POR MARCOS GARCÍA CABALLERO
Acariciar
un tanteo, ser límite del sueño y más allá
de
la ilusión de ser genio.
Uno
tanto como cuánto se es, cúspide, centella y bajo los golpes,
cauto
y calificado
para
nombrar un decir, un provechoso mar, un proyectil en la niebla,
un
recorrer el sonido y la tautología del dolor:
“Es
que yo siempre…” esto y aquello,
pero
más allá, en el sitio donde el espíritu está
con
las pasiones y el puño de hambre y de miseria,
ahí
ha sobresalido la palabra que designa,
que
da su vuelco por el símbolo y el destino,
la
nube naranja de las víctimas y de los restos civiles
de
un naufragio continuo, sargazos,
muchos
pedazos que a nadie le importan,
pero
es el farfullar donde se aspira una presencia
que
deletrea su nombre con
la
aspiración de…¿de?
L
A P A LA B R A, su uso es su propia confianza
y camino.
Palabra,
es un puesto de astucia no derribar ni la voz que la sacude,
darle
un nuevo sentido, y su probidad de multiplicidad polifónica:
Hoy
seré aquello, mañana lo de más allá y pasado, allá llegaré.
a
ese curtir, a ese bongo de antaño, a ese cuello de cipreses,
a
ese torso de delfín que nace en su escalón hacia la música,
a
ser copartícipe de un mástil y
fraguar
de arrebatos llegaré hasta más de ti,
más
de un posible vacío y su contenido:
oquedad
sin sol, plenitud del polvo,
oasis
del mar y de suceder como tumba en medio del agua,
roca
pulida de ser, guturalidad que avanza al gesto,
gesto
que avanza a la palabra, palabra que ahorca y avanza,
palabra
que nadie propone, palabra que todos callan,
palabra
que nadie ignora,
palabra
que es la luz y la noche,
disidencia
de la razón absoluta, palabra para compartir el hallazgo,
el
carácter, la maldición, la paz y luego, la estela de una sombra y luego
una
lágrima que despierta, se levanta, recuerda y se desvanece.
Julio 2003
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