Cuentos orientales
Por Marcos García Caballero
A pesar de que Cuentos Orientales
pudiera catalogarse como parte de la faceta inicial del proceso creador de la
grandiosa Marguerite
Yourcenar, atisbamos ya en estos, las preocupaciones, intereses
y el talento creador en pleno dominio de la historia corta o cuento (la ficción
corta es otra cosa), de esta gran figura de las letras del siglo pasado hace
dos XX.
Efectivamente, son los viajes que ella realizó durante su juventud por Europa y
Asia los que han dejado como documento obras como ésta, que pese al tono
tradicional de la prosa en la que transcurre (Yourcenar innovó la literatura
como los modernos: es decir por contenidos y no por modas, aunque el tema de la
vanguardia es aparte), invitan al lector a reflexionar sobre la forma de vida y
las costumbres de Asia, particularmente de la China de hace siglos, con un tono
que nos advierte desde el principio que la vida, desde la perspectiva de sus
personajes, no es la sucesión de episodios rutinarios por donde se vaga como
cualquier individuo podría hacerlo por los pasillos de un aeropuerto con la
certeza de que ningún viaje hacia fantásticas tierras le ha prometido el
destino. "De cómo fue
salvado Wang- Fo" es una historia trágica con enorme victoria
poética.
La historia del viejo pintor Wang-Fo y su discípulo Ling es la de dos
personajes entre los cuales se ha instalado el compromiso vivencial en el cual
el neófito en los finos artes de la pintura vive a la caza, inclusive, del más
mínimo gesto de su maestro, pues ha sido el mismo a través de su pintura, el
que lo ha liberado --en el sentido espiritual de la palabra-- hasta de sus
temores más absurdos que por serlo, son los más difíciles de erradicar. Por su
parte, el maestro, se ha entregado sin objeciones al mundo idealizado que le
construye su alumno y como viejo lobo, intuye que tampoco cualquier otro mundo
podría ofrecérsele como interesante, pues ha librado ya las suficientes
batallas como para iniciar alguna otra más.
Mientras avanza su relato, Yourcenar intenta mezclar y lo logra con fortuna,
diferentes metáforas sobre la sensibilidad del ser humano cuando este logra
percibir más allá de sus límites al arte que lo trasciende: en este caso, la
pintura como elemento taumatúrgico por el cual, el maestro y su discípulo se
salvarán, incluso del abrazo de la muerte. De hecho el personaje antagónico,
encarnado en un Emperador del reino de Han no logra darse cuenta que ni
condenándolos a muerte, podrá sustraerlos de la vida a este par de rebeldes que
pese a todo, ¡siguen viendo a la pintura como asunto problemático! Saben --y el
maestro lo descubre cuando le encargan su obra final antes de sacarle los ojos
y cortarle las manos-- que es difícil volver a construir lo que el emperador le
pide en cualquier cuadro, así que su mano arrastra con toda la expresión de un
espíritu vivo y pleno, los pincelazos donde creará una obra en la que él y su
discípulo recién ejecutado, vayan sobre una canoa alejándose río abajo. Lo que
nos da un final de una extraordinaria fuerza poética y auténticamente vital,
puesto que el maestro lo sabe, como el título de la obra de Milan Kundera, que
"la vida está en otra parte" y no en ese esfuerzo y necedad a la que
quiere inducirlo su maldito verdugo.
Es aquí donde, como en toda buena obra, se funden la técnica y la profundidad
de lo narrado, pues el cuento transcurre, reincide y se va, como diría Octavio
Paz en El Arco y la
Lira: "al
fluir inagotable del murmullo".
MINIFICCIÓN
EL
CHIP
Por Marcos García Caballero
En el
ya lejano año 2000 se comentaba con morbidez entre la gente sobre los chips de
computadora que se podían colocar dentro de la cabeza. Ávidos de nuevas
sensaciones, mi esposa y yo fuimos a una farmacia a conseguir algo que nos
curara del aburrido sadomasoquismo. Encontramos un chip para mujeres que
desearan experimentar un embarazo psicológico. Al principio fue divertido
escucharla tendida en la cama hablando sola y proponiendo nombres para la
criatura mientras yo leía el periódico. Llegó al extremo de tejer chambritas y
comprar pequeños camisones. Eso no me preocupó y por seguirle la corriente,
dejé de sugerirle que tuviéramos sexo. Lo consulté con un amigo doctor y creyó
tranquilizarme diciendo que el efecto duraría a lo mucho un par de meses. Un
día ya al borde de la desesperación por los efectos delirantes que le causaban,
la tuve que golpear contra un refrigerador y con una ganzúa que le metí en el
oído, pude por fin quitarle el chip. Todavía sin recobrar la calma y la
serenidad de carácter, la vi desmayada en el suelo por el golpe y con terror
contemplé como de entre sus piernas manaba un hilillo de sangre.
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