Sin título
No
hay ley de paz para la bestia en brama,
no hay cauce en este
blues
para fugarse a un tren desconocido,
sólo hay el dios que me
dio las palabras para vivirlas,
perderme en ellas y una
vez desvanecidas, recobrarlas.
El colibrí se escuda
entre las ramas,
el viento sabrá tocar mi
nombre
al final de todas las
horas.
En la brevedad, en el
frío del sortilegio,
soy testigo de mi cadáver mudo,
de mi espanto que se
petrifica antes de dar el salto,
del hueco que dejan las
preguntas:
¿Cómo fuimos, hacia dónde
íbamos?
¿Qué es esta certeza que
no se llama mi nombre ni mi sol
sino la faz anterior a
todo lo que pregunta y no contesta?
Venga, pues, el poema,
y el poema viene tirando
patadas al veneno
de esta ciudad curtida,
al gemido y rugir de la barbarie,
a la estúpida piel del curare y el arsénico,
a los esbirros cansados
que tasajean al país
y a la obscenidad de la conciencia enana,
contra la suprema pureza del concepto desgastado por los años
vuelto idea fija,
luchando contra la fatalidad y la futilidad,
sólo pervive en el gesto de quien sabe compartir,
en la brevedad de su hora, al alce, al caribú, a la nutria
y la sonrisa que empieza con k de karcajada,
del aquí te acabas y aquí comienzas,
entre el hacha y bajo el frío, con sudor y contra el viento,
ejercitando el coraje que se enristra
y descarapela la amargura de la nostalgia, no obstante
la sinergia de su vuelo que todo lo reinventa.
El poema es un cuerno de la abundancia
contra la seriedad de la realidad bruta chapada a la antigua,
cuando lo inmediato es el odio al vecino
y el silencio endurecido del cinismo
que camina de espaldas a la vida,
cuando la vida sólo es lo vivido
y ya cada quien se guarda su pena ajena
para hablarla al espejo del día
sobre los trascendentales: el fútbol, el dinero, el país
inútil
como su gobierno y la vida, nuestra vida,
la vida que es incomprensible, vuelta
una cómoda sensación de fracaso heroico y seguridad animal.
Así que es dura la contradicción del poema cuando se busca
escalar por peldaños oscuros
y disipar lo no vivo de la vida cuando ésta es auténtica
y su diagnóstico debería ser: o te mueres de risa absoluta
buscando a la luna en tus palabras
o te pasa, como al que dijo no ser maniqueo:
“Ya me reiré después”,
cuando el silencio haya pasado,
cuando no haya luna para contemplar,
o cuando lo no vivo de la vida me haya tocado respirar.
Abril 2003
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