RECUERDO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.
POR MARCOS GARCÍA CABALLERO
En
San Cristóbal de Las Casas, una ocasión que visité el año pasado (2014), tuve
varias impresiones sobre el lugar que no quiero que pasen desapercibidas. En
primer lugar lo que resalta es una constante mexicana: la mayoría de la
población oriunda, sumida en una desesperada miseria que convive junto al
turismo (algunas veces revolucionario) europeo y el nacional, con unos
rasgos demasiado marcados de catolicismo combinado con el pasado indígena muy
propio de la región. En serio: no tengo fotos de sus rostros porque en el
mercado de San Cristóbal creen todavía que una fotografía les roba el alma.
Tengo ya un texto sobre Chiapas y mi visita a las comunidades zapatistas aquí
(Véase: “Los Griegos Valientes de Chiapas”) además de que salió
publicado en un librito que se distribuyó en la Delegación Venustiano Carranza.
Sin embargo, pienso yo, además de que ya ha pasado tiempo de ese texto (2002)
la situación en Chiapas me parece que ha cambiado y para bien. Por ejemplo,
ahora existe en San Cristóbal el primer hospital de Latinoamérica al cual
pueden acceder los indígenas por ejemplo, pongamos por caso, un nacimiento, un
parto. En este caso, así como en la cura de enfermedades de la región, la madre
tiene la opción de parir asistida como sería la forma moderna en un hospital de
La Ciudad de México, u optar por la manera de la tradición indígena. Del mismo
modo, un viejo puede preferir que un brujo le cure una enfermedad respiratoria
a consultar a un médico con cédula profesional. Éste solo hecho es un logro
importantísimo pues respeta la tradición de los tojolabales o los tzeltales o
cualquier otro grupo étnico de los de Chiapas. Y debemos de decir que éste tipo
de avances se deben en parte, a la resistencia del EZLN, que mediante la
presión al gobierno estatal y, con el mundo observándolos, ha logrado este
tipo de avances.
En
San Juan Chamula, una pequeña población cercana a San Cristóbal existe un
fervor religioso muy singular: Observamos la iglesia, el guía nos hace
indicaciones sobre las gorras, las cámaras, etc. Dentro de la iglesia observo
unos retratos de Santos canonizados a los cuales nadie les reza. Lo que ocurre,
nos explica el guía, es que hacia finales del siglo XIX, un rayo cayó en donde
era originalmente la iglesia, y los indígenas, a pesar de que ya ha pasado más
de un siglo, tienen a esos Santos “castigados”, y la razón es que no los
protegieron del evento del rayo. San Martín es uno de los que recuerdo como
Santos “castigados”. Por otra parte en las calles de San Cristóbal, deambula
tristemente la miseria: recuerdo haberme sentado en un café y entre el paso de
la gente, turistas, vendedores de artesanías, etc. Pasó un muchacho con una
facha terrible y me dijo extendiendo la mano: “ayúdame… me estoy muriendo…
ayúdame.” Le pedí al mesero que le diera un vaso de agua y le di 20 pesos, no
creo haber podido hacer mucho por él, pero qué desgracia. Los restaurantes en
la noche estaban a reventar, mientras querías dar cada bocado a la pizza
italiana casera, ya te habían ofrecido como seis veces collares y postales,
tejidos, vestidos, sombreros, etc. San Cristóbal tiene un aire a peligro y
misterio. Cuenta Elena Poniatowska en su premiada novela Leonora,
que Leonora Carrintong visitó San Cristóbal en los sesentas y que estuvo en el
Cañón del Sumidero, por cierto, hablando de Cañones, Ezra Pound el enorme
poeta, decía que la Poesía es, empleando la metáfora, lo que ocurre cuando
desde la altura del Gran Cañón dejamos caer una pluma de ganso y la explosión
que ocurre cuando llega hasta abajo: eso es la Poesía según Pound, pero no se
equivoquen, actualmente se sabe perfectamente que El Sumidero es bastante más
profundo que el gran cañón, el sumidero es de ¡un kilómetro! Y además es más
largo. Oscurece temprano en San Cristóbal, como a las 6 y media ya está oscuro.
Y otro día el guía de turistas nos llevó a Los Lagos de Montebello, que
desgraciadamente, ya están saturados de anuncios de la cerveza Corona, me lleva
la chingada, y otra vez la constante que no parece tener fin: la maldita
miseria. Y pa colmo, los laguitos de Montebello sí están muy hermosos, pero ahí
no se puede acampar ni nadar, ¿me creerían si les dijera que decía a cada rato:
“¿Subcomanche Galeano, dónde andas?” Como no lo encontré pongo aquí abajo la nueva
cultura Ibérica en Chiapas:
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