Las
ojeras pardas de tu rostro
son las almohadas donde
me acuesto
para contemplarte y contemplarme,
para que así la
dimensión intangible
del espasmo cobre la certeza
de un rugido noble como el silencio,
y así, nuestras
preguntas
adquieran verdad de
significados
dichos o no dichos,
por ejemplo: ayer tuve
un sueño
y al despertar estabas
tú en mis ojeras pardas,
como un venado desdichado
bajo las olas,
cual golondrina humeante
de verdad tangible,
con tu corazón ya
desnudo de gestos insensibles,
te miré cayendo en la
palabra,
recobrando rostro y
lágrimas,
sujetando tu ser de los
rescoldos del vacío
hasta que alzaste la frente:
¿Y
qué pasó? Nadie, no había nadie,
cuando uno alza la cara nunca
hay nadie,
el mundo se convierte en
un mega rancho
de pobres diablos y
fuentes llenas de tostones.
Sólo
se ve el sol irrefutable despeñándose
sobre tu nuca, sobre tus
hombros,
sobre mi sueño mirando
tu conciencia: un tigrillo rescatado
del diluvio, unas manos
que como comarcas
inscriben en tu mirada
la marcha del tiempo.
¿Cómo estás presente si
sólo es mi palabra
la que rasguña tu mundo
de fantasmas?
¿Cómo escribir: fuimos eco
de algo,
palabras de mucha gente,
cuando también
nosotros seremos
olvidados?
El destino de nuestra palabra es allanar esa puerta
entrecerrada
del olvido.
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