de la casa y estar, simultáneamente,
en el desempleo desde hace un par de meses. Espero que Laurent Duprée me lo
perdone hasta allá donde se encuentre.)
Dice mi tía: “De la cárcel llegaron a escapar
debido a la amistad que la doncella desarrolló con el carcelero… Su padre y hermanos
mayores huyeron en tanto a un convento, en donde permanecieron por varios años.
Sus hermanos fueron pintores, aparentemente de la escuela de Delacroix. Una vez
ya fuera de la cárcel, la Sra. Duprée e hijo se marcharon al pueblo y casa de
la doncella, pueblo posiblemente localizado en un valle de los Alpes
franceses.”
“Laurent creció como hombre del pueblo, estudió
medicina, fue un hombre de ideas liberales que casó con una mujer del pueblo
(plebeya) que era conocida como La Bella Anita. Fue menospreciado por sus
hermanos por la vida sencilla que llevaba, particularmente por la elección de
su esposa ya que sus hermanos siempre fueron conservadores y se sentían nobles
y aristócratas. Como tantos otros en busca de nuevas oportunidades, Laurent y
su esposa viajaron al nuevo mundo y llegaron a México, posiblemente hacia 1810
o más probablemente hasta alrededor de 1821 o poco después. (Ojo eh: ¡Pisaron
tierra mexicana mientras Charles Baudelaire nacía y terminaba la Guerra de
Independencia de México!). En este país ejerció su profesión, particularmente
trabajó en la lucha contra el cólera, enfermedad que hacía estragos en el
puerto de Veracruz durante los años veinte del siglo XIX. En México nació su
descendencia que consistió sólo de mujeres; una de ellas llamada Celestine, se
casó con un ingeniero de minas inglés recién acabado de arribar. Laurent, quién
a la posteridad fue referido en la familia como Bon Papá, murió en Veracruz combatiendo el cólera.”
—Pero la historia no termina ahí ¿verdad? —digo
mientras sostengo en mis piernas a su hija y termino de leerle un fragmento de
un cuento de los Hermanos Grimm, de un grueso volumen de edición inglesa, que
le tocó de regalo.
—No, claro —dice mi tía— continúa nuestra
descendencia con Marie Celestine Charlotte Duprée, que se casó con Henry
Glennie.
“Los Glennie eran escoceses, dos de ellos vinieron
a México: Henry Frederick y William, en tanto que otros se cuenta que fueron a
África, a Camerún; todos eran ingenieros de minas. En su viaje a México su
barco naufragó, así que los sobrevivientes subieron a las lanchas de
salvamento. La lancha donde iban los Glennie tenía un agujero que al parecer
estaba taponado, pero el tapón se perdió y entonces empezó a entrar el agua. El
abuelo Glennie usó su sombrero y puso encima su rodilla y de esta forma
lograron salvarse. Debido a este heroico incidente quedó mal de su pierna.”
“En México hicieron una excursión al Popocatépetl
en 1827, la primera excursión reconocida[1]
donde colectaron muestras de roca y tomaron mediciones barométricas para
calcular su altura, (aproximadamente 5,450 metros sobre el nivel del mar)
mismas que ni siquiera Humboldt había realizado, así como también se dedicaron
a hacer otras observaciones de exploraciones a otras partes del territorio
nacional.
“Uno de los
Glennie llamado Henry fue el que se casó con Celestine, la hija de Laurent
Duprée y tuvieron tres hijas: Ana Carlota, Laura y Constanza. William debió
haber tenido al menos un hijo de nombre Frederick que continuó con la tradición
minera.”
“De Celestine Duprée, inglesa (escocesa por
matrimonio), se cuenta una anécdota igualmente heroica. Cuando se alzó Leonardo
Márquez, el Tigre de Tacubaya (1859), sus hombres quisieron asaltar la casa
donde vivía la familia de Henry Glennie, estando éste presuntamente ausente
(¿quizás trabajando en alguna mina?) y su mujer acabada de parir y con hijas
jóvenes adolescentes (Ana Carlota de 17 años y Laura algo menor), Celestine
Duprée escondió a sus hijas y en el momento de querer entrar los asaltantes,
con una bandera inglesa en la mano se les enfrentó gritando: “¡Éste es
territorio Inglés, si entran se atienen a las consecuencias!”, y era cierto,
para ese tiempo su marido ya era cónsul. Los asaltantes titubearon pero
finalmente se retiraron.
“Parece ser que después de este episodio ella murió
alrededor de 1860 y después de ella su pequeña hija recién nacida llamada
Constanza. Ana Carlota (nuestra lejana parienta) casó con un alemán: Diedrich
Graue, con quien tuvo 10 varones y 2 mujeres, de ahí proviene nuestra parentela
con los Graue, como el destacado Doctor Enrique Graue, director de la Facultad
de Medicina de la UNAM.”
“Diedrich Graue
llegó a México como cónsul de Bélgica, hecho un tanto extraño ya que era
alemán, procedente de Hamburgo. Él era comerciante y recordaba nuestra abuela
(que fue su nieta) que era muy exigente en la atención que se le brindaba,
particularmente en lo concerniente a los alimentos. Comía y cenaba de lo más
formal y nunca permitía que se le repitieran las mismas viandas de una comida a otra, sino que cada vez se le tenían que
ofrecer platillos diferentes y variados. Con frecuencia había en casa vinos y
productos de procedencia alemana. Era adinerado y seguramente gordo.”
“Ana Carlota —la adolescente que defendiera
Celestine— era una mujer culta y desenvuelta para su época, nació el 6 de
agosto de 1843, hablaba varios idiomas y viajó bastante, tal vez debido a
quedar huérfana de madre en edad temprana. Su padre Glennie la envió a
Inglaterra para que se educara y asistió a la Abadía de Westminster. De joven
concurrió a los bailes de Maximiliano (llevados a cabo durante 1863 y 1867,
tiempo que duró el imperio de Maximiliano) y muy probablemente ahí fue donde
conoció a Diedrich Graue, cuando éste llegó como cónsul belga. Ana Carlota tuvo
10 hijos y 2 hijas. Una de las hijas fue Carlota Elizabeth, madre de mi abuela,
la otra era una mujer con discapacidad intelectual, algo “retrasadita”, decía
mi abuelita, llamada Tía Nenita. Entre las manías de esta tía, prueba de su
“retraso mental” (¿autista quizás?), estaba que le gustaba guardar y atesorar
retazos e hilos.” En este punto de la historia todos los varones presentes nos
reímos incluido el abuelo y las niñas de la familia presumen sus talentos
escolares: “Yo tengo 10 de promedio, ¿eh Mateo?” “Y yo soy la mejor de mi clase
de gimnasia, eh?” Pero les digo que mejor escuchen porque esto es importante.
Para ese momento ya he logrado probar el
Glenfiddich que Jimmy le ha regalado a mi abuelo, por lo cual a mi árbol
genealógico ya puedo olerle la resina como a la de un pino de los Alpes
Franceses y sólo pienso: “Qué cosa más curiosa,
hasta hace sólo seis años un descendiente de Bon Papá vestía con
playeras de The Cure, U2 y Placebo.” Pero mi tía continúa con la historia: “La
hija mayor de Ana Carlota fue Carlota Elizabeth, que nació en 1869, la cual
casó con Julius Bacmeister-Poggenphol (1855 –1932), un hombre de carácter
afable y de origen alemán, que llegó a México como contador de la casa Böker.
Pertenecía a una familia numerosa, su madre -Luisa Poggenpohl- había tenido 7
hijos y según las leyes del Kaiser el séptimo podía merecer toda su educación a
cargo del estado. No obstante su orgulloso padre -Lucas Bacmeister- no aceptó
este beneficio. Cinco de sus hermanos fueron militares a excepción de él y su hermano
Ludwig, que fue arquitecto o ingeniero, y con quien vino a asentarse a México.”
“Perteneció a una familia con un gran orgullo de
sus orígenes, su árbol genealógico, reconstruido por los Bacmeister que
permanecieron en Alemania, se remonta ¡a 1284!, siendo muchos de sus remotos
integrantes abogados y reverendos protestantes. Fuera de Alemania, los
Bacmeister se encuentran en Inglaterra y Estados Unidos, además de México.
Julius Bacmeister tenía un defecto físico que le impidió seguir el camino de sus
hermanos militares si hubiera querido (dicen que si quería) y esa limitante
para ingresar al Ejército era que estaba ligeramente cojo. Esa cojera la
adquirió debido a que en su juventud al patinar en un lago helado se le hundió
el pie y quedó por mucho tiempo en el agua helada, hecho que produjo su
cojera.”
“Carlota Elizabeth, decía mi abuela, era una mujer
muy encerrada en su casa. Como fue prácticamente la única hija mujer ayudó
mucho a su madre cuidando a sus hermanos, sobre todo porque su madre tenía muchos
compromisos sociales y pese a que seguramente tenían servidumbre suficiente
para apoyar en estas actividades. Creció en un ambiente de riqueza, con la
presencia de una figura paternal autoritaria y tradicional, tomando
responsabilidades que no le correspondían, pero siendo tal vez un tanto inútil
en varios aspectos en los que su madre y padre se desenvolvían con soltura. A
Carlota Elizabeth la llamaban Lilly. Tuvo ocho hijos. Las cuatro mujeres fueron
Luisa, Ema, Elsa y Margarita (nuestra abuela: 14 enero 1897 - 18 mayo 1980), es
decir, la tatarabuela mía: de Mateo Gargallo Castellanos el que cuenta este
relato ¡¡para la pedantería remota!!). Ema murió a los 13 años de una lesión
cardiaca, la cual adquirió siendo pequeña como consecuencia de haberse caído a
un pozo, de donde afortunadamente pudo ser rescatada. Tenía un cabello largo
muy hermoso que cortaron antes de enterrarla y dice mi abuela que en ocasión de
exhumarla para el entierro de un familiar, el cabello le había vuelto a crecer,
aunque ya no de su rubio color original, sino de un tono grisáceo-opaco.”
“Los cuatro hijos hombres fueron Lucas Heinrich,
Julius Carlos, Wilhelm Walter Diedrich
y Friedrich Georg. Este último murió de 2 años debido al parecer a
haberse tragado un objeto que le impidió respirar bien, le hicieron
traqueotomía pero no funcionó. Julius se dedicó a la música y trabajó en la
estación de radio
“Tenemos
foto de Lilly de viejita (foto 4 generaciones: la tatarabuela, la bisabuela, mi
abuela y mi mamá), tenía un aspecto totalmente Graue y con eso quiero decir que
no era muy agraciada.” En ese momento todos vemos la foto escaneada que luce
inolvidable, como nuestro tesoro de navidad.
A estas alturas la narración ya toca tiempos más
cercanos, referentes a la unión de la abuela Margarita Bacmeister Graue, con el
abuelo Manuel Ignacio Miranda Díaz.
“El padre
del abuelo Miranda, era abogado. No se sabe mucho de él o su familia, salvo su
memorable muerte: en una ocasión, la última, al estarse rasurando en su casa de
Tacubaya sucedió que una góndola se soltó y fue a incrustarse dentro de su
casa, matándolo por unos vidrios del espejo en el que se veía al rasurarse, los
cuáles se le incrustaron en el vientre.”
“El abuelo
Miranda le llevaba catorce años a nuestra abuela, se conocieron en el trabajo
que la abuela tenía de traductora en una revista geográfica similar al National
Geographic que se llamaba El Mundo Ilustrado. Cuando se conocieron la abuela
tendría entre 22 y 23 años (se consideraba algo mayor a una mujer que a esa
edad no se hubiera ya casado) y había perdido los valores más preciados para
esas épocas: virginidad y juventud”.
“De cómo perdió su virginidad la abuela y
sucedieron los hechos que la marcarían de por vida, es todo un enigma, aunque
es algo que al parecer sucedió en sus 17 años. Una primera historia que me fue
contada es que había sido por un joven cadete militar y que por andar con él,
sin la tutela debida, quedó embarazada de un niño que al nacer le fue
arrebatado y asignado a una empleada doméstica como si fuese suyo. La familia
obligaba a la abuela recién parida a asistir a los bailes y compromisos
sociales, cuando el bebé requería de su presencia simplemente para alimentarlo,
de hecho iba “chorreando en leche”. El bebé murió y el cadete nunca regresó.
Después resultó que esa historia no era válida y que la abuela fue violada,
pero ¿por quién? ¿Por un familiar, como con más frecuencia sucede?, ¿quién
sería? ¿un hermano? No creo, ¿primo, tío? A eso me inclino más, o tal vez fuera
una amistad cercana consuetudinaria, el caso es que quedó embarazada y
efectivamente el nene se perdió.”
“Sea como haya sido, en ese estado en el que quedó,
habiendo perdido virginidad, con un embarazo ya en la historia de su cuerpo y
siendo ya no una jovencita es que conoció al abuelo y la historia parcialmente
se repitió, volvió a embarazarse, ahora de quien sería nuestra mamá, a sus 24
años. En algún momento pudo escapar con su bebita de su casa, donde la tenían
poco menos que secuestrada o en estado de sitio por reincidente, e inició su
vida con el abuelo a un lado, pero ausente. El nacimiento de otra hija, Elena,
marca el establecimiento de este nuevo régimen de unión de larga duración,
aunque sin casamiento, como lo atestiguan los subsecuentes alumbramientos de
Nacho, Beatriz, Manuel, seguidos por los de Gabriela y Carolina, esta última a
quien tuvo a sus 47 años.
Del tiempo en que estuvo con su hija recién nacida
en la casa paterna se tienen las anécdotas de que las hermanas no querían usar
el mismo bacinal que ella porque quién sabe qué hubiese contraído de “el
indio”, como le decían al abuelo, y como ésta seguramente otras humillaciones.
En este tiempo tuvo una nutrida correspondencia con el abuelo, misma que rompió
posteriormente cuando su estado de senectud avanzaba, incluso yo llegué a ver y
medio leer algunas de ellas y cómo me arrepiento de no haber guardado algunas,
ya que lo pude haber hecho.”
“Enfrentó las diversas adversidades que tuvo sin
queja y buen ánimo, no tenía otra forma. Rompió con la familia: nada de
contactos sociales con la sociedad germana o extranjera, renunció al propio
idioma y a la religión presbiterana, pero no a partes de su educación germana,
a la tradición doméstica y al orgullo aristocrático. Mantuvo casi sola a su
familia, pues el abuelo prácticamente no contribuía más que con la transmisión
de sus cromosomas. La manutención de su familia se hizo progresivamente más
difícil conforme la prole crecía en tamaño y en número, con lo que se reducían
las posibilidades de desarrollo de los mayores. Los trabajos que conseguía no
eran muy bien remunerados, en parte por su falta de preparación y en parte por
su estigma. Aunque tenía su carrera de educadora era en realidad imposible
vivir de ella. Una persona que le ayudó a conseguir estos empleos fue Ludwig el
marido de Luisa, su hermana. No obstante sus hermanas siempre fueron despreciativas
hacia ella brindándole supuestamente ayuda con donaciones de objetos
inservibles por desgastados y caducos y “cantando” siempre los apoyos que le
hacían. Entre sus hermanos el que le brindó más comprensión y compañía fue
Willy.”
“Al final del camino logró lo que quería: tener y
llevar a buen término a sus hijos, que tuvieran una educación elemental y
“casarlos bien”, sobre todo las mujeres, el que por poco se le escapa fue
Manuel. Como es de esperar en familias con padre de personalidad dominante pero
ausente, los varones fueron de más difícil crianza.”
“Y aquí estamos nosotros —dice mi tía— en Navidad
del 2010, los hijos y nietos de sus hijos rememorando un poco de dónde venimos,
admirando a nuestros maravillosos antepasados, cada uno con una historia a cual
más interesante y admirándonos también de cómo pese a tener los mismos padres
(o madre en específico en su caso), pueden los hijos salir con tan diversas
inclinaciones, gustos y preferencias”.
Esta conversación duró hasta las dos de la
madrugada. Por supuesto mis otras tías y mi madre también comentaban todo lo
genealógico, Jimmy y yo bebíamos
Glenfiddich; los chamacos,
después del relajo que causaban, fueron
llevados a acostar y se volvió a comentar en la mesa temas de actualidad como
la política, los libros o la ciencia.
Corrieron los vinos y las botanas de jamón serrano con queso chihuahua, el lomo
y la ensalada con crema de nuez; el otro whisky Glenffidich que sabía maravilloso y qué decir que también
por parte de mi abuelo materno sé
de grandes historias, una en particular, en que en su juventud él y
su pandilla de la preparatoria de San Ildefonso conocieron a Diego Rivera en oscuras circunstancias de
grillas políticas y una anécdota comunista entre todos ellos la conjugué con los jóvenes personajes de los
años noventa de una novela que ganaría el Premio Nacional “Salvador Gallardo
Dávalos” de Narrativa Joven y en verdad,
la nochebuena iba estupendamente hasta
que mi abuelo preguntó desde el sillón:
—Oye Mateo y
a ver ¿cómo va el trabajo, a ver?
Yo le
contesté: —mira, la verdad soy podador de árboles genealógicos.
—¿Podador de árboles genealógicos? ¿Y Cómo es eso?
Y dije: —Si sigues chingando vas a ver mi oficio:
voy a meter todas esas medicinas que te mantienen con vida al horno de micro
hondas y después las voy a rociar con el whisky que te trajo Jimmy y ya verás
como sí soy podador de árboles genealógicos.
Entonces la Navidad del 2010 estalló… creo que
hasta el niño dios del nacimiento se puso de espaldas y prefirió pasar sin ver…
todo mundo a la mañana siguiente festejó sus regalos y yo, por querer pasar por
el hombre fuerte de la casa ni me dieron nada por no respetar tan sagrada
dinastía… así que salí temprano a buscar a mis amigos para tomar unos vinos y
hablar de esa locura favorable para los versos que tenía el fulano de tal
llamado Charles Baudelaire… total –me dije– ese güey sólo escribía versitos y
nunca escaló un volcán para medirlo, pero al pensarlo, rectifiqué: “¿Entonces,
si no es por él, por quién chingados voy a brindar con mis amigos?”
Al respecto de sus actividades,
como bien señalan[2]
algunas fuentes, hubo varios ejemplos de mineros británicos asociados
con empresarios mexicanos que tuvieron injerencia en la minería. Tal es el caso
de William y Frederick Glennie, quienes llegaron a México contratados por la
United Mexican para trabajar en Guanajuato; su integración fue casi inmediata
conforme ampliaron sus intereses mineros y los relativos a las actividades
científicas y recreativas de reconocimiento del territorio al escalar el
Popocatépetl en 1827. Aún cuando la compañía fue perdiendo vigor, se
establecieron en México vinculados activamente a la minería. Sus ligas con
Inglaterra fueron de utilidad a ambas partes, ya que su conocimiento del país y
los mexicanos era una ventaja para el gobierno británico, que nombró a
Frederick como Cónsul General en 1853[3].
Esto aparece en el libro de Ward (pág. 9), donde
los señalan como hombres de ciencia: “Aludo en
particular a... y al Sr. Glennie, uno de los comisionados de la United Mexican
Asociation, quien ha trabajado infatigablemente en sus investigaciones…. El
señor Glennie posee una serie de observaciones, hechas por él mismo, que
comprenden desde Oaxaca hasta Chihuahua y Guaymas”.
[1] Alma Parra, “La conquista del cráter, el diario de viaje de dos
mineros británicos al Popocatépetl” Rev.Historias, INAH, n. 69, p. 133-141, 2008.
Artículo en línea en: http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_69_133-142.pdf
[2] Alma Parra y Paolo
Riguzzi, “Capitales, compañías y manías británicas en las minas mexicanas,
1824-
[3] The Annual Register, Londres, Wood fall
& Kinder, 1854, p. 292.