Marlboro
rojos
Por Marcos García Caballero
Cae
una tenue brizna de lluvia. La calle enlodada y solitaria. El corazón soberbio
en su canasta de huesos avanza. De pronto, de la brizna cae un recuerdo helado
que soy yo mismo y mi silencio; comienzo a desgranarme por la inasible palabra
YO y es como un desgajarse de un cerro, como un pensarse desde lo más negro de
la palabra BLANCO hasta lo más claro de la palabra NEGRO. Hasta que vuelvo a esta pantalla para
devolverme lo que fui pensado por esa entelequia llamada yo mismo en aquél instante,
igualmente blanco y negro y dicho color es del color del yo, que
simultáneamente es más de tres colores: el color del verano en la selva
Lacandona, el color de diciembre en la selva Lacandona, el color del hacha que
parte la madera, el color de la guitarra que me ametralla los pensamientos y el
color del sonido, que desgraciadamente no es infinito, sino azul como la fresca
tarde de la infancia donde descubrí que mi color favorito era el rojo, el rojo
de la bandera rusa, el color rojo de la sandía y el color rojo de la sangre,
que aunque esté manchada por la ignorancia, la estupidez o la estulticia
siempre es roja. Color rojo: color de posibilidad, de cuerpo y de labios de las
mujeres que me han amado y de las que probablemente me amarán, silencio rojo,
estafeta, memoria, color rojo que termina en una historia colorada, como
también, la vergüenza es colorada. El amor es colorado, la poesía es roja y
colorada, y es azul y es verde, y es sangre y es historia, y es carne de ser,
hambre de palabras, sed de manicomios, muro para desfallecer ante lo nuestro,
palabra roja, tinta escarlata, gacela que me invade en el lobby del hotel, en
el parque, una gacela, color de colibrí, o el colibrí que antes me visitaba por
las tardes y mi amigo José Vicente Anaya, el gran poeta y traductor de Henry
Miller, se maravilló al ver al colibrí en mi ventana y en ese instante de la
fiesta me sentí apenado, como un hueso rojo de humildad encanchada y roja, puta
palabra roja, estoy harto de ti, detesto lo que me has hecho, pero me has hecho
y eso no puedo olvidarlo sencillamente pensando en el color rojo sino en los
versos rojos de mis palabras rojas, ancestrales, juguetonas, cachondas,
efímeras, porque no es lo mismo La región
más transparente en el siglo XX que cuatro milenios después, cuando un
hombre tendrá mi nombre y leerá ese libro y pensará que francamente no tenía
sentido dedicarle un peldaño en la vida de cualquiera a una ciudad que ya no
existe, un país que ya no existe, y del que sólo quedó efectivamente, su
transparencia. Efectivamente, palabras en efectivo, las únicas que son rebeldes
a cualquier gasto utilitario, las poéticas. Como éstas, que yo le dedico al
tipo que en la tienda me dijo: ¿Usted quiere Marlboro rojos o blancos?
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