LA ALQUMISTA
POR
CALEB OLVERA ROMERO
Tu imagen
de mujer quedo prendada en mi silueta, mientras en ti ha quedado sembrado el
polvo de los tiempos, la angustia del placer insatisfecho. Porque has logrado
la transmutación de la carne en deseo sexual inanimado, suspendido en una
probeta mientras congelas el tiempo en sueño. Sobre ti alquimista azarosa, se
estrella el semen que enfurecido intenta preñan el lóbulo esquizoide del
universo. Sobre ti he conjurado la astrología infinita para acariciar tu
cuerpo, para en holocausto consumir palomas, para entender el secreto idioma de
tu caminar despacio, de tu girar errante, de tu reír sin prisa, tu ir sola
hacia la muerte. Todo para realizar un conjuro de agua, un rito donde le sea
licito al agua rozar sutilmente las brazas, y así, entonar una canción
prohibida, un himno a tu nombre destruido. Sólo para rescatar al viento de su
orfandad llamándolo por su nombre, para ahogarlo en la prisión de los
elementos, sois la prisionera de los cuatro tiempos, de los compases ya
dementes, de los toros embravecidos bramando al compás de tu cadera. Eres el
amo de las grietas amarrillas. Porque ante tus pies la tierra recuerda que ama
ser tierra, porque el polvo solamente quiere trasmutarse en polvo, y el oro,
inclemente comienza su espera, su triste temblor, su frágil sollozo, porque
siempre ha querido transformarse en piedra, en suave naranja, en delicioso
guiño. Conjuras al amor para embravecer las células ficticias que en su mundo
nacen y ahí mismo se detienen. Cuando la verdad sube por tu sexo y el
demonio contempla tu cintura carcomido por el hambre, conjurado por la ternura
de tu pecho, vuelve cual siervo a la oquedad de tu vació, a tu alma de
fantasma, a tu mete trastornada y llena de mitos. Solamente ahí puede esperar
desnudo, con las manos muertas de flor y en la espalda la guadaña oscura.
Comienzas tu ritual desnuda para arder bajo la lluvia, porque tu eres la única
que encuentra la fe para crear un incendio bajo el agua, una dulce morada, una
taza de café, o una palabra escindida. Tu hiciste al demonio confundir a dios
con sus criaturas, con un simple aleteo de mariposa, con una semilla de siete
picos, con un requinto de chelos destripados, con el sonido ensordecedor del
caer sin rosas, porque mis manos están sedientas de amarillos y tu me regresas
al misterio del enjambre. Me regresas este dolor ya sin memoria, esta agua ya
sin agua, esta agua huérfana de sed, de mejores tiempos, de esclavitud sexual,
de destino incierto.
Cuando un
baso con agua se desmaya sobre tu mesa e intenta, con tan coqueto gesto,
sofocar tu universo en llamas, interrumpir tu sacramental oficio, tu misa de
caricias, tu sufrir de espalda lo que goza todo el mundo. Porque eres la
poseedora del saber nocturno de los caracoles amarillos, de los zombis de
Haití, de los dulces y de la nieve de guayaba, conoces el secreto de
reconstruir los desfiguros del cuerpo, de sacar de su caja un poco de ardientes
sortilegios, de veneno entumecido, y vas por la vida, redimiendo peses aciagos,
completamente ciegos, sin atreverte a amar las rosas, matando pulsiones a
sangre fía, cuidando no embarcarte en una empresa de luz, porque sabes cómo
concluyo la búsqueda del cadáver. Sabes del limite de la congruencia, donde ni
magia ni estrellas podrían salvarte.
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