lunes, 29 de noviembre de 2010

¿Realmente todo lo real es real?

Ésto es lo que tú quieres y te lo voy a dar: Entrevista El País a TOM WAITS

Crónicas de un ladrón de sonidos Triple salto de toda una leyenda. El músico de la voz rota da otra intensa muestra de creatividad con 54 canciones en tres discos. Le entrevistamos en un bar de carretera de California BÁRBARA CELIS 03/12/2006 Triple salto de toda una leyenda. El músico de la voz rota da otra intensa muestra de creatividad con 54 canciones en tres discos. Le entrevistamos en un bar de carretera de California. En medio de un paisaje de olivos y viñedos que podrían haberse escapado de un poema de García Lorca, hay un bar de extraña idiosincrasia llamado Little Amsterdam, cuyo letrero está a ras de suelo. Se cayó hace meses, pero su dueño no se molestó en levantarlo. Yace en la carretera de Petaluma, en el valle de Sonoma, en California, muy cerca de Bodega Bay, donde Hitchcock filmó Los pájaros. Little Amsterdam, un lugar lleno de trastos añejos y olvidados, en cuyo almacén aún cuelgan los garfios que indican su pasado de matadero local, está en bancarrota. Pero su dueño, un sexagenario holandés de aspecto anacrónico y camisa hawaiana, aficionado a los mariachis, las mujeres y el billar, aún tiene un amigo: Tom Waits. “Me prometió que lo convertiría en su estudio de sonido. Espero que su mujer le deje comprarlo”. Evert lo comenta entre dientes porque aún no ha cerrado el trato. Waits, el músico de voz acre y resacosa, el cronista perpetuo de las vidas de arrabal americano, el inagotable ladrón de sonidos, ha sido cliente asiduo de Little Amsterdam durante años. Será porque el local y su dueño podrían habitar perfectamente en una de sus canciones… Los universos tan reales como paralelos de discos como The heart of saturday night, Small change o Blue Valentine, donde la mitología de vidas al margen se mezclaba con la imaginación desbordada y la voz corrupta de Tom Waits, le convirtieron en los años setenta en un músico de culto. También ayudaron sus directos indómitos y sus excesos alcohólicos, envueltos en el humo espeso de un cigarrillo, pero arropados por la base musical incisiva de quien busca un lenguaje propio. Sus influencias viajan desde el folk de Leadbelly hasta el jazz de Cole Porter. Roban la teatralidad sonora de George Gershwin, la irreverencia de la generación beat y los extremos literarios de Bukowski. Con ellas le puso banda sonora desde 1973 a un submundo de bares oscuros, prostitutas, corazones rotos e hígados reventados en Los Ángeles. Allí arrancó su carrera, tocando en el Troubaudour y editando su primer disco, Closing time. Irrumpió en la música con su voz rota enroscada en el peso de una vida insaciable y con melodías escupidas desde pianos ahogados en tristeza. Una década más tarde, en 1983, sorprendió con Swordfishtrombones, un disco con el que se adentraba en la producción propia y con el que amplió su universo sonoro, llenándolo de instrumentos dispares, disonancias, canciones habladas y letras tan imposibles como seductoras. Su discográfica, Asylum, le despidió y predijo el fin de su carrera. Pero ocurrió lo contrario. Island Records rescató el disco y lo convirtió en leyenda. Después llegaron las bandas sonoras. Compuso para Francis Ford Coppola Corazonada, por la que fue candidato al Oscar, y para Jim Jarmusch, quien además le convirtió en su actor fetiche. Ahondó en el teatro junto a Robert Wilson y William Burroughs en The black rider. Llevó al escenario su álbum Frank’s wild years, continuó innovando con Mule variations, y además se forjó una peculiar carrera como actor haciendo pequeños pero incisivos papeles en más de veinte películas, incluida Vidas cruzadas, de Robert Altman. Ahora, dos años después de editar su último álbum de estudio, Real gone, Tom Waits edita el triple Orphans: brawlers, bawlers and bastards (Huérfanos: bronquistas, berreadores y bastardos), una colección de 54 canciones entre las que hay 30 grabaciones inéditas. El disco abarca versiones de Los Ramones y Daniel Johnston, temas rescatados de su trabajo como compositor de cine, blues clásico, música experimental, nanas y cuentos irreverentes. Tom Waits, famoso por su imprevisibilidad y cuya pasión de juventud por el alcohol arruinó más de un encuentro con la prensa, ha escogido Little Amsterdam para promocionar su disco. A su manera, porque su personalidad musical y artística también se refleja en una conversación que seguirá cauces poco habituales. Tras atravesar la cocina del local, y tras una puerta con mosquitera oxidada, hay un patio trasero lleno de trastos. Y bajo un porche desconchado, Tom Waits –cara curtida, pelo rojizo, perilla canosa, ojos pequeños, hombros caídos– recibe a la periodista sentado en una mesa coja. ¿Por qué eligió Petaluma para vivir? Yo no vivo en Petaluma. ¿Esto no es Petaluma? Sí, pero yo vivo en otro pueblo de aquí al lado. ¿Cómo se llama? Eso no se lo pienso decir, que luego se llena de gente. Invéntese un nombre. Por ejemplo, la Ciudad del Sueldo del Alcalde [nombre de ciudad en su disco Mule variations]. ¿Pero por qué eligió esta zona de California? Vine por el vino, pero después dejé de beber. ¿No era suficientemente bueno? Sí lo era, pero yo decidí dejar el alcohol. ¿Sabe que todos los amigos a los que les comenté que le iba a entrevistar me propusieron cosas como: llévate una botella de ‘bourbon’ y la bebéis juntos? ¿Le molesta que la gente siga reteniendo la imagen con la que se hizo célebre en los años setenta? No puedo hacer nada al respecto. Además, yo a sus amigos no los veo a menudo, ¿no? Supongo que es normal que la gente piense que la persona que uno era hace diez años lo siga siendo hoy. Además, yo no dejé de beber, el alcohol me dejó a mí. ¿Ha vuelto a visitar aquellos sitios donde se construyó esa fama, el Tropicana Motel o la sala de conciertos Troubaudour? El Tropicana lo demolieron y al Troubaudour hace muchos años que no he vuelto. ¿Soy nostálgico? No sé. Busco las mismas cosas, las cosas que no desaparecen con el tiempo, las que no se entierran, las que siempre estarán aquí… ¿Como los sombreros? Exacto. Yo los sigo llevando. Es algo que no hay que perder. ¿Y cree que las nuevas costumbres, como escuchar música en el iPod, permanecerán? Yo tengo uno. Me lo dio mi hijo. Lo uso cuando boxeo en casa. Pero me gusta utilizarlo sólo con el shuffle porque pasas de Allen Ginsberg a Prokofiev, a The Four Tops, a Charlie Rich, a Charlie Poole, a Charlie Parker…, a todos los Charlie… Y es una sucesión de cosas diferentes que adquieren sentido para ti. Así era la radio hace años. Ponían canciones con un sentido inherente, como lo que ahora hace Bob Dylan en su programa [XM Radio]. Ese tipo es un genio. Aquí comienza una de las muchas interpretaciones que hará a lo largo de la entrevista, como si fueran viñetas de un cómic. Vestido con pantalones, chaqueta de color negro y botas militares, cambia la expresión de la cara, mira de refilón imitando el aire de pasotismo de Bob Dylan y repite con voz dilaniana la coletilla del programa: “Tune in time radio”. Y continúa: “Ahora la radio está organizada para consumidores. Como las autopistas, que están llenas de cadenas de supermercados y tiendas uniformes. Hay emisoras de sólo blues, o sólo country, o sólo hip-hop… Cuando yo era un adolescente ponías una y escuchabas muchas cosas”. Pero ahora tiene incluso la posibilidad de conseguir gratis la música que le gusta por Internet. ¿No le parece que hay más opciones que antes? No exactamente, porque todo es demasiado fácil. Falta la lucha por descubrir las cosas que te interesan. Es como una cesárea frente a un parto natural. La lucha para salir es parte de la vida, y cuando es tan simple como darle a un botón… No sé. Es como las bibliotecas: antes ibas buscando un libro y por el camino descubrías algo más. Aunque es cierto que ahora pasa eso con Internet… ¿Cómo vive los cambios que la revolución digital está produciendo en la industria musical? No sé. Haces un concierto, la gente lo graba, y luego resulta que lo venden online. Son como pulgas en un perro: tienes que lidiar con ellas, son inevitables. ¿Alguna vez se ha bajado música de Internet? No sabría cómo. Si supiera, ¿lo haría? No estoy seguro, porque estoy sensibilizado con este tema. Las canciones pertenecen a alguien. Es como robarle las flores a tu vecino. Vale, los discos costaban menos antes que ahora, pero es que todo costaba menos. Si plantas lechugas, las haces crecer, inviertes tiempo y dinero en ellas, no quieres que te las quiten… Hacer un disco cuesta dinero; exige energía, tiempo para hacer las canciones, contratar a los músicos, el estudio… Es un negocio… Desde mi punto de vista, los discos no son caros, porque yo los hago y pago por ellos. Pero no sé, ahora todo el mundo trata de hacer predicciones, y en realidad nadie sabe qué pasará en el futuro. ¿Sus hijos [Casey, Kelly y Sullivan, fruto de su matrimonio con su colaboradora Kathleen Brennan] piratean música? Sí, pero si les pillo, les amenazo. ¿Qué le han enseñado musicalmente? Tienen curiosidad y atrevimiento, y eso lo aplican a su personalidad. Visten música como si fueran joyas, como sus peinados. Han integrado la música en su vida como si fuera ropa. Y eso me ha hecho recordar cosas. La primera vez que vi a James Brown, yo quería ser negro. Quería pantalones ajustados, zapatillas naranjas… Ellos escuchan cosas que piensan que a lo mejor me gustan, y me lo dicen: 50 Cents, Tupac… Y vuelve a la interpretación. Se ajusta la camisa, mira de lado y empieza: “Venga, tío, escucha un poco de hip-hop; estos tipos están vivos, tú sólo oyes a todos esos cantantes muertos”. Le ha dedicado a ‘Orphans…’ casi dos años. Sí. Son temas nuevos, temas perdidos, temas huérfanos… Los títulos de cada álbum se corresponden con la música y atmósfera que hay dentro. Son muchos tipos diferentes de líricas, de estilos, de acentos, incluso de voces. Pero ahora me siento más cercano a Bastards. En Bastards, Waits se regocija en su lado más experimental, acercándose a Captain Beefheart o Lord Buckley, e incluye varios relatos hablados, sin música, chocantes, como Children’s story, un cuento para niños tremendamente cruel o el poema de Bukowski Nirvana. Brawlers se mueve en el entorno del blues, mientras que Bawlers incluye temas compuestos para películas, baladas que arrastran la tristeza que impregnaba su primera época o versiones sucias de temas como el clásico de Leadbelly Goodnight Irene. ¿Ha sido como interpretar a personajes diferentes en las películas? Sí, es parecido. Necesitas decidir lo que necesita cada canción. Y entonces pruebas. A veces resulta que tu voz suena mejor si intentas parecer una mujer, o si sólo hablas, o si sólo susurras. En ‘Brawlers’, la canción ‘Road to peace’ habla de la guerra entre israelíes y palestinos. Usted no suele hacer temas políticos… Se me ocurrió leyendo The New York Times. Iba a tirar a la basura todos esos periódicos con cientos de artículos sobre ese conflicto y no podía hacerlo sin escribir nada sobre el tema. Si tuviera que escribir una canción sobre Bush, ¿cómo la titularía? El pequeño hombre con el gran encargo… No sé… El otro día escuché esas cosas que dijo Chávez sobre él. Le llamó demonio… En Estados Unidos, mucha gente piensa lo mismo. Es como una garrapata sobre un caballo que intenta chuparle toda la sangre y se pone tan gorda que parece que va a explotar. ¿Cómo te deshaces de ella? ¿Cómo consigues tirarla por el váter? Todos le odiamos. Es un ladrón, un estraperlista. Está clarísimo, tiene muchos intereses petroleros. Tiene una aguja muy larga, la ha pinchado en Oriente Próximo y está chupando de ahí todo lo que puede. En este álbum han participado casi cien músicos diferentes, desde Marc Ribot, asiduo de sus discos, hasta Brett Gurewitz, el guitarrista de Bad Religion. ¿Cómo los eligió? A veces solamente consigues a quien esté en la ciudad en ese momento. Así es como mi hijo acabó tocando conmigo. Estaba buscando a un batería para irme de gira y, como no encontré al que quería, alguien me propuso que probara con Casey. ¿No pensó en él desde el principio? No, porque es mi hijo. Nunca habíamos tenido esta experiencia. Y además sabía que nunca había tocado todo un concierto, y no sé, yo pensaba: esto es música para gente mayor, ¿cómo voy a meter a mi hijo en la banda?; me voy a pasar el día discutiendo con él. No lo veía posible, pero ha resultado cojonudo. ¿Ha vuelto a grabar en el cuarto de baño de su casa, como en su anterior disco? Sí. Siempre busco habitaciones que suenen bien, con una buena atmósfera. El secreto está en la acústica de los azulejos… Cada habitación es como un instrumento más. Me gusta descubrir sonidos en todas partes. Son las oportunidades arbitrarias que ofrece la música, que es lo que yo adoro. Cuando alguien arrastra una silla y suena como un autobús frenando. Pasa todo el rato, pero tienes que estar dispuesto a escuchar. En este álbum también ha utilizado alguno de esos instrumentos obsoletos o inventados que usted colecciona… ¿Me podría explicar qué es un piano borracho? Supongo que un piano desafinado, o al que le faltan algunas teclas, o al que le ha llovido encima. De repente, como si alguien hubiera preparado la escena para contestar a la pregunta, Tom Waits se queda mirando a su izquierda, se levanta, se acerca a un mueble que está cubierto con plástico azul y, ¡zas!, descubre un piano de madera hinchado, sucio, mojado y con las teclas desquiciadas: “¡Esto es un piano borracho! Inténtele sacar algún sonido, saldrá como ahogado…”. El piano resplandece en su deterioro en medio del patio polvoriento y olvidado de Little Amsterdam, mientras Tom Waits lo mira embelesado. “Es una lástima…”, balbucea. Antes de tocar el piano aprendió a tocar la trompeta… Sí, en el colegio, pero lo dejé por la guitarra, porque tocar la trompeta solo no te hace compañía. Tienes que tocar con otros músicos para disfrutarla. Nunca he vuelto a intentarlo. Aprendí a tocar la guitarra y monté una banda, The Sistems. Y luego descubrí el piano. Acaba de tocar en Nashville, en Cleveland, en Atlanta, etcétera. ¿Por qué sale tan poco de gira y siempre va a sitios pequeños? No me me gusta tocar en Nueva York o en Los Ángeles. Me pone nervioso que las primeras 10 filas estén ocupadas sólo por gente de la industria o de la prensa. Busco una audiencia de personas. Pero en esta gira me lo he pasado muy bien. Igual nos volvemos a lanzar a la carretera. ¿Cuándo? Cuando nos apetezca. Ponga lo que quiera. Duke Ellington les solía dar a sus músicos descripciones de cosas o personas para que tocaran de una u otra manera. ¿Cómo trabaja usted con los suyos? A veces les hablas de forma abstracta porque estás describiendo algo que no puedes ver, estás haciendo películas para los oídos y tienes que hablar en imágenes. Les ayuda. Otras veces les das nombres de otros músicos… ¿Esas películas las tiene en la cabeza de antemano? No, te las inventas en el momento. Yo te podría decir: toca como los ojos del enano subido en los hombros del gigante ciego, o toca como la mujer con cara de mula que baila con el chico cocodrilo. ¡Ponle más púrpura!, ¡demasido marrón!, ¡falta amarillo! ¡Necesito negro para poner amarillo! ¿Los colores funcionan bien? Sí. ¿Y los olores? Fíjese, en este disco hay una combinación de olores, pero nunca había intentado hablar en olores. Es una buena idea porque intentas crear atmósferas y todo ayuda… Gracias. ¿Y cómo es la relación de trabajo con su mujer? Te pones los guantes, esperas a que suene la campana y sales a pelear. Tom Waits suelta una carcajada, le da un sorbo a su café y, balanceándose en su silla, como lleva haciendo casi toda la entrevista, continúa: “Ella es el cerebro detrás de papá. Es una letrista exquisita. Tenemos una buena relación. Una vez que tienes hijos con alguien, todo lo demás se vuelve fácil”. Kathleen Brennan es la mujer a la que Tom Waits ha dicho deberle la vida. Se conocieron en 1978 durante su primera incursión en el cine –reencarnándose en sí mismo como el pianista Mumbles en Paradise Alley, de Sylvester Stallone–. Antes había sido pareja de Ricky Lee Jones, pero el alcohol y las drogas les metieron en más de un problema, incluida la cárcel por montar una bronca a las puertas de un bar. A Brennan, en cambio, se le atribuye el giro creativo que Waits dio con Swordfishtrombones y todo lo que vino después. Hace 14 años también le ayudó a dejar el alcohol, que estaba realmente a punto de convertirle en el protagonista de su canción Bad liver and a broken heart (Hígado enfermo y un corazón roto), uno de sus clásicos del disco Small change. Antes mencionó a James Brown. ¿Fue su despertar musical? Un poco, pero yo escuché música desde niño. Empecé oyendo baladas mexicanas con mi padre y canciones folk en Pomona, la ciudad en la que nací [el 7 de diciembre de 1949]. ¿Qué hacía su padre? Enseñaba español. Yo de pequeño lo hablaba; ahora, muy poco [balbucea en español]. ¿Nunca se planteó utilizarlo en sus canciones? No, pero llevo tiempo intentando convencer a Los Lobos para que me dejen cantar un tema. ¿Conoce esa de “Guadalajara en un llanooo, México en una lagunaaaa?” [cantando]. Es un vals. ¡Punch 1, 2, 3! ¡Punch, 1, 2, 3! [cantando y agitando el puño al ritmo]. ¿Qué le llevó hasta la música? Quería ser parte de esto, tocar era como un sueño. Tener a 3.000 personas esperando a que yo salga, gente chillando… Eso es lo que quería. Pero también tuvo tropezones. Como telonero de Zappa le abuchearon… Sí, no les gustaba nada. Pero lo tenía que hacer. Es divertido mirar hacia atrás… No ha sido fácil. Si fuera fácil, todo el mundo lo haría. Pero ahora todos los jóvenes quieren ser estrellas de rock, estrellas de Hollywood; la televisión lo presenta como algo sencillo. Todas las niñas quieren ser Britney Spears. Sí, pero ella no es feliz, créame. Tiene dos hijos, está gorda, cabreada con su marido, adicta a quién sabe qué… Está lo que usted ve sobre el escenario y lo que hay detrás. Créame, entre bastidores el mundo es muy feo, está lleno de monstruos. Como los que había en la prehistoria, horribles. No es fácil, la gente no tiene ni idea de lo que pasa fuera del escenario. ¿Cómo es ahora su vida ahí detrás? Distinta. Ahora tengo una familia, y eso lo hace diferente. Me recuerdan quién soy, que soy un padre y un marido. En realidad, sobre el escenario pasas una parte de tu vida muy pequeña; el día es mucho más largo que eso. Pero ese personaje que se construyó y con el que la gente todavía le confunde, cuya vida se parecía a sus canciones, ¿qué era realmente? No sé, estaba en el show business, necesitaba ser alguien y venir de algún sitio. Estaba interpretando a un personaje con trozos de mí mismo y de otros, Cantinflas, Jack Benny… Mezclándolo todo y construyendo algo. Y ahora… ¿usted es usted? No más ahora que antes. Soy pedazos de cosas. Es como un truco mágico. Usted y yo no nos conocemos, y yo me lo podría estar inventando todo. ¿Pero se siente satisfecho de lo que ha conseguido? Otros músicos como Bruce Springsteen hacen versiones de sus temas [‘Jersey girl’]. Usted es una referencia musical casi tan citada como Bob Dylan… Así es la música: cuando eres joven, alguien te ayuda, y después tú ayudas a alguien. Buscas guías… Cuando eres joven y naíf… Escuchas discos, te aprendes las letras, la tonalidad; así aprendía yo, y todavía lo hago. Ahora la gente hace lo mismo conmigo, es un proceso orgánico. No hay escuelas para aprender a escribir canciones, aprendes porque necesitas escribirlas, porque las amas, porque quieres ser parte de eso. ¿Cómo es su relación con la música y el cine? A veces te explican la película: “Esto es una historia de dos tipos que trabajan en una tintorería, y una noche uno pone un petardo en su oreja, y le vuela la cabeza, y aterriza en Kansas, y le meten en la cárcel durante tres años, y después le secuestran y se lo llevan a Canadá, y cuando sale se cambia de sexo y monta un bar, y…”. La historia te parece buenísima, dices que sí, y luego ves la película y es una mierda. Por eso ahora escojo solamente ponerles música si las he visto antes. Es un negocio en el que si quieren tu ayuda es porque no tienen dinero, o porque hay problemas y esperan que tú los arregles. Así que ya sólo lo hago si realmente me apetece. Como actor, ¿también es tan selectivo? Debería serlo. Cuando trabajas para alguien, con mucha gente, nunca estás seguro. Eres un violín entre trescientos violines. No estás conduciendo, vas en un autobús. Unas veces es divertido, y otras, una pérdida de tiempo. Pero estás atrapado; una vez dentro, ya no puedes escaparte. ¿Qué es lo que le gusta de actuar? Me acerco con el mismo planteamiento con el que me acerco a la música: intentando encontrar una cualidad musical en el personaje y en sus palabras. Pero no tengo técnica suficiente como para sentirme relajado haciendo las películas. Ha hecho varias con Jim Jarmusch. ¿Es cierto que han montado juntos una hermandad, llamada Los Hijos de Lee Marvin, con Nick Cave y John Lurie? Sí, es cierto, pero no sé quiénes son los miembros. Voy a tener que cambiar toda la normativa, porque se ha colado un montón de chicas… ¿Y cómo se entra? No se lo puedo decir, hay muchos requisitos, es privado. ¿Y qué hacen cuando se reúnen? Lo que hacen los amigos cuando se juntan: tomar café, hablar de películas, disfrutar de la compañía. Lee Marvin es sólo el padre espiritual. Pero la organización está en crisis. Jim dejó entrar a varias chicas y ahora la gente empieza a hacer preguntas, como usted. Antes era más como la CIA, ¿entiende? Muy secreta, muy privada. Vamos a tener que replanteárnoslo todo. ¿Le puedo hacer una pregunta más? Sí, pero después le corto la cabeza. ¿Llegó a conocer a Bukowski? Sí. ¿Era como se lo imaginaba? No. ¿Cómo lo recuerda? Riéndose, bebiéndose un vino tinto, dándole azotes en el culo a su mujer… Lo cierto es que, cuando vas a conocer a alguien, te llevas tu imaginación al encuentro… ¿Soy yo como usted me imaginaba? No del todo. [Tom Waits sonríe, se levanta, se pone su sombrero como quien lleva haciéndolo desde la eternidad y se dirige hacia la puerta]. Se lo dije, sobre el escenario y entre bastidores. Personas diferentes. Bronquistas, berreadores y bastardos Por Diego A. Manrique En octubre, la revista británica The Word desarrollaba un reportaje juguetón a partir de un lugar común: el abismo entre las querencias musicales de hombres y mujeres. Se ofrecían entrevistas con cuatro parejas –cuyas preferencias chocaban– y un doble listado: discos genuinamente femeninos y discos eminentemente masculinos. En la última clasificación figuraba Tom Waits con Swordfishtrombones, el elepé que supuso su emancipación sonora. Waits parece sufrir el destino del artista de culto: menú para un clan (mayormente varonil) de fanáticos, un nombre que se cita más que se disfruta. Pero las canciones de Tom pueden ser consumidas por el gran público…, si se las separa de su intimidante voz. Rod Stewart llevó el romanticismo urbano de Downtown train al número 3 de las listas estadounidenses; Bruce Springsteen logra que se derritan las masas cuando entona Jersey girl. Se sabe que hay dos Tom Waits. El primero era un cantautor atípico, recién salido de un cuadro de Edward Hopper; un bohemio de casting, el resto de algún naufragio beatnik. Dominaba la melancolía crepuscular y las gracias de borracho: “El piano ha estado bebiendo, no yo”, canturreaba. Hasta que en 1981 conoció a la que sería su esposa, Kathleen Brennan, empleada literaria del Coppola más imperial. A su lado escribió su música más bonita: la banda sonora de One from the heart (en España, Corazonada). A continuación rompió la baraja. El segundo Waits saltó de Asylum, sello para hippies ricos, a Island, entonces tolerante con los heterodoxos (ahora graba para Anti, independiente con raíces punkis). Tiró al retrete el Libro de Producciones Aceptables, se desprendió del disfraz de hipster resabiado y comenzó a manipular tanto sonidos como formas añejas. Sin miedo, acentuó su voz de hombre lobo. En contra del tópico del gusto musical femenino, el impulso para explorar vino de Kathleen. Ella le hizo ver que era preferible la libertad creativa a la seguridad de una carrera convencional, le facilitó el contacto con cierta vanguardia (William Burroughs, Robert Wilson, Jim Jarmusch) y le animó a aceptar papeles en el cine. Establecieron la primacía de la familia sobre los compromisos profesionales: Tom apenas hace giras. Liberado de concesiones, puede editar dos discos el mismo día, o juntar, como ahora, un triple cd de retazos y ocurrencias sueltas. ¡Limpieza de otoño! Con Orphans…, Waits y Brennan han vaciado su archivo y les ha salido un muestrario tan accesible como impresionante (tres horas) de logros e influencias. Son 56 grabaciones, de las cuales 26 estaban desperdigadas por homenajes, películas, proyectos ajenos. Tom, que se atormenta por unificar en clima y concepto cada disco oficial, funciona también sin el peso de la Gran Idea. Hay coherencia estética en estos 56 temas de Huérfanos, que se han podido ordenar en tres categorías, una por cd: ‘Bronquistas’ (rock de batalla), ‘Berreadores’ (baladas) y ‘Bastardos’ (recitados y experimentos). Revisando tan monumental miscelánea, se entiende el respeto, la pura envidia de sus colegas: nadie arriesga más en el vestuario, el esqueleto y el alma de sus canciones. Su paleta es inmensa: blues libérrimos, melopeas de perdedores, jazz en blanco y negro, sudorosos cantos de trabajo, boogies oxidados, agrios himnos de iglesia, hip-hop sin máquinas, mambos de tierra adentro, serenatas con costras. Manjares orgánicos para buscadores –de ambos sexos– que sepan apreciar esos “diamantes que prefirieron quedarse como carbón”.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Rita Guerrero tiene cancer

Cuenta Banorte para ayudar a Rita Guerrero 0664479673 clave 072180006644796732 Vamos a hecharle una mano

Una post del 2008 de Carlos Oliva Mendoza

Me pareció una perla: Ocho años de panismo en eso que se llamaba la República mexicana Antier el presidente de la Comisión Nacional de Derecho Humanos (CNDH) nos obsequió una precisa radiografía del país: 1. De enero de 2001 a noviembre de 2008 ocurrieron 20 mil secuestros en el país, esto es, 2500 al año, siete al día. 2. En ese período se registraron 10 mil 500 ejecuciones atribuidas a eso que llaman "crimen organizado". 3. En el 2008, se han ejecutado a 5 mil 585 personas. 4. De enero de 2006 a noviembre de 2008, 48 millones de personas han sido víctimas del delito (16 millones por año, 43 mil 835 al día) 5. De todos esos millones, se ha aclarado el 1.24%, lo que quiere decir que el grado de impunidad del país es del 98.76%. Hace tiempo que el país es una suma de empresas, aparentemente, sin control. Si uno observa esto, más bien parece que la cosa marcha bien: el estado criminal, que vocifera una guerra, nunca ha entregado cuentas tan asombrosas a sus ciudadanos.

martes, 23 de noviembre de 2010

El premio Planeta cada vez más filtrado

Tomado de las bondades de escritores.org En 2004 me invitó Plaza & Janés (hoy Random House Mondadori) a la cena de entrega del Premio Ciudad de Torrevieja de Novela. En el tren, me reencontré con un camarada periodista, que me dijo: “Soy uno de los finalistas“. Me contó la historia de su novela, basada en a en el Renacimiento y la arquitectura, con algo de intriga. Al llegar al hotel del evento, le conté con emoción a otro periodista que un amigo mío era uno de los cinco finalistas. “No va a ganar”, me dijo: “El premio se lo dan a Zoe Valdés y el segundo a Javier Sierra“. ¿Ya se sabe?, dije con sorpresa inocente. Me miró y añadió: “Siempre lo filtran antes de la cena para que la noticia entre en primera edición de los periódicos. Pero lo mantenemos en secreto”. Y sonrió. Como yo era periodista económico, me quedé sorprendido de algo que para el periodismo cultural era tan habitual como para nosotros hablar de juntas de accionistas. Antes de la cena, en el cóctel, mi amigo finalista se acercó para confesarme que estaba desolado. “Me han dicho que el premio ya está dado”. Y repitió los mismos nombres que yo había escuchado. Terminó la cena. Alguien se acercó al micrófono, y dijo que allí en su mano tenía las plicas de los ganadores. Yo miré a los compañeros de mesa y pensé en decirles que todos gritásemos que ya lo sabíamos. Me hubiera encantado vociferar. “No sigas: ¡sabemos que son Zoe y Javier!”. Pero no lo hicimos. En efecto, Zoe y Javier. Mi amigo y su mujer estaban anodadados. En 2008 me invitaron al Premio Planeta. Como yo ya era un experto en premios filtrados, pregunté al comenzar la cena a quién le iban a dar el premio. “Fernando Savater”, confesó un periodista mientras descalabraba un langostino. Se cumplió. Este año, (ayer por la noche) le han dado el Premio Planeta a Eduardo Mendoza. En el colmo de las filtraciones, el diario elpais.com ya lo tenía en su portada desde ayer por la mañana. O sea, con un adelanto de unas 12 horas. Una buene exclusiva que nunca criticaré a ningún periodista, pero una filtración que no solo daña a la editorial sino a ganador. Todos los años siempre se habla de lo mismo. ¿Por qué están amañados? Supongo que para Planeta y para Random House Mondadori, los premios son una inversión muy seria (el planeta con 600.000 euros, y el Torrevieja, con 360.000, están entre los mejor dotados del mundo) pero también una catapulta de ventas, y por ello deben montar un engranaje comercial inevitable. Primero se consigue al autor. Luego, se presenta la obra. Y por último, se le concede un premio. ¿Por qué? Una vez me explicaron que si no fuera así, el libro no se vendería porque importa mucho que el ganador sea conocido. Y me contaron que es un riesgo enorme no encargar un libro porque la calidad de la inmensa mayoría de las obras presentadas es dudosa, y hasta podría resultar un premio desierto o muy mediocre. Con el arreglo, por lo menos se aseguran que la cara ganadora sea de postín, y que garantice cierta calidad. No estoy tan seguro. Como han demostrado esas mismas editoriales, no siempre ha sido así: de hecho, Carlos Ruiz Zafón, fue casi descartado del premio Fernando Lara y al final resultó un gran descubrimiento. Un superventas. O sea, el criterio del jurado no es infalible. De todos modos, para que estos premios no fueran tan criticados, creo que en lugar de organizar una cena, por lo menos deberían presentarlos en una comida. Así todos los periódicos podrían llegar a la primera edición. Eso sí: siempre que pensemos en el periódico de papel. Pero en internet, nos da igual si es desayuno, almuerzo o cena, porque estamos 24 horas en vela. Lo daríamos ipso facto.

lunes, 22 de noviembre de 2010

RATAS

En el blog de nuestaaparenterendicion.blogspot.com acabo de leer un texto de un filósofo español que no puedo sino difundirlo: Acá está entero: domingo 21 de noviembre de 2010El filósofo Miguel Morey nos manda un texto sobre el miedo. RATAS La historia es bien conocida. Estamos en 1984, en el seno de un Estado totalitario controlado por un Gran Hermano que todo lo ve y todo lo oye. La sociedad tiene la estructura gregaria de una inmensa colmena: en el estrato más bajo, las masas de trabajadores entregadas a la producción de armas para una guerra interminable; en el medio, el estamento burocrático que mantiene en funcionamiento todos los resortes del Estado; y en lo más alto, una elite que ejerce un control absoluto sobre todo el aparato ayudándose con las más refinadas tecnologías físicas y psíquicas, entre las que destaca la manipulación del lenguaje (la "newspeak") llevada a cabo por el Ministerio de la Verdad: "la guerra es paz", "la libertad es esclavitud", "la ignorancia es fuerza"… En este contexto, el protagonista, Winston Smith encarna la figura del rebelde empeñado en tratar de salvar su vida consciente mediante la recuperación del lenguaje y el ámbito de experiencias que éste permitía antes de quedar neutralizado por el totalitarismo político. Desde el principio, el sesgo obligadamente trágico de esta rebelión quedará anticipado en el diario del protagonista cuando escribe, convirtiendo en aporía los hábitos paradójicos de la nueva lengua propagandista: "hasta que no sean conscientes no se rebelarán, y hasta que no se hayan rebelado no podrán ser conscientes"… Poco a poco, Winston Smith irá comprendiendo que su lucha por redescubrir y reconquistar su conciencia es una guerra perdida, su derrota es tan sólo cuestión de tiempo. Finalmente, sorprendido en una cita secreta de amor, en flagrante violación de la norma que hace de cualquier relación sexual un asunto demográfico, es encerrado en la cárcel y sometido a tortura hasta quedar convertido en un autómata. En la recta final del relato, O'Brien, el torturador, le dice: "El dolor solo a veces no es suficiente. Hay ocasiones en las que el ser humano soporta el dolor y lo soporta hasta la muerte. Pero para todo el mundo hay una cosa insoportable…". Entonces, le muestra una máscara de alambre unida a una jaula en la que están encerradas unas cuantas ratas vivas, hambrientas. Y mientras le coloca el artefacto en la cara, le dice: "He accionado la primera palanca. Ya comprendes el funcionamiento de este instrumento. La careta quedará ajustada a tu cara sin dejar ninguna salida. Cuando presione la otra palanca, la puerta de la jaula se levantará. Estas bestias hambrientas saldrán como balas. ¿No has visto nunca los saltos que pegan las ratas? De la misma manera te saltarán a la cara y se clavarán allí. A veces atacan primero los ojos. A veces agujerean las mejillas y devoran la lengua…". Presa del pánico más atroz, Winston Smith acaba por comprender que la única manera que tiene de evitar el suplicio es interponer a otro ser humano, el cuerpo de otro ser humano, entre él y las ratas. Entonces grita: "¡Hacédselo a Julia. Hacédselo a Julia! ¡No a mí! No me importa lo que le hagáis. Cortadla a pedazos, trinchadla con huesos y todo. ¡Pero no a mí! ¡Julia! !No yo¡". Algún tiempo después, en el curso de un fugaz encuentro con Julia, el tiempo justo para que el lector vea las cicatrices en su rostro, ambos confiesan su mutua traición. Julia explica: "A veces te amenazan con algo, algo que no puedes soportar, algo en lo que no tienes ni el valor de pensar. Y entonces dices: No me lo hagáis a mí, hacédselo a cualquier otra persona, hacédselo a Fulano o a Mengano. Una vez que todo ha pasado, a lo mejor querrás pensar que tan sólo fue una escapatoria y que sólo lo dijiste para detenerlos y no de corazón. Pero no es verdad. En aquel momento, es aquello lo que quieres decir. Estás convencido de que no hay otro medio de salvarte y decides salvarte de esta forma. Quieres que se lo hagan a otra persona…". Y concluye: "Una vez que todo ha pasado, ya no experimentas nunca más hacia la otra persona los mismos sentimientos". Lacónicamente, Winston Smith corrobora: "No, ya no vuelves a sentir lo mismo". En la inminencia de la bala que ha de atravesarle finalmente el cerebro, los últimos pensamientos de Winston Smith podrían perfectamente haber repetido las palabras de despedida del humorista andaluz Pedro Muñoz Seca ante el pelotón de fusilamiento, el 28 de noviembre de 1936, en Paracuellos del Jarama: “Podréis quitarme con vuestros fusiles los bienes, la libertad, la vida. Pero hay una cosa que no me quitaréis, y es el miedo”. II. Todos los animales sienten el miedo. Los expertos nos dicen que se trata de un esquema adaptativo, un mecanismo de supervivencia y de defensa surgido para permitir al individuo responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. Pero para los hombres, para ese animal extraño que existe en su propia memoria (en la memoria infinitesimal que nos permite acabar una frase, transitar del querer decir al haber dicho, cumplir ese trayecto en el que el animal que somos se juega su condición de humano), para ese animal extraño el miedo es algo mucho más complejo, porque ha aprendido a conjugarse en todos los tiempos, modos, aspectos, y personas que tiene el verbo. De este modo es como si el miedo dejara de pertenecer a la inmediatez de lo que sobreviene, dejara de ser una reacción de alerta, para pasar a ser algo que está siempre presente. Los mismos expertos nos dicen que la extirpación de la amígdala parece eliminar el miedo en los animales, pero no así en los humanos, dado que en ellos el mecanismo del miedo interactúa con la corteza cerebral y otras partes del sistema límbico. La conciencia, esa forma de memoria mediante la que nos sostenemos en el presente, no puede ser tal sin ser también y ante todo conciencia de la propia finitud, de la inevitabilidad de la muerte. Y el miedo a la muerte será así, para el animal consciente, la matriz misma de todos sus miedos, el índice de su fragilidad. A partir de esa certeza comenzarán los mil y un negocios con el miedo. Cuando O'Brien le acerca la máscara-jaula al rostro de Winston Smith le dice que se trata de un suplicio chino, inventado hace miles de años. Es muy posible que fuera cierto, pero tortura y suplicio no son lo mismo. El suplicio es un arte de los dolores insoportables, una estética de carnicería. La tortura es otra cosa, en la tortura hay siempre un silogismo implícito, un imperativo condicionado que sobrevuela la escena: si no obedeces, entonces… El dolor se da por descontado, pero el punto donde se apoya toda la presión es sobre el miedo, el miedo al futuro, a lo que ocurrirá irremediablemente si no se obedece. Por ello no sería improbable que cualquier torturador iletrado supiera más acerca del miedo que el más estirado de los fenomenólogos… Cuentan de Zenón de Elea, el sabio arcaico griego, que, siendo sometido a tortura por el tirano, se cortó la lengua con los dientes y se la escupió al rostro del torturador que le exigía que delatara a sus compañeros de conjura. Poco antes, al preguntarle éste de qué le servía ahora la filosofía, había respondido: para despreciar a la muerte… Y sí, esta es la otra cara de la moneda. Ante ese miedo siempre presente, ante esa conciencia que es conciencia de la propia muerte sin más alivio que la distracción, los automatismos o cualquier otra forma de inconsciencia, ante esa administración de los miedos por parte del poder, infatigable, de pronto, es como si hubiera surgido una respuesta, la otra cara de la moneda. El tirano, el torturador puede tratar de especular con el miedo de su victima hasta reducirla a mero autómata tal vez, pero ¿se pondrá a salvo con ello de su propio miedo a morir, acallará de este modo su conciencia? Frente a ese uso predador del saber de la propia finitud, el sabio propone una alternativa, una salida quizá: tomar esa conciencia de la inevitabilidad de la muerte y desde ella ponderar el valor de todas las demás cosas del mundo, y no al revés, imaginando la muerte desde el acomodo en el mundo de las cosas. Cuando el príncipe Gautama sale por vez primera de paseo y descubre el dolor, la vejez y la muerte, ¿qué descubre en realidad? Lo que descubre el Buda entonces es la inevitabilidad de lo que irremediablemente ha de ocurrir, lo que por tanto hay que aprender a no temer. La lección de los sabios, el culto a la sabiduría comenzará entonces, adoptando mil formas dispares, pero manteniendo un hilo rojo común, que será precisamente ese, imaginar el modo de ponerse a salvo del miedo, no abdicando de la conciencia sino llevándola a su punta más extrema y luminosa. La filosofía recogerá desde su mismo nacimiento esa herencia, no en vano se nombran los filósofos a sí mismos amantes y aprendices, amigos de la sabiduría: toda la obra de Platón pivota alrededor de la ratificación final que, con la ejecución de su condena a muerte, da Sócrates a su actividad mayéutica. Y en Las vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio abundan ejemplos como el de Zenón, la misma escena, el tirano tratando de hacerse con el ánimo del filósofo mediante la tortura y el filósofo respondiéndole desde el desprecio y la distancia. Ésta fue la respuesta de los filósofos a toda forma de tiranía, a cualquiera de las administraciones del miedo. Y gracias a ellos pudo existir eso que llamamos espíritu. Epicuro o Séneca nos han brindado las formulaciones más conocidas de esa melete thanatou (meditación sobre la muerte, praemeditatio malorum para los latinos) que es el atletismo sostenido sobre el que se levanta su fortaleza, su ánimo. Y en el primer paso a dar casi todos los sabios coinciden: debe distinguirse entre las cosas que dependen de uno y las que no, uno debe ocuparse de las primeras y desocuparse de las segundas. No depende de nosotros el momento en que llegará la muerte, la actitud con la que la encararemos sí. Muchos siglos más tarde, también Descartes, en su Discurso del método, parece todavía sostener una cierta memoria de esa vieja respuesta del filósofo ante las tiranías. "Mi tercera máxima fue – escribe – tratar siempre de vencerme a mí mismo más bien que a la fortuna y a cambiar mis deseos antes que el orden del mundo, habituándome a creer que no hay nada que esté enteramente a nuestro albedrío, fuera de nuestros pensamientos…". Pero allí ya es la razón y no el espíritu quien habla. III. En el primero de sus grandes textos, conocido generalmente como Historia de la locura, pero cuyo título original era Locura y sinrazón. Historia de la locura en la época clásica (1961), Michel Foucault se empeña en llevar a cabo la historia moderna de la partición que separa razón de sinrazón, locura y enfermedad mental, como es sabido. Pero lo que hace es algo más que un mero ejercicio de historiografía, porque el efecto moral, la problematización que obliga a llevar a cabo al lector atañe no tanto al pasado cuanto al propio presente, y es demoledora. Lo que se nos cuenta sobre la locura no hace sino decir la historia del reverso oscuro de la racionalidad moderna y contemporánea, esa misma desde la que hoy pensamos – y alumbrada por esa luz negra, la historia resulta enormemente esclarecedora. La historia podría comenzar como una buena parábola, desplegando su "érase una vez…" a partir del edicto de fundación del Hospital General de París (27 de abril de 1656), éste sería el acontecimiento institucional que inicia el movimiento: "Queda prohibido a todas las personas de todo sexo y edad, calidad o nacimiento, sea cual fuere su estado en el que se encuentren, válidos o inválidos, enfermos o convalecientes, curables o incurables, mendigar en la ciudad y barrios de París". Por aquel entonces hay más de 40.000 mendigos vagando por París, capital que cuenta con 425.000 habitantes, cerca de un diez por ciento pues. El objetivo inmediato, explícito, es la represión de la ociosidad y por ello el edicto amenaza por igual a todo aquel que no pueda justificar sus medios de vida: se trata de un primer paso hacia la imposición moderna de la laboriosidad forzosa, un paso policial. Y en este desplazamiento, incluso la Iglesia misma cambia de registro: rápidamente procede a una desacralización de la pobreza y deja de hablar de los pobrecitos de Dios, que se alimentan por obra de su bondad, como los pajarillos del cielo (Mt 6, 26), para pasar a enarbolar amenazas como las contenidas en la parábola de los talentos (Mt 25, 14): "A todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará…". La vasta red de leproserías con la que cuenta Francia, vacantes casi desde el final de las Cruzadas, va a ser el soporte institucional que permitirá el encierro indiscriminado de todo aquel que no pueda justificar medios de vida, dando como resultado una amalgama humana absolutamente heterogénea: el pícaro, el tullido, el libertino, el cazador furtivo, el vagabundo, el mendigo, el maleante, el tonto del pueblo – todos van a acabar coincidiendo en los nuevos espacios de encierro. Una vez allí, la gran ley que como una cantinela modula cada rincón de ese espacio es clara: Si no trabajas, no obtendrás la libertad… Y será ésta la primera gran discriminación que permitirá comenzar a identificar a la locura como tal, en un sentido moderno. Porque el libertino, el maleante, el pícaro rápidamente comprenden, poco a poco todos van comprendiendo cuál es el único modo de salir de allí. ¿Arbeit macht frei? En todo caso, poco a poco, todos van cediendo ante el miedo a lo que ocurrirá si no obedecen, un encierro interminable – el imperativo condicionado, el silogismo elemental de todo poder, poco a poco va imponiendo su ley. Y sin embargo, he ahí que queda un resto, quedan unos cuantos que no entienden, que no se avienen, que no pueden, no quieren o no saben entrar en razón. Ellos van a ser la cantera sobre la que comenzarán a perfilarse las figuras de la forma moderna de la locura, destinada muy pronto a ser enteramente medicalizada como enfermedad mental. Convertida así en parábola, el punto de partida de la historia encubierta de la razón que Foucault nos cuenta podría muy bien ser éste. Y en caso de ser así, habría que ponderar con cuidado aquella nerviosa afirmación suya de 1977, "la torture, c'est la raison" – por si acaso fuera algo más que la boutade gauchiste que aparenta ser. Según la etimología más probable, la palabra "trabajo" provendría del latín, tripalium, literalmente "tres palos", un instrumento de tortura que al parecer se utilizaba con los esclavos. IV. Se recordará que cuando W. Benjamin quiso caracterizar lo específico del fascismo, en tanto que forma eminente de tiranía durante buena parte del siglo XX, subrayó dos rasgos distintivos: en primer lugar, la estetización de lo político; y luego, la guerra. De entonces a acá, se nos ha tratado de meter miedo de modos muy variados, desde la amenaza nuclear o el sida hasta la gripe A y la crisis económica, pasando por el advenimiento del milenio, el terrorismo o el cambio climático. Aunque probablemente hoy los viejos jinetes del Apocalipsis siguen siendo los que siempre fueron: la enfermedad, la guerra, el hambre y la muerte. Si en el mundo que nos dibuja G. Orwell la institución encargada de la falsificación y la propaganda se llamaba Ministerio de la Verdad, no resulta difícil conjeturar cuál será el nombre de las instancias que apacientan hoy estos miedos. Su eficacia, en el seno de una estetización generalizada de lo público, está más que probada: son capaces tanto de llevarnos a creer que nos atacan los marcianos como de hacernos olvidar que, en el fondo, Mickey Mouse no es más que una rata. MIGUEL MOREY (barcelonés, 1950), catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona, traductor de G. Colli, G. Deleuze y M. Foucault, ensayista, autor de Lectura de Foucault (1983), Camino de Santiago (1987), El orden de los acontecimientos (1988), Deseo de ser piel roja (1994, xxii Premio Anagrama de ensayo), entre otros. Última publicación, Robert Wilson (2003), en colaboración con Carmen Pardo.
¡Por cierto: qué raro es andar por la vida sin tallar madera! Un saludo a mi amigo Josué, autor de las esculturas de la plaza de Coyoacán

lunes, 15 de noviembre de 2010

A pesar de todo, amanece un poema

A pesar de todo, amanece un poema. Sin imaginar siquiera su lugar, Causa y caudal que origina. Y de aquel origen que cobra su estima, Su valor, mudará su nombre, dejará de ser Aparente reflejo conocido del enigma. Para volver a ser, O no ser nunca más la fuente de su poesía. La leve oportunidad para reconocer su nombre y constatar Que de su rostro inmediato, Ahora nada queda, Se ha transformado, Ya no es piedra, sino alfabeto que comparte el viento y el agua, ya no es un beso, sino pétalos vivos rendidos en su ofrenda. Es la hora de allanar el vacío, más no el silencio, Porque el silencio, el último y el primero Corresponden al lugar de la poesía. Desprendiéndose de sus alas cuando se eleva, al igual que un ángel cuando nos visita y llega Para rozarnos en el instante terminal o lleno de gracia, en el eco de nuestra muerte o la fugaz claridad. Cuando nace un poema. Aún sin haber pretendido su búsqueda, Ahí está, tangible al verbo, y más allá de la imagen de la palabra y la voz y de quien pregona solitario su escritura, del sonido que anima su presencia bajo el mismo canto ligero en donde todo vibra por ser y ser en sí misma la existencia. Viene de lejos e irá más allá de nuestra breve entrega a la expectativa. Se descubre, Y discurre, cómo es la sonrisa de Dios, De los hombres, Del universo y sus cosas. De todo cuanto ocurre se despide y alejará, Sin reconocer la raíz del tiempo Porque no hay tal, Para mitigar su honda luminosidad. Sergio vicario

Poema

Es el eco doliente de mi pensamiento Que navega como Colón a conquistar América y se desliza hasta mi oreja. Lo he leído en otros ojos, lo supe, lo olvidé, Pero aseguro que en mis alforjas, en mi vino Y en mi pelea, en mi alimento, existió el amor En otro tiempo. Lo lamento, pero el polo norte nunca se ha perdido. Debe durar la tabla de la imaginería, donde uno compite Con el doble de uno, el que no existe, el que fue borrado Por los astros o por unos años del carajo. Lo cierto, hermano disperso de la física, es que la casa Duerme o respira sin existir propiamente y a ese silencio en poesía Se le llama pluralidad de respuestas o la cosa que ahorca con su propia historia, la vieja metafísica barata que el poeta nombra Y le llama cualquier cosa.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Conclusión

Abre tu playera para que te entre mi soledad Y de paso un par de caguamas, Tres libros de Antonio Lobo Antunes Y así sí vivimos juntos, De volada, Y ya.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Playas, cortinas, ventanas...

La última vez, quizás, quizás, quizás…. Tamborazos para despertar, Al día siguiente, el océano distante embravecido. La locuacidad es mi punto climático, Llevando el Yoga para cantar, besar, amortiguar Esas garras que no existen pero con qué desgraciada fuerza te sostienen a la vida. Si todo punto climático habrá detectado Otros dos puntos vislumbrando el rayo verde del mar… Lo digo en serio eh? ¿A poco no sabías que a veces, ciertas veces se puede ver un rayo verde en el horizonte del mar hacia lo lejos? A ver, pásame una chela, Te digo, hoooo…. No me crees ya vez cómo eres? Y lo que te ayuda a cantar es tú otra tú y mi otro yo, Porque sino, ¿Cómo carajos llegamos al silencio?

jueves, 4 de noviembre de 2010

No falte nadie a la CASA DEL POETA!!

cada k se presenta aLGO DE ibargoyen SE PONE MUY BIEN, desde acá brindamos, poeta, te estamos esperando en ags.