jueves, 30 de noviembre de 2023

sábado, 25 de noviembre de 2023

PUNTO DE FUGA POR ANILÚ HERNÁNDEZ BASTIDA!


 

1.

Diego sueña. No importa que el trabajo no pare todo el día, que la gente no hable, que haya un tráfico perpetuo y que el reloj camine incansable. El sueña.

En la oficina, ya hizo toda clase de diseños que no son de él; son del cheque de cada 15 días y de la empresa que tiene un nombre raro, difícil de pronunciar. Tan solo movimientos de su mano en la computadora, caprichos de una necesidad comercial.

Pero al salir del edificio de cristales vuelve a sí mismo, recuerda quién es y en su mente estalla una imagen. Entonces, acelera en el periférico. Quiere llegar ya, contárselo a ella:

- Anoche soñé un sitio extraño, un mundo nuevo. Cuando me sentí solo, había siempre una presencia junto a mí. Eras tú-.

- Yo nunca sueño o… no me acuerdo- musita ella. Luego permanecen en silencio. Es el pequeño ritual.

 Diego jamás la ha considerado vacía o carente de espíritu. Su más grande placer consiste en contarle sus sueños, alimentarle la fantasía como a gotas. El de ella, en beber los relatos.

 

-          Todos esos extraños sitios los recorres tú conmigo- dice él.

-          Yo no tengo sueños que contarte- se lamenta ella.

-          Es porque estás conmigo. Te llevo en los míos- Diego le dibuja los escenarios con palabras, la hace esa pluma blanca y silente que vuela junto a él. Luego, permanecen cándidos y extasiados. Se sumergen en el espacio creado por ellos. Burlan a la ciudad.

 

Rojo y gris en los amaneceres, no se dicen gran cosa. Solo un beso y se miran, se suspenden en una sonrisa. Cada uno va hacia su día; desayuno frugal y llaves a la mano. Por la mañana no hay tiempo de más. Pero el amor está ahí, es una célula incorpórea que los envuelve y, de norte a sur, se extiende por la ciudad. Dura de diez a once horas en un efecto continuo, sucedáneo, hasta que vuelven a encontrarse. Entonces, la noche les regalará un nuevo viaje, un relato más para seguir reconociéndose.  Enlazarán sus manos a través de las historias en un plano más allá de lo superfluo. Así, el amor jamás se quedará sin sustento.

 Una mañana Diego se paraliza con la mirada lívida. No puede creer el último “sueño”; el extraño y profundo tono de aquella voz y la sensación sublime que lo suspende, la expresión de aquél ser que se manifiesta en esencia tan pura:

-¡Ese ser no es de aquí!-, se dice absorto, y siente un hormigueo en la punta de sus dedos, empuña las manos. -¿De dónde entonces? ¿Cómo puedo volver a tenerla?-.

Ese día en la oficina, solo cabe permanecer expectante con aquella imagen que lo atraviesa, adoptar un movimiento mecánico y, la mente, hay que tomarla prestada para crear las figuras frágiles en la computadora.

 

Al salir, el periférico se hace largo con el tráfico. Diego desvía el retrovisor y se refleja, casi no se reconoce. En un arrebato, desvía también el automóvil, sale de aquella arteria infinita y estaciona por inercia. Se lanza a pie por una calle. No importa el nombre, qué tan larga es, hacia donde va. Mira alrededor como si buscara algo; una señal, un código. Se detiene tras desesperados pasos:

-Que absurdo soy. Si la única forma de volver a sentir a ese ser es a través de un sueño.-

 

2.

Esa tarde son las 7:30. Ella saldrá del gran edificio y esperará a Diego en la escalinata de la entrada. Desde ahí, mirará a los transeúntes, todos con prisa.

 

Por un instante, le invade la sensación de que todo aquello se convierte en un gran hoyo que la devora. Permanece estática y se da cuenta de que el hoyo no viene de afuera, está en el pecho. Y crece.

 

-No lo entiendo, algo ha cambiado-, se dice. Y se rehúsa ante aquella ineludible intuición que es lo único que no miente; por primera vez en tanto tiempo se siente sola. La célula incorpórea entre Diego y ella se ha partido.

 

Al otro día, el silencio no sabe igual. Se siente un vacío que cuelga de la barbilla de él, obligándole a un gesto distinto. Al tomar la rutina, las horas comienzan a ser el conducto para sumergirse en una inexorable decadencia. Ella se siente extraña, asfixiada por la ingente ciudad. Diego sigue soñando y no le cuenta más a ella. Llega del trabajo, se encierra en su mundo, duerme.  Despierta radiante, como si su espíritu hubiese sido vivificado durante el sueño.

 

-Diego, ¿Qué pasa?-

 -Nada, ¿porqué?-

-No eres el mismo-.

-¿El mismo en qué?-

-Ya no me cuentas tus sueños-.

-Es para que recuerdes como soñar y ahora tú me cuentes los tuyos- dice él, amable simplemente- Paso por ti a las siete.

 

No hay más que hablar.

 

3.

 

Bajo el habitual rumor de la madrugada, dos espaldas se tocan en una cama, los ojos

abiertos y los músculos tensos. Él, desea conciliar el sueño y encontrarse de nuevo con aquél ser ultra terreno. Ella, desea entrar en el sueño de él, conocer aquello que se lo roba.

 

Esa noche, alguna inexplicable influencia parece dejarse sentir en el exterior; los perros ladran inquietos y es como si algo se moviera en ese extraño mundo que no vemos. La luna dilatada simula un ojo omnipresente y, la intensidad de un deseo es capaz de abrir los límites del universo…

 

Tratando de conservar el calor que se acumula mínimo a lo largo de su espina dorsal, ella comienza a quedarse dormida. Pero justo ahí, en ese instante previo en que los pensamientos se quedan suspendidos y uno se abandona simplemente a esa ignota voluntad onírica, siente como se sumerge en una dimensión que hasta entonces le había sido ajena.

 

Ahí está Diego, acompañado de aquél ser masculino y femenino a la vez. Este, irradia su inmensa luz y lo envuelve completamente. El sucumbe. Ella no lo entiende, sin embargo tampoco puede resistirse a la incontenible atracción. Así que se aproxima, se funde. Tiene, en aquél aparente sueño, la experiencia más extasiante de su vida.

 

4.

 

Amanece. Cada uno se levanta por su lado de la cama. Ambos sonríen fascinados, se miran perplejos. Ahí está esa complicidad. Van hacia su día.

En el camino de regreso, ella suspira mientras evoca la imagen de la noche anterior. Quisiera llegar a contárselo a él pero, ¿Cómo va a contarle que él es solo un medio? Mejor es aguardar paciente y en silencio para repetir la experiencia.

 

 Y así, habrá que acostumbrarse, dejarse llevar y entregar el amor en los sueños, mientras los cuerpos permanecen lánguidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

EL OJO Y EL AGUA: EJES SIMBÓLICOS DE ENSAYO SOBRE LA CEGUERA DE JOSÉ SARAMAGO

 

POR GABRIELA BAYONA TREJO

 

 

Ensayo sobre la ceguera es una novela que permite una lectura alegórica inmediata. El lector sabe que Saramago está contando una historia para decir otra cosa; principalmente, para mostrar la hipocresía de los valores y las instituciones que el sistema de poder y la sociedad pregonan como “humanos” o “humanitarios” con más persistencia: la solidaridad, la generosidad, el altruismo, la amistad, la “cientificidad”, etc, etc.

 

Saramago elige jugar con la posibilidad de una epidemia incontenible de ceguera, “ensayar” —de ahí el título de su obra— lo que tal circunstancia desencadenaría en una sociedad cualquiera, entre cualquier grupo de individuos —tal vez por eso ni los personajes de esta novela, ni el país ni la ciudad en los que se desarrolla la misma, tienen nombre—. El autor recalca esta indeterminación espacial e individual aunque, por los objetos y la descripción de ciertos lugares, sabemos sin lugar a dudas que el relato transcurre en nuestra época; que, en cierto sentido, Ensayo sobre la ceguera es una especie de espejo donde nos reflejamos todos. La novela nos plantea la ceguera blanca como una forma de juego de “qué pasaría si...”; funciona como atisbo de un mundo posible en el que todos nos quedáramos ciegos.

 

La heroína de la narración, la mujer del médico, es el único personaje que conserva la vista; a través de ella —y de quienes después conformarán su grupo— presenciamos la paulatina deshumanización, la progresiva suciedad maloliente, el descenso a los infiernos.

 

La mujer del médico, además de servirnos y servirle a los demás personajes de “ojo”, aparece asociada con el agua en varios pasajes de la novela. El ensayo El agua y los sueños del crítico literario Gastón Bachelard resulta muy útil para comprender desde una perspectiva simbólica el papel protagónico que ella desempeña en el texto.

 

La primera vez que la mujer del médico se relaciona con el líquido en la novela es representativa de la función de la que ella será responsable: la limpieza. El ladrón ha sufrido una herida en la pierna por querer propasarse con la chica de las gafas. La mujer del médico primero sonríe ante la situación, pero luego ve “que la herida presentaba mal aspecto, la sangre corría por la pierna del desgraciado, y no tenían agua oxigenada, ni mercromina, ni vendas, ni gasas, ni desinfectante alguno, nada.” (Saramago, 98: 64) Esta preocupación la hará decir: “Ahora lo que hay que hacer es lavar la herida, hacer la cura,” (Saramago, 98: 64). Así que los ciegos, capitaneados por ella, van a la cocina. El agua que lavará la herida es descrita de la siguiente manera:

 

Al principio vino sucia el agua y hubo que esperar a que se aclarase. Estaba templada y turbia, como si llevara mucho tiempo estancada en la cañería, pero el herido la recibió con un suspiro de alivio. (Saramago 98, 65)

 

A pesar de la curación improvisada, esta herida hubiera llevado al ladrón a una muerte segura —de no ser porque los soldados lo matan antes—. De alguna manera, el agua turbia provoca la infección en la pierna. Bachelard explica, en el capítulo de su libro denominado “Pureza y purificación. La moral del agua”, que el agua impura como símbolo tiene una nocividad polivalente:

 

Si para el espíritu consciente es aceptada como un simple símbolo del mal, como un símbolo externo, para el (...) inconsciente, el agua impura es un receptáculo del mal, un receptáculo abierto a todos los males; es una sustancia del mal. (Bachelard, 78: 211-212)

 

Podríamos aventurarnos a decir que Saramago “castiga” al ladrón. Aún cuando la mujer del médico es un personaje que tiene el poder de la visión y, por lo tanto, será la encargada de lavar y salvar a los demás en muchos sentidos, este poder no alcanza para luchar contra el agua mala.

 

El ejercicio de la limpieza es también una forma de purificación. Después de que los “ciegos malvados” violan a las mujeres, la esposa del médico se da a la tarea de lavarlas.

 

Quería un cubo o algo que sirviera como tal, quería llenarlo de agua, aunque fétida, aunque podrida, quería lavar a la ciega de los insomnios, limpiarle la sangre propia y la mocada ajena, entregarla purificada a la tierra, si algún sentido tiene aún hablar de purezas de cuerpo en este manicomio en el que vivimos, que las del alma, ya se sabe, no hay quien pueda alcanzarlas. (Saramago, 98: 211-212; las cursivas son mías.)

 

Aunque el narrador afirme que la limpieza no toca el alma, es un poco eso lo que la mujer del médico desea: los ciegos malvados las han dejado más que sucias. El personaje sufre una transformación después de esta vivencia. Se convierte en la mano vengadora y asesina al líder de sus violadores. De nueva cuenta, ejerce un papel purificador.

 

La mujer del médico se vuelve también más dura, más valiente; acepta que ve ante todos los ciegos. Su influencia da pie a la lucha abierta contra los ciegos malvados, pero también a que otra mujer tenga el valor para desencadenar el incendio que los sacará del encierro. El fuego también es un elemento que limpia.

 

Sobre las llamas, los escombros, los muertos y los sobrevivientes cae la primera lluvia que narra el relato. Esta lluvia acompaña a la mujer del médico y su grupo hasta el centro de la ciudad, donde encuentran refugio cuando escampa. Vuelve a llover cuando la mujer camina por las calles con las bolsas llenas de comida, cuando se pierde. La lluvia le trae de regalo al perro de las lágrimas, que la acompañará a partir de ese momento y que salpicará a los ciegos de su grupo:

 

Agua bendita de la más eficaz, bajada directamente del cielo, aquella rociada ayudó a las piedras a transformarse en personas, mientras la mujer del médico participaba de la metamorfosis abriendo una tras otra las bolsas de plástico. (Saramago, 98: 269-270)

 

Bachelard afirma que hasta en la gota, el agua ejerce su poder depurativo:

 

Mediante la purificación se participa en una fuerza fecunda, renovadora, polivalente. La mejor prueba de este íntimo poder es que se mantiene en cada gota de líquido. Son innumerables los textos en los que la purificación aparece como una simple aspersión. (Bachelard, 78: 216)

 

El rociado de agua de lluvia les devuelve el ánimo a los personajes, pero todavía no han pasado por las purificaciones subsiguientes que les devolverán la vista.

 

Los ciegos y la vidente continúan por el trayecto que los llevará al paraíso: la casa del médico y su mujer. Es ahí donde beberán su primer vaso de agua pura en mucho tiempo:

 

Aquí tienes agua, bebe lentamente, lentamente, saboréala, un vaso de agua es una maravilla, (...) Dónde la has encontrado, es agua de lluvia, preguntó el marido, No, es de la cisterna, Y no teníamos un garrafón de agua cuando nos fuimos, preguntó él de nuevo, la mujer exclamó, Sí, es verdad, cómo no se me había ocurrido, (...) no bebas más, esto se lo decía al niño, vamos todos a beber agua pura. Se llevó esta vez el candil y fue a la cocina, volvió con la garrafa, la luz entraba por el plástico y hacía centellear la joya que tenía dentro. Colocó el recipiente en la mesa, fue a por vasos, los mejores que tenían, de cristal finísimo, luego, lentamente, como si estuviese oficiando un rito, los llenó. Al fin, dijo, Bebamos. (...) Cuando posaron los vasos, la chica de las gafas oscuras y el viejo de la venda negra estaban llorando. (Saramago, 98: 315-316)

 

Las palabras con las que se describe el agua son “maravilla”, “joya”; el agua es una luz preciosa, un don sublime que hace brotar las lágrimas. El agua pura es algo fuera de ese mundo caído, al igual que la limpieza de la casa en la que están —lo último que hizo la mujer del médico antes de salir a tomar la ambulancia fue lavar los platos—. De acuerdo con Bachelard el agua límpida es una fuerza que “irradia pureza” (Bachelard, 78: 218).

 

La purificación definitiva la reciben esa misma noche con la tercer lluvia. Esta lluvia es “como una inmensa y rumorosa escoba” (Saramago, 98: 317) que barrerá con la impureza de las ropas, de los cuerpos... y del alma. La mujer del médico lo dice: “que no pare esta lluvia, murmuraba mientras buscaba en la cocina jabón, detergentes, estropajos, todo lo que sirviese para limpiar un poco esta suciedad insoportable del alma” (Saramago, 98: 317). Las demás mujeres también se despiertan, son las que lavarán las ropas y los zapatos de todos, las primeras en bañarse. Luego, los hombres.

 

Este baño re-humanizará por completo a los personajes y, con el tiempo, recuperarán la vista. Bachelard explica:

 

Uno de los caracteres que debemos relacionar con el sueño de purificación sugerido por el agua límpida es el sueño de renovación sugerido por un agua fresca. Nos sumergimos en el agua para renacer renovados. (Bachelard, 78: 220)

 

El agua es identificada en muchos mitos como un elemento femenino por excelencia; Saramago lo lleva más allá: la purificación por agua en esta novela tiene además que ver con escobas, jabones, estropajos, elementos domésticos asociados con la labor del ama de casa tradicional. La mujer del médico encarna estos valores.

 

El gran misterio de la novela no radica en la peste en sí —Saramago parece señalar los motivos de la ceguera en el egoísmo y la mezquindad que reinan en su mundo (y en el nuestro)—, sino en los ojos inmunes de la mujer del médico.

 

¿Por qué un mundo de ciegos? Para un testigo que ve. Y este testigo no es necesariamente Saramago, ni la mujer del médico, sino el lector mismo.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

BACHELARD, Gaston. El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia. FCE, México, 1978. (Breviarios, 279)

 

SARAMAGO, José. Ensayo sobre a ceguera. Alfaguara, México, 1998.

 

 


LA AUTORA Y YO EN LA ZONA CENTRO DE LA CDMX, EN 2010

martes, 21 de noviembre de 2023

DE BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN, POR EL MAESTRO MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA

 

DE BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN

MANUEL CORTÉS CASTAÑEDA

 


“También estas bichas
con astucia política
han declarado
que no todas las uvas verdes
están verdes
ni todas las maduras
están maduras
(Zorras)”.

 

Poco se ha dicho de los Bicharios, aunque no son muchos los que se han escrito. Cuando se los menciona se los cataloga como un subgénero adscrito al universo de los bestiarios, o un simple inventario de cosas sin valor aparente; -salvo las ilustraciones que suelen acompañar estos textos y cuyo fin era llegar a ese segmento de la población analfabeta que siempre subyace en el fondo de toda sociedad-. Los bestiarios se hicieron muy populares a partir de la publicación del Phisiologus (colección anónima que apareció en Alexandria, en algún momento del siglo tercero o cuarto (1). Se dice que fue en Alejandría porque muchos de los animales que conforman el texto eran por entonces bien conocidos en Egipto. Los bestiarios fueron igualmente populares en Bizancio y el mundo Persa. También durante la Edad media, especialmente el libro Etimologías de San Isidro y textos de San Ambrosio que gustaba utilizar animales en sus escritos para expandir el mensaje de la Biblia. Durante toda esta época se hicieron muy populares y aparecen asociados con las fábulas, analogías, alegorías, parábolas etc. Y es también durante esta época que se enfatiza su contenido moralizante asociado con la predestinación o/y, según la iglesia, al papel específico del ser humano en el contexto de la creación. Estética moralizante que se apoya en la antítesis virtud / perversión. Hay bestias con características positivas (del lado de Dios); otras con características negativas (del lado del Diablo); y otras son mitológicas o fantásticas y pueden ser de signo positivo o negativo. Pero estas dicotomías se intercambian de manera compleja y sutil anulando las oposiciones radicales y creando múltiples conexiones entre las diferentes entidades paradigmáticas. Se dice que fue realmente a partir de la sentencia de Job, “Pregúntale a las bestias de la tierra y ellas te enseñarán, y a los pájaros del cielo y ellos te contestarán” (12-7), que la iglesia se encargó de popularizar la idea de que el comportamiento de los animales nos ayuda a entender nuestra propia forma de comportarnos o de ser. Más tarde - siglo X y XII- los bestiarios ganaron importancia en Francia e Inglaterra, pero se trataba de recopilación de textos antiguos. Un dato curioso, Leonardo Da Vinci escribió un bestiario. Lo mismo hizo Toulouse Lautrec.

 

En nuestra literatura contemporánea son bien conocidos los bestiarios de Cortázar, Borges, Arreola, Tablada, Otto Raúl González, Alfredo Iriarte, Monterroso y Cosío, entre otros. No es exagerado afirmar que con el Bichario de Ibargoyen, este aparente género menor adquiere un lugar preponderante en el contexto de la literatura universal. Y no se trata de afirmar que este Bichario le da carácter de bestiario a un género tan despreciado y minimizado. Al contrario, el libro de Ibargoyen crea, o inicia una nueva visión de este género a la vez que nos obliga a repensar los bestiarios desde una perspectiva diferente y nos reta, además, a eliminar cualquier tipo de dicotomía moralizante y actitud pedagógica que siempre, de una u otra forma, han marcado el contenido de este tipo de textos.

 

En la mayoría de los diccionarios no aparece la palabra bichario con connotaciones literarias. El vocablo sólo hace referencia a las enfermedades de las plantas y a ciertos parásitos. Sin embargo, aparecen un sinnúmero de derivados que de múltiples formas se conectan con el ser humano y algunas de sus actividades más frecuentes. En nuestra época moderna la palabra bicho tiene más sentido que la de bestia -que se ha quedado relegada a los cuentos de hadas y a los animales mitológicos o alegóricos-, al menos cuando se trata de radiografiar lo más íntimo del ser humano. Entre los derivados más comunes tenemos bicho (cosa que produce miedo o infunde temor); alimaña-insecto (sujeto sin valor); mal bicho (persona con mala intensión); bicho raro (persona fuera de lo normal); bicho viviente (todo el mundo); bicha (culebra y órgano masculino-femenino). También existe el verbo bichear, con connotaciones tales como mirar, observar a escondidas, otear, fisgonear, cazar. Igualmente adjetivos y sustantivos asociados con dicho vocablo como mirón, furtivo, bicharejo, bichejo (diminutivo-peyorativo), bichoso (decrépito), bichofear (silbar para desaprobar); bicharraco (persona fea y diferente); significa, además, hijo de puta y aparece en frases tales como, “qué bicho te pico” (persona que actúa de forma rara o diferente), y “bicho de mal agüero”. Y aunque parezca extraño le quedan pocos matices relacionados con la mitología. En Grecia todavía es un animal quimérico; espíritu de la lluvia: mitad mujer, mitad pez. Y una nota final: En Cuba es sinónimo de persona lista, habilidosa, sagaz.


Como bien pueden ver, este corto inventario nos es suficiente para concluir que con esta palabra y sus múltiples derivados y matices podemos definir y caracterizar en gran parte al ser humano. Quizás amparado en lo sugestivo de dicho vocablo Ibargoyen se dio a la tarea, nada fácil, de reinventar este “sub-género” en nuestra sociedad contemporánea. Y en cuanto a la forma, para ser más contundente en sus apreciaciones y más eficaz en el efecto literario que se busca, Ibargoyen reduce estos textos a su mínima expresión. Para él, lo importante no es “describir” o “definir” apuntalándose en las características que más se asemejan a cada bicho, sino elegir con precisión ciertos atributos minimizados o excluidos, apoyándose en lo absurdo o simplemente en yuxtaposiciones a veces descabelladas para obligarnos a re-pensar cada realidad desde una perspectiva distinta. Estos textos son breves, ingeniosos y marcados por una cuota de sabiduría sin precedentes en nuestra literatura. “Crustáceo incomprendido: / vaya hacia donde vaya/ siempre dirán/ que es para atrás (Cangrejo, 18)”.

 

Textos de estructura polisémica, ambiguos y alegóricos. Textos que crean un sistema de vasos comunicantes que en un momento de la lectura son la suma de una misma realidad, su negación, o su fracaso. Pero también, textos que se diversifican al infinito apoyados en la contradicción y en la paradoja: dualidad que oficia como lo más afín al acto creador y a la condición humana. Sin entrar en el campo de las categorizaciones, podríamos decir que estos bichos son la sombra sutil de apólogos, ecfrasis, ejemplos, epigramas, aforismos, acertijos, juegos verbales, absurdidades, parábolas y hasta retratos efímeros y haikus. La brevedad de la composición o de la estructura lingüística es garantía de multiplicidad en el otro lado del paradigma: sentido y significado. Ibargoyen define y matiza con una precisión endemoniada, pero la definición se ahoga a/en sí misma a conciencia para dar paso a una semántica atona-polifónica, donde cualquier derivado o atajo es posible siempre en el marco de una actitud crítica sin reticencias de ninguna índole y sin que falte esa gota de humor negro que hace a los textos más eficaces en su brevedad exquisita. Textos que son golpes de ironía, sarcasmos, estados de complicidad, burlas, martillazos implacables, baldazos de agua fría a la cara…; pero igualmente textos que incitan a la compasión y a la generosidad tan poco frecuentes en nuestra época. “Pocos dudan / de su inmortalidad /, y de su persistencia /. Cuando quedan / de patas para arriba / seguramente reflexionan / sobre la brevedad / de todo lo que existe (Cucarachas, 23”).

 

Lo primero que salta a la vista inmediatamente iniciamos la lectura del Bichario es que los diferentes bichos que lo componen aparecen en orden alfabético. El texto es un Bichario que a la vez es un diccionario minucioso. Y como no se trata de todo tipo de bichos, -aunque todos los bichos son el mismo por sustracción o por adición-, sino de sus bichos, o al menos los que al autor más le interesan, este aparente orden estructural es algo arbitrario que sugiere de entrada un juego intencional e introduce la ironía como verdadera estructura del texto. La pregunta obligada sería: ¿Por qué los bichos deberían de aparecer en determinado orden? Sugerir un orden aparente cuando es precisamente el orden y lo que éste implica lo que está en tela de juicio en todo el texto es una buena dosis de ironía que nos pone de lleno en las claves fundamentales del acto de escribir y sus posibles incidencias en la mente del lector. Ironizar y jugar subvirtiendo de entrada el orden de las cosas, todo tipo de entidades e ideas es un plato “perfecto” que el lector saborea a plenitud desde la lectura del primer bicho-texto-poema. Más aun si el autor afirma categóricamente desde el comienzo del libro que lo que conocemos está muy lejos de lo que es o pudiera ser. “Vuelan en dudosa libertad /. Pocas de ellas fornican. / Trabajan sudando miel. / Mueren cuando deben matar. / ¿Por qué no nos enseñaron / que son como no son? (Abejas 9)”.

 

Lo segundo es que algunos de esos bichos tienen más de una entrada en el mundo de la bichería. Solamente uno de ellos, el colibrí, más de dos entradas; aunque el tercero no aparece numerado como los dos anteriores de forma secuencial y se pluraliza. Esto nos hace pensar que el tercero no es más que la suma de los otros dos, o su re-definición debido al descontento que el “taxonomista” percibe en su definición, o a la carencia que siempre demarca una posible síntesis. Todos los tres bichos de la misma especie parecen ser lo-mismo / los-mismos sin serlo, ya que nada existe en concreto, ni en la realidad, ni en la definición, ni en la idea. Las trilogías tan caras a nuestra cultura y de las cuales depende nuestra filosofía y teología, no aparecen en el texto, ni siquiera cuando ese bicho es dios o el poeta. Podemos afirmar así que Ibargoyen se apoya en cierto travestismo conceptual y lingüístico cuando disecciona sus bichos. Travestismo que nos enseña sin apelaciones que todo es nada y todo a la vez. Y algo más: que en el fondo y en la superficie todo se define mejor por lo que falta o pudo haber sido. O mejor: por lo que no es que por lo que es: “Sueña a menudo que es / un hoyo negro dado vuelta. / Y corre a casa del Diablo / que siempre lo atiende/ sin cobrarle nada / (Dios dos 26).”

 

Lo tercero es que, aparte de los “abichuchos”, verdaderamente bichos que hacen parte nominal del reino animal, aparecen otros especímenes que no pertenecen a la misma familia, especie o filum. Aunque si lo vemos bien esos bichos que parecen salirse de la clasificación, son más bichos que todos los demás ya sea de forma individual, o en su conjunto, o por intertextualidad. Estas disparatadas constelaciones se componen de Ángeles, Dios (2), Escritor, Informativista, Inversionista, Madre, Padre, Mercader, Mujer, Nazi-(facista), Niños, Poeta, Políticos (2) y hasta una Vulva. Podríamos aventurar de antemano que los que aparecen dos veces, o tienden a multiplicarse hasta tres y que de manera sutil o inapropiada se metamorfosean en otros invadiendo su territorio y su idea, son los de más difícil definición y, a su vez, lo más peligrosos e inevitables debido a su carácter inestable y proteico. Son bichos travestis, pero no por necesidad de libertad sino por una tendencia enfermiza a la síntesis que les asegura su permanencia y su dominio. (El) tragarse lo otro garantiza no solamente permanencia y continuidad sino eliminación de la competencia. Lo otro es que, no es difícil conjeturar, si hacemos la suma de las diferentes entidades bicharias, o contrastamos sus propiedades desde diferentes perspectivas, que este segmento constituido por bichos raros conforma lo más alabado y glorificado de nuestra cultura y civilización. Producto éste cuyas características son ambiguas ya que la mezcla, aunque podría convertirse en un producto final único-ideal -(en una sola razón de ser y de hacer)- no puede asimilar todos los componentes o atributos que por propia naturaleza se excluyen o se enfrentan. Esto nos facilita entender que la contradicción u oposición permanente, -aparte de la ironía y lo lúdico-, son el recurso lingüístico o temático que domina la estructura del texto y cualquier idea o proposición que podamos sacar de él. Los bichos no son, parece decirnos Ibargoyen, ni están presentes del todo. Son un algo que carece de contenido y de sentido, no-solo por carencia o involución sino especialmente por exceso. Pero igualmente no dejan nunca de ser lo que son, aunque siempre aparezcan o intenten aparecer como lo otro, o lo opuesto, o lo que no son. El bicho es una máscara, que nos permite seguir siendo sin que tengamos que enterarnos de lo que somos. Por lo tanto, combatir lo que no somos y al mismo tiempo descreer de lo que somos es la contradicción inevitable a la que está condenado todo bicho en su diario ser y hacer. Ironizando, como en la teoría de la recepción, podríamos decir que no hay múltiples bichos y bichotes y bichorios, sino diferentes formas o perspectivas de entender y decir y confrontar el mismo bicho que se juega sus mil cabezas sin atreverse a jugarse ninguna y ni siquiera la suya propia. Los bichos son un calco ontológico: únicos y unos. Un-en-sí, o un-para-sí existencial sin nada de contemplativo, ya que en los bichos todo es apetito. “Miembro de una subespecie / expulsada del templo / que resolvió adquirir / -con riesgo de inflación- / nuevos sacerdotes / nuevos templos / nuevos dioses / (Mercader 39)”.

 

La cuarta característica a destacar es que solamente aparecen en el bichario dos animales mitológicos: el Basilisco y el Dragón (2); pero por extensión y similitud también podríamos incluir en esta familia reducida, a Dios y al Poeta. Mas aún, si pensamos en los devaneos absurdos de Huidobro y en los descalabros de las musas. Serían solamente cuatro bichos mitológicos aunque el dragón aparece dos veces. Esto sería lo único en común que tiene el texto con los bestiarios, o cualquier otro tipo o variante de ellos. Hay que enfatizar que estos bichejos antes mencionados son definidos apoyándose en características humanas muy específicas. De todos sus atributos destaca el vocablo “encabronarse”. A su vez Ibargoyen pone en entredicho su existencia. ¿No habría que sustituir, entonces, estos bichejos por el bicho hombre que incapaz de verse a sí mismo en su propio espejo siempre busca verse en el espejo de los otros como una forma de huir de sí mismo y de deificar su miedo y su nada? ¿Acaso no está acentuando Ibargoyen como Pessoa, que a pesar de nuestros grandes avances hoy más que nunca somos desconocidos de nosotros mismos? ¿Es tanto lo que nos hemos perdido, o equivocado el camino que una posible identidad o reconocimiento ya no sería posible? Si Ibargoyen hubiese incluido en su inventario al “bicho” Nietzsche el cuadro de nuestra confusión humana sería más complejo y desolador. Pero no es solamente eso. Esta carencia y falta de valor, o encierra en sí una paradoja irresoluble, o nos pone frente a frente con el enigma de nuestra realidad cotidiana: la ausencia de toda mitología, su desgaste o inutilidad, podría muy bien presentarnos la muerte en cuanto tal como lo único cierto; y lo que es peor, la muerte de la imaginación como nuestro destino final. Por una parte, el mundo y el hombre se deshacen como entidad ficticia, y por la otra cada vez más el desconocimiento se perfila como la verdadera esencia del hombre, para recurrir una vez más a Pessoa. “Todavía humeante y sin trabajo / deambula entre los objetos como libros / y abuelos enmudecidos. / Mientras / los niños se masacran / en los patios del los colegios / (Dragón2, 27)”. Pero Ibargoyen no renuncia del todo y transfiere al mundo virtual el papel de conservar e implementar la ficción como nuestra última puerta de escape. Esa caja de resonancias infinitas tan espantosa y fascinante a la vez, se convierte entonces en el sustituto inevitable de la muerte de la mitología y de lo mágico. Sale sobrando en el mundo posmoderno: / los príncipes yuppies / lo usan de mascota / y las princesas del jet-set / se acuestan con sus guardias / en castillos virtuales y coquetos (Dragón 1, 26)”.

 

La quinta característica que quiero acentuar es que uno de los bichos aparece repetido con una variante ortográfica. Oveja aparece con hache y sin ella. Oveja con hache, aunque no distinta sustancialmente de la que no la tiene, se perfila en el texto como el símbolo de la víctima de todos los tiempos. O mejor sería decir que deviene chivo expiatorio. Sustituir en el campo de las tautologías religiosas lo femenino por lo masculino sería una rectificación histórica de consecuencias impredecibles en el subsuelo de nuestra cultura, o un simple intercambio y asimilación de roles. El débil, no importa el lugar que ocupe en el sumario de los horrores y errores de la historia del hombre siempre acaba pagando las cuentas. Pero lo particular de esta dualidad que no logra dislocarse completamente es que “Con hache / o sin hache / siempre le arrancan / la ropa / y se la chingan / (Hoveja 33)”. A la que le falta la hache, sin dejar de ser igualmente un bicho indefenso se la asimila con su verdugo: el lobo. Asimilación que por contraste o intercambio de papeles nos muestra el lado oscuro de las cosas, o esa otra realidad desconocida que define a los seres humanos a conciencia o por ausencia de la misma. La segunda oveja, la verdadera, la académica, la de buena ortografía, no sería otra cosa que el bicho Hombre 2 camuflado, que aparece en el texto. Esa que la tradición desde tiempos bíblicos ha convertido en alimento de todos los días: la oveja con piel de lobo. “Mamífero de canas prematuras / cuenta lobos cada noche / para así dormir / Como una oveja buena / (Oveja 44)”.

 

lunes, 20 de noviembre de 2023

CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO

 

CUENTO DE NAVIDAD HISTÓRICO.

 MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

Para empezar ahorrémonos los chismosos vocablos supuestamente novedosos  del grosero referente inicial “resulta que esto o lo otro”, y comencemos este aparatoso cuento navideño (como lo son todos los demás) a la manera de alguien ahondando hacia lo profundo de una alberca diáfana, como en el acto de quien busca rescatar una joya o un collar valioso extraviado  hace pocos segundos por su pareja; sólo que en este caso la joya se trata de  mi memoria particular y rescatémosla para que  luzca refulgente y, a través de ella, vislumbremos todo el cuadro de la cena de  Nochebuena del año 2010 de mi familia. Ahí son cerca de las diez y media de la noche y es el momento de dar los regalos a los niños. El abuelo materno, noventa y tres años cumplidos, habla y se involucra ya demasiado poco, persigue la conversación con los ojos medio cerrados y se enfurece demasiado azotando el bastón en la mesa del radio, su único contacto con el mundo porque además está casi ciego. Mi madre y mis tías ocupan desde hace cerca de nueve años el lugar de capitanas de abordo cuando la familia entera se reúne y esto, sobre todo, porque las cuatro tienen muy buen sazón. La sirvienta sólo se dedica a cuidar al abuelo y en sus ratos libres, a chismear con el novio y las vecinas. Mi tío político, de origen escocés, acaba de volver de Inglaterra con mis primas. Ha traído buenos regalos para todos desde Heatrow. Para mi abuelo, un par de botellas de genuino whisky escocés. Se me hace agua la boca de solo mirarlas. Una de mis tías se las lleva al sillón donde mi abuelo está empotrado y al abuelo le sale con una voz desmadejada y cavernosa el agradecimiento:

—Aah, gracias Jimmy, whisky Glenfiddich, es muy bueno…mmm…                             

Y vuelve a cerrarse en sí mismo y a cavilar meditaciones sobre mi abuela. Ella murió en 2005. Y como cada año desde entonces, todos resentimos su ausencia en éstas fechas. ¿Pero y quién entonces es el hombre fuerte de la casa? Ahora sí puedo decirte que “resulta” que ése papel lo ocupo yo como el primogénito de la familia y, entonces, para alejar el espectro de la ausencia triste de la abuela muerta, me apuro haciendo chistes a las primitas pequeñas y los otros chamacos  sobre sus regalos y recuerdo que una de mis tías me ha comentado hace un par de noches que compramos los preparativos para ahora mismo, que entre los antepasados de la familia se encontraba alguien que logró… pero ya leíste el título del relato. Entonces ahondemos más atrás, vayamos más allá de la memoria personal para llegar a la verdadera joya, e imaginemos otro aspecto para todo el inmenso territorio del Valle de México; no veremos edificios modernos ni multitudes ni nada que nos parezca un referente a la megalópolis monstruosa de la actual Ciudad de México.

            El referente exacto comienza en Francia, en París, en la Revolución Francesa y con la Toma de la Bastilla; quizá en esos albores de la modernidad (esa sí, que a no dudarlo, comenzó con ese magno hecho histórico) podamos ver las calles de París dejando atrás la vieja arquitectura gótica y dando paso a las novedosas construcciones de vidrio. Como se sabe, Charles Baudelaire, uno de los tres o cuatro  grandes poetas franceses del momento (y no hay que decir que tuvo y tiene todavía una influencia enorme en la literatura universal), paseaba por ahí con alguna de sus amantes planeando su obra cumbre: Las Flores del Mal. El poeta nació en 1821, pero la toma de la Bastilla fue antes. Mis antepasados por la parte materna se remontan al año 1790, cuando nació Laurent Duprée y formó luego su familia con La Bella Anita. La Señora Duprée estaba embarazada cuando fue separada de su marido, así que dadas las condiciones en Francia en aquella época, sabemos que Laurent Duprée nació en alguna cárcel hedionda como cañería.

            Es entonces cuando se anima la Nochebuena de la familia, porque mi tía, copa de vino en la mano e hijo pequeño restregándosele en los pantalones, nos tiene la semblanza nada menos que de ¡la genealogía de la familia! “¡Hey, presten atención a su tía!”, le grito a tanto mocoso y mocosa corriendo entre moños deshechos, regalos  y un árbol de Navidad verde con esferas rojas y azules que, ciertamente, no fue comprado en las faldas del Popocatépetl, como se acostumbraba cuando yo era niño y, supongo, los mayores defendían este abolengo que, intuyo, ya no es algo que propiamente me pertenece de facto: en mi niñez yo jugaba otro rol o era otra etapa  en esta familia, y para no desperdiciar ni un solo adjetivo sobre el niño que fui (no acostumbro hablar para nada de mi infancia, ni en lo personal ni en lo escrito), prefiero asistir completamente oídos abiertos a esta cena y llevarme la joya del relato. (Ojo eh: todo esto es solamente evitar el papelón de ser el hombre fuerte de la casa y estar, simultáneamente, en el desempleo desde hace un par de meses. Espero que Laurent Duprée me lo perdone hasta allá donde se encuentre.)

Dice mi tía: “De la cárcel llegaron a escapar debido a la amistad que la doncella desarrolló con el carcelero… Su padre y hermanos mayores huyeron en tanto a un convento, en donde permanecieron por varios años. Sus hermanos fueron pintores, aparentemente de la escuela de Delacroix. Una vez ya fuera de la cárcel, la Sra. Duprée e hijo se marcharon al pueblo y casa de la doncella, pueblo posiblemente localizado en un valle de los Alpes franceses.”

“Laurent creció como hombre del pueblo, estudió medicina, fue un hombre de ideas liberales que casó con una mujer del pueblo (plebeya) que era conocida como La Bella Anita. Fue menospreciado por sus hermanos por la vida sencilla que llevaba, particularmente por la elección de su esposa ya que sus hermanos siempre fueron conservadores y se sentían nobles y aristócratas. Como tantos otros en busca de nuevas oportunidades, Laurent y su esposa viajaron al nuevo mundo y llegaron a México, posiblemente hacia 1810 o más probablemente hasta alrededor de 1821 o poco después. (Ojo eh: ¡Pisaron tierra mexicana mientras Charles Baudelaire nacía y terminaba la Guerra de Independencia de México!). En este país ejerció su profesión, particularmente trabajó en la lucha contra el cólera, enfermedad que hacía estragos en el puerto de Veracruz durante los años veinte del siglo XIX. En México nació su descendencia que consistió sólo de mujeres; una de ellas llamada Celestine, se casó con un ingeniero de minas inglés recién acabado de arribar. Laurent, quién a la posteridad fue referido en la familia como Bon Papá, murió en Veracruz combatiendo el cólera.”

—Pero la historia no termina ahí ¿verdad? —digo mientras sostengo en mis piernas a su hija y termino de leerle un fragmento de un cuento de los Hermanos Grimm, de un grueso volumen de edición inglesa, que le tocó de regalo.

—No, claro —dice mi tía— continúa nuestra descendencia con Marie Celestine Charlotte Duprée, que se casó con Henry Glennie.

“Los Glennie eran escoceses, dos de ellos vinieron a México: Henry Frederick y William, en tanto que otros se cuenta que fueron a África, a Camerún; todos eran ingenieros de minas. En su viaje a México su barco naufragó, así que los sobrevivientes subieron a las lanchas de salvamento. La lancha donde iban los Glennie tenía un agujero que al parecer estaba taponado, pero el tapón se perdió y entonces empezó a entrar el agua. El abuelo Glennie usó su sombrero y puso encima su rodilla y de esta forma lograron salvarse. Debido a este heroico incidente quedó mal de su pierna.”

“En México hicieron una excursión al Popocatépetl en 1827, la primera excursión reconocida[1] donde colectaron muestras de roca y tomaron mediciones barométricas para calcular su altura, (aproximadamente 5,450 metros sobre el nivel del mar) mismas que ni siquiera Humboldt había realizado, así como también se dedicaron a hacer otras observaciones de exploraciones a otras partes del territorio nacional.

 “Uno de los Glennie llamado Henry fue el que se casó con Celestine, la hija de Laurent Duprée y tuvieron tres hijas: Ana Carlota, Laura y Constanza. William debió haber tenido al menos un hijo de nombre Frederick que continuó con la tradición minera.”

“De Celestine Duprée, inglesa (escocesa por matrimonio), se cuenta una anécdota igualmente heroica. Cuando se alzó Leonardo Márquez, el Tigre de Tacubaya (1859), sus hombres quisieron asaltar la casa donde vivía la familia de Henry Glennie, estando éste presuntamente ausente (¿quizás trabajando en alguna mina?) y su mujer acabada de parir y con hijas jóvenes adolescentes (Ana Carlota de 17 años y Laura algo menor), Celestine Duprée escondió a sus hijas y en el momento de querer entrar los asaltantes, con una bandera inglesa en la mano se les enfrentó gritando: “¡Éste es territorio Inglés, si entran se atienen a las consecuencias!”, y era cierto, para ese tiempo su marido ya era cónsul. Los asaltantes titubearon pero finalmente se retiraron.

“Parece ser que después de este episodio ella murió alrededor de 1860 y después de ella su pequeña hija recién nacida llamada Constanza. Ana Carlota (nuestra lejana parienta) casó con un alemán: Diedrich Graue, con quien tuvo 10 varones y 2 mujeres, de ahí proviene nuestra parentela con los Graue, como el destacado Doctor Enrique Graue, director de la Facultad de Medicina de la UNAM.”

“Diedrich Graue  llegó a México como cónsul de Bélgica, hecho un tanto extraño ya que era alemán, procedente de Hamburgo. Él era comerciante y recordaba nuestra abuela (que fue su nieta) que era muy exigente en la atención que se le brindaba, particularmente en lo concerniente a los alimentos. Comía y cenaba de lo más formal y nunca permitía que se le repitieran las mismas viandas de una comida a  otra, sino que cada vez se le tenían que ofrecer platillos diferentes y variados. Con frecuencia había en casa vinos y productos de procedencia alemana. Era adinerado y seguramente gordo.”

“Ana Carlota —la adolescente que defendiera Celestine— era una mujer culta y desenvuelta para su época, nació el 6 de agosto de 1843, hablaba varios idiomas y viajó bastante, tal vez debido a quedar huérfana de madre en edad temprana. Su padre Glennie la envió a Inglaterra para que se educara y asistió a la Abadía de Westminster. De joven concurrió a los bailes de Maximiliano (llevados a cabo durante 1863 y 1867, tiempo que duró el imperio de Maximiliano) y muy probablemente ahí fue donde conoció a Diedrich Graue, cuando éste llegó como cónsul belga. Ana Carlota tuvo 10 hijos y 2 hijas. Una de las hijas fue Carlota Elizabeth, madre de mi abuela, la otra era una mujer con discapacidad intelectual, algo “retrasadita”, decía mi abuelita, llamada Tía Nenita. Entre las manías de esta tía, prueba de su “retraso mental” (¿autista quizás?), estaba que le gustaba guardar y atesorar retazos e hilos.” En este punto de la historia todos los varones presentes nos reímos incluido el abuelo y las niñas de la familia presumen sus talentos escolares: “Yo tengo 10 de promedio, ¿eh Mateo?” “Y yo soy la mejor de mi clase de gimnasia, eh?” Pero les digo que mejor escuchen porque esto es importante.

Para ese momento ya he logrado probar el Glenfiddich que Jimmy le ha regalado a mi abuelo, por lo cual a mi árbol genealógico ya puedo olerle la resina como a la de un pino de los Alpes Franceses y sólo pienso: “Qué cosa más curiosa,  hasta hace sólo seis años un descendiente de Bon Papá vestía con playeras de The Cure, U2 y Placebo.” Pero mi tía continúa con la historia: “La hija mayor de Ana Carlota fue Carlota Elizabeth, que nació en 1869, la cual casó con Julius Bacmeister-Poggenphol (1855 –1932), un hombre de carácter afable y de origen alemán, que llegó a México como contador de la casa Böker. Pertenecía a una familia numerosa, su madre -Luisa Poggenpohl- había tenido 7 hijos y según las leyes del Kaiser el séptimo podía merecer toda su educación a cargo del estado. No obstante su orgulloso padre -Lucas Bacmeister- no aceptó este beneficio. Cinco de sus hermanos fueron militares a excepción de él y su hermano Ludwig, que fue arquitecto o ingeniero, y con quien vino a asentarse a México.”

“Perteneció a una familia con un gran orgullo de sus orígenes, su árbol genealógico, reconstruido por los Bacmeister que permanecieron en Alemania, se remonta ¡a 1284!, siendo muchos de sus remotos integrantes abogados y reverendos protestantes. Fuera de Alemania, los Bacmeister se encuentran en Inglaterra y Estados Unidos, además de México. Julius Bacmeister tenía un defecto físico que le impidió seguir el camino de sus hermanos militares si hubiera querido (dicen que si quería) y esa limitante para ingresar al Ejército era que estaba ligeramente cojo. Esa cojera la adquirió debido a que en su juventud al patinar en un lago helado se le hundió el pie y quedó por mucho tiempo en el agua helada, hecho que produjo su cojera.”

“Carlota Elizabeth, decía mi abuela, era una mujer muy encerrada en su casa. Como fue prácticamente la única hija mujer ayudó mucho a su madre cuidando a sus hermanos, sobre todo porque su madre tenía muchos compromisos sociales y pese a que seguramente tenían servidumbre suficiente para apoyar en estas actividades. Creció en un ambiente de riqueza, con la presencia de una figura paternal autoritaria y tradicional, tomando responsabilidades que no le correspondían, pero siendo tal vez un tanto inútil en varios aspectos en los que su madre y padre se desenvolvían con soltura. A Carlota Elizabeth la llamaban Lilly. Tuvo ocho hijos. Las cuatro mujeres fueron Luisa, Ema, Elsa y Margarita (nuestra abuela: 14 enero 1897 - 18 mayo 1980), es decir, la tatarabuela mía: de Mateo Gargallo Castellanos el que cuenta este relato ¡¡para la pedantería remota!!). Ema murió a los 13 años de una lesión cardiaca, la cual adquirió siendo pequeña como consecuencia de haberse caído a un pozo, de donde afortunadamente pudo ser rescatada. Tenía un cabello largo muy hermoso que cortaron antes de enterrarla y dice mi abuela que en ocasión de exhumarla para el entierro de un familiar, el cabello le había vuelto a crecer, aunque ya no de su rubio color original, sino de un tono grisáceo-opaco.”

“Los cuatro hijos hombres fueron Lucas Heinrich, Julius Carlos, Wilhelm Walter Diedrich y Friedrich Georg. Este último murió de 2 años debido al parecer a haberse tragado un objeto que le impidió respirar bien, le hicieron traqueotomía pero no funcionó. Julius se dedicó a la música y trabajó en la estación de radio XLA; él se consideraba el más brillante intelectualmente hablando de la familia.”

 “Tenemos foto de Lilly de viejita (foto 4 generaciones: la tatarabuela, la bisabuela, mi abuela y mi mamá), tenía un aspecto totalmente Graue y con eso quiero decir que no era muy agraciada.” En ese momento todos vemos la foto escaneada que luce inolvidable, como nuestro tesoro de navidad.

A estas alturas la narración ya toca tiempos más cercanos, referentes a la unión de la abuela Margarita Bacmeister Graue, con el abuelo Manuel Ignacio Miranda Díaz.

 “El padre del abuelo Miranda, era abogado. No se sabe mucho de él o su familia, salvo su memorable muerte: en una ocasión, la última, al estarse rasurando en su casa de Tacubaya sucedió que una góndola se soltó y fue a incrustarse dentro de su casa, matándolo por unos vidrios del espejo en el que se veía al rasurarse, los cuáles se le incrustaron en el vientre.”

 “El abuelo Miranda le llevaba catorce años a nuestra abuela, se conocieron en el trabajo que la abuela tenía de traductora en una revista geográfica similar al National Geographic que se llamaba El Mundo Ilustrado. Cuando se conocieron la abuela tendría entre 22 y 23 años (se consideraba algo mayor a una mujer que a esa edad no se hubiera ya casado) y había perdido los valores más preciados para esas épocas: virginidad y juventud”.

“De cómo perdió su virginidad la abuela y sucedieron los hechos que la marcarían de por vida, es todo un enigma, aunque es algo que al parecer sucedió en sus 17 años. Una primera historia que me fue contada es que había sido por un joven cadete militar y que por andar con él, sin la tutela debida, quedó embarazada de un niño que al nacer le fue arrebatado y asignado a una empleada doméstica como si fuese suyo. La familia obligaba a la abuela recién parida a asistir a los bailes y compromisos sociales, cuando el bebé requería de su presencia simplemente para alimentarlo, de hecho iba “chorreando en leche”. El bebé murió y el cadete nunca regresó. Después resultó que esa historia no era válida y que la abuela fue violada, pero ¿por quién? ¿Por un familiar, como con más frecuencia sucede?, ¿quién sería? ¿un hermano? No creo, ¿primo, tío? A eso me inclino más, o tal vez fuera una amistad cercana consuetudinaria, el caso es que quedó embarazada y efectivamente el nene se perdió.”

“Sea como haya sido, en ese estado en el que quedó, habiendo perdido virginidad, con un embarazo ya en la historia de su cuerpo y siendo ya no una jovencita es que conoció al abuelo y la historia parcialmente se repitió, volvió a embarazarse, ahora de quien sería nuestra mamá, a sus 24 años. En algún momento pudo escapar con su bebita de su casa, donde la tenían poco menos que secuestrada o en estado de sitio por reincidente, e inició su vida con el abuelo a un lado, pero ausente. El nacimiento de otra hija, Elena, marca el establecimiento de este nuevo régimen de unión de larga duración, aunque sin casamiento, como lo atestiguan los subsecuentes alumbramientos de Nacho, Beatriz, Manuel, seguidos por los de Gabriela y Carolina, esta última a quien tuvo a sus 47 años.

Del tiempo en que estuvo con su hija recién nacida en la casa paterna se tienen las anécdotas de que las hermanas no querían usar el mismo bacinal que ella porque quién sabe qué hubiese contraído de “el indio”, como le decían al abuelo, y como ésta seguramente otras humillaciones. En este tiempo tuvo una nutrida correspondencia con el abuelo, misma que rompió posteriormente cuando su estado de senectud avanzaba, incluso yo llegué a ver y medio leer algunas de ellas y cómo me arrepiento de no haber guardado algunas, ya que lo pude haber hecho.”

“Enfrentó las diversas adversidades que tuvo sin queja y buen ánimo, no tenía otra forma. Rompió con la familia: nada de contactos sociales con la sociedad germana o extranjera, renunció al propio idioma y a la religión presbiterana, pero no a partes de su educación germana, a la tradición doméstica y al orgullo aristocrático. Mantuvo casi sola a su familia, pues el abuelo prácticamente no contribuía más que con la transmisión de sus cromosomas. La manutención de su familia se hizo progresivamente más difícil conforme la prole crecía en tamaño y en número, con lo que se reducían las posibilidades de desarrollo de los mayores. Los trabajos que conseguía no eran muy bien remunerados, en parte por su falta de preparación y en parte por su estigma. Aunque tenía su carrera de educadora era en realidad imposible vivir de ella. Una persona que le ayudó a conseguir estos empleos fue Ludwig el marido de Luisa, su hermana. No obstante sus hermanas siempre fueron despreciativas hacia ella brindándole supuestamente ayuda con donaciones de objetos inservibles por desgastados y caducos y “cantando” siempre los apoyos que le hacían. Entre sus hermanos el que le brindó más comprensión y compañía fue Willy.”

“Al final del camino logró lo que quería: tener y llevar a buen término a sus hijos, que tuvieran una educación elemental y “casarlos bien”, sobre todo las mujeres, el que por poco se le escapa fue Manuel. Como es de esperar en familias con padre de personalidad dominante pero ausente, los varones fueron de más difícil crianza.”

“Y aquí estamos nosotros —dice mi tía— en Navidad del 2010, los hijos y nietos de sus hijos rememorando un poco de dónde venimos, admirando a nuestros maravillosos antepasados, cada uno con una historia a cual más interesante y admirándonos también de cómo pese a tener los mismos padres (o madre en específico en su caso), pueden los hijos salir con tan diversas inclinaciones, gustos y preferencias”.

Esta conversación duró hasta las dos de la madrugada. Por supuesto mis otras tías y mi madre también comentaban todo lo genealógico, Jimmy y yo bebíamos  Glenfiddich; los  chamacos, después del relajo que causaban,  fueron llevados a acostar y se volvió a comentar en la mesa temas de actualidad como la política, los libros o  la ciencia. Corrieron los vinos y las botanas de jamón serrano con queso chihuahua, el lomo y la ensalada con crema de nuez; el otro whisky Glenffidich  que sabía maravilloso y qué decir que también por parte de mi abuelo materno sé  de  grandes historias,  una en particular, en que en su juventud él y su pandilla de la preparatoria de San Ildefonso conocieron  a Diego Rivera en oscuras circunstancias de grillas políticas y una anécdota comunista entre todos ellos  la conjugué con los jóvenes personajes de los años noventa de una novela que ganaría el Premio Nacional “Salvador Gallardo Dávalos” de Narrativa Joven  y en verdad, la nochebuena  iba estupendamente hasta que mi abuelo preguntó desde el sillón:

—Oye Mateo  y a ver ¿cómo  va  el trabajo, a ver?

 Yo le contesté: —mira, la verdad soy podador de árboles genealógicos.

—¿Podador de árboles genealógicos? ¿Y Cómo es eso?

Y dije: —Si sigues chingando vas a ver mi oficio: voy a meter todas esas medicinas que te mantienen con vida al horno de micro hondas y después las voy a rociar con el whisky que te trajo Jimmy y ya verás como sí soy podador de árboles genealógicos.

Entonces la Navidad del 2010 estalló… creo que hasta el niño dios del nacimiento se puso de espaldas y prefirió pasar sin ver… todo mundo a la mañana siguiente festejó sus regalos y yo, por querer pasar por el hombre fuerte de la casa ni me dieron nada por no respetar tan sagrada dinastía… así que salí temprano a buscar a mis amigos para tomar unos vinos y hablar de esa locura favorable para los versos que tenía el fulano de tal llamado Charles Baudelaire… total –me dije– ese güey sólo escribía versitos y nunca escaló un volcán para medirlo, pero al pensarlo, rectifiqué: “¿Entonces, si no es por él, por quién chingados voy a brindar con mis amigos?”

 

Al respecto de sus actividades, como bien señalan[2]  algunas fuentes, hubo varios ejemplos de mineros británicos asociados con empresarios mexicanos que tuvieron injerencia en la minería. Tal es el caso de William y Frederick Glennie, quienes llegaron a México contratados por la United Mexican para trabajar en Guanajuato; su integración fue casi inmediata conforme ampliaron sus intereses mineros y los relativos a las actividades científicas y recreativas de reconocimiento del territorio al escalar el Popocatépetl en 1827. Aún cuando la compañía fue perdiendo vigor, se establecieron en México vinculados activamente a la minería. Sus ligas con Inglaterra fueron de utilidad a ambas partes, ya que su conocimiento del país y los mexicanos era una ventaja para el gobierno británico, que nombró a Frederick como Cónsul General en 1853[3].

Esto aparece en el libro de Ward (pág. 9), donde los señalan como hombres de ciencia: “Aludo en particular a... y al Sr. Glennie, uno de los comisionados de la United Mexican Asociation, quien ha trabajado infatigablemente en sus investigaciones…. El señor Glennie posee una serie de observaciones, hechas por él mismo, que comprenden desde Oaxaca hasta Chihuahua y Guaymas”.

 



[1] Alma Parra, “La conquista del cráter, el diario de viaje de dos mineros británicos al Popocatépetl” Rev.Historias, INAH, n. 69, p. 133-141, 2008. Artículo en línea en: http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_69_133-142.pdf

[2] Alma Parra y Paolo Riguzzi, “Capitales, compañías y manías británicas en las minas mexicanas, 1824-1914” de. Rev. Historias, INAH, n. 71, p. 35-60, 2008. Artículo en línea en: (http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx/revistaHistorias/articulos/historias_71_35-60.pdf)

[3] The Annual Register, Londres, Wood fall & Kinder, 1854, p. 292.