viernes, 30 de enero de 2015

RECUERDO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS...



En San Cristóbal de Las Casas, una ocasión que visité el año pasado (2014), tuve varias impresiones sobre el lugar que no quiero que pasen desapercibidas. En primer lugar lo que resalta es  una constante mexicana: la mayoría de la población oriunda, sumida en una desesperada miseria que convive junto al turismo  (algunas veces revolucionario) europeo y el nacional, con unos rasgos demasiado marcados de catolicismo combinado con el pasado indígena muy propio de la región. En serio: no tengo fotos de sus rostros porque en el mercado de San Cristóbal creen todavía que una fotografía les roba el alma. Tengo ya un texto sobre Chiapas y mi visita a las comunidades zapatistas aquí (Véase: “Los Griegos Valientes de Chiapas”) además de que salió publicado en un librito que se distribuyó en la Delegación Venustiano Carranza. Sin embargo, pienso yo, además de que ya ha pasado tiempo de ese texto (2002) la situación en Chiapas me parece que ha cambiado y para bien. Por ejemplo, ahora existe en San Cristóbal el primer hospital de Latinoamérica al cual pueden acceder los indígenas por ejemplo, pongamos por caso, un nacimiento, un parto. En éste caso, así como en la cura de enfermedades de la región, la madre tiene la opción de parir asistida como sería la forma moderna en un hospital de La Ciudad de México, u optar por la manera de la tradición indígena. Del mismo modo, un viejo puede preferir que un brujo le cure una enfermedad respiratoria a consultar a un médico con cédula profesional. Éste solo hecho es un logro importantísimo pues respeta la tradición de los tojolabales o los tzeltales o cualquier otro grupo étnico de los de Chiapas. Y debemos de decir que éste tipo de avances se deben en parte, a la resistencia del EZLN, que mediante la presión  al gobierno estatal y, con el mundo observándolos, ha logrado este tipo de avances.
En San Juan Chamula, una pequeña población cercana a San Cristóbal existe un fervor religioso muy singular: Observamos la iglesia, el guía nos hace indicaciones sobre las gorras, las cámaras, etc. Dentro de la iglesia observo unos retratos de Santos canonizados a los cuales nadie les reza. Lo que ocurre, nos explica el guía, es que hacia finales del siglo XIX, un rayo cayó en donde era originalmente la iglesia, y los indígenas, a pesar de que ya ha pasado más de un siglo, tienen a esos Santos “castigados”, y la razón es que no los protegieron del evento del rayo. San Martín es uno de los que recuerdo como Santos “castigados”. Por otra parte en las calles de San Cristóbal, deambula tristemente la miseria: recuerdo haberme sentado en un café y entre el paso de la gente, turistas, vendedores de artesanías, etc. Pasó un muchacho con una facha terrible y me dijo extendiendo la mano: “ayúdame… me estoy muriendo… ayúdame.” Le pedí al mesero que le diera un vaso de agua y le di 20 pesos, no creo haber podido hacer mucho por él, pero qué desgracia. Los restaurantes en la noche estaban a reventar, mientras querías dar cada bocado a la pizza italiana casera, ya te habían ofrecido como seis veces collares y postales, tejidos, vestidos, sombreros, etc. San Cristóbal tiene un aire a peligro y misterio. Cuenta Elena Poniatowska en su premiada novela Leonora, que Leonora Carrintong visitó San Cristóbal en los sesentas y que estuvo en el Cañón del Sumidero, por cierto, hablando de Cañones, Ezra Pound el enorme poeta, decía que la Poesía es, empleando la metáfora, lo que ocurre cuando desde la altura del Gran Cañón dejamos caer una pluma de ganso y la explosión que ocurre cuando llega hasta abajo: eso es la Poesía según Pound, pero no se equivoquen, actualmente se sabe perfectamente que El Sumidero es bastante más profundo que el gran cañón, el sumidero es de ¡un kilómetro! Y además es más largo. Oscurece temprano en San Cristóbal, como a las 6 y media ya está oscuro. Y otro día el guía de turistas nos llevó a Los Lagos de Montebello, que desgraciadamente, ya están saturados de anuncios de la cerveza Corona, me lleva la chingada, y otra vez la constante que no parece tener fin: la maldita miseria. Y pa colmo, los laguitos de Montebello sí están muy hermosos, pero ahí no se puede acampar ni nadar, ¿me creerían si les dijera que decía a cada rato: “¿Subcomanche Marcos, dónde andas?” Como un niño que le habla a su padre. Como no lo encontré pongo mi cara aquí abajo: nuestra única diferencia es que yo no uso pasamontañas, pero recuerden siempre que sin Z, hay un silencio lleno de significados obvios…
Arriba éstas bellezas del País Vasco son el nuevo turismo revolucionario... yo ya pasé por ahí.
Ésto de arriba es a lo único que se le puede tomar fotos en el mercado de San Cristóbal, por cierto, el Aguardiente de Chiapas, el "Posh" sabor a canela es una delicia, trajimos una botellita por avión. Y claro, ¡QUE VIVA CHIAPAS!

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