Sobre Saúl
Ibargoyen y su obra “El Torturador”
En el
número 227 de la revista Quién (29 de
Octubre de 2010) aparece una sugestiva lista de los “50 personajes que mueven a
México”. Lo mejor de ésta lista o, por lo menos para los registros que se
pretenden en éste ensayo es que: El número dos en cuanto a importancia de los
personajes que aparecen es Carlos
Fuentes. En el cuatro está José Emilio
Pacheco. En el diez el historiador, escritor y director de Letras Libres, Enrique Krauze; en el número veintidós está Guillermo Arriaga. El lugar veintinueve lo ocupa Elena Poniatowska. Hay que aclarar que no es
una revista que tenga acento en la literatura y que es más parecida a una
revista para ser hojeada en un consultorio médico o que, dicha sea la verdad,
todos éstos escritores son cubiertos por los fenómenos mediáticos y que, tal
vez la verdad es que México sea el que los mueve a ellos y no al revés, pero es
innegable el valor de sus trayectorias no sólo dentro sino fuera de México.
Ahora
que si la pregunta fuera por quiénes son los cincuenta escritores que mueven a
México, es seguro que podríamos barajar muchos nombres con certeza y creo,
muchos de ellos con unanimidad.
Yo
apuesto que en una lista así tendría que estar el nombre de Saúl Ibargoyen,
escritor uruguayo-mexicano con un poco más de 35 años de trabajo activo en
nuestro país.
Este
año que acaba de concluir, Ibargoyen lo terminó con una gira de estudio y
presentaciones de sus trabajos en Buenos Aires, Quito y otras ciudades del Cono
Sur, además de que bajo ediciones EÓN publicó su última novela: El Torturador.
Antes
de hacer un abordaje de análisis de la obra, no podemos olvidar mencionar que
Ibargoyen sacó su poesía édita, que comprende desde 1956 hasta el año 2000, en
un libro con el título de El Poeta y Yo,
que es un amplio volumen cuya selección y presentación estuvo a cargo de Hugo Giovanetti
Viola, estudioso de la obra de Ibargoyen. Saúl además durante mucho tiempo fue
maestro en La Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM, además de que bajo el
mismo sello de EÓN editorial se publicaron sus libros: Toda la tierra (novela) y Cuento
a Cuento (relatos completos) y su poemario El escriba de pie, (edición de editorial Tintanueva) el cual mereció el Premio Nacional “Carlos Pellicer” en
su edición del año 2002. Agréguense ensayos, entrevistas, artículos, poemas
sueltos en la mayoría de las revistas literarias y periódicos importantes del
país.
El
volumen de El Poeta y yo por su
extensión y por sus resoluciones poéticas, que abarcan cuarenta y cuatro años de madurez, perseverancia y fe en la
poesía, merecería un ensayo completo aparte. Por el momento nos basta decir que
El Poeta y Yo con el paso del tiempo
se verá cada vez más como referencia obligada, tanto para estudiantes de Letras
como para escritores en activo y poetas primerizos, es una obra enorme en todos
los sentidos. Juan Gelman y Eduardo Milán (otro gran poeta de origen uruguayo
entre nosotros) han celebrado sin ambages la poesía de Saúl Ibargoyen, quien,
por supuesto, también perteneció al grupo de escritores de Latinoamérica y el
Sur de Estados Unidos que en los años sesenta del XX formaron parte de El Corno Emplumado (hay que recordar que Julio Cortázar, ya con
toda la fama y autoridad moral que tenía en ese momento, felicitaba y veía con
muy buenos ojos las creaciones de lo que iniciaron Margaret Randall y Sergio Mondragón,
que, finalmente, con la represión del tlatelolcazo el 2 de octubre de 1968 y
que continuó posteriormente, terminó por hacer desaparecer a la revista).
Principalmente
poeta, Saúl Ibargoyen maneja la prosa de largo aliento y el relato sin el famoso
“desastre” que ocurre —según decía Augusto Monterroso—, cuando el poeta decide
narrar. Saúl Ibargoyen logra ambas cosas
con veracidad total y, además, en su prosa no se puede dejar de advertir y sentir
el peso de la palabra que significa, por
supuesto, que nuestro narrador es un gran poeta. Un rasgo característico
de su prosa (algo que también ha
mencionado Hugo Giovanetti Viola) es su tendencia hacia visiones escatológicas
y muy lejos del tipo de edificaciones
“estetizantes”. Ibargoyen nos confronta en su poesía hacia observar la necia
oligofrenia del mundo y la obscenidad del ser humano cuando éste se comporta como perro. Y, si esto es así,
Saúl no lo sabe de oídas: a su obra han de agregarse sus denuncias sobre los
abusos de tortura en su país de origen y
de México… Pues… ¿la verdad qué esperaban?
Lo
primero que salta a la vista al leer al Ibargoyen narrador es su construcción maestra
de un slang violento en la urdimbre del texto y entre el habla de los
personajes, que no es un slang propiamente extraído de la calle o de los
barrios bajos de las zonas urbanas de un país como México, pero que (y he ahí
una de sus genialidades en cuanto a innovación estilística) inmediatamente nos es
identificable, es un slang que Ibargoyen ha pulido en su expresión y en su decir
y ese slang nos toca, se nos acerca como un filo, es parte de nosotros aunque
de él no tengamos la experiencia real en estricto sentido, es un logro de
poeta: esa vivencia del slang puesto al
servicio de la literatura es la mejor arma del Saúl narrador en El Torturador que sacó de las
quintaesencias del lenguaje violento de “un país que está a medio camino entre
Uruguay y México” pero que definitivamente es parte de nuestra historia. Seríamos
necios si no nos reconociéramos en ésta nueva novela suya, que apuesto, está
todavía por verse su impacto en las letras mexicanas.
El Torturador
narra, y tiene como personaje central a Escipión Carrasco, alias “el
Machito”, alias el agente SSS007, quien terminará torturándolo todo, inclusive
así mismo. Es “un hijo sin madre” identificable, no hay registro alguno de
quién fue su progenitora en ningún lado; existió su padre, quien fue su primer
torturador y en un enfrentamiento, pero amoroso, el padre muere; después y por medio de ese slang
recorriendo toda la narración, se irá conformando la historia y saldrán toda
una caterva de personajes: “los juanes”, el Coronel Dunviro, el Presidente del
Estado Mesoriental, etcétera.
Saúl
Ibargoyen es de los maestros que gustan recordar siempre la importancia del primer
poema reconocido a nivel mundial de la humanidad: Gilgamesh, (en La Escuela de Escritores de la SOGEM donde me dio
clase en el año 2000 ya lo hacía con vehemencia) poema que como se sabe, es un
recorrido onírico y un viaje al mundo de los muertos que hacen Gilgamesh y su amigo
Enkidú para encontrar el secreto de la inmortalidad. Según una entrevista que
dio a Alejandra Silva Lomelí de El Sol de
México, en donde la periodista arroja la pregunta desde el título mismo de
su trabajo: “El Torturador: ¿novela polifónica?”
Pregunta Silva Lomelí:
El personaje principal de tu novela, Escipión
Carrasco, es un incompleto de sí mismo, según tu misma definición. Carece de
todo, incluso de una identidad inicial. Él tiene que forjarla solo, y en gran
parte lo hace a través de sus sueños, que son catárticos y reveladores. ¿Nos
puedes hablar sobre lo onírico en tu novela? ¿Cómo forman la personalidad de
Escipión?
Saúl
Ibargoyen responde:
“Los
sueños son viejo asunto en todas las culturas. Basta recordar el Poema de Gilgamesh.
En cuanto a Escipión, ese ámbito pesadillesco que lo acosa tiene origen, sin
duda, en las más que penosas experiencias de vida. En él hay un torturador
activo hacia los otros y uno físicamente pasivo hacia sí mismo. Esas pesadillas,
producto de lo cotidiano y de la ausencia materna, a más de las carencias de la
pobreza, generan más pesadillas que, de algún modo, se trasladan a la brutal vigilia
que el personaje habita. Su propia imaginación puede ser interpretada como un
mal sueño permanente. Escipión, en parte, es resultado de esos revoltijos
oníricos...”
Todos
sabemos de la maestría polifónica en las novelas de Milan Kundera, pero éste asunto
no va por ahí. El discurso narrativo de El
Torturador sería novela polifónica al estilo de esas mezclas de habla más bien,
de La Habana en Tres Tristes Tigres
de Guillermo Cabrera Infante, que también parten de “revoltijos” oníricos nocturnos,
pero es dolorosa la experiencia de leer El
Torturador y, a pesar del aparente paralelismo entre estas dos obras, la
verdad es que son todo lo contrario, pues como el mismo narrador nos recuerda:
“la ficción también hiere”. La obra que hizo mundialmente célebre a Cabrera
Infante, no es sino una celebración de los ámbitos nocturnos de Cuba bajo el régimen
de Batista, pero la verdad es que El
Torturador es todo lo contrario o, más exactamente, es el otro lado
de la moneda de esa celebración, ya que, en el Estado Mesoriental donde se
desarrolla la novela, casi podemos ver, en la figura y el contexto de Escipión
Carrasco, toda la historia de impotencia, desgarramientos, caos y devastación
en nuestros países de América Latina en el siglo dos XX, cuando desde el poder,
“la voz, agria de hipocresía, proclama que lo primero es el orden”, según dice
uno de los poemas de protesta de Efraín Huerta.
Como
lo sabemos todos los escritores mexicanos, los editores de libros, de revistas
y suplementos culturales (toda publicación sobre las letras que se precie no puede nunca estar fuera de estos
debates, encuestas y cuestiones) y demás
gente cercana a los libros, en su número de abril de 2007 la revista NEXOS hizo una encuesta llamada “Las
mejores novelas mexicanas de los últimos 30 años”. Yo creo que en el año 2030
se volverá a convocar a ciertos votantes exclusivos para otra encuesta que seguramente
causará polémica y será llamada quizá: “Las mejores novelas mexicanas
en las primeras dos décadas del siglo XXI”. Ojo: en ese entonces ya Carlos
Fuentes, como figura y su gran conocimiento de los distintos Méxicos que somos,
significará otra cosa para todos nosotros. De hecho, Ibargoyen arriesga mucho
más que Fuentes en términos de novela política. La Voluntad y la Fortuna de Fuentes, por ejemplo, con todo y sus
552 páginas densas y espesas, palidece
ante el verdadero horror de El Torturador
y la maestría de su inquietante final in
crescendo. El Torturador va a estar en esa lista que seguro
vendrá y quizá entre los diez primeros.
Por su contundencia, su innovación estilística, su ironía amarga de triunfo
pírrico, las carcajadas de borrachera que provoca, (¡no por otra cosa sino
porque está escrita siempre desde el punto de vista del narrador que no deja
descansar a nadie: ni a los personajes ni al lector, todos sufren y todos tenemos
qué hacer catarsis ante El Torturador!)
la solidez brillante de la historia en sí y por sí misma, así debería de ser. A
éstas alturas todos sabemos ya qué es lo mejor de Jorge Volpi en su novelística
(En busca de Klingsor), de Juan Villoro (sus recopilaciones de ensayos y la
novela El Testigo), de Enrique Serna
(El Seductor de la Patria), de
Gerardo de la Torre (Su obra de cuentos y Ensayo
General), de Guillermo Samperio (La Antología que le publicó Alfaguara)
etc...
Abro
un libro de ensayos críticos reciente de Geney Beltrán Félix (2009, publicado
por la UNAM) cuyo trabajo es notable y ha sido muy comentado en el periodismo
escrito: El Sueño no es un Refugio sino
un Arma y leo: “¿para quién se escribe?
¿No es aterrador que el diálogo intelectual fuera del círculo literario sea
casi nulo? [...] ¿La literatura va a quedar relegada sólo al cubículo
universitario del doctor en letras? (pp. 75-76). El ya mencionado Cabrera
Infante declaró en el Prefacio a la cuarta edición de Así en la Paz Como en la Guerra (1960) que un amigo suyo le había
dicho: “cuando un escritor tiene un público es hora de que comience a escribir
para él”. No concuerdo totalmente con las preguntas de Geney Beltrán. No creo que
ni él mismo las acepte. Pero reconozco que me obligan a meditar, a volver sobre
preguntas mías que ya creía resueltas y replantear la idea o, más bien, ese
conjunto de ideas, referidas claro, a
“la inmensa minoría” del público que tienen los libros y la literatura.
Una cosa sí es segura: El Torturador no es una novela hecha para escritores y periodistas solamente; es para todo lector, toda lectora, porque ese espacio narrativo “a medio camino entre Uruguay y México” del siglo pasado nos es dolorosamente próximo: Lomas Taurinas, Chiapas, Acteal, Tlatelolco, Oaxaca, el cura pedófilo Marcial Maciel, los filósofos marxistas Bolívar Echeverría y Adolfo Sánchez Vásquez, los jóvenes emos, el ejército en las calles y la tortura misma (Ibargoyen se adelantó a Presunto Culpable, el documental de moda) ¿No son todas esas cosas, acontecimientos, lugares, nombres, repito (y la lista verdadera es más larga) no nos son definitivamente próximos y nuestros? Son nombres, lugares y cosas que han surgido por la tortura, por nuestra tortura.
Sobre la poesía y el Infierno
En una entrevista
realizada en Madrid hace ya varios años y aparecida en el suplemento El semanal del periódico La Jornada, (La Jornada Semanal no. 434 junio, 2003) el periodista Carlos
Alfieri intentó (y lo logró en gran parte) sacarle confesiones significativas para
el público al filósofo francés André Comte- Sponville, que como dice la nota
introductoria, “pertenece al reducido grupo de filósofos que conocen la gloria
equívoca de la popularidad”. En dicha entrevista, Comte-Sponville se declara un
pensador anti sistemático alejado de los grandes sistemas filosóficos como lo
son los de un Hegel, un Spinoza o un Kant, y se declara partidario de
filosofías como la de Pascal o Montaigne que, al abordar la labor filosófica,
antes que nada lo hicieron en primera persona, no desde el mundo de las ideas o
alguna otra entelequia más o menos respetada.
Comienzo con ésta introducción
porque aclaro que voy a hablar en primera persona, es decir, desde mi propio nombre
y como escritor y voy a acompañar mi
reflexión con escritores y filósofos que considero notables y decididamente
universales; en primer lugar, porque dicha sea la verdad y así lo creo, los
grandes pensadores, novelistas, poetas, artistas o investigadores, lo son
porque comenzaron su saber desde sí mismos y luego lo insertaron en sus
respectivos ámbitos o derroteros particulares. Desde luego no es que yo me
considere un súper gran escritor de peso completo, pero creo que entiendo que
me han invitado a participar aquí
principalmente por mis libros y porque aunque sea uno, tengo un premio
nacional de narrativa y cursé un semestre de la carrera de Filosofía, además de
que soy egresado de la Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM. Es decir, me
siento nadando a gusto en esta mesa y presiento que todo lo que voy a decir parte
de una visión estrictamente personal. La razón es que en el campo del saber
literario es precisamente la óptica propia lo que es precioso, es el qué de lo contado pero también y más importante
el cómo es contado; es la abertura de
la lente y con buena velocidad en el obturador y luz suficiente para la fotografía
que pretendo tomar ante ustedes y de ustedes lo que me importa, si mi cámara no
es lo suficientemente buena ya se verá, pero mientras tanto, ustedes manténganse
a foco.
El Diablo, el chamuco mexicano o su
respectiva contraparte femenina que es la chingada, Satán para los Hebreos, es decir, el Adversario, el Enemigo; para
la Grecia Clásica el Diablo, o sea el Acusador, el Calumniador, el Demonio en
resumidas cuentas, es el santo patrono de la poesía y de la literatura toda. Por
ejemplo, para los pensadores del Medioevo que pusieron a la Filosofía de
sirvienta de la Teología como San Agustín, el “infierno” es un “lugar” etc, seguramente
con muchas llamitas. Sé que esta expresión puede no ser compartida por todos
ustedes, pero sostengo que tiene un muy alto grado de verdad en particular para
la poesía moderna que se inicia en 1821 con el nacimiento del primer poeta
maldito y uno de los dos o tres más grandes de Francia: Charles Baudelaire y más
o menos igual Arthur Rimbaud. En la expresión latina non serviam, es decir, no servir, no ser útil en términos prácticos
o de solidaria cooperación social, es donde se encuentra el poeta y subrayo a Baudelaire
y Rimbaud porque ellos fueron los primeros poetas iconoclastas, irreverentes o,
por lo menos, los primeros reconocidos a nivel mundial que además de clavar su
mirada poética en lo putrefacto, la carroña, lo infernal, sirven como ejemplo perfecto
para esta exposición simplemente por su frase: “La más hermosa habilidad del
Diablo es habernos persuadido de que él no existe”(Baudelaire). Toda la poética
de Baudelaire es una metafísica, es decir, un discurso que se basa en la
ausencia y la presencia. La pregunta fundamental de la metafísica es: ¿por qué
hay algo y no más bien nada? Desde Hesíodo, el poeta griego autor de la Teogonía, los grandes metafísicos han
dado diversas respuestas a su indagación ontológica partiendo de esta frase.
Algunos, lo resuelven remitiéndose a Dios, el padre creador del Universo; otros,
más audaces como Jean Paul Sartre, llegaron a la conclusión de que el ser
humano “es una pasión inútil”, sin Dios, ni Demonio, ni… precisamente, nada.
Sartre experimentó y estudió una ontología basada en la intemperie del Ser.
Sartre fue audaz y hasta en sus errores fue genial porque prefirió morir-mortal
que morir con la inmortalidad del premio Nobel, que aunque a Sartre le cabe
mucha inmortalidad, el prefirió morir escribiendo su filosofía y sus doctrinas
para sus camaradas en el vivir y de ahí se explica el Monumento Sartre repartiendo
volantes de la lucha estudiantil del Mayo francés de 1968. Pero vuelvo a Baudelaire y ésta idea de lo
infernal que resulta la creación poética.
Y es que el rango metafísico de lo infernal
le corresponde a la poesía primero que a todas las artes (y es la que posibilita
y da vida a todas las demás disciplinas artísticas) por la misma razón que al
Diablo lo mandaron al infierno: por no servir para nada, por un rotundo
exclamar que sus obras y sus glorias no cabían en éste mundo hecho para la
técnica del trabajo y alejados cristianamente de la soledad, otro tema importante en la literatura, porque es a partir
de la soledad y precisamente por la
soledad de donde nace la poesía, autogenerándose, compitiendo en forma desleal en
un mundo en que estamos hechos individuos en un ser-para-sí pero también
ser-para-los-otros, en todas las modalidades que se pueda y con las
responsabilidades que nuestra condición humana conlleva.
¿Pero
la poesía? ¿Qué es la poesía? La poesía primero y antes que nada es un acto de
libertad, pero como su más alta misión en solidarizarse con la soledad ajena,
el poeta, al luchar para encontrar su propio canto y todo lo que después los críticos
vendrán y dirán: “Ha, lo que pasa es que este poeta se expresaba en metáforas,
prolepsis y analepsis”, primero es una energía que para ser considerada
poética, debe atravesar la sensación de vacío precisamente para que el vacío en
el resultado del texto poético haya quedado
trascendido y superado, y por medio de la poesía el ser humano experimente
el recogimiento. El recogimiento de sí mismo. Trascender el vacío como una de las formas de experimentar la
ausencia del ser y sus cualidades ontológicas de las que todo Ser comparte: Verdad,
Unidad y Bondad, en palabras del filósofo tomista Joseph de Finance en su Tratado del Ser (editorial Gredos). ¿Por
qué es infernal la poesía? Porque no sirve para nada, a lo que remite el
mensaje del poeta es a la subjetividad mía o la de cualquiera, a experimentarse
uno a sí mismo libre, una categoría individual que no se agota en criterios
políticos, jurídicos o de sólo horarios de trabajo, sino la posibilidad de
albergar amor, o ser principio de una historia mítica. Es decir que en todos
cabe la posibilidad de ser poetas porque estamos solos (y de hecho la Poesía juega
a metamorfosear esa soledad), y al mismo tiempo en todos cabe la posibilidad de
ser virtuosos porque nos lo cuentan, es decir, porque nos cuentan cuentos y es,
sin lugar a dudas, de la virtud de lo que hablan los buenos cuentos; de cómo
aprovecharla, ganarla, perderla, sufrir su ausencia o recobrarla, nada más
piensen en los cuentos cinematográficos o literarios que más les hayan dejado
algo y me entenderán o compartirán esta idea. ¿Ejemplos modernos? La última versión
cinematográfica de El conde de Montecristo,
la gran obra de Dumas, o los cuentos del gran escritor guatemalteco Augusto
Monterroso recientemente fallecido, del cual me disculpo en ausencia y presencia
porque en una entrevista que me hicieron en el radio dije que él no era buen
escritor, espero que allá en el infierno
me perdone y mi castigo dantesco sea que por los siglos de los
siglos él me recite o me lea su obra, porque
yo, tanto gusto, sería bueno amanecer todos los días en el infierno y recordar
eternamente que el dinosaurio sigue ahí, el dinosaurio como problema metafísico
y que trasciende a la Historia con mayúscula, porque sigue ahí y ahí seguirá….
Qué caray. Pero bueno. La virtud, el tema filosófico universitario…
Aristóteles, o por lo menos lo que sabemos
de Aristóteles (pues la mayoría de su obra está perdida quizá para siempre),
sabemos que él no comprende las virtudes como algo fijo, seco o acabado, Aristóteles
nos dice que para ser virtuosos imitemos al virtuoso, hay que recordar que Aristóteles
es uno de los rectores intelectuales de la Humanidad de todos los tiempos. Pero
no he acabado con Baudelaire y Rimbaud, ni pienso acabar, veamos un fragmento
del poema 143 de su primera obra importante, Las flores del mal de Baudelaire y después un fragmento significativo
para ésta mesa de Una Temporada en el
Infierno de Rimbaud:
“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,
Dios traicionado
por la muerte y privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate
de mi enorme miseria!
Oh Príncipe del
exilio, a quien se ha agraviado,
Y que, vencido,
siempre te vuelves a levantar más fuerte,
¡Oh, Satán,
apiádate de mi enorme miseria!
Tú que todo lo
sabes, gran rey de las cosas subterráneas,
Familiar curandero
de las angustias humanas,
¡Oh, Satán,
apiádate de mi enorme miseria!
Tú que, hasta a
los leprosos y a los parias malditos,
Enseñas mediante
el amor el sabor del Paraíso,
¡Oh, Satán,
apiádate de mi enorme miseria!”
El poema es
largo, cito sólo éste fragmento pero creo que se aprecia lo fundamental que Baudelaire
sostendrá en todo su poema, el ritmo de acumulación o en otras palabras,
Baudelaire busca que su lector se sature de la oración que él le hace a Satán.
Ahora imaginemos cómo estaba Baudelaire para escribir esto y, sobre todo, un
libro que mantiene el mismo tono.
Ahora de Arthur
Rimbaud:
“ Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín
en el que todos los corazones se abrían, en el que todos los vinos se
escanciaban.
Una tarde, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la encontré amarga. - Y
la cubrí de insultos.
Me armé contra la justicia.
Escapé. ¡Oh brujas, miseria, odio: a ustedes se les confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda
alegría, para estrangularla, salté como una fiera, sordamente.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles.
Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, en la sangre. La desgracia fue mi
dios. Me tendí en el lodo. Me dejé secar por el aire del crimen. Y le hice muy
malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.
Ahora bien, últimamente, habiendo estado a punto de soltar el último ¡cuac!, se
me ocurrió buscar la clave del antiguo festín, en el que había, quizá, de recobrar
el apetito.
La caridad es esa clave. - ¡Semejante inspiración demuestra que todo fue un
sueño!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que de tan amables
adormideras me coronó. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu
egoísmo, y todos los pecados capitales."
¡Ah! Ya he aguantado demasiado: - Pero, querido Satanás, te lo suplico, menos
irritación en la pupila. Y mientras van llegando las pequeñas cobardías que
faltan, para ti, que tanto valoras en el escritor la carencia de facultades
descriptivas o instructivas, arranco unas cuantas páginas repelentes de mi
cuaderno de condenado.”
Sé
que mi voz jode, por eso leí el poema con tanta vehemencia, creo que realmente
no hay otro modo de dar una ponencia que mostrando ira. De lo demás Rimbaud es
el que tiene la culpa, pero no se preocupen, en toda Francia es lectura obligada
desde el bachillerato. (Escribir nota para mi agente literario y preguntarle
qué pensó la gente de mis risas detrás de dientes).
Es
que la palabra Diablo en el pensamiento suena con mucho peso, al contrario de
Dios, que es una palabra con muy poco peso, quiero decir, hablar de Dios es
reducirlo, simplemente nombrarlo es en parte acabar con su grandeza —seamos
creyentes o no—, pero en cambio hablar o leer sobre el Diablo tiene mucha
fuerza y mayor que la del propio Dios en la conciencia humana. Si como algunos experimentos
han demostrado que durante el día a una persona normal le pasan cerca de 100
veces por la cabeza ideas sobre el sexo, sería interesante saber cuántas veces
pensamos sobre el infierno o sobre el Diablo aunque sea sólo en pequeñas dosis
y breves instantes. En efecto, la cita literaria dice “en el instante entran
Dios y el Diablo”. O sea que dios y el diablo están en este instante… [clic] y
en éste instante también. La poesía ensancha el instante, lo fomenta, lo puebla
de signos y significados que es, en otras palabras, la polisemia: multitud de
significados. Si al hacer enorme el instante, entonces la poesía debe mucho a
dios y al diablo: pensemos en los grandes poemas de Efraín Huerta, Octavio Paz
o José Gorostiza, en especial su celebradísimo poema Muerte sin fin, veamos un fragmento entresacado:
¡Tan-Tan! ¿Quién
es? Es el Diablo,
es una espesa
fatiga,
un ansia de
trasponer
estas lindes
enemigas,
ese morir
incesante,
tenaz, esta
muerte viva,
¡oh Dios! Que te
está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y
en las piedras,
en las estrellas
ariscas
y en la carne que se gasta
como una hoguera
encendida,
por el canto, por
el sueño,
por el color de
la vista.
¡Tan-tan! ¿Quién
es? Es el diablo,
ay, una ciega
alegría,
un hambre de
consumir
el aire que se
respira,
la boca, el ojo,
la mano;
estas pungentes
cosquillas de disfrutarnos enteros
en un solo golpe
de risa,
ay, esta muerte
insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde
el gusto
que tomamos en
morirla,
por una taza de
té,
por una apenas
caricia.
[Fin de cita] Entonces la
experiencia cotidiana contiene a dios y al diablo, efectivamente. Eros y
Tanatos en términos freudianos; el bien o la ética y el mal en términos de
filosofía; en poesía, ambas polarizaciones condensadas y fundidas en una sola y
única experiencia: la creación poética. De ahí que los grandes filósofos como
un Nietzsche, tomó como poeta de cabecera a Hölderlin y Hiedegger hizo su brillante
ensayo de poética tomando como remanente al mismo Hölderlin, el verdadero titán
de las letras alemanas, porque aceptó su locura y abandonó la poesía debido,
entre comillas, a “una oscura locura”, que claro, a los psicoanalistas les
encanta analizar porque precisamente las grandes mentes tienen mucho qué decir,
y los psicoanalistas, al escuchar la sensación del infierno, piensan para sus
adentros: Aquí está lo sabroso. La realidad es que la filosofía ha demostrado, después
del paso de los siglos, que nos ha enseñado a pensar, pero ahora, cuando la
filosofía no se convierte en un discurso politizado, es decir, una verdadera
doctrina, como la de Marx, brillantemente seguida en México por Adolfo Sánchez
Vásquez, en el que la expresión ser-radical significa ir a la raíz del ser humano,
digo, sino se hace filosofía así, sólo se está jugando o demostrando
pedantería, por eso es que se enseña Historia de la Filosofía o se
“problematizan” cuestiones ya superadas en las aulas de filosofía y no se
enseña a filosofar, como quería Kant,
porque eso, verdaderamente hablando y siendo alejados de la academia y uno solo
y su sombra, la filosofía está muy bien leyéndola, pero filosofar, realmente no
sirve para nada más que para que uno expanda su horizonte cultural (se hable
así mismo), mientras que la poesía sigue vigente y válida y los psicoanalistas
lo saben muy bien porque piensan que cuando sus pacientes les hablan de su
dolor, están haciendo poesía, ¿que crean eso? ¿En estricto sentido, el dolor y
sólo el dolor es igual a la poesía? Yo creo que no, bueno, que ellos lo piensen
está bien, después de todo, no cualquiera es poeta, sobre todo porque casi
nadie aguanta “el peso bruto de la nada” en palabras de Octavio Paz.
Pienso
también en Alejandra Pizarnik: “Extracción de la piedra de la locura y El infierno
musical”, una extraordinaria artista, que nació en Buenos Aires el 29 de
abril de 1936, en una familia de inmigrantes del este de Europa. Estudió
filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires y, después, cultivó su
afición a la pintura bajo la supervisión de Juan Batlle Planas. Entre 1960 y 1964,
Alejandra vivió en París, donde trabajó para la publicación Cuadernos y para algunas revistas
francesas; colaboró con poesía y crítica de varias publicaciones en francés y
en español; tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé e Yves Bonnefoy,
y estudió historia de las religiones y literatura francesa contemporánea en la
Sorbona. A su regreso a Buenos Aires, Alejandra publicó tres de sus volúmenes
más importantes, Los trabajos y las noches,
Extracción de la piedra de la locura
y El infierno musical, así como la
obra en prosa La condesa sangrienta. En 1969 se le concedió una
beca Guggenheim, y en 1971 una beca Fulbright. El 25 de septiembre de 1972 salió
de la clínica de psiquiatría en que estaba internada para pasar el fin de semana;
falleció por una sobredosis de seconal que tomó por su propia mano. Y mientras
la recordamos siguen existiendo las guerras estúpidas, la abyección del hombre
que se comporta como lobo para el hombre, etc...
Ustedes
no sé si se aferran a la psicología o al psicoanálisis, yo me aferro a la
literatura y al pensamiento. Una de las cosas que aprendí en los distintos
infiernos donde he estado (parecidos a los de Pizarnik), es que ni el tiempo
adentro del infierno destruye al pensamiento, o bueno, eso creo yo, esa es mi creencia
probada en el sentido que le da a las creencias Ortega y Gasset, pero ya se
cerró la cámara y ya tomé mi foto, el que estuvo en el infierno bien lo hizo,
el que estuvo en el cielo con sus alitas y su aureola también, bien lo hizo. Y
ahora, después de éste instante, un poema, porque la poesía, finalmente nos
hará libres.
Muchas gracias.
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