martes, 30 de septiembre de 2025

PUES DOY ESTOS DOS ENSAYOS QUE YA LOS HE SUBIDO AQUÍ PERO SIEMPRE PENSÉ QUE PODÍAN LLEGAR A LIBRO, Y PUES, NO LLEGARON A LIBRO, PERO NUNCA NADIE DUDÓ DE QUE ERAN BUENOS ENSAYOS, POR MARCOS GARCÍA LOS DOS.

 

Sobre Saúl Ibargoyen y su obra “El Torturador

En el número 227 de la revista Quién (29 de Octubre de 2010) aparece una sugestiva lista de los “50 personajes que mueven a México”. Lo mejor de ésta lista o, por lo menos para los registros que se pretenden en éste ensayo es que: El número dos en cuanto a importancia de los personajes que aparecen es  Carlos Fuentes. En el cuatro  está José Emilio Pacheco. En el diez el historiador, escritor y director de Letras Libres, Enrique Krauze; en el número veintidós está  Guillermo Arriaga. El lugar veintinueve lo ocupa  Elena Poniatowska. Hay que aclarar que no es una revista que tenga acento en la literatura y que es más parecida a una revista para ser hojeada en un consultorio médico o que, dicha sea la verdad, todos éstos escritores son cubiertos por los fenómenos mediáticos y que, tal vez la verdad es que México sea el que los mueve a ellos y no al revés, pero es innegable el valor de sus trayectorias no sólo dentro sino fuera de México.

Ahora que si la pregunta fuera por quiénes son los cincuenta escritores que mueven a México, es seguro que podríamos barajar muchos nombres con certeza y creo, muchos de ellos con unanimidad.

Yo apuesto que en una lista así tendría que estar el nombre de Saúl Ibargoyen, escritor uruguayo-mexicano con un poco más de 35 años de trabajo activo en nuestro país.

Este año que acaba de concluir, Ibargoyen lo terminó con una gira de estudio y presentaciones de sus trabajos en Buenos Aires, Quito y otras ciudades del Cono Sur, además de que bajo ediciones EÓN publicó su última novela: El Torturador.

Antes de hacer un abordaje de análisis de la obra, no podemos olvidar mencionar que Ibargoyen sacó su poesía édita, que comprende desde 1956 hasta el año 2000, en un libro con el título de El Poeta y Yo, que es un amplio volumen cuya selección y presentación estuvo a cargo de Hugo Giovanetti Viola, estudioso de la obra de Ibargoyen. Saúl además durante mucho tiempo fue maestro en La Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM, además de que bajo el mismo sello de EÓN editorial se publicaron sus libros: Toda la tierra (novela) y Cuento a Cuento (relatos completos) y su poemario El escriba de pie, (edición de editorial Tintanueva) el cual mereció el Premio Nacional “Carlos Pellicer” en su edición del año 2002. Agréguense ensayos, entrevistas, artículos, poemas sueltos en la mayoría de las revistas literarias y periódicos importantes del país.

El volumen de El Poeta y yo por su extensión y por sus resoluciones poéticas, que abarcan cuarenta y cuatro  años de madurez, perseverancia y fe en la poesía, merecería un ensayo completo aparte. Por el momento nos basta decir que El Poeta y Yo con el paso del tiempo se verá cada vez más como referencia obligada, tanto para estudiantes de Letras como para escritores en activo y poetas primerizos, es una obra enorme en todos los sentidos. Juan Gelman y Eduardo Milán (otro gran poeta de origen uruguayo entre nosotros) han celebrado sin ambages la poesía de Saúl Ibargoyen, quien, por supuesto, también perteneció al grupo de escritores de Latinoamérica y el Sur de Estados Unidos que en los años sesenta del  XX formaron parte de El Corno Emplumado (hay que recordar que Julio Cortázar, ya con toda la fama y autoridad moral que tenía en ese momento, felicitaba y veía con muy buenos ojos las creaciones de lo que iniciaron Margaret Randall y Sergio Mondragón, que, finalmente, con la represión del tlatelolcazo el 2 de octubre de 1968 y que continuó posteriormente, terminó por hacer desaparecer a la revista).

Principalmente poeta, Saúl Ibargoyen maneja la prosa de largo aliento y el relato sin el famoso “desastre” que ocurre —según decía Augusto Monterroso—, cuando el poeta decide narrar. Saúl Ibargoyen  logra ambas cosas con veracidad total y, además, en su prosa no se puede dejar de advertir y sentir el  peso de la palabra que significa, por supuesto, que nuestro narrador es un gran poeta. Un rasgo característico de  su prosa (algo que también ha mencionado Hugo Giovanetti Viola) es su tendencia hacia visiones escatológicas y  muy lejos del tipo de edificaciones “estetizantes”. Ibargoyen nos confronta en su poesía hacia observar la necia oligofrenia del mundo y la obscenidad del ser humano cuando éste  se comporta como perro. Y, si esto es así, Saúl no lo sabe de oídas: a su obra han de agregarse sus denuncias sobre los abusos de  tortura en su país de origen y de México… Pues… ¿la verdad qué esperaban?

Lo primero que salta a la vista al leer al Ibargoyen narrador es su construcción maestra de un slang violento en la urdimbre del texto y entre el habla de los personajes, que no es un slang propiamente extraído de la calle o de los barrios bajos de las zonas urbanas de un país como México, pero que (y he ahí una de sus genialidades en cuanto a innovación estilística) inmediatamente nos es identificable, es un slang que Ibargoyen ha pulido en su expresión y en su decir y ese slang nos toca, se nos acerca como un filo, es parte de nosotros aunque de él no tengamos la experiencia real en estricto sentido, es un logro de poeta:  esa vivencia del slang puesto al servicio de la literatura es la mejor arma del Saúl narrador en El Torturador que sacó de las quintaesencias del lenguaje violento de “un país que está a medio camino entre Uruguay y México” pero que definitivamente es parte de nuestra historia. Seríamos necios si no nos reconociéramos en ésta nueva novela suya, que apuesto, está todavía por verse su impacto en las letras mexicanas.

El Torturador  narra, y tiene como personaje central a Escipión Carrasco, alias “el Machito”, alias el agente SSS007, quien terminará torturándolo todo, inclusive así mismo. Es “un hijo sin madre” identificable, no hay registro alguno de quién fue su progenitora en ningún lado; existió su padre, quien fue su primer torturador y en un enfrentamiento, pero amoroso,  el padre muere; después y por medio de ese slang recorriendo toda la narración, se irá conformando la historia y saldrán toda una caterva de personajes: “los juanes”, el Coronel Dunviro, el Presidente del Estado Mesoriental, etcétera.

Saúl Ibargoyen es de los maestros que gustan recordar siempre la importancia del primer poema reconocido a nivel mundial de la humanidad: Gilgamesh, (en La Escuela de Escritores de la SOGEM donde me dio clase en el año 2000 ya lo hacía con vehemencia) poema que como se sabe, es un recorrido onírico y un viaje al mundo de los muertos que hacen Gilgamesh y su amigo Enkidú para encontrar el secreto de la inmortalidad. Según una entrevista que dio a Alejandra Silva Lomelí de El Sol de México, en donde la periodista arroja la pregunta desde el título mismo de su trabajo: “El Torturador: ¿novela polifónica?”

Pregunta  Silva Lomelí:

 

El personaje principal de tu novela, Escipión Carrasco, es un incompleto de sí mismo, según tu misma definición. Carece de todo, incluso de una identidad inicial. Él tiene que forjarla solo, y en gran parte lo hace a través de sus sueños, que son catárticos y reveladores. ¿Nos puedes hablar sobre lo onírico en tu novela? ¿Cómo forman la personalidad de Escipión?

           

Saúl Ibargoyen responde:

 

“Los sueños son viejo asunto en todas las culturas. Basta recordar el Poema de Gilgamesh. En cuanto a Escipión, ese ámbito pesadillesco que lo acosa tiene origen, sin duda, en las más que penosas experiencias de vida. En él hay un torturador activo hacia los otros y uno físicamente pasivo hacia sí mismo. Esas pesadillas, producto de lo cotidiano y de la ausencia materna, a más de las carencias de la pobreza, generan más pesadillas que, de algún modo, se trasladan a la brutal vigilia que el personaje habita. Su propia imaginación puede ser interpretada como un mal sueño permanente. Escipión, en parte, es resultado de esos revoltijos oníricos...”

 

Todos sabemos de la maestría polifónica en las novelas de Milan Kundera, pero éste asunto no va por ahí. El discurso narrativo de El Torturador sería novela polifónica al estilo de esas mezclas de habla más bien, de La Habana en Tres Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante, que también parten de “revoltijos” oníricos nocturnos, pero es dolorosa la experiencia de leer El Torturador y, a pesar del aparente paralelismo entre estas dos obras, la verdad es que son todo lo contrario, pues como el mismo narrador nos recuerda: “la ficción también hiere”. La obra que hizo mundialmente célebre a Cabrera Infante, no es sino una celebración de los ámbitos nocturnos de Cuba bajo el régimen de Batista, pero la verdad es que El Torturador es todo lo contrario o, más exactamente, es el otro lado de la moneda de esa celebración, ya que, en el Estado Mesoriental donde se desarrolla la novela, casi podemos ver, en la figura y el contexto de Escipión Carrasco, toda la historia de impotencia, desgarramientos, caos y devastación en nuestros países de América Latina en el siglo dos XX, cuando desde el poder, “la voz, agria de hipocresía, proclama que lo primero es el orden”, según dice uno de los poemas de protesta de Efraín Huerta.

Como lo sabemos todos los escritores mexicanos, los editores de libros, de revistas y suplementos culturales (toda publicación sobre las letras  que se precie no puede nunca estar fuera de estos debates,  encuestas y cuestiones) y demás gente cercana a los libros, en su número de abril de 2007 la revista NEXOS hizo una encuesta llamada “Las mejores novelas mexicanas de los últimos 30 años”. Yo creo que en el año 2030 se volverá a convocar a ciertos votantes exclusivos para otra encuesta que seguramente causará polémica  y será  llamada quizá: “Las mejores novelas mexicanas en las primeras dos décadas del siglo XXI”. Ojo: en ese entonces ya Carlos Fuentes, como figura y su gran conocimiento de los distintos Méxicos que somos, significará otra cosa para todos nosotros. De hecho, Ibargoyen arriesga mucho más que Fuentes en términos de novela política. La Voluntad y la Fortuna de Fuentes, por ejemplo, con todo y sus 552 páginas densas y espesas,  palidece ante el verdadero horror de El Torturador y la maestría de su inquietante final in crescendo. El Torturador  va a estar en esa lista que seguro vendrá  y quizá entre los diez primeros. Por su contundencia, su innovación estilística, su ironía amarga de triunfo pírrico, las carcajadas de borrachera que provoca, (¡no por otra cosa sino porque está escrita siempre desde el punto de vista del narrador que no deja descansar a nadie: ni a los personajes ni al lector, todos sufren y todos tenemos qué hacer catarsis ante El Torturador!) la solidez brillante de la historia en sí y por sí misma, así debería de ser. A éstas alturas todos sabemos ya qué es lo mejor de Jorge Volpi en su novelística (En busca de Klingsor), de Juan Villoro (sus recopilaciones de ensayos y la novela El Testigo), de Enrique Serna (El Seductor de la Patria), de Gerardo de la Torre (Su obra de cuentos y Ensayo General), de Guillermo Samperio (La Antología que le publicó Alfaguara) etc...

Abro un libro de ensayos críticos reciente de Geney Beltrán Félix (2009, publicado por la UNAM) cuyo trabajo es notable y ha sido muy comentado en el periodismo escrito: El Sueño no es un Refugio sino un Arma y leo: “¿para quién se escribe? ¿No es aterrador que el diálogo intelectual fuera del círculo literario sea casi nulo? [...] ¿La literatura va a quedar relegada sólo al cubículo universitario del doctor en letras? (pp. 75-76). El ya mencionado Cabrera Infante declaró en el Prefacio a la cuarta edición de Así en la Paz Como en la Guerra (1960) que un amigo suyo le había dicho: “cuando un escritor tiene un público es hora de que comience a escribir para él”. No concuerdo totalmente con las preguntas de Geney Beltrán. No creo que ni él mismo las acepte. Pero reconozco que me obligan a meditar, a volver sobre preguntas mías que ya creía resueltas y replantear la idea o, más bien, ese conjunto de ideas, referidas claro,  a “la inmensa minoría” del público que tienen los libros y la literatura.

Una cosa sí es segura: El Torturador  no es una novela hecha para escritores y periodistas solamente; es para todo lector, toda lectora,  porque ese espacio narrativo “a medio camino entre Uruguay y México” del siglo pasado nos es dolorosamente próximo: Lomas Taurinas, Chiapas, Acteal, Tlatelolco, Oaxaca, el cura pedófilo Marcial Maciel, los filósofos marxistas Bolívar Echeverría y  Adolfo Sánchez Vásquez, los jóvenes emos, el ejército en las calles y la tortura misma (Ibargoyen se adelantó a Presunto Culpable, el documental de moda) ¿No son todas esas cosas, acontecimientos, lugares, nombres, repito (y la lista verdadera es más larga) no nos son definitivamente próximos y nuestros? Son nombres, lugares y cosas que han surgido por la tortura, por nuestra tortura.

 

Sobre la poesía y el Infierno

 

 

En una entrevista realizada en Madrid hace ya varios años y aparecida en el suplemento El semanal del periódico La Jornada, (La Jornada Semanal no. 434 junio, 2003) el periodista Carlos Alfieri intentó (y lo logró en gran parte) sacarle confesiones significativas para el público al filósofo francés André Comte- Sponville, que como dice la nota introductoria, “pertenece al reducido grupo de filósofos que conocen la gloria equívoca de la popularidad”. En dicha entrevista, Comte-Sponville se declara un pensador anti sistemático alejado de los grandes sistemas filosóficos como lo son los de un Hegel, un Spinoza o un Kant, y se declara partidario de filosofías como la de Pascal o Montaigne que, al abordar la labor filosófica, antes que nada lo hicieron en primera persona, no desde el mundo de las ideas o alguna otra entelequia más o menos respetada.

            Comienzo con ésta introducción porque aclaro que voy a hablar en primera persona, es decir, desde mi propio nombre y como  escritor y voy a acompañar mi reflexión con escritores y filósofos que considero notables y decididamente universales; en primer lugar, porque dicha sea la verdad y así lo creo, los grandes pensadores, novelistas, poetas, artistas o investigadores, lo son porque comenzaron su saber desde sí mismos y luego lo insertaron en sus respectivos ámbitos o derroteros particulares. Desde luego no es que yo me considere un súper gran escritor de peso completo, pero creo que entiendo que me han invitado a participar aquí   principalmente por mis libros y porque aunque sea uno, tengo un premio nacional de narrativa y cursé un semestre de la carrera de Filosofía, además de que soy egresado de la Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM. Es decir, me siento nadando a gusto en esta mesa y presiento que todo lo que voy a decir parte de una visión estrictamente personal. La razón es que en el campo del saber literario es precisamente la óptica propia lo que es precioso, es el qué de lo contado pero también y más importante el cómo es contado; es la abertura de la lente y con buena velocidad en el obturador y luz suficiente para la fotografía que pretendo tomar ante ustedes y de ustedes lo que me importa, si mi cámara no es lo suficientemente buena ya se verá, pero mientras tanto, ustedes manténganse a foco.

            El Diablo, el chamuco mexicano o su respectiva contraparte femenina que es la chingada, Satán para los Hebreos, es decir, el Adversario, el Enemigo; para la Grecia Clásica el Diablo, o sea el Acusador, el Calumniador, el Demonio en resumidas cuentas, es el santo patrono de la poesía y de la literatura toda. Por ejemplo, para los pensadores del Medioevo que pusieron a la Filosofía de sirvienta de la Teología como San Agustín, el “infierno” es un “lugar” etc, seguramente con muchas llamitas. Sé que esta expresión puede no ser compartida por todos ustedes, pero sostengo que tiene un muy alto grado de verdad en particular para la poesía moderna que se inicia en 1821 con el nacimiento del primer poeta maldito y uno de los dos o tres más grandes de Francia: Charles Baudelaire y más o menos igual Arthur Rimbaud. En la expresión latina non serviam, es decir, no servir, no ser útil en términos prácticos o de solidaria cooperación social, es donde se encuentra el poeta y subrayo a Baudelaire y Rimbaud porque ellos fueron los primeros poetas iconoclastas, irreverentes o, por lo menos, los primeros reconocidos a nivel mundial que además de clavar su mirada poética en lo putrefacto, la carroña, lo infernal, sirven como ejemplo perfecto para esta exposición simplemente por su frase: “La más hermosa habilidad del Diablo es habernos persuadido de que él no existe”(Baudelaire). Toda la poética de Baudelaire es una metafísica, es decir, un discurso que se basa en la ausencia y la presencia. La pregunta fundamental de la metafísica es: ¿por qué hay algo y no más bien nada? Desde Hesíodo, el poeta griego autor de la Teogonía, los grandes metafísicos han dado diversas respuestas a su indagación ontológica partiendo de esta frase. Algunos, lo resuelven remitiéndose a Dios, el padre creador del Universo; otros, más audaces como Jean Paul Sartre, llegaron a la conclusión de que el ser humano “es una pasión inútil”, sin Dios, ni Demonio, ni… precisamente, nada. Sartre experimentó y estudió una ontología basada en la intemperie del Ser. Sartre fue audaz y hasta en sus errores fue genial porque prefirió morir-mortal que morir con la inmortalidad del premio Nobel, que aunque a Sartre le cabe mucha inmortalidad, el prefirió morir escribiendo su filosofía y sus doctrinas para sus camaradas en el vivir y de ahí se explica el Monumento Sartre repartiendo volantes de la lucha estudiantil del Mayo francés de 1968.  Pero vuelvo a Baudelaire y ésta idea de lo infernal que resulta la creación poética.

            Y es que el rango metafísico de lo infernal le corresponde a la poesía primero que a todas las artes (y es la que posibilita y da vida a todas las demás disciplinas artísticas) por la misma razón que al Diablo lo mandaron al infierno: por no servir para nada, por un rotundo exclamar que sus obras y sus glorias no cabían en éste mundo hecho para la técnica del trabajo y alejados cristianamente de la soledad, otro tema importante en la literatura, porque es a partir de la soledad y precisamente por la soledad de donde nace la poesía, autogenerándose, compitiendo en forma desleal en un mundo en que estamos hechos individuos en un ser-para-sí pero también ser-para-los-otros, en todas las modalidades que se pueda y con las responsabilidades que nuestra condición humana conlleva.

¿Pero la poesía? ¿Qué es la poesía? La poesía primero y antes que nada es un acto de libertad, pero como su más alta misión en solidarizarse con la soledad ajena, el poeta, al luchar para encontrar su propio canto y todo lo que después los críticos vendrán y dirán: “Ha, lo que pasa es que este poeta se expresaba en metáforas, prolepsis y analepsis”, primero es una energía que para ser considerada poética, debe atravesar la sensación de vacío precisamente para que el vacío en el resultado del texto poético haya quedado  trascendido y superado, y por medio de la poesía el ser humano experimente el recogimiento. El recogimiento de sí mismo. Trascender el vacío  como una de las formas de experimentar la ausencia del ser y sus cualidades ontológicas de las que todo Ser comparte: Verdad, Unidad y Bondad, en palabras del filósofo tomista Joseph de Finance en su Tratado del Ser (editorial Gredos). ¿Por qué es infernal la poesía? Porque no sirve para nada, a lo que remite el mensaje del poeta es a la subjetividad mía o la de cualquiera, a experimentarse uno a sí mismo libre, una categoría individual que no se agota en criterios políticos, jurídicos o de sólo horarios de trabajo, sino la posibilidad de albergar amor, o ser principio de una historia mítica. Es decir que en todos cabe la posibilidad de ser poetas porque estamos solos (y de hecho la Poesía juega a metamorfosear esa soledad), y al mismo tiempo en todos cabe la posibilidad de ser virtuosos porque nos lo cuentan, es decir, porque nos cuentan cuentos y es, sin lugar a dudas, de la virtud de lo que hablan los buenos cuentos; de cómo aprovecharla, ganarla, perderla, sufrir su ausencia o recobrarla, nada más piensen en los cuentos cinematográficos o literarios que más les hayan dejado algo y me entenderán o compartirán esta idea. ¿Ejemplos modernos? La última versión cinematográfica de El conde de Montecristo, la gran obra de Dumas, o los cuentos del gran escritor guatemalteco Augusto Monterroso recientemente fallecido, del cual me disculpo en ausencia y presencia porque en una entrevista que me hicieron en el radio dije que él no era buen escritor, espero que allá en el infierno  me perdone y mi castigo dantesco sea que por los siglos de los siglos  él me recite o me lea su obra, porque yo, tanto gusto, sería bueno amanecer todos los días en el infierno y recordar eternamente que el dinosaurio sigue ahí, el dinosaurio como problema metafísico y que trasciende a la Historia con mayúscula, porque sigue ahí y ahí seguirá…. Qué caray. Pero bueno. La virtud, el tema filosófico universitario… Aristóteles, o por lo menos  lo que sabemos de Aristóteles (pues la mayoría de su obra está perdida quizá para siempre), sabemos que él no comprende las virtudes como algo fijo, seco o acabado, Aristóteles nos dice que para ser virtuosos imitemos al virtuoso, hay que recordar que Aristóteles es uno de los rectores intelectuales de la Humanidad de todos los tiempos. Pero no he acabado con Baudelaire y Rimbaud, ni pienso acabar, veamos un fragmento del poema 143 de su primera obra importante, Las flores del mal de Baudelaire y después un fragmento significativo para ésta mesa de Una Temporada en el Infierno de Rimbaud:


“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,

Dios traicionado por la muerte y privado de alabanzas,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!

Oh Príncipe del exilio, a quien se ha agraviado,

Y que, vencido, siempre te vuelves a levantar más fuerte,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!

Tú que todo lo sabes, gran rey de las cosas subterráneas,

Familiar curandero de las angustias humanas,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!

Tú que, hasta a los leprosos y a los parias malditos,

Enseñas mediante el amor el sabor del Paraíso,

¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!”

 

El poema es largo, cito sólo éste fragmento pero creo que se aprecia lo fundamental que Baudelaire sostendrá en todo su poema, el ritmo de acumulación o en otras palabras, Baudelaire busca que su lector se sature de la oración que él le hace a Satán. Ahora imaginemos cómo estaba Baudelaire para escribir esto y, sobre todo, un libro que mantiene el mismo tono.

Ahora de Arthur Rimbaud:

 

“ Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían, en el que todos los vinos se escanciaban.
Una tarde, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la encontré amarga. - Y la cubrí de insultos.
Me armé contra la justicia.
Escapé. ¡Oh brujas, miseria, odio: a ustedes se les confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda alegría, para estrangularla, salté como una fiera, sordamente.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, en la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me dejé secar por el aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.
Ahora bien, últimamente, habiendo estado a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del antiguo festín, en el que había, quizá, de recobrar el apetito.
La caridad es esa clave. - ¡Semejante inspiración demuestra que todo fue un sueño!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que de tan amables adormideras me coronó. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo, y todos los pecados capitales."
¡Ah! Ya he aguantado demasiado: - Pero, querido Satanás, te lo suplico, menos irritación en la pupila. Y mientras van llegando las pequeñas cobardías que faltan, para ti, que tanto valoras en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, arranco unas cuantas páginas repelentes de mi cuaderno de condenado.”

Sé que mi voz jode, por eso leí el poema con tanta vehemencia, creo que realmente no hay otro modo de dar una ponencia que mostrando ira. De lo demás Rimbaud es el que tiene la culpa, pero no se preocupen, en toda Francia es lectura obligada desde el bachillerato. (Escribir nota para mi agente literario y preguntarle qué pensó la gente de mis risas detrás de  dientes).

Es que la palabra Diablo en el pensamiento suena con mucho peso, al contrario de Dios, que es una palabra con muy poco peso, quiero decir, hablar de Dios es reducirlo, simplemente nombrarlo es en parte acabar con su grandeza —seamos creyentes o no—, pero en cambio hablar o leer sobre el Diablo tiene mucha fuerza y mayor que la del propio Dios en la conciencia humana. Si como algunos experimentos han demostrado que durante el día a una persona normal le pasan cerca de 100 veces por la cabeza ideas sobre el sexo, sería interesante saber cuántas veces pensamos sobre el infierno o sobre el Diablo aunque sea sólo en pequeñas dosis y breves instantes. En efecto, la cita literaria dice “en el instante entran Dios y el Diablo”. O sea que dios y el diablo están en este instante… [clic] y en éste instante también. La poesía ensancha el instante, lo fomenta, lo puebla de signos y significados que es, en otras palabras, la polisemia: multitud de significados. Si al hacer enorme el instante, entonces la poesía debe mucho a dios y al diablo: pensemos en los grandes poemas de Efraín Huerta, Octavio Paz o José Gorostiza, en especial su celebradísimo poema Muerte sin fin, veamos un fragmento entresacado:

 

 

¡Tan-Tan! ¿Quién es? Es el Diablo,

es una espesa fatiga,

un ansia de trasponer

estas lindes enemigas,

ese morir incesante,

tenaz, esta muerte viva,

¡oh Dios! Que te está matando

en tus hechuras estrictas,

en las rosas y en las piedras,

en las estrellas ariscas

 y en la carne que se gasta

como una hoguera encendida,

por el canto, por el sueño,

por el color de la vista.

¡Tan-tan! ¿Quién es? Es el diablo,

ay, una ciega alegría,

un hambre de consumir

el aire que se respira,

la boca, el ojo, la mano;

estas pungentes cosquillas de disfrutarnos enteros

en un solo golpe de risa,

ay, esta muerte insultante,

procaz, que nos asesina

a distancia, desde el gusto

que tomamos en morirla,

por una taza de té,

por una apenas caricia.

 

[Fin de cita] Entonces la experiencia cotidiana contiene a dios y al diablo, efectivamente. Eros y Tanatos en términos freudianos; el bien o la ética y el mal en términos de filosofía; en poesía, ambas polarizaciones condensadas y fundidas en una sola y única experiencia: la creación poética. De ahí que los grandes filósofos como un Nietzsche, tomó como poeta de cabecera a Hölderlin y Hiedegger hizo su brillante ensayo de poética tomando como remanente al mismo Hölderlin, el verdadero titán de las letras alemanas, porque aceptó su locura y abandonó la poesía debido, entre comillas, a “una oscura locura”, que claro, a los psicoanalistas les encanta analizar porque precisamente las grandes mentes tienen mucho qué decir, y los psicoanalistas, al escuchar la sensación del infierno, piensan para sus adentros: Aquí está lo sabroso. La realidad es que la filosofía ha demostrado, después del paso de los siglos, que nos ha enseñado a pensar, pero ahora, cuando la filosofía no se convierte en un discurso politizado, es decir, una verdadera doctrina, como la de Marx, brillantemente seguida en México por Adolfo Sánchez Vásquez, en el que la expresión ser-radical significa ir a la raíz del ser humano, digo, sino se hace filosofía así, sólo se está jugando o demostrando pedantería, por eso es que se enseña Historia de la Filosofía o se “problematizan” cuestiones ya superadas en las aulas de filosofía y no se enseña  a filosofar, como quería Kant, porque eso, verdaderamente hablando y siendo alejados de la academia y uno solo y su sombra, la filosofía está muy bien leyéndola, pero filosofar, realmente no sirve para nada más que para que uno expanda su horizonte cultural (se hable así mismo), mientras que la poesía sigue vigente y válida y los psicoanalistas lo saben muy bien porque piensan que cuando sus pacientes les hablan de su dolor, están haciendo poesía, ¿que crean eso? ¿En estricto sentido, el dolor y sólo el dolor es igual a la poesía? Yo creo que no, bueno, que ellos lo piensen está bien, después de todo, no cualquiera es poeta, sobre todo porque casi nadie aguanta “el peso bruto de la nada” en palabras de Octavio Paz. 

Pienso también en Alejandra Pizarnik: “Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical”, una extraordinaria artista, que nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936, en una familia de inmigrantes del este de Europa. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires y, después, cultivó su afición a la pintura bajo la supervisión de Juan Batlle Planas. Entre 1960 y 1964, Alejandra vivió en París, donde trabajó para la publicación Cuadernos y para algunas revistas francesas; colaboró con poesía y crítica de varias publicaciones en francés y en español; tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé e Yves Bonnefoy, y estudió historia de las religiones y literatura francesa contemporánea en la Sorbona. A su regreso a Buenos Aires, Alejandra publicó tres de sus volúmenes más importantes, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical, así como la obra en prosa La condesa sangrienta. En 1969 se le concedió una beca Guggenheim, y en 1971 una beca Fulbright. El 25 de septiembre de 1972 salió de la clínica de psiquiatría en que estaba internada para pasar el fin de semana; falleció por una sobredosis de seconal que tomó por su propia mano. Y mientras la recordamos siguen existiendo las guerras estúpidas, la abyección del hombre que se comporta como lobo para el hombre, etc...

 

Ustedes no sé si se aferran a la psicología o al psicoanálisis, yo me aferro a la literatura y al pensamiento. Una de las cosas que aprendí en los distintos infiernos donde he estado (parecidos a los de Pizarnik), es que ni el tiempo adentro del infierno destruye al pensamiento, o bueno, eso creo yo, esa es mi creencia probada en el sentido que le da a las creencias Ortega y Gasset, pero ya se cerró la cámara y ya tomé mi foto, el que estuvo en el infierno bien lo hizo, el que estuvo en el cielo con sus alitas y su aureola también, bien lo hizo. Y ahora, después de éste instante, un poema, porque la poesía, finalmente nos hará libres.

Muchas gracias.

 

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