miércoles, 13 de julio de 2022

SOBRE EL EFECTISMO EN EL ARTE Y EN LA LITERATURA,.. (DEDICADO A LOS ESTUDIANTES DE LA ESCUELA DE SOGEM Y ESTUDIANTES DE LETRAS EN GENERAL, GRACIAS POR SU ATENTA LECTURA, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO..



 

En tiempos relativamente recientes, movido acaso gracias a una pequeña sospecha que he querido convertir en reflexión, he seguido en diversos libros de ensayos, artículos de revistas y suplementos culturales, los comentarios en torno al efectismo en literatura y en general, en las artes. Como en todo, hay partidarios a favor y en contra del fenómeno (más exacto sería denominarlo recurso): los que están a favor del efectismo exponen sus razones, que en el mayor y mejor de los casos podríamos resumir de este modo: la literatura y las artes no deben darle la espalda a la diversión: el arte visto como entretenimiento para paladares exigentes y aún para los menos exigentes. Este es el punto de vista consumista y del mercado del arte, donde arte está en la misma casilla Mozart o George Steiner que Iron Maiden, Metallica, el canal 5 o la abuelita de Batman y MTV o Tele Hit.  Los que están en contra del efectismo son elitistas y comparan, es decir, colocan en segundo lugar las obras calificadas por ellos de efectistas y en un inmaculado y único pedestal las obras que merecen general aplauso de obras maestras, precisamente por no estar elaboradas (al menos en sus puntos cumbre) por el puñado de unos cuantos recursos; los puristas anti-efectismo tienden a ser culteranos, como pretendo demostrar en este abordaje a la cuestión.

            Los que defienden el mercado del arte, o sea, los a favor del efectismo, se basan en la relatividad del arte, y de la vida, en general: son aquellos que les gusta que el arte sea muy oneroso, demasiado oneroso. Todos ellos quisieran ganar por sus contribuciones artísticas lo que gana el millonario escultor baladí Jeff Koons y que a base de fuerza, presión y a cierta coerción argumentativa logran dar validez a sus puntos de vista. v.gr. su mensaje es: “El arte efectista debe de gustar a fuerza”. Considero que los segundos sostienen lo radicalmente opuesto, son aquellos a los que el arte y las letras en realidad los inspiran, los que se nutren y enriquecen con las obras de arte o literarias y ven en ellas un ejemplo a seguir. Es decir, es un punto de vista con categoría moral, basado en criterios éticos del arte o, por lo menos, de lo que debería ser el arte; es el punto de vista de la tradición en el arte. Los primeros son cerebrales, relativistas y muy competidores; los segundos, se acercan a lo que en la década de 1960 fue un debate muy importante iniciado por Jean-Paul Sartre: el debate del intelectual comprometido, activo, y definitivamente con un papel muy claro que jugar frente a la masa y contra y/o frente al Estado.

            A pesar del aparente antagonismo entre las dos posturas hasta aquí contrastadas (a favor/en contra del efectismo), me parece que ambas tienen un ancestro común que se halla en la segunda mitad del siglo XIX —curiosamente la época dorada para los poetas malditos, época en que la actitud del poeta tanto como la forma del poema estaban en juego— que evolucionó con las vanguardias artísticas del siglo XX —entre las que cuento: futurismo, creacionismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo— que surgieron, entre otras cosas, del afán y necesidad de “un absoluto moral” —según Tristán Tzara comenta en particular del dadaísmo—, y obviamente, dichas vanguardias se alimentaron de una protesta al capitalismo salvaje y burgués y se resolvieron como un saludo al socialismo y al comunismo soviético; y terminaron decayendo, al igual que éstos, hacia mediados del siglo XX. Concretamente en 1968, inicio de la Postmodernidad a nivel global con la caída de la idea de La Revolución Madre abrazadora y La Revolución Padre rígido y, con ello, otra vez más, el fin del hombre nuevo, la utopía del superhombre, etcétera. Lipovestsky nos dio para entender eso La era del vacío.

            Es curioso el hecho de que la vanguardia que surgió de la posguerra en los cincuentas, fuera una literatura que bien estudiada, no se identifica con ninguna de las dos posturas antes mencionadas: los beatniks estadounidenses no se proclamaban ni cerebrales-relativistas ni éticos-del-deber-ser-del-arte: pero eso sí ¡Eran vitales y explosivos! Permanentemente desafiantes e inconformes ante el panorama mundial tras la guerra, estaban en contra de la sociedad puritana, de la moral chata establecida en los Estados Unidos, en contra de la demasiada intelectualización del alma del hombre por los métodos psicoanalíticos, etcétera. Curiosamente, entre los partidarios o anti partidarios de efectismo los beats no figuran ni a favor ni en contra… lo cual le da a la beat generation un rango auténticamente de vanguardia aunque se le haya querido negar por ciertos académicos; puesto que esto es una de las características de las vanguardias: romper con los cánones y los modelos tradicionales del quehacer artístico.

            Si me guío por los partidarios del efectismo, tendría que concluir que desde Crimen y castigo, Pedro Páramo hasta la cinta La guerra de las galaxias, son obras, efectivamente, efectistas. Si me guío por los que son sus detractores, Libertad bajo palabra, Trópico de cáncer o hasta 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick son obras que para nada son efectistas. Para mí las seis obras son fundamentales. Lo cierto es que el efectismo es espectacular, (aquí está y hay que aplaudirle) su poder radica en la inmediata seducción soporífera, ante él, el público o el lector se sienten inmediatamente atrapados, se hace oír a como dé lugar: en lo más profundo se trata de un grito, un  apantallamiento, pero de ese apantallamiento no surge propiamente un sentimiento de convicción a su favor, lo que provoca su sacudida puede ser terrible como el caso de Pedro Páramo: te deslizas fuera de la órbita del pensar y analizar —en el sentido Socrático del término pensar— la lectura y caes en el inconsciente colectivo, ¡De repente estás en el mundo fantasmal de la lectura y los muertos están vivos y los vivos muertos! ¿Y qué te sucede? Te lleva la chingada porque contra el inconsciente colectivo no hay quien pueda. Incluso los héroes históricos, cuando logran vencer esa fuerza por breves instantes de gloria y por la cual quedan inscritos en la posteridad, esa fuerza se les regresa y generalmente tienen muertes sublimes que los escritores o los dramaturgos llaman obra trágica; no es de mi interés polemizar sobre el lugar actual de la tragedia (George Steiner y Fernando Savater tienen escritos fundamentales al respecto), más bien me gustaría dar otro ejemplo de arte efectista: eres un chavalo y te vas a ver La Guerra de las Galaxias, esa superproducción Holywoodense: Naves espaciales, efectos especiales y, digamos, la escena clásica del segundo episodio (El imperio Contraataca): después de una serie de espadazos estilo samurái entre el protagonista (Luke) y el antagonista (Darth Vader), el protagonista está a punto de morir y caer al abismo, sólo puede salvarlo la mano de su enemigo (quien por cierto ya le cortó una mano a Luke), pero antes le ha confesado que es su padre y lo llama como un padre a un hijo a unirse al lado oscuro de la fuerza, algo así como la mafia de las galaxias donde hasta los indígenas del Perú irán a Wal-Mart y gastarán miles de dólares en su propia pantalla casera y obvio, híper inteligente, con decodificador en lengua otomí. Y claro, tu como espectador tienes empatía con el protagonista y al instante de la escena y la frase de Darth Vader, quedas literalmente apantallado. Eso hace el arte efectista, te deja de a seis: te congela tus sentimientos de convicción o de adherencia afectuosa ante la obra: te muestra el rostro de la muerte en otras palabras. Mientras que el arte no efectista se trata de un silencio a borbotones, una especie de larga meditación. Siguiendo con los ejemplos que he propuesto, por ejemplo, en Trópico de Cáncer abundan las descripciones sórdidas y melancólicas de las calles de París, los burdeles, las fiestas, las prostitutas, el sexo decadente pero supremamente pasional y todo el periplo de Henry Miller en el París de entreguerras. Henry Miller construye en esa obra (al igual que en Trópico de capricornio) un misticismo particular del sexo, las aventuras y la sordidez, que alguien ya ha llamado posmoderno ¡y antes de La Segunda Guerra Mundial! Otro ejemplo: 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick, ¿No es toda la cinta una especie de compleja meditación sobre la existencia humana? Y del grito a la meditación transcurre la única etapa de nuestra vida que quisiéramos ver eternizada: la adolescencia. (No en balde los jóvenes, que sí mueven a la historia y la mueven mucho, se enojaron con Sartre cuando dio su conferencia en Praga en 1963 y los jóvenes de toda Europa voltearon los ojos a la beat generation donde lo que había era pura fiesta y rock and roll). En ésta etapa de nuestra vida, como dijo el poeta Paul Nizan, todo amenaza con destruirnos: el amor, el trabajo, los adultos, las ideas propias y ajenas, incluso las de los libros, (v. gr. ¿realmente le hará bien a un joven de 24 años que lee en el metro leer La Condición humana de André Marlaux?) y por supuesto, toda la mar de tentaciones y pestes que hay en esta Tierra. Por eso, por haberla superado, la adolescencia es nuestra más querida cicatriz, la queremos tanto porque fue el momento en que más nos sentimos intensamente vivos: ésta es la época de las grandes pasiones amorosas, de las pandillas y amistades míticas, de los grandes viajes y del aprendizaje de tratar de vencer el miedo a toda costa custodiados con nuestra auténtica sombra: ¿El padre? ¿La madre? No: la muerte, la que en esos momentos no sabemos que ya nos pertenece. El efectismo es el grito que descubre (y muestra) la muerte, el arte no efectista es el que, por medio de la introspección, la meditación, la conciencia menguada (v.gr. las oraciones místicas orientales como los conciertos del hindú Hariprasad Chaurasia o el góspel norteamericano) nos puede llegar a separar del vértigo de esa obligada amenaza. Coincido con Vargas Llosa: hace siglos Sor Juana o San Juan de la Cruz llegaban al Nirvana del mismo modo que en la actualidad lo hacen los jóvenes con el beat de la música electrónica. Arte efectista o arte sin efecto (recursos técnicos o fórmulas ya gastadas o nuevas) me suena muy parecido a tratar de entender o “analizar”  la diferencia entre fondo y forma, lo cual es falso por partida doble: en primer lugar porque, el fondo y la forma se mezclan en el artista y/o el escritor de manera tal que la forma y el fondo se convierten en lo que simplemente tiene en la cabeza como su modo de pensar; en segundo lugar, porque en términos reales el concepto que tenemos del ser humano se ha venido especulando desde los tiempos de la Grecia clásica y siempre, en permanente estado crítico: contingente: Se va  o no se va, ¿se irá? ¿Ya se fué? Claro, pero jamás se fue, sólo te despeinó el viento: han estado aquí esos conceptos desde hace dos mil años de trabajo intelectual. Es decir: están en la cabeza de todos, sean escritores o artistas o no lo sean, pervive aunque sea de forma solamente tangencial. Ésta es la razón de que las escuelas de Filosofía vuelvan, una y otra vez a Platón, porque, a pesar de todo, Platón sigue siendo significativo…Es lo perenne, lo que siempre debe de estar ahí: Es Ananké. Ahí donde el necio ve forma, otro necio dirá fondo. La verdad es que la forma es fondo y viceversa. Todos hemos meditado sobre nuestras actividades y todos tenemos, aunque sea en dosis graduadas, la experiencia de la muerte. ¿Cómo podría ser de otro modo? Pero claro, en los terrenos de la crítica literaria especializada y de arte en general, se tiende a segregar y vilipendiar por un grupo de especialistas al arte marcadamente efectista. (¿Será que la novela de Juan Rulfo es la excepción a la regla de cierta crítica porque dejan de pensar la obra?) Estos críticos serios o líderes de opinión, no son payasos mastodontes, no: por ejemplo Jaime Labastida es real y genial, Gabriel Vargas Lozano nos enseña con generosidad, me refiero a que algunos parecidos a ellos son gente que simplemente han renunciado a recordar su adolescencia. Se les olvida, por ejemplo, que los cuentos de Emilio Salgari como Los tigres de la Malasia hace 60 años tenían en los niños el mismo efecto que actualmente las novelas “superficiales” de Harry Potter y todo ese tipo de literatura que trajo consigo: Me parece que si los jóvenes entre 15 y 25 años de hoy en día leen este tipo de libros, eso por sí mismo ya es extraordinario, Jaime: ¡Les regalaron ficción genealógica! ¡Bien! Ni que el autor de éste libro les exija a los lectores de éstas líneas que sean expertos en la Escuela de Frankfurt. Me parece que aquí se debe distinguir la diferencia entre culto y culterano. Según ciertos críticos, el frío razonar de Hegel o de Karl Jaspers son un florilegio artístico filosófico, mientras que la filosofía que propone Manu Chao o La Maldita Vecindad no sirven para nada. Se debe de distinguir entre culto, culterano, ignorante y gritón de estupideces, el que tiene criterio y buen gusto. Fatal error creer que el camino hacia la madurez debe empezar por La fenomenología del espíritu en vez de por Clandestino. Sin ese disco, millones de jóvenes de todo el mundo no hubiéramos entendido que el hermoso desgarramiento que provoca el arte debe ser efectista en su primer momento, para que ya en la madurez, la apreciación artística nos convoque para siempre: para entender que cuando todo ha fallado, aún queda el arte. Y el verdadero arte, el arte inconcluso y profundo, es inexplicable; es el arte que verdaderamente es una salutación amistosa con todas las demás cosas y creaciones humanas. Para ciertos especialistas, el público es irredimible y según esa lógica, el PRI el PAN y el PRD gobernarán este país por los siglos de los siglos, Televisa seguirá programando las películas del clásico cine mexicano hasta para los hijos de nuestros hijos, el arte radicalmente contestatario será folklore y en fin, el país no crecerá precisamente por no escuchar a sus jóvenes más que cuando los jóvenes son los acarreados de las nuevas esperanzas que sólo le cubren la máscara a la muerte, el cansancio de las políticas y la lasitud hipócrita; como si pedir trabajo fuera mentarle la madre al empleador, como si el arte fuera un hobby, como si la oficialidad de la cultura no necesitara a los que ahora producen cultura, es decir, desde la danza y el performance callejeros hasta los becarios del FONCA, esto tiene un nombre: diversidad. Como si Shakespeare hubiera tenido a un público más intelectualizado que Harry Potter. Shakespeare podrá incluso estar sobrevalorado, pero se las ingenió para dirigirse al gran público con mensajes profundos en el mejor sentido del término “profundo”, en su época, se podría decir, fue un autor de “culto” como ahora lo es Stanley Kubrick, Alejandro Jodorowsky o John Lennon. La crítica seria sobre un autor y su trayectoria debería aparentar ser literatura barata. (Subrayo la palabra aparentar en el sentido que lo es su antónimo: realidad).  Es decir, debería ser graciosa como resulta ser un espejismo: un ejercicio o visión que se desarme por sus propias reglas, como el ejercicio mismo de la creación y sobre todo porque ningún arte está pidiendo la autorización ni la aprobación de nadie. Ya nadie recuerda a los críticos de Stanley Kubrick, ya nadie recuerda al editor que no quiso publicar Trópico de cáncer, y menos se recuerda a los que denostaron la grandeza de Shakespeare. Mejores gritos, mejores meditaciones, especulación explícita, eso debemos esperar. ¿Nada más? Nada menos, pero, como dijo Jim Morrison: “¡Lo queremos ahora!”

 

 

 

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