CUATRO
La Muralla Verde en la Boda de
Mario
Se
supone que en el principio fue el verbo… ¿Sí, no? Ya Charles Baudelaire decía
que Dios no hizo al mundo; sólo lo nombró: Fiat
lux. O en el principio fue el sexo… ¿Tampoco? “¿Creced y multiplicaros?” ¿No lo dice el
Génesis? ¿O acaso en el principio era la Fuerza…? Veamos un famoso pasaje del Fausto, en la escena primera, para ver
qué es lo que nos dice la voz autorizada de Goethe: “En el oleaje de la vida/
en la tormenta de la acción/ subiendo y bajando, de aquí para allá/ me agito
yo/ Cuna y sepulcro, un sempiterno mar/ un cambiante tejer/ una hervorosa vida/
eso urdo yo en el silbante telar del tiempo/ y tejo a la Divinidad, un vestido
viviente/”. Así pues, por éstas palabras inmortales sabemos que para Fausto en
el principio era la acción. En realidad no sé si tengo mucho o poco qué ver con
el hombre tipo Fáustico, (yo esperaría
que no tanto) pero para mí al principio fue el trabajo, muy activo, en el
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) como
auxiliar administrativo que tenía qué hacer de todo y además poseía unos bafles potentes y tornamesas para
mezclar música bailable porque… bueno, en fin. De que tiene que haber un
principio lo tiene que haber.
Tenía 18 años cumplidos y ya quería
trabajar, así que me presenté en la Dirección de Cartografía Catastral del
edificio sede del INEGI en Aguascalientes. Me hicieron una prueba psicológica
que aprobé sin mayor problema y el
papeleo lo tuve listo en una
hora. La psicóloga de reclutamiento me
sonrió y me dijo felicidades: Ya estaba dentro de la misma institución en la
que mis padres trabajaban y no sabía que sólo se trataba de la primera de cinco
ocasiones que, ya fuera en La Capirucha o Aguascalientes, me tocaría trabajar
durante mucho tiempo. Por ese entonces mi pasión era ser Dj como ya se dijo,
tenía equipo de luz y sonido y junto con Jimate amenizábamos fiestas en todo Hot Waters con
nuestro equipo; no nos importaba de qué música nos pidieran: norteña, salsa,
hip-hop o rock en español; tanto daba, éramos felices mezclando música y obviamente teníamos nuestras groupies, que nos seguían a cada evento
y varias ocasiones las emborrachábamos de lo más fácil primero por su edad,
luego porque les despertaba atracción eso del Dj y luego por las luces estroboscópicas o las
luces de neón que manejábamos y el piquete se les subía de volada. Algunas
veces fuimos bastante caballerosos, también hay que decirlo. Esto implicó pasar
a dejar sanas y salvas a varias jovencitas en su casa en un estado
progresivamente alcohólico. Así fueron tres o cuatro ocasiones. Jimate también
entró tiempo después al INEGI, pero cuando me regresé a La Capirucha en el 94,
no lo volví a ver nunca, alguien me dijo después que estaba en Boca Ratón,
Florida. Mi trabajo ahí en INEGI era en los laboratorios de fotografía aérea,
en los sótanos de luz roja de ese
edificio que parece búnker anti bazoka o nave espacial tipo La Guerra de
las Galaxias al sur de la ciudad. Pronto me volví muy amigo de Mario, un joven cuatro años mayor con el cual encontré muchas
afinidades: los dos éramos chilangos y los dos teníamos el acento del chilango
“que no es mala copa”, no el acento chilango del típico “hijín” o “ñero” que en
realidad es otra subespecie de ser vivo; los verdaderos chilangos no comemos en
las calles, por ejemplo, a menos que después de la fiesta nos vayamos por unos
tacos. Pero antes de ser clasista diré que Mario y yo éramos fanáticos de Rock
101 y entonces comenzamos a salir juntos: él me invitaba a sus reventones con
sus amigas y la vida lucía fácil y despreocupada, quizá algo naive.
Así pasaron diez meses de trabajo en los laboratorios donde,
entre otras cosas era obligación tomar leche. Los compañeros decían que
funcionaba como suero anti químico del papel para revelado fotográfico. Yo
siempre creí que más bien eran unos mamones que querían su concha o su dona con
leche; pero la fotografía aérea estaba a punto de ser superada por la
fotografía digital de imágenes de satélite. Era la época de la caída del muro
de Berlín y Mario incluso se ligó a una de las mujeres de la limpieza y era
normal que cerraran la puerta de su cubículo por horas si no bajaba el subdirector
a checar la continuidad del trabajo. Ellos querían que yo me acostara con una
de las de la limpieza, pero yo estaba feliz con Jazmín, la que mucho tiempo
después se fue a Salamanca y nunca leyó la versión final de mi primera novela El Jardín del Pulpo. Así las cosas
funcionaban bien, hasta que Mario me dijo un día un par de meses después, que
ya no quería más viejas ni más desmadre: estaba perdidamente enamorado y se
quería casar y… ¿No querría yo poner la música en su boda? Le contesté que sí,
que le cobraría como a los cuates y que Jimate, yo y Jazmín nos iríamos desde tiempo antes para hacer las
pruebas de sonido, organizar el equipo, etcétera. Se puso feliz el chavo. Me
dijo: “En la boda mezcla música tipo Rock 101, ya sabes, Depeche Mode, el rap
de mi Bella Genio, rock en español…”
Era 1990 y el Rock en español y la
música industrial estaban en su auge. Por ejemplo, era cómico ver a mis
compañeros del bachillerato vestidos con botas militares y como punks. Esa era
la moda. Y ahí está la prueba de que en la actualidad eso es moda otra vez. Eso
es visión de futuro, cómo no, qué chingados.
Así que nos fuimos el domingo
planeado al salón de eventos donde estaban convocados cerca de ciento
cuarenta invitados: Jazmín iba elegante con un vestido negro y los hombros descubiertos,
yo vestía corbata y pantalones de mezclilla, Jimate igual. El día anterior
también habíamos tocado, por lo que estaba un tanto cansado pero ni modo, dije,
a darle por Mario, ni siquiera conocía a la novia; sólo me había contado que su
novia era un cuerazo.
La fiesta comenzó sin mayores
problemas, la gente llegaba, se sentaba, pedía su bebida y algo de comer. De
las bocinas que estaban hasta el otro lado del salón de donde estábamos
nosotros (en un cuarto cerrado que era como una cocineta) se escuchaba la
música que me había pedido Mario: “Personal Jesus” de Depeche Mode, por poner
un ejemplo. Eran apenas las 6:30 de la tarde y Jimate mezclaba luciéndose. Yo
estaba sentado con Jazmín en una caja de discos de vinilo y Jazmín me contaba
de sus inicios en la vida universitaria; ya desde entonces se le podían
identificar los anhelos artísticos ya que en su carrera de comunicación decía
que quería ser reportera de notas culturales, de la incipiente vida cultural de
Hot Waters. La gente, como de costumbre, empezó a bailar como a las ocho y
Jimate seguía mezclando. Mientras tanto Jazmín y yo estábamos ya en una mini
pelea de pareja: según ella creía que no me había gustado su vestido, que no la
apoyaba en su carrera (es decir: que me valía madres escucharla, en lo cual
tenía razón) y como había llegado una amiga de Mario que me saludó con mucho
gusto, estaba celosa; o quizás eso comencé a pensar porque ya llevaba varias
cervezas y avanzaba la noche, además me
empezaron a fastidiar los personajes que venían a ofrecernos de comer esa
estúpida comida de boda. ¿Y Mario? Les preguntaba yo. ¿Dónde está Mario? Nadie
tenía ni idea. “Tú síguele” le dije a Jimate en mi quinta cerveza, y como
Aguascalientes es relativamente una ciudad mediana donde ellas conocen a ellos
y ellos a ellas, de repente vi que Jazmín saludaba a una pareja que llegaba:
Eduardo quién sabe qué y su novia, una tal Claudia. Me dejó y se fue con ellos
a la fiesta, lo cual francamente me puso triste: empezó a bailar con un
desconocido y cuando chequé eso llegó Mario vestido de frac y pasó de inmediato
a la cocineta y al verme exclamó: “¿Ya estás muy pedo?” —Me dijo— “Tienes qué
durar mínimo hasta la una.” Y yo: “¿No
quedamos que te iba a cobrar por hora? Es hasta las doce nada más”. Y él: “¡No se
ponga pesado señor, es mi boda cabrón!” “Ok, Mario, hasta la una, es tu boda”.
Y Jazmín bailaba y bailaba y ahora el celoso era yo, tenía bien consciente la
ambigüedad del amor y sobre todo: de
nuestra edad: sabía que si quería irse con el que bailaba, era casi posible
en ese mismo instante.
“Yo me quedo mezclando” me dijo
Jimate. “Tú ve con esa vieja que te la van a bajar…” “Nelazo maestro”, dije yo.
“Al rato viene con la cola entre las patas”. Y seguí bebiendo cerveza y Jimate
hizo un fade hacia arriba y entró la muralla verde, la canción de los Enanitos
Verdes, que dice: “estoy en la muralla que divide lo que fue de lo que será” y
(otro trago) “pasando la muralla se hacen realidad” y (otro trago) “pero como
la mua mua mua de ayer” Cantaba el
enanito verde y todo joven mexicano se sabía
la pinche canción. Era una hueva ser Dj, en la actualidad sólo lo hago
para una reunión entre amigos y eso sí: después me lavo las manos y quiero
olvidar el asunto, como si se tratara de un asunto de sexo.
Algunas de las personas convocadas
supe que venían de la misa, nosotros (por lo menos yo) había estado jetonsísimo
toda la mañana: recordé que en la tocada del día anterior había conocido a una
fan, una rubia jovencita, así como de mi edad y nos habíamos gustado, recordé
que le había dicho dónde estaría al día siguiente, ella quedó muy formal de
venir a verme y en eso estaba pensando con mi décima chela cuando me salí de la
cocineta y la miré hermosísima vestida de blanco bailando con Mario: “hay
pendejo, no seas buey esa es la novia de Mario”. Quedé flechado: pinche Mario,
con razón se quería casar el hijo de perra. Pero no era esa toda la verdad,
porque la güera sí había venido y de hecho me estaba buscando. Lo supe por
Jimate que utilizó el micrófono para llamarme de vuelta a la cocineta: “Joven Dj del INEGI, lo buscan
en el sonido”, dijo el muy mamón. Fui esquivando gente un poco tambaleante en
mi embriaguez y yo creo los invitados de las mesas hicieron mutis de reproche. Unos niños también dijeron
“qué mamón” y chispas, que revientan una
bocina JBL de doce pulgadas con una pluma bic; ahora el enojo se fue hacia
ellos y varios se les fueron encima, quizá eran sus padres. No me dio tiempo de
emputarme por lo de la bocina porque ya en la cocineta, quedé flechado por
tercera ocasión en el día: al ver a Jazmín luciendo el vestido negro, la novia
de Mario y luego a la Sonia, que así se llamaba la güera. Sonriendo me dijo con
mucho ánimo: “¿Cómo estás?” “Bien Sonia, de pelos que viniste, te ves de
maravilla.” Jazmín mientras tanto bailaba y bailaba. “Pues vine a verte a ti,
Mateo.” Decía con sonrisa pícara. En eso pisé un acetato y por la embriaguez
casi me voy de hocico pero Sonia me detuvo. “Hueles mucho a alcohol”. Dijo con
molestia “¿Sigo mezclando verdad?” me preguntó Jimate. “Tú síguele” (¿Será tan
menso que no entiende que me quiero quedar con ésta belleza? Pensaba yo). Y
claro, con Sonia yo ya no quería chupar, así que se lo dije y nos acurrucamos
en una esquinita para platicar. “Acabo de entrar a la carrera de psicología”.
Dijo. Era evidente que Sonia me estaba coqueteando con su plática y yo nada más
me le quedaba viendo a su blusa de Los Toros de Chicago pensando: “y qué buena ortografía tienes”. Y
Jimate estaba de espaldas mezclando, también tenía una cuba y se la estaba
bebiendo, pero no estaba hasta el carajo como yo. De repente, Sonia me besó y
estaba yo tan embriagado que le devolví el beso y así estuvimos un gran rato.
Ya me había quitado la corbata y Sonia metió su mano en mi pecho, yo metí mi
mano por debajo de Los Toros de Chicago y Sonia me dijo: “¿Así te gusta?” “Sí,
así”, dije temblando de placer y sentía
que podía caminar hasta con el pene y, de pronto, regresó Jazmín.
Yo sabía que en las películas,
cuando el novio o esposo le pone los cuernos a la esposa y la esposa se da
cuenta y los cacha in fraganti, el esposo dice: “cariño, no es lo que parece”.
Alguna idiotez parecida dije cuando
entró Jazmín. Jimate le dijo nervioso: “¿te pongo una canción especial?” y
Jazmín me dijo: “¡Hay corazón pero que
pendejo eres!” Y se fue. Sonia se me quedó viendo y me dijo: “¿era tu novia
verdad? ¿¡Por qué no me habías dicho!?” Se bajó la playera y también corrió y
se fue.
Evidentemente nadie de la fiesta se dio
cuenta, todos celebraban a Mario y su esposa, pero Jimate me dijo: “Ahora sí la
hiciste en grande pendejo… ¿qué vas a hacer? Vete a pedirle perdón a Jazmín no
mames.” “¡Pero estamos aquí –dije yo–, vuelve a la Tierra Carlos, nos están
pagando, hay ciento cuarenta personas allá fuera!” “Yo me quedo mezclando”,
dijo y así pasó un rato, luego se puso
a buscar el disco donde venía la canción de “las golondrinas”, para cuando se
fueran los novios. Se fueron a las doce de la noche ya rumbo a su boda de miel,
nos asomamos para ver todo eso del ramo de flores y tal: Por eso Mario quería
que tocáramos hasta la una de la mañana, para que los demás invitados siguieran
bailando, pero como a eso de las 12:30 de la noche llegó un señor que se
presentó como el padre de Mario; nos pagó nuestra parte y también una cantidad
extra por la bocina JBL rota.
Ya
la gente estaba cansada, muchos habían bebido de más y entonces apagamos todo
el show, cerca de la una de la noche y
pasadas. Los chavos de la camioneta que nos ayudaban a cargar el equipo
ya estaban preguntando por nosotros; hablaron con Jimate y le dije a él lo de
siempre: 40% para cada quien de dinero y 20% para los que nos ayudaban a
cargar. Empezaron a subir las cosas y Jimate me dijo: “¡Ya lárgate de aquí, ni puedes
ayudar, estás pedísimo, mejor vete a buscar a tu novia y pídele perdón!” Hasta
el orgullo me dolió pero tenía toda la razón, eso era lo mejor que podía
hacer.
Carla estaba en una esquina
platicando con un grupo de gente, me acerqué y escuché que le decían: “¡ahí
viene!” Sonia no se veía por ningún lado. Grité varias veces: “¡Jazmín!” “¡Jazmín!”
Pero no me hizo caso, se subió al auto del tal Eduardo y la tal Claudia y se
fueron, ya no había nadie, ya todo mundo se había ido. Apenas recordaba que al
día siguiente tenía que trabajar, pero de sobra se sabe que el alcohol te mueve
a tomar decisiones desesperadas y temerarias: tomé un taxi y me fui a casa de
Jazmín, le dije al taxista que se fuera rápido, pero gracias al alcohol y el
mareo vomité por la ventanilla algo de comida de Boda; el taxista me dejó
frente a su casa en el fraccionamiento Santa Anita, a pesar de la reja en el
número 61 de la calle, observé que estaba una luz prendida. El taxista me pidió
un dinero extra y se lo di. “Me dejaste la nave apestando a alcohol compa, ya
ni chingas”. Ni modo, dije, “me vale que crean
que estoy borracho, tengo qué verla”. Ni siquiera me di cuenta que venían a
dejarla por la otra calle. El coche se venía acercando lentamente: me echaron
las luces de carretera en la cara, yo creo que Jazmín quería todo menos una
escena afuera de su casa.
En mi embriaguez la vi bajarse del
coche y se siguió de largo caminando con los brazos cruzados, como si no me
conociera y le molestara mi presencia. Le dije: “¡Jazmín!, ¿No vez que estoy
aquí? ¡Tú me importas! ¡Ni siquiera sabía quién era esa güera! Jazmín… por
favor… plis…” Se me acercó cuando sopesó lo que estaba diciendo y toda la situación. Todavía
recuerdo su rostro, con un aire entre triste
pero con la seguridad de que iba ganando en eso que los dos llamábamos
“saliendo juntos”. Al fin dijo: “Ya vete
corazón, es domingo y es noche.” “¿Pero y luego…?” Insistía yo. “Pues a ver
cómo te portas porque sí estoy enojada.” “Mañana saliendo del trabajo te voy a
buscar a la universidad autónoma” “Ok”. Dijo. “¿Y no hay beso de despedida?”
“Pues no, ya me voy, vete con cuidado.” Qué carajos, pinche fiesta jodida, me
quedé pensando.
Pero como Hot Waters es una ciudad
mediana donde casi todos ellos conocen a ellas y ellas a ellos, al día
siguiente, después del trabajo, llego a la Universidad, me meto por los
pasillos cuidadosamente, llego al salón de comunicación de Jazmín y me salen
tres fulanos que me dicen: “No, no mi buen, aquí es comunicación, psicología
está más adelante.” ¡Resulta que el salón entero ya se sabía la anécdota! El
maestro en turno de la clase notó mi llegada y dijo: “¿Éste es el borracho de
ayer? ¡Adiós señor!” Y que me azota la puerta en la cara. Carcajada general.
Alcancé a ver a Jazmín con dos amigas, todavía de menso lo pensé un par de
segundos. Uno más, dijo: “La siguiente
boda es en psicología, para que vayas a poner música”. Otra carcajada general.
Como dice el dicho: Más pronto cae un borrachito hablador que un cojo: Yo dije
que ella volvería con la cola entre las patas en la boda, así, con la cola
entre las patas tuve que ir yo por segunda vez al número 61 a pedirle perdón de
verdad, aunque sintiera el corazón tan madreado como la bocina JBL rota. Y
quizá, mientras tanto, el enanito verde sonreía y se carcajeaba, seguramente ya
del otro lado de la muralla.
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