miércoles, 19 de octubre de 2011

triángulo amoroso

Mientras hojeo mis libros te escucho. Si bebo un sorbo de café también a veces te escucho. Te veo salir de la oficina con tu aire decidido enfrentándote al mar de gente y sus contrastes; al vagabundo en el que ni siquiera reparas y el vendedor de los periódicos que finge leer mientras sigue el ritmo de tus piernas de antílope, perdiéndose unos metros más allá, en medio de esta absurda colectividad anónima en que estamos condenadas a vivir y si leo mis libros cuando espero algún encuentro fortuito contigo es por mi... ¿cómo decirlo?, mi empeño de substraerte de esa masa anónima y ser la leona que le pondrá final a tu carrera.


Sé exactamente a dónde te diriges. Cristina me lo ha contado varias veces, sobre todo cuando hemos terminado de disfrutar la flor de la edad y ella siempre con su maldito vicio prende un cigarro en mis narices y comienza a hablar de lo maravillosa que eres. Por lo general experimento tantos celos que la mayoría de las veces no presto atención y comienzo a fingir holgados tosidos y carraspeos de garganta, gracias a esa enfermiza manía cancerígena suya. Me habla de los progresos de tu curso de francés y siempre se pone a soñar en voz alta imaginando el día que regresarán a Europa, me habla de la cordial relación que tienes con tus padres y me cuenta de cómo logras evitar que ellos se enteren de que no eres mas que una lesbiana común y corriente llena de actividades; porque si tu no lo recuerdas, yo no olvido la historia de Cristina, según en la cual un día casi te cachan tus papás cuando te encontraron con una blusa de mujer que compraste para ella y ellos repararon en que el color de la prenda no era tu favorito y tú, con tu nerviosismo de niña mentiste argumentando que era un regalo de cumpleaños para una compañera de la oficina. Cuando Cristina y yo tenemos oportunidad de vernos jamás olvida llevarse esa blusa roja como una forma de demostrarme que la única en su vida eres tú. Cristina es un poco tonta, ni siquiera estoy segura de que sea una verdadera lesbiana, le falta inteligencia y le sobra mucha rebaba de muchachita coqueta. Aunque a mí me jura que no se revuelca con ningún hombre, supongo que lo hace con frecuencia, ¿pero tú, demonios, como podrías saberlo, tontita, si todo el día estás metida en la oficina o en el famoso (y para mi ya detestable) curso de francés, o en el gimnasio o en todas esas tareas en que te ocupas para olvidarte de ti misma?

A pesar de todo, entre tú y yo hay demasiadas semejanzas. Por ejemplo, a las dos nos encanta contar historias, tu le has contado tantas a Cristina sobre Europa que la pobre ha terminado por creérselas todas y yo hago lo mismo con ella jurándole que nunca dejaré de estar a su lado cuando me salta encima y me llena de sus torpes besos. La única forma de detenerla es decirle: "hueles a cigarro", entonces se repliega en sí misma y comienza a contar sus estúpidas teorías lésbicas para demostrarse a sí misma que lo es y habla de una tal diosa lesbiana. ¿Nunca te lo ha contado? Yo estoy segura de que sí, la historia es indignante por estúpida y viceversa, pero hace reír de cualquier manera. Pero no olvidemos el mérito de Cristina: fue gracias a ella que te conocí cuando las dos paseábamos por Coyoacán y a lo lejos te señaló y me dijo: "luego nos vemos", porque corrió presurosa para estar a tu lado. Cuando las vi saludándose con ese ridículo besito en la mejilla sentí deseos de vomitar, pero lo importante fue que te vi, por primera vez, vi el tesoro de Cristina y desde entonces no puedo parar de pensar en ti, porque te vi tan resuelta, tan libre como tus largos cabellos negros ondulando al viento y entonces me dije que tenía que conocerte. Por eso salgo de la cafetería olvidando todo lo que sé de ti para seguirte hasta el cursito de francés para inscribirme en el yo también y dejar de hablar de ti en la oscuridad y ahora hablar contigo en la misteriosa claridad.

domingo, 9 de octubre de 2011

Ya les quedó claro que todo lo relativo a la religión católica sólo son un conjunto de idioteces o necesitan que se me junten  el techo con el suelo? "No hay más opio del pueblo como en los tiempos de Marx, es un placebo eso de la religión". La espiritualidad es otra cosa.