Karl Popper revisa a Platón
Porque lo queramos
o no, Popper, filósofo muerto en 1994, es ya un clásico. En primer lugar puede
darse el lujo de bajar de su eterno pedestal a ni más ni menos que a uno de los
rectores del pensamiento de todos los tiempos: Platón, en la obra La sociedad abierta y sus enemigos (5° reimpresión española, 1992), tabique de 693 páginas que por sí
solo ya produce un goce estético: “¡Este cuate pensaba tanto!”, porque como se
sabe, el tabique es hermoso pero más hermoso es el horno de donde sale…
Pero no es contra Platón el personaje
por sí mismo que ataca Popper, sino: “más bien, a destruir todo aquello que, a
mi juicio, tiene de perjudicial esta filosofía. Es la tendencia totalitaria de
la filosofía política de Platón lo que trataré de analizar y criticar.” No es
este el espacio de cuestionar tal ataque sino de describirlo en forma resumida
partiendo de la siguiente afirmación: en algún grado de verdad, el psicoanálisis y sus mayores expositores de
cierta forma le dan un golpe bajo a toda la producción intelectual occidental, por
lo menos, precisamente hasta la desde los tiempos de la Grecia clásica y de la
misma manera lo hace Popper con Platón cuando nos refiere el contexto en el cual
fue creciendo el discípulo de Sócrates: “Durante la juventud de Platón, el
gobierno democrático de Atenas se vio envuelto en una guerra mortal con
Esparta, la ciudad cabecera del Peloponeso, que había conservado muchas de las
leyes y costumbres de la antigua aristocracia tribal. La guerra del Peloponeso
duró, incluyendo una interrupción, veintiocho años. […] Platón nació durante la
guerra y tenía veinticuatro años cuando ésta terminó…” ¿Pero qué guerra fue o
por lo menos, qué dimensiones tenía mientras crecía Platón? Atenas, en sus años
de mayor esplendor, debió haber sido, comparativamente, del tamaño de la ciudad
de Aguascalientes en los años 70’s del XX, mientras que Popper, es preciso
recordar, escribió La sociedad abierta y
sus enemigos cuando el rumbo de La Segunda Guerra Mundial todavía era
incierto para los países aliados. Imagino a Popper, este pensador inmenso y
orejón, escribiendo con la auténtica conciencia de que su obra lo
iba a inmortalizar, diciéndole a Platón en su soledad: “Yo no fui cobarde como
tú, porque no me acobardó Hitler ni perdí la dimensión del pensamiento crítico,
mientras que usted, a los 24 años ya era
un cobarde ante su realidad política”. Pero de la analogía no debe desprenderse
un símil de pleito de machitos de cualquier cantinita, sino cuál fue la actitud
tanto de Platón frente a su realidad como la de Popper frente a la suya, ambos
en ardua labor de pensamiento profundo y creador. Mi especulación debe quedar
como lo que es: mera especulación, pero
tal axioma especulativo puede servir para entender cómo Popper derrumba
a Platón en uno de los temas centrales de la obra: el ataque a toda forma de
interpretación historicista, y el
método del pensador historicista, aclara Popper al comienzo de la obra: “es la
tendencia a juzgar los Grandes acontecimientos, las Grandes Ideas, las Grandes
Naciones o los Grandes Líderes dentro de la comedia representada en el
escenario Histórico y claro está que si logra hacerlo será capaz de predecir
las evoluciones futuras de la humanidad”. Éste párrafo nos da la oportunidad
para entender que el enemigo intelectual de Popper no es Platón propiamente,
sino los líderes de los países del eje y se puede así considerar que La sociedad abierta y sus enemigos no fue escrita por mera
casualidad en esas fechas —1943—: puede hablarse de que verdaderamente es un monumento
intelectual para afirmar que ante la aberración de la guerra, Popper hace lo
mejor que puede ejercer un intelectual: mostrarse como verdadera autoridad
frente a la barbarie.
Si como tan difundida está la idea
en nuestra actualidad de que una mala lectura de Nietzsche fue lo que hizo que
el Tercer Reich tomara las brutales determinaciones que fueron parte de la peor
guerra de la humanidad hasta la actualidad, tal afirmación peca principalmente de
partir de un lugar común y no de una investigación seria. (Es cierto que muchos
soldados alemanes cayeron muertos con un ejemplar de Zaratustra, como lo relata Georges Bataille en sus Meditaciones Nieztcheanas, pero esto
fue, obvio, porque el libro fue causa de un gran malentendido en Alemania desde
que Lucía, la hermana de Nietzsche, fue obligada a reinterpretar los libros de
su hermano.) Popper escribe la obra desde una perspectiva de autoridad moral
irrefutable que cuestiona a Platón pero no alza el dedo para decirle: “La culpa
de mi presente eres tú”, simplemente —como si así lo fuera—, hace una
trayectoria intelectual de la filosofía social y hacia nosotros, los del siglo
XXI, nos dice que el problema de la
guerra no fue causado por malas lecturas
de Nietzsche, sino por planteamientos y determinaciones funestas que, en parte,
(compréndase: en parte), tuvieron su origen en la cuna de la civilización donde
se gestaron los primeros errores casi tan descomunales como los mejores
hallazgos de lucidez; pensar de modo
historicista es decir: en la Grecia
clásica se gestó el germen de la guerra contra Irak, George W. Bush, la Coca
cola, La fura dels baus o el Mundial de Francia 98, pero el origen del
historicismo platónico se vio obligado a utilizar un “principio discriminatorio
entre los rasgos buenos, originarios o antiguos de las instituciones
existentes”, de modo tal que siempre devendrá en decadencia; de ahí, por
ejemplo, el desarrollo del historicismo platónico en la obra Decadencia de Occidente, de O. Spengler,
de modo tal que la excelencia en cualquier campo social estará en el pasado; en Creta, por ejemplo. En
una carta a un amigo suyo, Karl Popper dice: “Platón=Hitler.” Y piensa que esto
es todo un descubrimiento y así lo argumenta, como podemos ver en el reciente
libro: Después de La Sociedad Abierta, (Paidós, 2010) que es principalmente
correspondencia de Popper con colegas en todo el orbe, mientras redactaba el
libro en cuestión desde Nueva Zelanda.
Si Platón, como sostiene Popper, albergaba
nociones de una raza superior que debería de gobernar Atenas, así como la
defensa de un Estado promotor de la esclavitud de ciertos miembros de la
ciudad, (nociones que actualmente son simplemente un mito para cualquier
persona), Platón se lo tomaba con verdad como dice el epígrafe de la primera
parte de la obra, llamado El Influjo de Platón:
“De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o
mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de
nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o
en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano
habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aún en los asuntos
más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá
levantarse, moverse, lavarse o comer… sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una
palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente
practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente
incapaz de ello.” (Platón de Atenas). Al
mismo tiempo que su noción de lo que es el cambio
—idea que retoma de Heráclito—; para Platón el cambio en el gobierno, en las
almas, en la sociedad, sólo puede generar degeneración: “En conclusión —escribe
Popper—, Platón enseña que el cambio es
el mal y que el reposo es lo divino”.
Dicha conclusión es monstruosa para el contexto del futuro que seguiría La
Segunda Guerra Mundial. Y es que Platón, a parte de provenir de la familia
real, creía que las fuerzas que operan en la historia eran de carácter cósmico;
como muchos de los presocráticos, entre ellos Heráclito, su poética era su filosofía (pero para nosotros los
posmodernos la poética y la filosofía no deben
contraponerse, pero tampoco una sustituye a la otra o la toma como
máscara), por eso podemos entender que muchos de los poemas presocráticos, eran
leídos con una visión científica; ciencia que provenía de la mitología griega y
mitología griega que desembocaba muchas
veces en una visión historicista: Edipo encuentra su destino fatal, por
ejemplo, debido a la profecía y a las
medidas adoptadas por su padre para eludirla, y no a pesar de ellas. Estos
rasgos son, en la literatura contemporánea mexicana, simplemente un exceso de
creencia en la fatalidad…
Popper recorre fragmentos de Las leyes y de La República para demostrar que
Platón, (probablemente debido a su origen real) ordena y justifica desde
un punto de vista sociológico, que los gobernantes de Atenas o de los estados
existentes, no fueran sino la copia de una Forma o Idea inmutable, de la cual
sólo puede esperarse la decadencia y la vejez, (como el destino de todo hombre
es la decadencia, así lo es de toda ciudad y de toda época) pero como a Platón
esto le sirve para justificar la esclavitud o el totalitarismo autárquico, la
relectura de La sociedad abierta y sus enemigos
es de suma urgencia en la actualidad precisamente porque Popper explica y
desentraña “la licencia poética” que debe rodear al nacimiento de las grandes
creaciones, como en este caso, los estados nacionales, ni más ni menos.
Si bien Karl Popper durante toda su vida
insistió en que la filosofía debía ser una crítica de la ciencia, no desistió
de analizar el fenómeno literario, como lo es su teoría del “Horizonte de
expectativas”, (de acuerdo con la Encyclopedia
of Contemporary Literary Theory, fue
él y el sociólogo Karl Manheim quienes acuñaron el término, pero que se hizo
famoso a raíz de que lo utilizó Hans Rober Jauss para medir el valor estético
de una obra literaria.) Según Gadamer –teórico que influyó en Jauss–, el
“horizonte de expectativas” es un punto de partida desde donde analizamos
cualquier circunstancia, el cual está ligado a los prejuicios y los
conocimientos previos que limitan nuestras posibilidades de visión. Es una hermenéutica
literaria en otras palabras, un método que enseña que, por ejemplo, la lectura
de un Kafka o un Joyce o incluso una pieza dramática de Arthur Miller, no fue lo mismo en el XX de lo
que será en el XXI, ya que las posibilidades de visión de cada época están
marcadas por un sinfín de complejidades en todo tipo de aspectos. Popper es un pensador
complejo que intervino también contra el materialismo histórico y la obra de
Marx en lo que a su parecer, guarda remanentes del pensamiento platónico, cuando
el pensamiento platónico comete también sus errores. Dice Fernando Savater en algo de su vasta
producción, que el aire platónico ha quedado para siempre como la marca de todo
pensamiento filosófico (esa altísima tensión mental), aunque muchas de sus ideas
sean, como he tratado de mostrar en este artículo, del todo monstruosas.
Pero
no sólo nos queda la obra de Popper como su inmenso legado para los hombres y
las mujeres del XXI, sino también ésta idea que hace poco por un efecto
mediático y de coyuntura política rescató Carmen Aristegui en uno de sus programas
de radio. Ella recordó que Popper, poco antes de su muerte, al parecer en una
entrevista en el mismo año de su muerte (1994), declaró que si en la actualidad
la televisión era un poder, como todo poder debería tener un contrapeso. Así
como el poder ejecutivo tiene como contrapeso al legislativo, por ejemplo.
Carmen Aristegui lo dijo y siguió dando noticias, pero al echar un vistazo al
enorme poder de los medios en la actualidad, donde al instante nos enteramos de
un tsunami en Indonesia y una protesta en El Cairo, por ejemplo, la pregunta-reflexión
popperiana, parece no perder ninguna vigencia. Yo creo en lo personal, que
Popper se preguntaba: ¿Cómo pensarán los poderosos de la Televisión?
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