sábado, 6 de agosto de 2022

REPORTERO DE MI MUNDO INTERIOR, POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

“Seguramente Ernesto Zedillo se leyó un día antes de su último informe de gobierno el Canto a mí mismo de Whitman”. Fue lo que pensé  al día siguiente cuando la portada de Proceso decía: “Yo, Yo, Yo”. Y cuando leí el informe escrito, pensé: “El pobre pendejo no lo entendió”. Salí de mi casa y como siempre, fui escribiendo poemas sueltos en la mente, que no fueron nunca escritos y así es mejor, porque para eso tenemos a Walt Whitman. Lo único que me asemeja  con Whitman, si no es el talento ni mucho menos, es que yo también me atreví a vender mi primer libro de casa en casa como lo hizo él; pero yo lo hice después de más de un siglo de distancia: en los primeros meses del año 2002. La sorpresa es inmediata, uno va por ahí a la altura del Metro Hidalgo trabajando de encuestador para el INEGI y creyendo que todo el mundo ha leído a Paul Nizan, a Vicente Huidobro o al propio Whitman y es incuantificable el cotejo con la realidad: con ánimo de sacarles la plática a los encuestados, uno capta de inmediato que la gente apenas sabe que existe la poesía,  igual como le pasa a la metafísica, la gente cree que es algo cursi, y por supuesto, la mayoría de la gente tiene una televisión tamaño gorila y una lujosa y nunca leída edición de El Quijote, ¿y al lado? La saga (¿será trilogía como la Trilogía sucia de La Habana del cubano Pedro Juan Gutiérrez?) de El grito desesperado, que para la mayoría de la gente, no es un libro cursi sino un buen libro (es decir un libro de buenas maneras, que, por cierto, nunca fue escrito por José Carlos González) que ayuda a los jóvenes a superarse, “a salir del infierno de las drogas y la promiscuidad donde está nuestra pobre juventud”. En cambio, Whitman en el libro citado dice: “todo cuanto asumo tú lo asumirás, porque cada molécula que me pertenece, también a ti te pertenece”. La diferencia, diríamos pues, es nada más que Whitman fundó la cultura (y la democracia) norteamericana mientras que El grito… se tiene en casa pero se lee en el metro. Y Walt Whitman en la actualidad se lee también en el metro… y en Harvard, y en la Universidad de Chicago y en la de Cincinatti, etc. Todo lo cual nos lleva al  magnífico panorama para el poeta joven que lee en el metro: primero, si es que escribes bien,  deberías olvidarte del auto cachondeo  de los blofs-spots y hacer puntos en el periodismo, para que nadie o sólo después de 20 intentos te vayan a  publicar; segundo, la gente no te va a leer más que por conmiseración, la gente que necesita leer lo que tú escribes, quizá por ignorancia o falta de recursos nunca te leerá, aunque claro que tendrás felices encuentros con escasos lectores, éstos son los que comprenden, pero la mayoría de los amigos te van a palmear la espalda; tercero, si de verdad eres poeta no te vas a rendir con esto y más te vale encomendarte a San Premio Nobel para cuando crezcas, y mejor ve pensando en renunciar a él, porque la Academia tiene tan mal tino últimamente (con excepción de Saramago y Harold Pinter o Herta Müller para mi gusto) que por honradez, debes pensar en no aceptarlo, tómatelo con calma, falta mucho. Mejor encomiéndate al Premio Príncipe de Asturias o al Cervantes, que suelen ser más justos.

            Pero no perdamos el tiempo con las paráfrasis de Zedillo (“el doctor zeta” como le decían en las cantinas de Coyoacán), sobre todo después del sexenio en que Jorge Luis Borges fue Borgues y hubo el proyecto “hacia un país de lectores” y que al volver la mirada no puede generar sino aspavientos ante lo que el gobierno Foxista quería  hacer con la cultura, porque realmente  la cultura, es el verdadero patrimonio de México y ésta idea no es que sea mía, sino que el panorama general del país lo revela a cada momento y creo que no hace falta dar  ejemplos. “Hacia un País de Lectores estamos esperando todos los sexenios”. Se debería llamar de ahora en adelante…Para que el próximo sexenio ya ni se cansen eligiendo slogan.

Es mucho más importante para nosotros los creadores, no crear poesía que sólo quiera verle la cara de pendejo al lector. Regularmente, esta poesía funciona así: se trata de musicalizar palabras cultas y embonarlas con ideas vagas…. muy vagas (las llamadas imágenes poéticas) que el poeta tiene en lo más  profundo de su espíritu y que aprendió (o se obligó, es lo mismo) que así debía de ser gracias a la poesía de imágenes tan aclamada por Octavio Paz: es decir, esas imágenes, además de que resulta difícil igualar la poesía de Paz, son dispersiones, extravíos; dada la musicalidad equis, (porque a fuerza tiene que haberla, si es como el ritmo de la respiración del poeta), el poema está hecho. Y también, por supuesto, sus pendejos para leerlo, es decir, los camaradas borrachos del poeta y que también quieren ser poetas; lo leerán convencidos del “misterio insondable que aúlla en las cavernas  que tiene el alma humana” en su interior y que sólo por gracia de la poesía nos es factible conocer esos misterios. En literatura, como en los desastres como los del 11 de septiembre, los del 2 de octubre  o los del resto del año, conviene recordar las palabras de la gran Susan Sontag: “Suframos juntos, pero no seamos estúpidos juntos”. Es cierto que está de moda el fin del mundo y que los medios electrónicos hacen su agosto explotando ésta idea en cualquier ámbito, pero ante ello, el escritor debe de ser un imperturbable caradura, y más si es de los escritores que salen en televisión.  Por eso a mí me interesan cada vez más las poéticas que no parecen poesías explícitas, que en muchos casos son incomprensibles galimatías que sólo por la idiotez pueden llegar a gustarle a alguien, sino la poesía que trabaja con auténticas visiones, (por lo menos la poesía de malabarismos verbales está excluida, porque de antemano avisa que es una vacilada, es como caminar por una calle nueva, con nuevos rostros, nuevas tiendas, nuevos perros y nuevos vagabundos y nuevos puestos de periódicos. Un mundo nuevo, en suma, ja,ja,ja.) Pero hay otra poesía que es peor  y la peor de todas: la que insulta al lector diciendo esos mismos galimatías tomando al lector como la segunda persona narrativa verbal. El mensaje de esta poesía es: ¿Y tú quién eres? ¿Cómo te atreves a leerme en esta revista y/o suplemento cultural al que sabes que nunca te publicarán a ti? La calidad debe ser un requisito indispensable para la publicación de cualquier obra literaria, pero también es cierto que la poesía debe convivir con otros discursos, como los anuncios de autos, la cerveza, etc, en los medios impresos o electrónicos. ¿Cuándo será el momento en que una empresa que tiene dinero como Letras Libres anuncie por radio, prensa o televisión su contenido con un aforismo de Óscar de la Borbolla, por ejemplo: “La realidad no nos enseña nada, pero nos obliga a aprender, ergo: compre Letras Libres”? Lo  estamos esperando.

            La verdadera poesía, si es que todavía existe, deberá ser aquella escrita por auténticos profetas, visionarios que han explorado en su ensimismamiento o en lo que sea que los haya desembocado en otra totalidad, otro mundo, y eso cuesta explorar el fuero interno y como eso duele y, sobre todo, el mundo entero conspira para que uno nunca pueda llegar a ese otro segundo yo que soy yo mismo, nadie quiere ser poeta. Aquí es donde se ve por qué Rimbaud sigue siendo nuestro Rimbaud, porque exploró hasta la medula el mundo interior y exterior y logró conurbarlos mediante el acto poético y murió joven, como debe de ser. (“El poeta debe buscar su propio conocimiento total” decía Rimbaud a los 18 años).

Nadie quisiera ver a un verdadero loco como Antonin Artaud, uno de los mejores del grupo surrealista francés de los años treintas del  XX, ocupando un puesto en la burocracia cultural después de haberle confesado a su psiquiatra que veía: “crecer una noche dentro de la misma noche”. Hay una anécdota sobre Artaud muy divertida. Cuando una ocasión lo dejaron salir de su internamiento, le leyó a una amiga suya un poema muy extenso, a gritos, y el velador de aquél barrio de París le dijo a Artaud que se calmara, a lo que Artaud le contestó cuando el velador del psiquiátrico fue a verlo: “¡Cállese o sino lo convierto en serpiente!” Después de que la amiga lo regresó al internamiento, el velador le dijo a la amiga de Artaud: “Oiga, estoy muy preocupado, ¿de verdad ese señor me puede convertir en serpiente?” Antonin Artaud no murió tan joven, pero su locura hizo lo suficiente para volverlo tan inteligente para probar que con verdad se reta a algo grande, algo absoluto cuando se quiere ser poeta, en la sentencia de Platón:

 

“Todo aquel que se atreve a escribir poesía sin estar poseído por el delirio que este arte exige, creyendo que puede ser poeta tan sólo por escribir de acuerdo con determinados recursos técnicos, estará muy lejos de ser un verdadero poeta. Pues la poesía de los letrados siempre será eclipsada por aquella que destila locura divina.”

 

Ésta poesía, desde los tiempos griegos, es la única que merece tener ese nombre y por lo que se ve en varios  libros y mucha basura galardonada, podemos decir, contentos, que esa es la que necesitamos leer (uso la clave de los cómplices porque sé que sólo los que quieren escribir este tipo de poesía leerán este texto, no los simples lectores, porque éstos, ya no existen para mi generación, por lo menos), en otras palabras, los invito a desembocar en la totalidad, y que nuestros textos sean un concierto de totalidades, de laberintos internos, donde los poemas amanecen a pesar de todo, donde es posible que la amada sea la que da “las maderas curvadas de sus besos”, o sentir la “arácnida acuarela de la melancolía”, hermosas frases del propio Vallejo, y así siempre así, hasta que la humedad distante del presente, retorne al árbol que la engendró y la alimenta, en éstas ciudades que son espejos de ausencias, polvos de espejos, y desde esta orilla de mar como la otra, se atisbe la luminosidad de la Presencia. ¿Será tanto así? Bueno, no sé, pero me consuelo pensando que uno que otro policía lee a María Zambrano y a José Ortega y Gasset. (Sólo faltaría que Jesús Zambrano propusiera lectura obligada en preparatoria de El Evangelio según Jesucristo).

 

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