martes, 5 de abril de 2022

LES COMPARTO LA NOVELA CORTA "EL LADO MÁS ROJO DEL OSCURO" LOS QUE QUIERAN VESTIGIOS LA PÁG ANTERIOR, MUCHAS GRACIAS POR SU ATENCIÓN

 

UNO  

 

Cuando la soledad la anegaba, la Nacha se decía a sus allá adentros: "búsquenme para que me encuentren, y búsquenme sexy, para que me encuentren inmejorable".

         Esa tarde salió del baño con las piernas rasuradas. De la cara le escapaba —pensó al darse cuenta que había levantado inconscientemente las cejas al espejo— algo que parecía ser casi una vergüenza, sentimiento poco frecuentado en las últimas semanas. Ahora que, para ser precisos, en las últimas semanas había frecuentado pocos sentimientos y más bien había procurado distraerse, rescatando sus viejos poemas del baúl con la sensación de haber sido fecunda al ejercitarse en el ocio con los mismos, ya que de sus letras poéticas, ninguno de sus sentimientos escapaba.

            Como pensó que esto era una parajoda ("y la vida ya tiene tantas"), olvidó la vergüenza  momentánea, con la toalla como turbante y el vestido negro —igual de percudido que siempre— que le había servido para verificarse la rasuración mirando el televisor, bajó escaleras y regresó a su covacha.

            Revisó nuevamente sus poemas. Sí, había escrito muchos, quizá demasiados, pero dado que se estaba distrayendo y al hacerlo no se daba cuenta, prosiguió con la misma actitud mirándose las piernas, comprobando que era muy destacada en esta labor cutáneo-doméstica y que, además del resto de labores que implica, tendría que ocuparse literalmente de las otras en pocos minutos, puesto que la doctora regresaría pronto del hospital y la Nacha se preguntó cómo habría salido su hija, la de la doctora, si el hematoma que se provocó al caer bajando las escaleras era producto de la azarosa inmediatez con la que surgen por lo común los acontecimientos, o la momentánea ceguera o, tal vez, lo que la doctora no aprobaría jamás en la boca de la Nacha —ni la Nacha en la suya propia— la  e  de ¡es que eres una idiota! en la frente  de la hija.

            Pero como tenía que ocuparse de las labores domésticas, apagó el televisor, se puso su ropa de trabajo, quitándose previamente el vestido negro, guardó de nuevo sus poemas en el baúl de los tesoros de la covacha; lo cual ya estaba anotado como "el resto de labores que implica", pero ahora que, como todo implica, todo implicó a la Nacha a observar la figura de Dios en el reloj de pared y suplicarle de modo práctico al reloj, mas no a Dios, que en la práctica nada, que por sus medios la doctora tardara más de la cuenta porque quería hacer algo. Un no sé qué que le quedó balbuceando, creía la Nacha, lo cual coincide en la apreciación anotada: como si por semanas enteras uno pudiera distraerse sabiendo inconscientemente que lo hace sin poder dejar de hacerlo con tan sólo unos poemas. (La Nacha sabía del poder de la poesía. Para ella no era algo que se nos desprende como a los sudoríparos lo nuestro, sino su alimento y su desodorante, una especie de propedéutico vital, la sonaja que bendice: oye, no hagas caso a lo que está escrito en la sonaja, puedes darte un susto mayúsculo de algas ven, algas van, vengan para acá, que aquí está el regalito de tu Santa Navidad: el regalo de consolación, desde luego, porque ya estás crecidita y eres especial). Luego fue a sentarse en la cochera con la escoba, no por cansancio sino para revisarse la joroba de la espalda con la luz solar que, al dibujar su silueta, la Nacha sobó con la escoba y como era frecuente en ella, maldijo esa notoria erupción, deseando amputársela con una espátula. A la cuarta sobada, el rechinido del coche aparcando fuera de la casa de la doctora y creyendo que ya llegaba la doctora, la apartó de semejante actividad. Como un relámpago que se levanta de su dormitar he ilumina ciudades enteras, quiso la Nacha que se fuera la joroba, mas aquella no se iba, a menos que la Nacha dejara de mostrarle su perfil al astro rey.

            Como la cochera era café de arriba a abajo, si estabas muy arriba ni la veías, y si de plano estabas en el bajón, se veía negra. Operación que la Nacha colocaba en Los Recuerdos. Pero en la inmediatez en la que por lo común suelen ocurrir los acontecimientos, la Nacha olvidó su joroba, corrió y abrió la puerta de la cochera y vio un auto y un zapato Sorrento bajando del auto y la voz del aleteo diciendo "Buenas tardes". Cualquier equis cosa dijo la Nacha, mostrando reverencia y humildad ante el Profesor X, que como siempre, traía un problema con los lentes.

            —La señora no está —dijo la Nacha, con voz tan débil que cualquiera le hubiera creído, pero el Profesor X no era cualquiera...

            — ¿Tardará mucho?

            —No sabría decirle...

            — ¿A poco?

            —Bueno, pase usted.

            El Profesor X pasó adelante de la Nacha y ella cerró la puerta, deseando que dejara escapar un crujido, una mordedura de viento como cuando el joven deja de serlo, como  el título del poema canónico, una garra virtuosa que pusiera fuera de circulación su joroba para que algún día si volviera a escuchar la frase: "la vida levanta cabeza", la Nacha no se sintiera contiguamente interpelada. De momento la llevaba arriba, lo cual era tan arriba como la escoba, si la escoba también tuviera joroba. Y he aquí que el ojo del lector notará cómo la figura humana vista de perfil dibuja una S suave, alargada, no muy Topo o Uranio, pero deshojando la U de largas avenidas a los taxistas, que algunos muy brutos no entienden cuando se les dice: “vuelta en U, en U”, la Nacha prefería la retórica como el mejor de los tropos, lo cual quiere decir que, si gusta, algo será perfecto, y si no, no hay problema, porque la Nacha tendría tiempo para seguir arreglando la casa.

            — ¿Qué?

            —Que si gusta tomar algo —volvió a preguntar al Profesor X, que estaba parado dando la espalda a un sillón individual y dirigiendo miradas escrutadoras a la casa que ya conocía y cuya respuesta, la Nacha, expectante pero con brevedad, sabía casi con exactitud cuál sería.

            Serio, a lo mucho, el Profesor X se dejó caer en el sillón individual, miró su Omega de buzo y con la otra se tapó la boca, aguantando la respiración con  profundidad de  profesor de filosofía, para luego bajar los dedos de los labios y decir:

            —Sírvame una bebida con amargo de angostura, por favor —y se puso a revisar Hola, la revista española que estaba más a la mano.

            Profesor de filosofía en la universidad era el Profesor X, tal vez por eso pensó que si a la mano hubiera otra revista española, preferiría Claves de Razón Práctica, pensó, exactamente, pero era una de esas aficiones de las que estaba desacostumbrándose, debido a un artículo de un viejo colega intercontinental que había sido muy sincero al comentar vía correo electrónico su Espeleología del metabolismo contemporáneo en las masas. Y mientras leía Hola recordó la estructura del tomo dos, el aún no escrito, que ya mantenía una lucha interna y secreta contra Espeleología... Pero habrá que dejar esa oscura batalla para seguir a la Nacha a la cava de la doctora con una vela, entrando en la niebla del presumible ex calabozo, donde la doctora guardaba lo más selecto de su cultura enológica.

            Llegó ahí la Nacha y le dio felicidad comprobar que su táctica para matar ratas de la cava funcionaba a la perfección: una pequeña charola de plástico con ungüento pegajoso y mortal, tenía en esa condición a un ejemplar de veintidós centímetros (aparte la cola) afortunadamente ya muerto por el desgarramiento capilar y la asfixia. La Nacha lo tiró a la basura, aunque lo que no tiró fue la bandeja, creyendo que el aroma ratil atraería a futuras víctimas, y la colocó debajo de los vinos que a su juicio, definitivamente eran mata ratas.

            —Soy picosa, bien picosa —se dijo la Nacha buscando el amargo de angostura en el anaquel que le correspondía, que era muy ancho, además de polvoso y oscuro como toda la cavidad de la cava. Debido a la anchura, la Nacha se percató rápidamente que de angostura ya no había nada y de amargura, en lo futuro, tal vez se atisbaría un poco, al tener que salir a la vinata a comprar otro.

            —Pero antes... —agregó la Nacha— pero antes he de quitarme esta joroba. (Olvidó que la escoba estaba arriba y que la cava era oscura). Pero le dio ánimos salir a la superficie y pisar  el mosaico recién lavado para despedirse momentáneamente del Profesor X y decirse: Chingada madre; es que tengo que ir, —cuando ya iba en camino—. Esto es un acto de cortesía, no de libertad —se dijo la Nacha, colocando en entredicho la autoconciencia (y con ella todo lo que a cada quien nos cabe de la prestigiosa tradición llamada razón práctica), ya que para que ésta respire su atmósfera natural, debe gozar de libre albedrío y hablando de respirar, le dieron ganas de fumar en la calle, encontrarse con Martín, que en aquellos entonces estaba libre y jugaba ajedrez con los niños de la calle, porque no tenía su Ford, ya que su esposa lo usaba para el trabajo.

            En el pasado, la Nacha había conocido a Martín, y había prefigurado el futuro de Martín pero Martín no el de la Nacha; lo que pasa es que lo había visto en una tarea del comité, que le costó cuarenta minutos y tres meses de darle vueltas hasta que quedó listo, con todo y doble historia y narrador omnisciente, tal y como debe ser, según Julio, nuestro magister el Cronopio maestro. Campeón de sí mismo, fiel a su fuero interno, acalorado polemista  (como si la vida fuera bella), Martín llegó a semifinales y a la hora de exteriorizarse en voz alta logró varios Oooohs, ooooohs, además de algunos aplausos, incluido el del orientador, que lo invitó a publicarlo y para publicarse sirvió pero, por cierto, había anfibología, esa ciencia extraña nacida de ultratumba que examina los vestigios de lector que pueda tener cualquier poeta, o no poeta poeta, tal vez una suerte de periodista de sí mismo, lo cual es silenciosamente paradójico y placentero, como si seguimos a la larga es todo lo demás.  A ocho columnas: "He tomado la decisión de publicar a Martín". Y los comensales y los miembros del comité que echan siempre la sal, pero también aplauden y al final dicen quióbole buenas tardes. Lo cual también es estudiado por la anfibología, porque ¿quién no habrá entendido ya su principio? Ya más profundos pero no tanto ni gacho y tus penas  mejor olvídalas y recto a la cara como un ocelote que no es pintado ni anda plantado comiendo, al llegar afloró de la Nacha el segundo buenas tardes al de la vinata.

            El comercio es uno de los mejores métodos inventados por el hombre para evitar guerras; aún así, hay que empeñarse en él con cierta rigidez técnica y oscura profundidad de metodista no consumado, pero si vuelto de todas las cosas; ahora que si volvemos de todas las cosas, ¿por qué regresamos a ellas a regañadientes? Pues porque nos regañaron, nos dijeron ¡eso no se toca chamaco! Ó ¡chamaco déjese ahí! etcétera, y el regaño no entendido se exterioriza con amargura, aunque no muy angosto que digamos. Por ejemplo a la Nacha, habría que oírla decir:

            — ¿Cómo le va Juanito? Ora no le voy a pedir fiado (oídos atentos). Un amargo de angostura por favor.

            Juanito se hacía llamar el interpelado, aunque sólo para los cuates. Entre todos ellos habían quemado un camión en sus años mozos, cuando estaban jugando a ver de qué lado mascaban  las iguanas, madurando sus vértebras y sus casquetes cortos en el círculo polar del no hay que acostumbrarse, hay que arrancarse de una permanencia no casual, pero también aceptar el tiempo, y el tiempo en su reverso hace que se vayan los diminutivos y, en otro sentido, varios de los ismos que también le gustaban. Así que la Nacha los pensó dos veces.

            —Juan, Juan.

            —¿Qué le voy a dar?

            Eso la Nacha ya no lo pensó dos veces y sacó el billete de cien pesos que colocó en la mano de Juan cuando  trajo el amargo de angostura.

    ¿Cambió? —preguntó la Nacha, recordando que no podía pensar en smartphones, porque apenas iban a ser inventados, aunque de celulares ya estábamos hasta el copete.

    Bueno fuera, déjeme ver.

            Un atardecer de nubes puntiagudas en escala hacia otras igual de puntiagudas pero más oscuras asomando de los bordes de los edificios contempló la Nacha mientras esperaba el cambio de Juan. Como éste se tardaba, la Nacha dijo:

            —Árrele Juanito, árrele que es buen momento.

            —Ya se hizo —contestó Juan.

            —Felicidades —dijo la Nacha, –déjeme darle un abrazo– pensando que para la dicha del momento, podría decir: ahora citaré a Ramón Xirau que a su vez cita a Heráclito que dijo: "cambiando, reposa". Pero se lo guardó. Por esta vez, daremos crédito al silencio de la Nacha, respaldado por el prestigio de Heráclito, que como prueba de su acertada noción tenemos el felicidades de la Nacha con todo y apapacho.  De regreso a lo de la doctora, la Nacha sacó una copa baja y le sirvió su bebida al Profesor X, que seguía con su Hola en el regazo.

            —La señora ya no tarda —aseguró la Nacha cuando el Profesor X dio el primer trago a la bebida originaria de la isla de Trinidad y Tobago, isla que por cierto, no tiene nada que ver geográficamente ni en lo social con Isla. Voy a seguir arreglando—, todo lo que es suavemente es gordo, como los escobazos que comenzó a propinar al suelo dibujando círculos que atraían la basura al recogedor de basura de la Nacha, musicalidades aparte. Y aparte.

            Se fue la luz.

            Y la abstracción se puso seria, porque, ¿quién vería al Profesor X en la oscuridad? Solo quedaba un amargo, un angostura, un interno lo sé perfectamente y no hay dudas, como de niño haciendo acopio de matemáticas en examen de la secundaria. Todos somos ordinarios con pantalones de Gales, no hay duda de nuestro pasado de ordinariedad, ¿ah verdad? Saciedad, velocidad, tenacidad, acurrucad: no se veía carajos.

            La Nacha recordó que en un pasado relativamente reciente, supo de buena fuente que en la oscuridad los oídos no se repliegan, sino que se expanden, pudiendo, a manera de radar, localizar fácilmente objetos que emiten cualquier sonido. El problema es que la X hacía uno crispante, chocando en las tangenciales avenidas importantes del radar. La Nacha sintió por fin aparte el peso de su joroba. Supo que su cuerpo hacía su propio ruido, construyó entre naipes la gacela que veía crecer en su cerebro y rápido con el switch de un cerillo marca Talismán encendió la vela que había utilizado en la cava, justo en el momento en que al Profesor X, como era de esperarse, se le cayeron los lentes encima de la Hola y no justo, pero vamos, también ocurrió, la llegada de la doctora y la de la luz y la de la hija de la doctora con un algodón color blanco, que parecía una cebolla en la frente.

           —Al parecer… —dijo la doctora, y el Profesor X la miró con toda la vergüenza de quien pudo ver a Borges ciego recitando poemas de la luna de los caldeos. (Exactamente, porque el Profesor X pensaba que con la doctora ya debería de ir más allá de los caldeos, porque aunque fuera cuarenta y tentón, al Profesor X no le valía verdura, la tenía, eso sí, y bien puesta, e incluso con el amargo de angostura, algo apresurada.

           —Al parecer no —aseveró la Nacha—, fue verídico, la luz huyó un par de segundos.

            La doctora no reparó (la reparada era la hija) y se fue en línea recta, que como todos sabemos, es el camino más corto para llegar a otro punto, después de la conversación y el silencio suplicante y deseante. Pero no resumamos: Smack, prack, muich, muich, produjeron un cachete de la doctora y otro del Profesor X al frotarse y otro tanto en menor intensidad los ojos al mirarse las instalaciones (incluyendo los cachetes) tan significativamente como el amor que puede confesarse sin pecado y la convención se los exige. Ojos adentro del Profesor X podríamos dar por sentado un futuro prometedor, lo cual tendría que descartarse (o a su vez ser descartado) por el tomo dos de Espeleología... que evidentemente algún día en el futuro leería la Nacha. Ahora que para que la Nacha lo leyera tendría que estar en el futuro, el Profesor X, la doctora y la hija también, quizás también la casa, la puerta de la cochera y... ¡la joroba de la Nacha! La Nacha no quería verse así en el futuro, por eso la vemos en el presente, deseando desaparecer, usando como pretexto preguntar a la hija… que cómo estaba.

            — ¡Santo dios —dijo la doctora— lo que me ha hecho pasar esta niña!

            El Profesor X dio pie a la conversación y la doctora encendió un cigarro: —Pues resulta...

            — ¡Ay mamá, no podrías dejar de contar a todos mis problemas personales?— balbuceó entre lágrimas la hija y la Nacha se la llevó rápidamente a la cocina a prepararle un matecito.

            Durante la acostumbrada fiesta de fin de año, la hija había reencontrado a un viejo huésped de sus recuerdos que se hacía llamar. Y era la hora seis meses después que todavía se hacía llamar por la hija, que ya había decorado su cerebro con un departamento para ellos dos solos, las fotos de los recuerdos, una botella de ron con coco Malibú llena y otra vacía (para ser utilizada como lámpara) y todo lo que implica un departamento para ellos dos solos, con un viaje previo a Chiapas: El Achtung Baby de U2, alfajores congelados, ahorros y de repente un corazón que se le cayó a los pies  y  embravecida, trepó por los barandales de una discoteca que la condujeron muy bien a dejar de hacerse llamar. Pero la experiencia no culminó ahí: obtuvo una llamada telefónica que hizo que se le desplomara la conciencia y la dejara caer contra la esquina del barandal al querer bajar las escaleras algunas horas antes.

            La Nacha no era ajena a ese pasado de la hija de la doctora, y deseaba, por su propio bien, que la doctora reparara en su buena actitud ante la hija y de una vez, le reparara el sueldo a la Nacha, ya que según ella, era faltante de un remache del 50% con todo y matecito para hija incluido. Y es que no era para menos: la Nacha se había acostumbrado al sabor del matecito después de los madrazos y así deseaba poner en buena senda a la hija (operación que la Nacha también colocaba en Los Recuerdos). Mientras tanto la doctora y el Profesor X... Mientras tanto (volvamos a nuestra cocina, ya que la cocina mide el nivel cultural de la humanidad y la Nacha se sabe parte integral de ella).

    ¿Qué pasó? —preguntó la Nacha a la hija con toda la sinceridad de quien necesita un nuevo aparato receptor.

    Es que...

            A la hija se le resbalaban los recuerdos y la Nacha los contemplaba salados y llenos de rubor, es decir, mares de lágrimas y bájale que ni es pa’ tanto.

            —Tronamos —dijo la hija.

            Rápidamente el cerebro de la Nacha se llenó de argumentos de feminidad solidaria y su semblante cambió cuando le sirvió el matecito a la hija, es más, estuvo a punto de decir.

            Pero no dijo, ya que:

            —Tronamos... sig, sig —siguió la hija. (Y nosotros instantáneamente ofrecemos disculpas y seguimos...)

            No diré lo que pensaré, ya que, para que ella piense que me importa, lo cual por otra parte es cierto, guardaré silencio y así llegaremos a la comprensión que a las dos nos hace falta, pensó que decía la Nacha. Pero la Nacha tenía bien ideado su plan, así que prendió un cigarro y se dispuso a reexaminarlo, por si daba la casualidad de que necesitara ser ideado de nuevo y no dar como resultado una Nacha que producía ideotas. La Nacha sabía que a eso no quería referirse, cada quien  lo suyo, vaya, y entonces comenzaron a entender que ya estaban montando caballos de hacienda, o en otras palabras, que los colmillos de la Nacha eran romos, pero a fuerza de costumbre y de tortillas duras, agrandados, gangrenosos, protuberantes y suaves a la vez, dicho sea de paso:

    ¿Quieres algo para la frente? —le preguntó la Nacha.

    A... a... así estoy bien —respondió la hija.

            Hace falta reciprocidad, se dijo para sus adentros la Nacha.

    Me refería a Platón o Heidegger.

            A través del cristal de las lágrimas podemos recordar a la hija estudiando filosofía, en una primera etapa, porque en la segunda estudió veterinaria y en la definitiva se afianzó en psicología, gracias a un recuerdo que le provocaban sus  colegas de la segunda etapa. En esas estaba un día, digamos que en algún robusto pasaje lacaniano, cuando recibió la noticia más importante de esa etapa de su vida; la recibió con un puntapié pues todavía quería al que le había pasado la verdadera noticia: su padre había tenido un infarto, corriendo entre los cables que detenían la estructura visual del show, pero estaba vivo, vivo y a secas, así que ella lo fue a ver con el que se hacía llamar y el padre le dijo que estaba muy bien y que no se preocupara, a pesar de que la visita fue al hospital, y aquí tenemos un nudo psicológico que puede desentumirse y ser arreglado con una gresca callejera entre el que se hacía llamar y Martín, cosa que por cierto, no ocurrió, pero estuvo a punto de suscitarse y mientras en todo esto pensaba la hija, llegó la doctora y el Profesor X para hurgar con sus narices en el matecito que tan cálidamente estaba, todavía con un poco de los recuerdos de la Nacha.

 

 

 

 

 

DOS

 

Las cosas no iban muy bien en el comité. Si pensamos con Robert Heinlein que los comités son formas de vida con ocho patas y sin cerebro, tendríamos que quitar el de la Nacha, cuyo lugar era el noveno de la lista. (Y ella, muy feliz, se lo creía). Así que la Nacha se nos escapa de las citas, pero no esta vez, ya que llegó al lugar convenido después de deshacerse de la doctora y sus reclamaciones.

            Dicho sitio, se destacaba por su homologación en sucesivos lugares del presente; es decir, por cientos de comités de cerca de nueve miembros que también trabajaban en lo suyo. Había poca luz que brotaba de una lámpara de juegos de mesa y un sillón, en el que la Nacha esperaba la llegada de los otros miembros. El custodio del sitio no era árabe (hacemos la acotación porque tampoco era norteamericano) ¿de dónde sería el custodio? Eso era lo que pensaba la Nacha recordando las revistas del National Geographic de la doctora, donde había visto que los árabes usaban turbante y que el custodio obviamente no portaba. No portazos, no gavilanes y sí importaba que los demás miembros llegaran a la hora oportuna, ya que la Nacha, para enfriar los ánimos, había decidido escribir, mientras tanto, un poema.

            Como sabemos que de los poemas de la Nacha no escapaban sentimientos, nos preguntamos: ¿Qué escapaba de la Nacha? Respuesta: escapaba incertidumbre, duda e intriga, ya que las cosas no iban muy bien en el comité y eso podría significar sangre. Y a pesar de que todo eso escapaba de la Nacha, como un hueso y su cartílago que todavía sirve para las reciprocidades musculares, estas escapatorias volvían, haciendo que la Nacha aguantara estoicamente con su poema en la mano. "Curioso el hecho de que  nos deshacemos únicamente de lo que no nos sirve, y lo que sirve lo vemos alejarse en la distancia como los barcos y sus pájaros", pensó la Nacha mientras el custodio lavaba los platos en la cocina, cuyo sonido era para la Nacha la musicalidad armoniosa de sus tardes en vela y la razón de que por su apuro había podido llegar temprano el día de hoy a la junta del comité. Demasiado temprano, es decir.

            Si trazamos un surco con esta pluma macintosh podemos ver llegar al orientador del comité, conocido por todos como Álvaro, que, aunque no era ajeno a los  significados ya descritos en el párrafo anterior, sangró su economía y disparó (aún sangrando y sin caer muerto) los cafés para todos los miembros del comité una vez que llegaron y se hizo ante su presencia el silencio de un solo tajo que el orientador guardó entre sus pertenencias invaluables como si recordara sus años mozos. Es  decir, como si en su propia leyenda, el orientador también hubiera quemado un camión y se hubiera  finalmente quitado el casquete corto, etcétera, etcétera, y además hubiera vislumbrado un cambio importante en su vida como un puesto en la burocracia cultural, cosa que, contundentemente estaba descartada  por sus largas barbas grises, que lo hacían parecer recién bajado de una barca de fenicios comerciantes, lo que vendría siendo, sencillamente, la prueba de que era la cantante voz de la experiencia en éste comité, por lo menos. Así habló el orientador al dictar un tratado de geometría y pidió que todos anotaran sus palabras:

            "Escribo sin propósito fijo, un lento fluir de ventoleras que se cuelan por las hamacas que construyo entre estas palabras. ¡Como si fuera verano! Aún así, aunque los tiempos prefiguran tormentas tras tormentas, escribo y no solamente escribo, sino que escucho la música de U2 del disco POP (la cual había insertado en los oídos del comité dicho custodio) y me olvido de recordar que debería haber olvidado lo que recordé: un hombre, un niño, que juegan en sus sueños y sus sueños traen consigo tulipanes verdes de firmeza y de vértigo y de ganas de caer. Démosle un círculo a la idea, con una forma de huevo que nos deje un poco de güeva, pero no tanta que no se pueda quedar quieta en una rueda, así: . Ahora démosle un triángulo, así: D. Si voy muy en línea recta y ahí me sigo, probablemente me encuentre con otra línea recta que andará perdida y gritando un ay ay ay que no me encuentro por doquier y por donde quiero ver y así sin más medidas se desata un cordón umbilical que las desanuda y las vuelve pirámides de Egipto abstracto, o quizás no de Egipto, sino de Palenque-arqueológico, aunque ahí si la cosa cambia. De momento detengámonos en las egiptuosidades abstractas que van muy de perfil caminando (a ninguna parte) como dijo David Byrne cuando era cantante en The Talking Heads, pero allá van y si uno se descuida pueden pasar por arriba, abajo, atrás o delantal, que es lo que se necesita antes de pisar cualquier piso social y cualquier D de salud dental, aunque no nos pongamos tan entusiastas antes de tiempo, porque esos perfiles ya van decayendo hacia un lado/ y hacia el otro\, los ojos piden y las bocas babean las babas del diablo y el réferi no quiere tirar la toalla (aunque suene la campanilla del último round de Julio, nuestro magister, el Cronopio maestro), pero poco a poco los vamos viendo, aquí, mora la hora, fui para que te cortaran el pelo, pero si ni el pelo te vi cuando los triángulos se levantaron del susto y se hicieron un buen equilátero que a todos nos dio gusto. Ahora que si ya vamos a hablar de cuadros, la poca sustancia que nos dio la metafísica se vuelve cosa de fanáticos transeúntes que le quieren ganar el paso al más encajoso, y ese otro encajoso que viene siendo, por su parte, muy aparte pero no tanto, el hijo del encajoso. Pero hay del hijo... véanlo, ahí tirado como una L pequeña. Todos teníamos nuestra L pequeña y me consta y les consta a todos que se nos fue haciendo grande, que finalmente era lo que queríamos y ni siquiera nos lo propusimos, seas maje: ¡Hasta te gustó! ¿Pero qué tal cuando la L sale pequeña? Es más: ¿Qué pasa cuando la L sale así nomás? De aquí surgen dos importantes corrientes o discursos (la del discurso y la corriente), según la primera, por la velocidad del dictado de la secundaria tendremos grandes secretarias de grandes proporciones (muy tontas es decir) que nos harán más fácil la labor del dictado tiempo después (como se hace entre funcionario y secretaria y luego se vuelve rutina y la esposa ya no aguanta, etcétera) y no es necesario repetir que la L es de fácil pronunciación: hasta un ciego puede pronunciar la L y moverse en su espacio sonoro sin dificultad con la D que denota salud dental, que es de lo que venimos hablando. Enarbolemos juntos una plegaria, hombro con hombro, rodilla temblorosa contra rodilla pecosa, como diría Jack Kerouac, todo hasta alcanzar una espiral de metástasis capaz de sincronizar nuestros esfuerzos en un solo espíritu violento, intenso y desatado en un acto de condensación del inconsciente y la respiración y es: ele, ele... Bueno sí, claro, ele, pero... ¿ele quién? Respuesta: el encajoso. Pero el encajoso Padre, el encajoso Señor, el Respondón: ¿ele? Él es suficiente, déjenlo como estaba; él le recoge el cambio, él le recoge su boleto, él emprende... etcétera. Según la segunda corriente (a su vez corriente de algo), llegará un momento en que la L se tiene que independizar y dejar de lado las otras eles que la vieron crecer. Pues bien, esto es lo más razonable y nosotros quedaríamos muy bien diciendo esto y quedándonos callados, pero cómo callar, ¿si al callar llevamos dos eles juntas? El mundo no te ama, no te van a querer en ningún lado, vivirás tu infierno y te darás cuenta en un segundo que sólo es pasado aquello que viviste, que no eres tú la presencia que ahora te deletrea ni el compás ni el garnuchazo de mentiras y la enciclopedia  de verdades que te mantienen la guardia firme, ¿Verdad? Entonces cómo callar, si la salud dental es lo que buscábamos con la D pero la L tiene sus pormenores, sus aciertos, sus desventajas, y sus buenos ratos y sus simpatías que puede despertar si se le atiende y se le escucha: ele. Se le escucha: ele. Ahora bien: la segunda parte de la corriente, (que como ya dijimos es corriente de algo), sostiene que precisamente hacia donde se sostiene la ele es hacia donde se encaminará nuestro futuro. Ejemplos: Si tu ele es más bien zurda en sus movimientos (no hagas trampa que no es espejo), significará que te gustarán las fiestas y que en todas preguntarás de qué tipo de música se está tocando, te podrán tirar una cuba en el regazo o quizá te la tires tu solo, tendrás trabajo en algún periódico, delegación u organización no gubernamental tipo Greenpeace y en el fondo de tu corazón te sentirás maldito, bien maldito, y si de veras estás maldito o si por lo menos así te ven varios encajosos, hasta poeta, estarás del lado más rojo del oscuro. Otro ejemplo que contrasta gravemente con su antecesor: si tu ele es más bien diestra (no juegues al espejo porque sé que a ustedes les gusta más), significa que tendrás una vida con tendencias a consejos resolutivos y posgrados en integridad física probada en tus amaneceres de la escuela de derecho. Lo triste del caso es que nadie en las fiestas te tirará una cuba encima, ni tú a ti mismo, sino que la tirarás al suelo que te colocará ante la disyuntiva fatal bajo una opaca y blanca luz cenital ante la cuarta pared que, como se sabe, no es pared: ¿Soy un padre ele o un hijo ele? Pero con el devenir finalmente poco importa, tu trabajo en el periódico o tu amanecer de abogacía, porque finalmente fuiste el elegido... el elegido por el encajoso, claro está. El Encajoso sirvió su conducto algún día que fue tu día para por sus conductos llevar tus futuras proezas con la L. ¡Porque fueron proezas, no te pongas barato! Y el genio de la especie (sí exacto: Schopenhauer en éste aspecto de su teoría tiene toda la razón) sirve al Encajoso y también a ti, hijo o padre ele, porque los lazos de la sangre son fuertes y ahí... (quieras o no), está el detalle. Y la cuadratura  .”

            "...Y la cuadratura", resonó en las galeras inconscientes de la Nacha. Y eso fue lo único que resonó porque los demás miembros guardaron silencio.  Suponemos que todos reflexionaban sobre dicho tratado geométrico y volvemos a suponer: ¿Dónde quedó la cuadratura? Solamente el orientador lo sabía. Supongamos: ¿Por qué si las cosas iban mal en el comité podría significar sangre? Respuesta número uno (la dos es para más adelante): por uno de sus miembros más distinguidos apellidado Parker, en cuya oscuridad facial se hacían notar un par de ojos tan blancos como la parte blanca de dos boletos del metro. Aún así nos preguntamos: ¿Por qué las cosas en el comité podrían significar sangre? Por la tarea. El orientador había dejado para los temas de lingüística Poeta en Nueva York de Lorca, y después de la meditación sobre el tratado de geometría  y ya puestos en este nuevo tema, todos habían volteado a ver a Parker que no dejaba de hacer aspavientos cuando escuchaban la voz del orientador refunfuñar y enarbolar en voz alta los poemas de Federico García Lorca: "¡Negros, negros, negros, negros... la sangre no tiene puertas en su noche boca arriba!" La Nacha pensó: “¿entonces Julio, nuestro magister el Cronopio maestro se fusiló de Lorca ésta frase para su cuento La noche boca abajo?” Estuvo a punto de interrumpir, pero también se le quedó viendo a Parker:

            Después de haber tomado el metro, insertado el boleto en donde se insertan, caminar después de oír el ruido de la pasarela, inmiscuirse en ese mar de gente desprendiéndose y adhiriéndose a ese enorme saurio naranja con sus cuadernos para el comité, caminar unas cuadras, tomar un pesero, subir escaleras, bajarlas de nuevo, saludar a la mucama, cerrarle un ojo por los nervios  (enredados también los nervios oculares gracias a la tardanza en la que todos los demás, a excepción de la Nacha, habían empatado), sorber el café con el que sangró su economía el orientador y escuchar su tratado de geometría  para luego escuchar la frase de Federico García Lorca, podemos muy bien comprender el desasosiego de Parker, quien respondió ante tanta mirada atónita sin rastro de elocuencia:

            —¡Ya no sé qué hago aquí, me voy a Greenpeace… y de boleto!

            Todos aplaudieron su decisión y continuaron con geografía, materia en que la Nacha destacaba por su curiosidad inherente (es decir joroba), le gustaba que le explicaran calibrando las coherencias de modo amable, por qué África parece una smith & wesson calibre 38 con cañón recortado, por qué Italia parecía una bota comprada en Oxford Street, por qué los países alrededor de Turquía y Turquía misma también parecen una bota pero de esquimal, por qué Australia tenía forma de playera colgada en su tendedero, por qué el estado de  Sonora parecía un piel roja visto de perfil y por qué Jalisco tenía la forma de hígado de alcohólico. Hay de psicologías a psicologías, podría decirnos la doctora o la misma hija de la doctora, la cual en esos momentos lloraba desconsolada porque el que se hacía llamar, no más nada, nada se sabía de él.

                       

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TRES

 

Como todo en esta vida, el pasado del que se hacía llamar era oscuro, como un estanque negro, o, por lo menos, eso pensaba la Nacha cuando de regreso del comité pidió a la hija  explicaciones más aproximativas y significantes. Cualquier cosa que terminara en un: "te comprendo, todos son iguales, se estanquen o nos den grandes instantes". Y eso porque miraba al interior de la tacita de café con la que la hija trataba de darlas en la cocina. De dar la explicación, desde luego, porque la hija no estaba para dar nada más. Por otra parte (aunque jugando el mismo rol), estaba la explicación que la hija de la doctora le debía al Profesor X, dado el grito con el que cortó de tajo la explicación que éste iba a recibir por parte de la doctora sobre  aquella parte frontal del cráneo de la hija donde se apreciaba un algodón alusivo a cierto tipo de comestibles tamaño pelota de ping-pong el cual produce un desconcierto que hace retroceder al instante al otro que no lo acaba de ingerir (por descuido o por no echarle tanta a los tacos) y lo hace fruncir el ceño y decir para sus adentros: "Óoorales!" o: "Guaág…catelas!", después de saludarse de un beso de mejilla y mejilla, y algo como eso... eso...

            —Sus besos eran tan suaves como el peso del silencio —decía la hija mirando al vacío de la cocina integral de la casa.

            —Y eso que el silencio tiene sus formas —volvió a decir la hija— era como un...

            La Nacha se preguntó qué tipo de formas podría tener el silencio si cuando se quedaba a dormir el que se hacía llamar se oían ruidos de vasos y rechinidos desde la cama de la hija y  el radio, como forma de tapar los rechinidos.

            —Como un silencio antes de hablar...—dijo la hija.

            —Recordémoslo así —dijo la Nacha.

            En silencio, las dos mujeres en un atardecer cualquiera en el sur de la ciudad de México, trataron de mantenerlo, pero el que se hacía llamar cobraba nombre y forma: se hacía llamar en el corazón de la hija y a aquella se le escapó un suspiro así que la Nacha pensó: “esto va para largo” y se fue a sacar a pasear a la perra de la doctora con una correa, como por ahí de las 6:30 de la tarde o más, quizás.

            Llegaron a Ciudad Universitaria, atravesaron los baches de los huelguistas y se internaron por los prados y las largas avenidas desiertas. A las puertas de cada facultad, había arrumbados despojos y ladrillos y letreros pintados en alusión a la madre del rector, en los pocos cristales que quedaban. La contemplación del Campus desierto hizo que la Nacha soñara con un pasado, que aunque no era el suyo, era el añorado, que finalmente es el que cuenta en materia de tiempos pasados. Mientras tanto la pastor alemán tira y tira de la correa con la lengua de fuera y la Nacha le dice quieta Soar, quieta, quieta, hasta que por fin la suelta y Soar corre hasta un edificio abandonado y se detiene a la vuelta a comer cacahuates de la mano de Isla, que en la otra mano guardaba un bulto de ropa comprado en Puerto Vallarta.

            La cámara va en dirección hacia la Nacha, pero cuando llega al lugar donde se pretende bosquejar dicho al instante; el bosquejo que hemos hecho de la Nacha no se encuentra, gira hacia ambos lados y sólo consigue mostrarnos más paredes pintadas: "¡No a la Huelga!" y en otra: "¡La pared de enfrente tiene un hueco en el cerebro!". Entonces hacemos un traveling para seguir los pasos de la Nacha y desafortunadamente (para ella) lo primero que vemos es su joroba en posición horizontal, reposando encima de su cuerpo tirado en una de las jardineras con la correa suelta de Soar y murmurando maldita perra piojosa cómo jala, mejor me hubiera quedado. Recuerda entonces la Nacha el epígrafe de su más reciente poema. El epígrafe es de José Carlos Becerra y dice en tono magistral: "No podemos retroceder, no podemos retroceder resbalando por aquel aceite de nosotros mismos." Entonces, al recordar el citado epígrafe la Nacha rectifica, da media vuelta y se regresa a buscar a Soar y grita: Soar, Soar, ¿dónde estarás? Soar, ¡Aquí! ¡Ven Aquí! Pero aquella no contesta (y conste que si pudiera lo haría quizás orgullosa como son todas las mascotas: con algo de ligero y pedante aire estúpido) —dicho lo anterior no podemos, por honestidad al Premio Nobel 1981, dejar de citar una puntiaguda frase de Elías Canetti: “adentro de ellos mismos, los animales tienen un ser humano que se burla de ellos”—. Pero entonces, decimos, después de pensarlo mucho, la Nacha entra a su pasado, que aunque no es el suyo, es el añorado, que finalmente cuenta más en materias de tiempos pasados: Cómo me hubiera gustado... se dice la Nacha en Odontología, cómo me hubiera gustado, se dice La Nacha en Agronomía, cómo me hubiera gustado, se dice la Nacha en Química y en Ciencias de la Tierra, cómo me hubiera gustado... Pero antes de seguir malgastando la imaginación para que no se le acabe vuelve a gritar por Soar y en una esquina sombría antes de dar la vuelta escucha:

            —Así que te llamas Soar, perrita, perrita, little doggie, muy linda perrita, muy linda perrita, quién te busca ahora, ¿quién te busca ahora? ahora...

            La Nacha cree que hay eco.

            El eco, por su parte, guarda celosas reminiscencias de anfibología, aquella ciencia extraña, muy extraña, ¡que examina los vestigios de lector que pueda tener cualquier poeta, o tal vez no poeta poeta! ...¡Poeta!...

            La Nacha se siente extrañada. Déjà vu.

            Pero eso es para tontos. Sobretodo contando el velocímetro para ésta narración, que también es para  tontos. (Los lectores peatones ponen más atención, creo… ¿por qué será?)

            —¿Quién es? ¿quién es? ¿quién es? —Suena en la oscuridad.

            La Nacha intenta identificarse en la oscuridad para que le devuelvan la perra, la maldita Soar. Intenta sacar su credencial de elector, sí, la del IFE,  pero finalmente prefiere preguntar con tono de autoridad grueso, amplificado, con ganas de descomprimirse ese tono:

            —¿Quién anda ahí?

            Soar ladra y es seguida de un par de ladridos humanos, desgarrados, hambrientos, (ambicioso sonaría decir: misteriosos, lastimeros, se desgarran, se muerden, se asesinan, resucitan, se buscan, se refriegan, se huyen, se evaden y se entregan) etc, etc. Pero a decir verdad, Oliverio, algunas veces Isla daba unos gritotes, que jijos… nadie se la acababa… (se hizo llamar a Girondo en el texto ¿eh?).

            Como si fuera una ocasión en la cocina,  de lavar trastes con la radio prendida una tarde cualquiera, la Nacha se ejecuta rápidamente un Padre-nuestro-que-estás-en-los-cielos-hágase-tu-voluntad-tanto-en-la-tierra-como-en-el-cielo… pero antes de terminarlo le caen en los hombros las manos de Isla, amigablemente según ella, que se incorpora de otro salto y luego se vuelve a incorporar, a ocupar su lugar silencioso, su medio metro cuadrado silencioso y repetitivo.

            —Así que Soar es tu perrita, así que Soar es tu perrita...

            ¿Cuál es mi lugar en este mundo? ¿Me atreveré a pelar un papa? debió preguntarse la Nacha debido a la solemnidad y misterio del momento, de lo lindo que le estaba saliendo el Padrenuestro y de lo lindo también, de la embestida que había creído recibir por parte de Isla, la cual, entrando en materia, se fue presentando poco a poco, para demostrar su dimensión inofensiva, que sí la tenía la muy preciosa. Empezó desde el nacimiento, luego siguió por las pistas misteriosas que le dieron poco a poco su lugar en el mundo, para seguir con la adolescencia (época de cara de campo minado), pasó brevemente por Tampico y llegó a su juventud, que afortunadamente todavía se le notaba. Eso y también su bulto de ropa comprado en Puerto Vallarta. Manantial de galaxias, gato crispante que se aguanta el salto pero no el miedo ni las intuiciones.

            La Nacha lo comprendió todo, es decir, tenía muchas dudas. (¡Comprensible si consideramos que Puerto Vallarta queda en Jalisco y para la Nacha Jalisco era un hígado de alcohólico… imagínense la cruda de la Nacha al siquiera soñar tal revelación!)

            —¿Te topaste con muchos borrachos?, me supongo —trató de indagar la Nacha.

            —Uno en especial, se hacía llamar...

            —Ahora sí somos amigas —dijo la Nacha y abrazó a Isla. Ésta, por su parte, también la abrazó, dejando pasar su brazo por la espalda de la  Nacha, debajo de su joroba, pero lo suficiente para llegar hasta el hombro.

            Soar ladró exigiendo más cacahuates.

            Las dos mujeres exclamaron un ¡Hurra! ¡Hurra! Apresurando las circunstancias, perfecto y justo sea, pero… la maldita cámara no sirvió de nada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CUATRO

 

Amaneció la Nacha con el tono apresurado de quien tuvo pesadillas que ningún psicoanalista va a intentar apaciguar. Su covacha se ceñía sobre su cama y sus ojos amoratados como una mano dormida sobre otra mano dormida y caliente. El baúl de los tesoros de la covacha estaba cerrado: la Nacha no se había parado sonámbula de su cama a escribir otro poema, aunque le daban ganas. Y nada más. Lo cual es triste y está bien, pues como dijo Hegel los pueblos felices no tienen historia y eso también podría aplicarse a las personas. Es por eso que nuestra Nacha, alguna de las dos, promete siempre mejorar aunque pase el tiempo y se vea mal, porque quisiéramos ver, nosotros también, que la Nacha no tuviera joroba, que su lecho no amaneciera siempre desoladamente deforme por esa maldita protuberancia que hacía que la Nacha odiara, aunque las tuviera que amar en su constante tanteo por la vida, a las cuatro virtudes cardinales platónicas.

            —Gracias espejo, por devolverme mis cejas levantadas —dijo la Nacha mientras se peinaba con su vestido negro puesto, que había usado como camisón. Después entraron las características diarias: subir a darse su baño y bajar escaleras para comenzar a arreglar las cosas de la cocina que previamente había desacomodado adrede desde el día anterior. Tomó un vaso de agua, desayunó un plato de cereal, puso el café y comenzó a preparar el desayuno de la hija y la doctora. Prendió la televisión del piso de abajo para que la doctora pudiera quejarse del noticiario del clima. El café estaba listo. Sirvió dos tazas, para hija y doctora. Se rascó la joroba con la puerta de la cocina y comenzó a prepararse para abrir la puerta para el que, según lo había apodado la hija, era el que “…se rascaba las uñas con las uñas…”.

            El desayuno de la doctora consistía en jitomates rebanados espolvoreados con orégano: ése era el desayuno del martes. Desde hacía tres meses la doctora desayunaba en los martes solamente eso y café por dos razones: el café para estar bien despierta y el jitomate para no deshidratarse demasiado al escuchar y tratar de desanudar mediante la feliz tríada de Freud-Lacan-Paul Ricoeur, los meandros y pasadizos laberínticos de cierto complejo atípico de uno de sus pacientes que llegaba a las nueve de la mañana. Acto seguido.

            Acto seguido la doctora bajó en camisón, saludó a la Nacha y vio la televisión. La Nacha pensó en doce  palabras.

            —¿Qué malo está el clima verdad? Con esto del cambio climático  no sé adónde vamos a parar —dijo la doctora.

            "¡Fallé! ¡Por poquito!", pensó la Nacha, diciendo buenos días.

            La doctora miró su desayuno y preguntó con aire de por medio:

            — ¿Ya está limpio mi consultorio verdad?

            —Lo limpié ayer por la tarde, señora.

            —No estaría mal que lo revisaras de nuevo —dijo la doctora.

            La Nacha bajó las escaleras de la cochera hacia el jardín y abrió la puerta del consultorio, que era un modesto espacio con un diván, una silla para uso de la doctora, una alfombra que sostenía ambas características primarias, un baño sencillo y, arriba del diván, de frente a la silla y sobre el tapiz de la pared Mujer saliendo del Psicoanalista de Remedios Varo y una fotografía enorme del Arco del Triunfo. "Para qué estoy aquí, ¿acaso me hará falta escudriñar algo?" pensó la Nacha recostándose sobre el diván por primera vez en su vida y pensando inmediatamente en su padre y su madre. No creemos que la Nacha, a pesar de trabajar para una familia de psicoanalistas, se creyera mucho los rollo freudianos, gustaba, eso sí, de fijarse en los libros Jungianos de la doctora. En fin, el padre de la Nacha había venido del norte y su mamá había venido del sur. ¿Cuándo se habrán venido juntos a la ciudad? ¿Cuándo se habrían separado? Se conocieron en el otoño, hace ya bastantes años. Juntos habían procreado a seis hijos y la Nacha era la cuarta, que había nacido bajo el signo de acuario. Recordó una navidad en la que le habían regalado una muñeca de madera y unos chocolates. ¿Sus papás estaban muertos o vivos? ¿Su joroba había salido a relucir en aquella época? ¿Sería esto parte de lo que la Nacha colocaba en los Recuerdos? ¿Qué ocurría en ese consultorio que la hacía evocar ese pasado? La Nacha culpó al Arco del Triunfo, pero, ¿de qué? ¿Sería tan hermoso que provocaría que la Nacha cerrara las pestañas de nuevo? ¿Cómo roncaría la Nacha? ¿Cómo podría ser, después de haber dormido plácidamente en la covacha?. ¿Cómo podría ser, si la Nacha no dormía durante el día, cómo podría ser, si el paciente estaba a punto de tocar el timbre, cómo podría ser, si ya había desayunado y todavía le faltaba arreglar toda la casa: barrer, trapear, sacudir, preparar la comida, abrir las ventanas, luego cerrarlas y luego tal vez buscar a Isla?. ¿Cómo podría ser? De pronto, con los ojos cerrados escuchó una voz en off que decía: "¿ya te estás enamorada? Yo creo que sí" Imaginó que veía entrar una figura por el Arco del Triunfo, que en esos momentos no veía. Luego escuchó otra voz en off que decía: "dirígete lenta y suavemente hacia el timbre de la casa, es decir, al ojo de la cerradura, para ver si ya llegó y ya no te hagas maje, soy la doctora no la Virgen". En ese instante se paró y se dirigió a la puerta que daba a la calle, miró por el ojo de seguridad y ahí estaba el paciente: estaba ahí efectivamente, pero no tocaba la puerta y estaba callado rascándose las uñas con las uñas. La Nacha pensó: "Si le abro va a pensar que lo estoy espiando, pero si no abro la doctora me regaña, ¡Dios mío qué voy a hacer?" Imaginó su coartada: Regresó a la cocina y sacó la basura del cesto, saludó a la hija de la doctora que estaba en pijama viendo la televisión con Soar recostada en el suelo y salió a la cochera a abrir la puerta. En ese momento tuvo que bajar las bolsas de basura para abrir la puerta y reflexionó (las rodillas, para dicho movimiento). Luego miró por el ojo de la puerta al paciente, que seguía ahí sin tocar la puerta, ni el timbre. La Nacha recordó que los martes no pasaba el camión de la basura y tendría que ir hasta la esquina de la tienda de Juan a dejarla para que el camión la recogiera mañana. Se rascó la joroba en la pared y abrió la puerta. El paciente la miró con cara de extrañamiento, se mordía los labios y se seguía rascando con más fuerza las uñas contra las uñas. Ambos, Nacha y paciente escucharon una voz desde un carro lujoso que decía: ¡Hasta luego Federico, te queremos, volveremos por ti en cincuenta minutos! Uno entró, los del coche se fueron y la Nacha pensó positivamente: "Por lo menos puedo ir a visitar a Juan un segundo". Seguramente la doctora habría apurado los jitomates con orégano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CINCO

 

Lo segundo que ocurrió fue eso, efectivamente. Después de dejar las bolsas de basura, la Nacha se perfiló sobre la banqueta unos cuantos metros más, hacia la tienda de Juan, de la cual, Juan había desaparecido momentáneamente y había dejado encomendado el puesto a Juan, su primer hijo, quien había dejado sus primates estudios para ayudar a Don Juan, cuando éste necesitaba ausentarse.

            —Muy bien Juan —dijo la Nacha con alegría al ver sus dibujos... — ¿Tu papá?

            —Fue a casa de Gladiz.

            “Esto huele a harina de otro hogar”, supuso la Nacha, mientras la hierba se movía a una distancia que, tomando en cuenta las distancias geográficas narrativas, nos hace suponer que era dentro del mismo barrio, o quizá del más próximo, tal vez algo que Juan nunca dejará suficientemente claro, por supuesto, por el bien de su matrimonio, su hijo Juan y la apabullante verdad de no querer desilusionar a la famosa Gladiz, quien en ese momento estaba que secretaba hormonas al igual que Juan, pero eso también debe quedar en secreto.

            La Nacha se lo tomó (nada más el momento) con filosofía y díjose así misma: “sólo ten un poco de paciencia, piensa en los estoicos”. Pasaban autos, pasaban perros, pasaban gentes y pasaban camionetas para las gentes (micros), luego entonces, si la vida no vale nada, habrá que hacer un tango porque como dijo Borges, esos son pensamientos tristes que se bailan. (No tu tío Gorge, Jorge Luis Borges el argentino, que en las fotos siempre sale con cara de debería estar haciendo otra cosa que esperar a que éste idiota me tome una fotografía).

            Juan llegó con una cara de felicidad que parecía proveniente de otro plano de realidad, como un Juan de la Matrix, háganse de cuenta que con ametralladora, casco espacial y de los buenos, los que, alabado sea el Señor, acaban siempre con todo y dejan un regadero del carajo, pero rescatan al mundo de cosas taaan complejas, que la verdad Juan, ante su hijito Juan, sólo dijo:

            —Era una tubería de la regadera que no funcionaba bien… ah… Usted… ¿qué tal, cómo le va?  ¿Qué se le ofrece?

            — ¿Qué ya no te acuerdas de dónde nos conocimos? –dijo la Nacha.

            — Ah claro…—rectificó Juan moviendo dos pares de tetas adentro de su cabeza— fue en una fiesta ¿no?

            —Claro— aseveró la Nacha—, en una fiesta llena de Carlos y Juanes… ¿no?

“Llegamos a las ocho —continuó la Nacha—, al principio no había casi nadie, era en una casa que estaba sobre Insurgentes Norte, pero antes de llegar al Metro del mismo nombre, en aquella época, recuerdo que el Metro Insurgentes tenía unas paredes decoradas como el Metro de Londres, o sea que se parecía al Metro de Queensway; es como si aquí en el Metro hubiera fotos de Los Caifanes que gritaran “somos una célula que explota y esa no la paran”, y hubiera frases de nuestro Premio Nobel, don Octavio Paz, como: “Todo es presencia, todos los siglos pasados y futuros son éste presente”, sólo que allá en Queensway, estará una foto de Lord Russell y otra de The Rolling Stones.”

            “A mí llegó un chavo y me regaló su libro de poemas, empezamos a platicar y me dijo que  hacía siglos, como en 1994 ó 1993 había tenido una novia que era toda una personaja, bailaba, hacía dramaturgia y movía la cara cuando le querían tomar fotos, que gracias a ella, nadaron en un cenote en Yucatán, que a él le gustaba la Poesía de Ezra Pound desde entonces, que la había invitado a Guanajuato durante un Festival Cervantino y que habían llegado de aventón, pero que después de ahí se habían ido a Dolores Hidalgo, cuna de nuestra independencia, a cumplir una cita que ya tenían con dicho lugar, no, no, toda una épica la verdad, me los imaginé en una de esas cantinas con meaderos desparramados y bebedores necios y groseros, así como de vil pueblo, como de donde decía mi padre que había crecido, total que se les cayó la noche (encima), se enojaron y comenzó a llover, pero claro, una causa no causó a la otra, la lluvia claro, aunque parece que siempre es así; la personaja quiso deshacerse del que me estaba contando su historia que, la verdad no sé ni por qué razón lo estaba yo escuchando, toda la fiesta hablaba, bebía, se carcajeaba, vomitaba, bailaba, tragaba tacos y saludaba, de eso de no sé por qué, creo que me sentí comprometida porque me regaló su libro de poemas, pero deja que te siga contando, algún día tú irás allá a ese pueblo y me contarás si es cierto lo que digo, “yo de ahí  vengo”, decía el muchacho  ebrio y durmiéndose en mi hombro, diciendo que le gustaba una mujer de la fiesta de ojos verdes que, según él, no lo peló, luego me dijo que vió en la muestra de la Cineteca la peli de “Germinal”, pero parecía no “Germinal”, parecía más bien co-guionista pésimo de una mala adaptación de “Luvina”, y además dijo: “una vez sí hice ese guión, neto”: “ya tú lo verás”. Total que por la lluvia se metieron bajo la carpa de la “Posada Cocomacán”, un hotel de tres estrellas; la personaja se metió y le pidió al señor de la puerta que la dejara pasar al baño, y el señor de la puerta, que la ve mojada y con unas botas de minero muy a la moda y que como sí estaba guapa, que la deja pasar, y ahí va la personaja y no va al baño sino, llena de hambre  se come un plato del bufet y éste chavo, igual de hambreado se mete muy concha por la puerta principal, haciéndose pasar por huésped del hotel y al mozo del mostrador le dice: “buenas noches, la llave del 28 por favor”… y ahí va el pendejo del mozo y se la da y éste se pasa y se encuentra con la personaja y le dice: “mira mi amor, ve lo que tengo en la mano, ya no te apures” y la personaja comienza a atar cabos sueltos y se muere de la risa: que se suben al segundo piso de la posada y avanzan por dicho corredor corriendo, en un gerundio equitativo de similar angustia hasta que ven la puerta 28 entreabierta y ¡zaz! Que se meten. Uno, festeja, la otra quiere mariguana, total que es un caos porque ya están ahí… “y que me la cojo” —me dice el chavo, y yo le digo no seas vulgar, no pude decirle que ésta era una fiesta decente porque, la verdad no lo era, todos estaban divertidos aventando vasos con ron Appleton a los coches que pasaban, pero dime tú Juan, ¿a poco no son esas cosas de diario en esta ciudad, los viernes y sábados?”

            —Ey, sí, tienes razón. A mí un cuate me estaba leyendo el Tarot y me decía que yo era muy violento aunque no pareciera, no sé por qué pero me llamaba Martín, si yo me llamo Juan y nada más que por dizque ayudarme, que me regala un tablero de ajedrez profesional y una partida anotada entre Hannand, el súper estrella del Torneo de Linares contra Kasparov y ¿qué crees? Al día siguiente ya me la había aprendido, esa partida fue un juegazo”.

Pero como éstos dos parecían sólo dos monólogos tipo obra de Hamlet basada en Saxo Gramaticus, en donde, ni modo Monterroso, al final fue el único error de toda la obra de Shakespeare:

 

“El resto es silencio”.

 

Porque la verdad sea dicha y hablando en jerga de escritores, la susodicha frase después de tan descomunal discurso dramático por su verdadera calidad, dicha frase, decía, es esto: Sólo un ripio, sobra, está de más, como decía muy quitado de la pena de la Torre y que finalmente todos morderíamos el polvo, así son los escritores, otros le preguntan al polvo, otros como yo lo vemos brillar. Seguramente eso anterior afloraba del silencio entre Juan y La Nacha, —después de ésta conversación que nos pareció obra de arte del bárbaro reciclaje— la última dijo: “fue un placer hablar contigo, Martín o Juan o como te llames; aquí al lado dejo la basura”. Y el resto sí fue silencio. Ni modo, Monterroso. Pero no sólo como el único error shakespeariano, del más grande de todos los poetas de lengua inglesa y quizá de todos los del mundo  en todo tiempo y espacio (la verdad habría que pararse de su asiento el lector como forma de respeto al ubicar este nombre, el autor de esta obra ya lo hizo) pero de una forma de silencio no igual al silencio que resulta después de leer cosas un poco más modernas, como algo de aquél libro de poemas (“El fuego nocturno y la pálida luna”) que le regaló a La Nacha el joven que le gustaba Personae… ¿Qué quién escribió ese libro? ¡Ezra Pound!:

 

 

Aquí estamos

Otra vez tú y yo

Aunque me tildes de loco

Mientras viajamos

Y al dormir eres como mariposa

Húmeda

Perfume ocasional

En mis manos.

           

            Pero es que la verdad así había sido ese viaje, no sólo se trata de culpabilizar a x o y, o a la bellísima personaja, sino de encontrar cierta estética poética en donde ciertamente; no la hay…, es decir, los vagabundos son semi objetos poéticos pero no poetizan (de ahí el poema, que la verdad, bueno, no está totalmente mal: A la Nacha ese joven no le había caído muy bien, pero el libro le había encantado).

Pero la verdad Martín o Juan, (no podríamos precisar ese dato ahora debido a que ya surgió doble anfibología de nombres y ¡Nombre!  ¡Antes creíamos que era un tal Juan, quizá la Nacha seguía afectada por aquello del Arco del Triunfo!); pero lo que sí estaba seguro en el interior de la Nacha era que Martín sí estaba libre y usaba su Ford para darse  vueltas por ese enjambre de calles mal planeadas y de casas residenciales y que Martín por ahí andaba jugando ajedrez con los niños del barrio o a veces se iba a casa de Gladiz y todavía ni le pasaba por la mente que probablemente su hijo Juan tendría un accidente… un atropello quizás.  Nos gustaría aclarar (en silencio, ni modo, Monterroso) que todo era parte de un descuido; igual a cualquier otro ser, la Nacha también tenía errores… ¿En qué cabeza cabe? Pues en la de todos, hipócrita lector, mi semejante, si todos los errores cupieran en una sola cabeza, una sola… desde hace mucho la humanidad hubiera abandonado la política y cada final de sexenio nadie se acordaría del bastardo de Hitler simplemente porque no existiría, a lo mucho se diría: “En el Imperio Romano hubo un Emperador imbécil llamado Nerón, sucesor de Claudio, que se mostró recto al principio y luego cruel y depravado, tan es así que mandó matar a Británico, hijo de Claudio, pero el que tuvo la culpa de todo fue Séneca porque lo maleducó, ay, pobrecito de Séneca hasta te mandó matar Nerón, diría La Inmortalidad y en La Inmortalidad platicarían en el limbo no solamente Heminghway y Goehte, sino también Séneca, o sea en la obra de Milan Kundera (el texto mandó llamar a Kundera ¿eh?), mira hasta dónde nos has traído, solamente te mataron porque eras tan buen filósofo, pero el idiota ese de Nerón  no te entendió nada”.

            La disgresión anterior sirve para dejar ver cómo  llegaron a la Nacha las recordanzas y evocaciones del tiempo que conoció a Martín mientras regresaba por la cochera, Martín era chicano y desde aquéllos tiempos había hecho dinero, pero todo lo gastaba en andar con mujeres, incluso una vez había perreado a la Nacha, pero la Nacha le dijo muy propia: “¿algo entre tú y yo? Lo único que me interesa entre tú y yo soy yo: así que regrésate por donde llegaste”, lo cual literalmente logró que crujiera una pared de la casa antigua de José Juan Tablada, ése, el representante primigenio de la poética del haiku en la tradición poética mexicana y su casa ahora, a la vuelta de ochenta años, en la actualidad convertida en La Escuela de Escritores Mexicanos, parte de una organización o sociedad de gestión de capital variable ó SOGEM, etcétera… en fin, para qué quieren que les diga… un capítulo que pasó en segundo lugar…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SEIS                    

 

Como éste día era miércoles, la Nacha no tenía que ir al Comité. Los días de estudio del Comité eran martes y jueves; horario y días muy juveniles: 7:30 de la noche, durante hora y media. Ciertamente el martes pasado ocurrió un cambio de horario y empezó un poco tarde, cosa normal en los comités y cosa normal para todo el territorio nacional de México en todas las actividades. Al día siguiente sí le tocaba ir y se fue; pero ya para ese entonces había acordado ver a Isla media hora antes y entre las dos platicaron mucho de Puerto Vallarta, donde como ya dijimos, Isla conoció al que se hacía llamar (y que llamó a Girondo en el texto ¿eh?), pero eso no nos interesa ahora, ahora lo que hay es una lámpara con luz cenital sobre la mesa de estudio y otra lámpara dando luz a otra parte y silencio, porque el orientador está revisando, serenamente y con el ceño fruncido, uno de los trabajos.

            Hay que aclarar que en parte por la onda ambientalista todos usaban papel reciclable e incluso algunos imprimían sus trabajos por ambos lados, lo cual al orientador le parecía un exceso, pero nada decía, hacía mutis,  ocupado como siempre en otras atribulaciones ajenas a las del comité.

            El orientador leía con el ceño fruncido en voz alta y los demás leían en voz baja en las fotocopias recicladas:

 

“PROSA DE LA IMAGEN”

 

He decidido que la poesía no es tan importante.

Importante es una palabra que se abre y se cierra como una mano que toca una pared que sólo responde que lo importante es importante y punto. No hay nada qué decir. En cambio, la poesía, quitándonos del rango etimológico es simplemente una palabra que abre una cortina y muestra un cuerno de rinoceronte blanco como sólo los hay en África; abro la palabra poesía y empiezo a ver ese rinoceronte caminando, luego, se detiene, arriba se ve que viene una tormenta y las aves vuelan, como sólo vuelan las aves de la poesía, es decir, no son aves, son pararrayos que detienen la palabra y su significado que viene arrastrado por esa tormenta que indica que las aves se deben de ir y el pararrayos está ahí para que la musa que me inspiró decir que la poesía no era importante no se vaya. Pero volvamos con el rinoceronte, si nos acercamos podemos verlo parpadear de un solo ojo, pues en rigor científico (que no por otra parte no es un rigor tan alejado del poético como la gente que ha pensado que la poesía no es importante suele creer), ese ojo entonces, está casi a 180 grados del otro, y el rinoceronte, después de alzar la cabeza y ver que se viene una tormenta (o como traducen a las películas gringas, si éste poema fuera una película, diríamos que “se avecina una tormenta”). Entonces la palabra importante cobra fuerza en el instinto del rinoceronte y sabe que tiene qué correr, aunque no sabe a dónde o para qué, pero él lo siente. Recordemos que las aves ya se fueron y que se espera que haya un pararrayos cerca del ángulo donde vemos al rinoceronte para que éste se apure. ¿Pero para qué? podría preguntarse con toda su grandeza e invencibilidad de bestia salvaje en África éste rinoceronte, ya que él sabe que en la selva africana ni los leones se le acercan para molestarlo. Molestar. Ésa palabra parece que produce la poesía en quien no la entiende, ese tipo de gente desea que el que habla del poema y/o el que lo lee, termine rápido porque si un poema es leído en una presentación de poetas en una ciudad de un país como México, probablemente al final del evento llueva. ¿Por qué? ¿Será por la poesía? ¿Será por el misterio que rodea la vida humana? ¿Será porque en rigor científico tiene qué llover y san se acabó? El caso es que es frecuente, por lo menos en la ciudad de México, que después de una lectura de poesía se ponga a llover y con la lluvia la gente sale después de la lectura y de haber sentido que es bueno salir y darse un rol a escuchar a los poetas y… ¿Cómo puede ser? Se pone a llover. Es que en verano hay muchas  lecturas de poesía, pero en otoño también y suele ser la época en que se pone a llover. A veces con  una fuerza tal que sale en los periódicos del día siguiente, que esa fuerza de tormenta derribó un árbol y cayó sobre un coche o el sistema de drenaje no pudo más y en alguna parte de la ciudad hay inundaciones, por lo tanto, la gente se preocupa y comenta. Mientras que la poesía, la muy inocente y la muy que no sirve para nada, pasó, como pasa todo poema por el tiempo, pero, como es un poema que está atorado en un papel, regresa en las manos de la novia del poeta que leyó en esa presentación de su novio el poeta y la mujer, esa noche o la noche siguiente le dice al poeta: “el poema que leíste está muy bueno, en ese momento no presté atención, pero ya si lo leo con detenimiento, no sé por qué, pero me gusta”. Ahí el poeta está obligado a hablar de su poema y no de la lluvia y por eso suele decirse que los poetas habitan otra dimensión de la realidad, porque el poeta sale a la calle a comprar cigarros y sólo dice: “pinche lluvia” y regresa y hace el amor con su novia y ponen  música, quizá de Fito Páez o de Óscar Chávez y luego prenden un cigarro y se olvidan de la lluvia y se miran. Mirarse. Una palabra que parece no ser tan importante como la primera palabra que dijimos categóricamente en este poema, la palabra importante, porque la palabra importante es muy importante, ya que después de decirla llega como un silencio que nos recuerda lo que es importante y lo que no lo es tanto o lo que se puede dejar para mañana. Pero ahí sigue la lluvia que es una barbaridad y el departamento de Policía apresura el tráfico y desvía su fluido porque el dichoso aguacero ya le dio en la torre al sistema de drenaje y todos, todos, los automovilistas y los policías y los peatones tienen qué apurarse, y nadie dudaría en un momento así que eso es importante, pero el poeta piensa en Óscar Chávez con su novia al lado y se imagina tal vez que el anuncio de su lectura será noticia el día de mañana pero, obviamente, la noticia comentada será la de la lluvia y todo el mundo dirá “pinche lluvia”, como el poeta cuando salió a comprar cigarros. Cigarros, esa palabrita tan olor a adolescencia siempre se esfuma, como la propia adolescencia, que si puede o no ser importante es decisión de cada quién. Paul Nizan, el poeta, dijo que en esa época todo, en realidad todo amenaza con destruirnos: a un adolescente esta declaración puede ser crucial para decidir si prueba por primera vez la cocaína por ejemplo, y nadie dudaría que el adolescente que prueba por primera vez la cocaína o no la prueba, pasará a través de una decisión muy importante. Pero la primera palabra que dijimos como sustantivo en este texto, o sea la poesía, tal parece que no es importante, o por lo menos el poeta que escribe éste poema llegó a esa conclusión, incluso ese poeta ya apagó su cigarro desde que hablábamos de rinoceronte y ha recibido dos llamadas telefónicas que no servían de nada; números equivocados, eso, sin duda, no es importante, pero cómo fastidia. Al igual que el que no entiende la poesía se fastidia cuando el poeta lee sus versos en público, como por ejemplo el poeta que en este texto mira a su novia y le dice: Te amo tanto, te amo tantísimo, y el poeta, que por ser poeta siente la obligación de estar apasionado de por vida, claro, lo sentirá sólo si de verdad es poeta, no un leguleyo, pero tomemos por cierto que ese es un poeta verdadero. Entonces, comenzará a besar el brazo desnudo de su novia, apagará el cigarro porque sabe que a la novia le choca el olor a cigarro, tomará un trago de agua y luego  verterá  un poco de líquido lentamente sobre el ombligo desnudo de la novia, mientras afuera llueve y el tráfico es un desorden y mientras tanto, el rinoceronte sentirá deseos de correr y correrá. ¿Cómo veremos corriendo al rinoceronte? Si éste es un poema-guión-película, entonces tendremos que verlo con majestuosidad, como si fuera el mismo rinoceronte de la barca que sale en un cartel muy famoso, que anuncia una película de Fellini, ese director de cine que sin duda ha hecho del cine un gran entretenimiento y ha elevado al séptimo arte, como según suele decirse de éste, a una calidad asombrosa que pone de manifiesto que lo mejor y lo peor de los seres humanos, lo vemos en las pantallas del cine. Esto, sin duda, es importante, pero es importante para un sector de la población, no para todos, en primera, porque en nuestros tiempos ir al cine cuesta caro, además de que ver una película de Fellini en la cartelera de los periódicos es más raro todavía y no toda la gente puede ir al cine porque el cine es sólo para ciertas clases sociales que pueden darse ese lujo. Lujo es una palabra que tampoco suena importante, pero caray ¡habrá que preguntárselo a gente como Madonna o Carlos Slim a ver que piensan del lujo! Argumento que entreabre las palabras o los órdenes de ideas de lo relativo, todo es relativo, suele pensar el sentido común, es decir, todo es importante o no importante respecto a qué otra cosa, concepto o acción. Regularmente, el sentido común en este momento empieza a filosofar y aunque no lo parezca, la filosofía, o por lo menos lo cree éste poeta que dice que la poesía no es tan importante, está convencido de que la filosofía es muy importante, porque educa y enseña a pensar, ¿pero la poesía? Vuela sola por el mundo y entonces entra la imaginación para volver a ver al rinoceronte que corre escapando de la lluvia y ése rinoceronte sabe que no escapará, pero en realidad, de lo que se las olía éste rinoceronte, es de que unos seres humanos  lo andaban persiguiendo para cortarle el cuerno blanco que tiene como dijimos al principio, y por ese cuerno blanco lo van a matar, ya se sabe que así es el hombre, o por lo menos así lo entendemos cuando vemos la televisión y con indignación pensamos a qué clase de raza pertenecemos que le hacemos eso a los pobres rinocerontes. ¿Pero la poesía? Ahora es un poco más significativa la pregunta sobre su importancia o sobre su no importancia, porque ya vimos al poeta y su novia, al tráfico y al rinoceronte y las aves poéticas que tienen un pararrayos por ahí para ver qué tan cierto es que la poesía no es importante. A lo mejor este poeta que escribe su poema, podría pensarse, llegó a esa conclusión porque la poesía le estaba echando a perder la vida o quizá más psicoanalíticos, como todos los psicoanalistas que se sienten que sus pacientes son poetas porque dicen por medio de palabras su dolor y eso, para algunos psicoanalistas, es poesía, pero, ¿eso es poesía? Yo creo, el yo que escribe y el yo poeta y el yo que se me ocurrió decir que la filosofía sí es muy importante porque enseña a pensar, estamos seguros que por lo menos, hablar ante un psicoanalista no es poesía. Ahora entrevemos la reflexión de qué es o qué será la poesía, pero para eso hay muchos libros escritos sobre el tema y éste poeta tiene uno publicado en el que quiso decir qué era la poesía, según él, arrancándose las entrañas. ¿Pero pasó algo? No, no pasó mucho, el libro fue presentado el mismo día en que se cayeron las Torres gemelas de Nueva York y fue poca gente a la presentación de dicho libro, porque todos estaban viendo en televisión qué había pasado y éste poeta que escribe, se siente tentado a escribir que su poesía es tan fuerte que se alza contra la barbarie de los actos terroristas y sobre terrorismo o no terrorismo, la gente no dudará en calificar que políticas buenas o malas o políticas como las que sean, complejas o chaparras, el terrorismo es un tema de actualidad, es decir importante, por tanto. Pero la poesía se viene haciendo desde hace cerca de más de 2500 años cuando apareció el libro del Gilgamesh, que es el primer poema de la humanidad, simplemente. ¿Eso será importante? Aquí el poeta que escribe este poema tuvo que dar un trago de su refresco porque él, por lo menos, cree que el tema da para mucho y para hablar largo y tendido y atisbar, poco a poco, lentamente, con pesar, porque éstos son sin duda tiempos amargos, que la poesía sí es importante y que la frase categórica de que la poesía no era tan importante, ya no se sostiene, es decir, este texto ya no se sostiene, como dicen los maestros de literatura o los coordinadores de talleres literarios, lo único que quedó de éste texto fueron unas aves que se fueron poéticamente, un rinoceronte corriendo de unos humanos y algunas cosillas más, pero lo que sí se sostiene es la lectura que dio ese poeta que no conocemos, ni a su novia y la lluvia primorosa, que al día siguiente, serán noticia y alguien morirá y alguien nacerá, pero alguien, también sabrá la importancia de la lluvia y de la poesía.

MGC. Septiembre de 2000.

MGC dijo con seguridad al final de la lectura en voz alta del orientador sobre su texto: ¿alguien falta de copia?

            Nadie dijo nada, sólo se escuchaba el barajar de las fotocopias y los lápices haciendo anotaciones. Afuera el tráfico por supuesto.

Al terminar de leer en voz alta, el orientador se acarició sus grises barbas fenicias, prendió un cigarro —en ese entonces estaba permitido—, pidió al custodio que le sirviera más café por favor (pero ésta vez no invitó los cafeses; ésta es la segunda de las razones de aquélla vez): eso lo hizo nada más porque aquél día habían ganado en partido de lunes por la noche Los Cafés de Cleveland y al día siguiente lo hizo –invitar los cafés– porque sabía que uno de los miembros, no Parker, había perdido, porque la verdad fue paliza, Los Halcones Marinos de Seattle se derrumbaron con marcador de 29-7 y en la perrera ese día había sido el pandemónium de la felicidad y, dada la secuencia de la psicología lógica en esos asuntos dentro del comité, ese día Luigi no había ido porque estaba trabajando horas extra de barman para pagarle al custodio y al orientador lo que les debía de la apuesta).

            Cuando ya tenía el cigarro prendido y el café a su lado, el orientador dio dos o tres caladas al pitillo Camel —todos fumaban Camel, ahora que recuerdo, qué curioso— y dijo: “Bueno… ¿algún comentario? ¿Qué tal tú José Campos?”

José Campos respondió: “Mmmm… no está mal, no está mal… pero aclaro: me apellido Saramago, soy José Sa-ra-ma-go, la verdad no se los había querido decir para no desilusionar a la banda, mi nueva novela es cuadernos/

            De inmediato le llovieron burlas y cacayacas, rechiflas y muchos: “¡síííí claaaro weeeey,  ya invítanos a Lanzarote jjajjaajjajjaja!”

            Pero José Campos no se quedó callado, de hecho agregó: “¿Qué comen que adivinan? De hecho de algo así trata mi nueva nove/

            Fue el orientador el que impidió que reinara el relajo y con otro grito más fuerte que el de todos, como un total y absoluto ¡Basta! cortó de tajo aquella novela imaginaria del compañero Campos. Pensó, curiosamente el orientador: “Para eso sirve el saber, para hacer tajos, ¿que se habrán creído esta bola de payasos?” Y el silencio de esta rápida conclusión interna después del grito hizo que ante todos resonara de nuevo el silencio y guardaran las costumbres, es decir, usaran una pose parecida a la de las monjas cuando les habla la Guadalupana, combinado esto con cierto aire de poseer en la vida una ametralladora mientras iban en el metro, mientras salían del metro, mientras caminaban rumbo al comité y, algunos, un poco pasados de lanza, inclusive cuando se emborrachaban, entre ellos el autor de PROSA DE LA IMAGEN, cuya película favorita era en ese entonces Full Metal Jacket… (creo que en realidad todos jugaban a Los detectives salvajes y eso que por entonces ni siquiera se había publicado esa obra de la Bolañomanía… Habló el texto ¿eh?).

            Habló por segunda vez el orientador, para que volviera la paz a esos desiertos donde deberían ver-leer con sus ojos a los muertos:   — Oye… MGC y tu texto, lo hiciste hace poco… ¿ya está publicado?

—Uuuh, claro —contestó MGC— lo he publicado en la red y me lo pagaron, además en dos revistas piratas de literatura underground, mi regla, orientador, es nunca presentar en un comité algún texto sin que yo mismo le vea motivos y buenas probabilidades de ser publicado, totalmente trabajado.

            —Entonces… discúlpame baboso pero… ¿Para qué nos trajiste fotocopias de un texto ya publicado y que le pusiéramos atención para observarlo con críticas objetivas, eh tonto?

MGC respondió: “Es que la verdad si el compañero José se apellida Saramago, no les había querido decir la neta, pero me apellido Guillermo Cabrera Infante”.

            Ahora sí, la verdad ahora sí, se hizo el desmadre, como en cena de negros.

Pero poco duró comparado con lo que orientador y custodio hicieron  después de llegar a un acuerdo: colocaron un cartel en la entrada que decía hacia dentro de la puerta:

“SI EL DÍA QUE  TOCA TALLEREAR TEXTOS DE LITERATURA ALGUIEN TRAE UN TEXTO YA PUBLICADO O UN TEXTO QUE NO ES SUYO SINO DE UN AUTOR CONSAGRADO, NOSOTROS MISMOS LO SACAMOS DEL COMITÉ AUTOMÁTICAMENTE SIN ARGUMENTO QUE VALGA, QUEDARÁ EXPULSADO PERMANENTEMENTE Y NO SE LE DEVOLVERÁ SU MENSUALIDAD.”

Y en ese momento se acabó la clase del día, así que la Nacha, con tiempo de sobra, se regresó al sitio donde en los prados de la Universidad platicaba con Isla. La Nacha la esperó después de marcar al teléfono celular de Isla desde un teléfono público. Comenzó a hacer viento. La Nacha contempló la inmensidad de la Universidad solitaria, aunque ya faltaba poco tiempo en las negociaciones para que se levantara la huelga. Arriba de la Rectoría, muy arriba, pasó un avión enorme de la aerolínea KLM, la Holandesa. Isla llegó.

—Hola hola ¿cómo te va? ¿cómo te va? ¿libre tan temprano? ¿tan temprano?

La Nacha bosquejó un rostro levemente malicioso y dijo escudándose en su ser femenino: —Cuéntame un poco más del que se hacía llamar…

            En eso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SIETE

 

En eso pasó otro avión, pero, esta vez, se trataba de uno de la British Airways. En eso.

            En eso Isla le dijo a La Nacha: “He venido a buscarte y  estoy aquí”. —Aaah, bien —dijo la Nacha, preguntándose si Isla traería esta vez información jugosa y no solamente chismes amorosos de Puerto Vallarta donde el que se hacía llamar era “uno que no pintaba para nada en la cama y un pendejo que no invitaba ni el hotel” (se oyó  hablar a Isla en el texto ¿eh?), y empezaron a caminar por los prados y las barricadas de la huelga de Ciudad Universitaria.

            Isla dijo después de un rato de la introducción al tema:

            —No puedo mentirte, ese hijo de su madre que se hace llamar sí tiene un libro de poesía publicado… lo acabo de ver en una librería, salió hace un año, por eso desgraciadamente no lo pude quitar de la mesa de novedades, ¡Imagínate, lo quito y se me echan encima los de seguridad y me llevan al tambo, según ellos por ladrona!

            —Ladrón fue él —aseveró la Nacha con ganas de fumar —le robó el corazón a la hija de mi patrona.

            —Pero no se te olvide que yo lo conocí primero… si nos ve juntas, te apuesto que ya no vuelve a molestar a la hija —dijo Isla.

            —Es que ése es el problema, la hija sí quiere verlo, desde entonces se la ha pasado mirando la televisión  y soltando lagrimitas italianas…

            Isla pensó: “Y pensar que cuando lo conocí andaba de vago en las calles de Puerto Vallarta y yo fui algo así como su ángel protector porque le hice compañía, anduvimos juntos para que me comprara unos medicamentos, hijo de su maraca, ojalá le hayan hecho daño y después hicimos este.. (Isla tosió) …mejor ya ni le cuento”.

            Arriba, muy arriba de la torre de Rectoría, volvió a pasar un avión de nuevo, esta vez era uno de Air France; aquí se debe acotar que aunque el aeropuerto queda en el oriente de la Ciudad de México, es por el sur por donde los aviones dan vuelta para llegar sobre sus pistas. En promedio, cerca de ocho o diez aviones sobrevuelan la ciudad de México cada dos o tres minutos.

            La Nacha tenía un pensamiento que no se le iba de la cabeza desde que salió del comité: ¿No sería el mismo, el autor del libro de Poesía que el que le dijo en una fiesta que le gustaba Personae de Ezra Pound y que se había ido con su aquella personaja a un periplo dolor hidalguense? Recordó que de ese poemario había aprendido ella misma a hacer sus pequeñas historias poetizadas, y como siempre cargaba con el libro, lo sacó y miró su título: “El fuego nocturno y la pálida luna”, luego, el autor :MGC:

            — ¡Ya sé— dijo la Nacha atando cabos —, éste hijo de su maraca se apellida Guillermo Cabrera!

            —No seas estúpida —la sacó de su error Isla— no seas estúpida, ése es un escritor cubano que se llama Guillermo Cabrera Infante que, por cierto, también es un hijo de perra, escribió cuatrocientas y tantas páginas para hablar mal de las mujeres, en un libro que se llama La Habana Para un Infante Difunto.

            —Es que Dios los hace y ellos le siguen el juego, escribiendo y fornicando —aseguró La Nacha.

            —Ya no hay moral, ya no hay moral, como dirían los clásicos —concluyó Isla.

Los aviones y el viento seguían pasando, la noche comenzó a caer. Sonó el teléfono celular de Isla: “¿Bueeno? —dijo Isla— ¿Bueeno?

            Era su patrona que le pedía que ya volviera a la casa.

Ye sui desolé —dijo Isla— Ye sui desolé.

Comme il faut —sentenció La Nacha. Se regresó caminando y pensando que sus poemas fríos eran en realidad refritos del poeta donde iba martes y jueves con el custodio.

 

*     *     *     *     *

 

 —“¡Riiiiiiing!”—Sonó el teléfono en casa de la doctora. Quien contestó fue la hija, que desde aquél día había  caído (además) en una fuerte depresión y sólo alcanzó a mascullar: —¿Síp?—.

            —Hola hija—, le dijo el padre con la voz un tanto cascada y desmadejada.

            — ¿Papá? ¡Qué bueno escucharte! ¿cómo has estado?

            —Bueno —dijo el padre— un cateterismo a mi edad no es cosa fácil ¿verdad? Pero sigo siendo el manager del grupo, a pesar del accidente…

— ¡Qué bueno Papá!...

—Bueno, bueno —dijo el padre, que se escuchaba estaba con gente, los músicos, quizás—¿Y vos cómo vas, entre el amor y el desamor con aquél?

—Aaaayyyyy —dijo la hija con dolor: —lo eché a perder papi… es que… me subí por las escaleras de un antro, al que fui con otro para darle celos a MGC y cuando le hablo por cel a su casa era como la una de la mañana y que ¡bolas! jeje mmm… que me caigo, pero, no te preocupes papá, ya pasó.

—Hay hija… ¿y van a volver?

—No sé nada de él —dijo la hija.

—Bueno, mañana te deposito unos tres mil pesos para la Psicología y para tus gastos, salúdame a tu mamá… bye hija… —y colgó.

Cuando la Nacha entró en escena, ya ni siquiera importaba, sin embargo, se saludaron cordialmente.

 —Hola­­­­­­­­­— dijo la hija.

—Hola— dijo la Nacha— ¿Qué hay en la tele?

—Telenovelas, videos… —decía  la hija deprimida.

La Nacha observó en la sala de la casa el estuche del juego de ajedrez del esposo de la doctora y pensó en Martín y en Martín, su  buen amigo que, gracias a los misterios de la creación artística estaba a punto de convertirse en padre sin hijo por un asesino, ya seguramente rumbo a la frontera con los Estados Unidos.

—Oye…—le dijo la hija a la Nacha.

—Todo lo que te conté entre mi novio y yo no se lo digas a mi mamá ¿sale? Ella cree que nada más fue un borrachazo.

—Y lo fue —dijo la Nacha— sólo que… un tanto inconmensurable. Bueno, pues voy a lavar mi ropa.

—Sale— dijo la hija, que sufría más porque sentía que en el ajedrez del amor iba perdiendo como vil novata; y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, una vez me dijo alguien que la vio donde habita el olvido…

Y poco a poco, en su visión personal de la hija la estancia y la televisión se hacían más y más grandes, y la hija más y más pequeña. Algo semejante  pasaba con la Nacha, que desde el cuarto de lavado, entre pantalones y blusas haciendo su talacha y trabajo diarios, clamaba justicia poética: quería que a MGC lo arrestaran por delitos contra la estética y ¡¡¡el buen escribir!!! (Se dejó oír en el texto la voz de la Nacha ¿eh?).

—¡Ay cómo te odio! —dijo la Nacha —es la hija de mí patrona, no hay derecho.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

OCHO

 

Cada lector de novelas asume, en combinación con lo que le ofrece el escritor, que entre capítulo y capítulo suceden cosas cotidianas y de lo más normales como en cualquier parte del mundo: Alguien prende una luz o una vela, alguien compra un café en una tienda y enciende un cigarro; en alguna oficina hay que trabajar horas extras, los obreros descansan de apilar ladrillos y pegarlos con cemento, los meseros atienden parejas de enamorados en restaurantes donde el sólo cubierto cuesta cien pesos, alguien prende el radio para escuchar las noticias, varios autobuses cruzan la noche repletos de pasajeros por las carreteras de México;  otro más, que tuvo un día pesado, de regreso a su casa se quedó dormido solo en el metro, como la perfecta imagen de la miseria que hay en nuestro país. Alguien “al día siguiente” comprará los periódicos, alguien, que lo tiene ya todo perfectamente calculado, hará el amor con su amante, y quizá en éste caso, la Nacha tenga tiempo cada noche, —una vez que la hija, la doctora y el marido se retiren a sus habitaciones, para desacomodar adrede las cosas de la cocina y luego, acomodarlas (ahora sí) con el brillo de la actividad matutina.

            Mas no es eso lo que nos interesa explorar ahora; ahora es tiempo de que el relator del texto (que como se sabe, siempre está hecho por más de un par de manos, y quizá esa sea la razón, de que el pobre y vilipendiado texto haga llamar a otros autores aquí), haga llamar al escenario del texto a MGC, al que se hacía llamar, de hecho, MGC.

            MGC no la había pasado nada bien, como se dice, andaba en el bajón. Supo que tenía que asumir ante la que era su novia, la hija de la doctora, una actitud de: “Si hiciste eso para darme celos y te pusiste en riesgo yo ya ni te conozco”,  refiriéndose a la llamada que le hizo a su casa a la una de la mañana trepada en una escalera (recordemos que se frustró por estos hechos su mutuo acuerdo de irse a vivir juntos).

MGC de hecho también acudía al Comité a tratar diversos estudios, era pasante de filosofía y buscaba hacer méritos ante la burocracia cultural del CONACULTA, para obtener una beca y hacer una maestría de dos años en Canadá sobre literatura inglesa. Le gustaba mucho, efectivamente, el disco clásico Achtung Baby de U2 y el ron con coco, o sea el Malibú, que se lo reservaba para buenas ocasiones.

Pero por alguna parajoda de esas que la vida ya tiene tantas, se instaló en su cerebro una cuando descubrió que, en primer lugar, contaba con los méritos suficientes para irse un par de años a Canadá.

De golpe en esos días, le vino mal el ramalazo de la nostalgia de los buenos tiempos cuando el amor entre él y la hija de la doctora refulgía como “El fuego nocturno y la pálida luna”. De momento, su libro de poesía, del que se había sentido tan orgulloso, le valía un soberano cacahuate; pero sabemos bien que lo que el amor y el desamor les hace a los poetas es algo pavoroso: los coloca en el lado más rojo del oscuro, para decirlo rápido. MGC tenía la apuesta de re-apropiarse de cierta parte del legado inmenso del poeta Ezra Pound: hacer de algo cursi y sentimental, como puede ser la parte más normal de la poesía, lo mismo que había hecho Ezra Pound: dejar crecer el árbol de la poesía pero sin una sola hoja del baboso sentimiento. Algo parecido pretendía MGC.

Y claro que eran muchas, muchas noches con sus respectivas aventuras y parrandas y lunas y calles y estrechos peligrosos cuando más pensaba en ésta idea. Se enojaba con Gonzalo Rojas en su interior, el gran poeta chileno que había escrito unos versos titulados: “No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso/ de Ezra, déjenlo que escriba su misa en persa, en/ cairo-arameo, en sánscrito,/ con su chino a medio aprender, su griego traslúcido/ de diccionario”. Era cosa que discutía mucho con sus camaradas poetas de parranda y los demás le revolvían el tema, se lo barajaban, lo examinaban por todos los lados posibles, pero creían en él, y, por supuesto, todos se burlaban de todos, como verdaderos Quijotes y Sanchos de la poesía, en el lado más rojo del oscuro. Solo mucho tiempo después, un poco aterrado y morboso, leyó la frase inmortal del Poeta Norteamericano:

 

“Que es cosa difícil ser un gran poeta es cosa sabida, de lo contrario cualquiera lo hubiera logrado”

Lo peor de todo es que estaba influenciado por Ezra Pound en su poesía, lo cual es bastante natural debido a lo inmenso de la presencia mundial del autor de Personae, pero, de hecho, el poeta renombrado que había elaborado el prólogo al libro, había dejado constancia y subrayado éste hecho particular.

            Como cualquier joven, se dijo: “¿Qué tengo?”

“Una novia medio deschavetada, la posibilidad de irme a Canadá, un pinche libro poundiano, mis clases y un trabajo esporádico.”

            No era mucho, pero sí lo suficiente para aumentar los rones y las cervezas.

Veintinueve  años cumplidos. Era una lástima. Era una hermosísima chava, ¿por qué se le habrá botado la canica? Ezra Pound decía que veía a dios en un vaso de ron… Era una tonta, (((¡piensa en tu familia!))), échate otro trago, SALTE A LA CALLE, ((piensa… en tu… familia)), pinche librito, ni tan malo porque a la gente sí le gustó… Otro trago… ¡POR EZRA POUND!!  Pien-sa en tu fam/ ¡aah el RON!! ¡AARRH!! ¿Cómo era Dolores Hidalgo? Ah… ya me acordé. ¡Huy, pero si eran unos pendejos los del hotel! ¿Cómo se llamaba esa chava? OTRO TRAGO… ¡Salte a la calle! Corre por ahí, diviértete, vete a cenar, vete a pensar… ¡EZRA POUND!! ¡VIVA RIMBAUD!! (Vete a escuchar música a una cantina, …sí, ya vas).

            Así lo hizo por tres días, inclusive así llegó, borracho, a la última junta del Comité en día jueves, con todo y botella de ron escondida en la mochila.

            —¡Chále! —dijo el orientador cuando lo vio, expresión que quiere decir más o menos: “Hola. Hoy la cosa está mal, mañana estará peor”.

            Como era normal entre los custodios y los orientadores en relación a los alumnos, éstos últimos les pedían consejo sobre los más peregrinos asuntos de la vida, MGC le bosquejó la situación, se desahogó con el orientador y el orientador (esto fue antes de que llegara el resto del Comité) después de escuchar la breve historia que duró dos cigarros prendidos y una taza de café (del orientador, por supuesto), le dijo:

            “Imagínate que estás ante la cuarta pared, que, como se sabe, no es pared, ya sabes que Godot nunca va a llegar… ¿Quién está a tu lado?”

“¿A mi lado? Bueno pues… la posibilidad de la beca y muchas cervezas y muchos rones de la peor fábrica.”

“¿Los mexicanos?”

“Sí, lástima, el Habana Club es mejor. O me los acabo o me voy a Toronto.”

“¿Trajiste texto?”

“Ey, traje tres.”

“A ver sácalos para darles una calentada”.

MGC seguía borracho, había faltado a la clase del martes y eso lo hacía sentir culpable. Ese mismo día escribió lo siguiente y lo leyó en voz alta sin comerse ninguna palabra; el  texto lo había borroneado a vuelo de pájaro en una cantina:

 

Sin título-Poema.

Adivina adivinanza:

Un pensamiento cristaliza la diferencia,

Al momento de enristrar la palabra amor,

Toda fuerza es posible, todo lazo inquebrantable.

Estoy en la esquina del bar leyendo a Bukowski y

Mi singular persona no atina a mostrar la diferencia

Entre poca o mucha fantasía, pero el arte es largo

y es un juguete y además, si hay amor, no importa,

como dijo Antonio Machado.

 

Después leyó el siguiente, originario de la misma cantina:

El poema se llamaba:

“EN VOZ ALTA”

Así solamente. Justo a destiempo para suscribir el tiempo,

atrás de mí el paraíso,

adelante el mundo como fragmento.

Ahora  quizá sé algo más que sólo cruel y chata sabiduría,

algo más que si quiera la paradoja amorosa de  noches enemigas

y la alcohólica poesía.

Trogloditas como bestias y vaya túnel: pinche metro interminable,

pinche navidad de cena de ciegos y la consigna

“no trates con los hipócritas”.

“Es mejor conocer la sabiduría de los niños y de la amada…,”

de la que no escribe  ni escribirá  soy de ti o  quiero serlo,

¿serás tan cruel como los poemas de Efraín Huerta que me hacen acuclillarme y maldecir?

¿O seré  salvado acaso por el trote diario en medio de quién sabe qué ciclones,

ametralladoras como bocas, muñones para dar la mano,

“revolución con Mayúscula y entre comillas”

“Sólo cumple su ley don gobierno”

“don te mando y don te jodo y te devoro vivo y autografiado”?.

Vaya con este interminable y estúpido internet.

Hasta nuestra sagrada poesía bajó del templo y se metió entre un millón de cables particulares, cada uno, habrá que decirlo, con su opinión muy personal sobre la vida

y obra de Martin Hiedegger, por supuesto.

Quiero viajar a Xalapa, quiero desayunar en Palenque y en este querer se me está

yendo y se me viene la vida encima.

Quiero esconderme aunque sea una vez al año en una etiqueta negra,

no quiero caer al precipicio,

no, porque ya no soy budista… solamente una noche cada vez más dilatada y fría,

cada vez la soledad está más cerca,

el negro toro de sangre; “Antonin Artaud”, otras frases:

“Peyote”, “Tarahumara” es decir Rarámuri, o sea,  pies corredores y me sonrojo

de la cintura para arriba y para abajo  no,  pero es decir…

es un abrevar en el canto de esta esquina, de nadie,

luz de hace siglos vista por elites de ciegos,

tormentas negras de vicio acumulado en el rencor de cualquier

escaldada lengua y basurosa conciencia, tomen su valor y su retro

programación autodidacta y su negra jactancia de abedules de tierna  y feroz inocencia,

he aquí la noche, el baile, el señor pene y para él, su majestad la vulva,

Charles Baudelaire ha sido convocado, pero las águilas carcomen su carroña

en medio de cerezas de Hollywood y astillas rotas de licor, ¿será un viejo poema o un

extraño fuera de su  hospital? ¿La locura?

¿O solamente un pinche dolor estomacal?

Es, quizá, te falta ser algo así como un pie desnudo

de experimento medicinal y medio cerebral para ser parte de la luna y

¡¡flash dance!! Take on me, my baby

que ya voy disecado escupiendo y mentando madres, mientras todo se derrumba

estólidamente aquí afuera, como nunca sabré quien está detrás de mí dictándome esta parte infravalorada de mi conducta, mi ser y mi conciencia.

 

 

El orientador lo miró con cara de extrañeza: Bueno… —dijo al fin —como tú sabes los poemas son leídos pero no calificados…

—¿Debería prenderle fuego yo mismo al primero? ¿Como según dice Jaime Sabines?

—Eeeeesssssooooo ssssíííííí —la verdad, deja te presto mi encendedor. El segundo está bueno —dijo el orientador mientras fumaba.

El custodio limpió los pedacitos de carbón que quedaron en el suelo, MGC leyó un ensayo también en voz alta, se acordaba de la hija de la doctora en la lectura y por poco se le quiebra la voz:

Micro-ensayo:

“Las teorías de Darwin, lejos de haber sido totalmente asimiladas, están sobre politizadas. Frases como “la jungla de asfalto” “sálvese el que pueda”  etc, son ejemplos burdos de cómo: “Sólo el más fuerte sobrevive”. Ésta idea-axioma-lugar-común tiene su origen en Darwin, que sirve perfectamente de ejemplo de cómo las teorías se impregnan deformadas en las masas. Y las masas tienden a creer que las teorías intelectuales solo son extrapolaciones de lo que ya nos imaginábamos. Lo cual es falso. Niezstche es otro caso, pero como quienes se creyeron la simplificación de Zaratustra fueron los nazis, está mal visto que por el mundo anden vagando los superhombres… ¡Y políticamente a los superhombres se los lleva la chingada! Todo esto no son más que las formas en las que envejecen las teorías grandes: se vuelven lugares comunes de la cultura cotidiana, es triste aceptarlo, pero funciona así la mayoría de las veces. La masa de iletrados de todo el mundo nunca debieron escuchar frases como: “sólo el más fuerte sobrevive”. Además, ultimadamente Aristóteles ya había hablado de evolución en sus textos. Y los responsables del conocimiento darwiniano en la actualidad tienen que salir a defenderlo para que se entienda que todavía sigue siendo objeto de estudio y que el darwinismo político es sólo una mala interpretación de una teoría más grande. Carajo, ni que fuéramos tan brutos como los organismos unicelulares: tenemos teléfonos celulares, pero eso es otra cosa.

Digámoslo así: el ser humano es un milagro en la evolución de las especies, pero ningún vecino de ningún lugar del mundo va y le dice al otro vecino: “¡Buenos días, milagro de la creación!”

MGC.

Sobre el mini ensayo —dijo el orientador— la verdad da para mucho más el tema…

    ¿Cuántas cuartillas más le faltan según usted?

    Bueno… habría que ver —y con otro énfasis en la voz—:¿Ha leído usted la obra de Charles Darwin?

MGC se imaginó entonces, otra botella entera de Habana Club para él solo antes de responder:

            —¿Y si me voy a Canadá a estudiar a Pound?

En eso se escuchó el timbre del sitio.

            —Luego hablamos ¿vale? —respondió el orientador. MGC dio otro trago a la botella de ron mexicano de la peor marca, sí, la conocida, que se elabora en el Estado de México, por donde una vez había ido a la presentación de un libro que no le gustó.

            Entre todos fueron ocupando su lugar poco a poco, en silencio; arriba, la luz cenital, al lado, la lámpara alumbrando a otra parte. Afuera el tráfico, por supuesto.  Pero rápidamente la Nacha dijo:

—Yo leo primero ¡Traigo un texto mejor que Martín!

            Y todos dijeron como bobos:

—Ooooh, Oooooohs, Ooooohhhsss…

 

*     *     *     *     *

 

            Avanzaba el silencio en la sala mientras  la Nacha leía su texto, que no era un cuento, como Martín, sino un ensayo de cuatro cuartillas entre las que eran las palabras clave (como dicen los abstracts): alcoholismo, poetastros copiones de Ezra Pound, sexo y machismo. Ya que la Nacha era la única mujer del Comité, todos Los Detectives Salvajes se sintieron acomplejados y aún más, MGC, que para acabarla de amolar estaba en el bajón y la borrachera.

            Álvaro, (o sea el custodio) dio pie a los comentarios; nadie quiso comentar nada. Cuando el custodio pidió su opinión a MGC, solo dijo:

            —Otro Malibú —pero en su interior estaba rojo de vergüenza, rojo de borracho y rojo de la forma más oscura posible.

            —¡Chále! —dijo el orientador en voz alta.

            Nadie opinaba, pero era obvio que era un gran texto. Cuando el custodio y la mucama del sitio, por interés propio le pidieron a la Nacha una copia del texto, MGC ya había pedido permiso al orientador para retirarse. Se fue a traspiés.

            Salió a la calle. La noche parecía una página mal hecha, fallida; una página que no fue incluida por Julio, nuestro magister el Cronopio maestro, en la novela Rayuela. Tráfico, vagos, anuncios, miseria y la gente yendo a lo suyo. Autos, escaparates, y la gente yendo a lo suyo. El metro abierto, listo para irse a correr por la parada Colegio Militar o por Coyoacán, la zona de cultura, los bares, el transporte, los puestos de porquerías, los autos BMW, una mujer joven y hermosa perdida por ahí Y TODA LA GENTE YENDO A LO SUYO.

            MGC trastabilló, se cayó, se tropezó. Al instante recordó dos cosas: primero, un chiste sobre el suicidio que había dicho X Profesor suyo en la carrera, recordando a Albert Camus y segundo, fue como si escuchara la risa macabra de la Nacha.

—¡Puta! — dijo MGC como una exclamación— de tan borrachito que ando, hasta me dan ganas de cogerme a la  perra, la Soar.

            Mientras caminaba hacia el metro para regresarse a su casa, un pastor alemán de un señor le ladró fuertemente y dijo al aire: “¡Pinche susto! ¡Remedio infalible para bajar la borrachera!”

 

 

 

 

NUEVE: La Batalla final

 

El ojo de la cámara hace un traveling hasta el segundo piso de la casa donde está el cuarto de MGC, que vive con su familia: su hermano y hermana menores de catorce y diecisiete años y sus padres. La cámara ahora hace un close-up para ver el escritorio donde está MGC frente a su computadora, modelo y marcas desconocidas o quizá sea mejor no mencionarlas (se supone que la literatura nada tiene qué ver con marcas). Lo importante es que lo vemos escribiendo en Sistema Operativo Windows XP el texto mediante el cual, MGC planea vengarse de La Nacha  en la próxima junta del Comité que será martes a las 7:30 de la noche.

            Es sábado por la mañana; no tan de mañana porque en la estación de radio juvenil que escucha MGC ya se oyen las noticias sobre la huelga en la Universidad Nacional Autónoma de México y lo que se escucha entre dos locutores y una locutora, son los puntos de vista de los alumnos que mandan sus opiniones vía e-mail a la estación para, en su mayoría, protestar simplemente porque no han tenido clases. Como es obvio, el asunto de la huelga en la UNAM está sobre-politizado. Incluso el Presidente de la República ha tenido que dar varias veces sus declaraciones en la televisión sobre el asunto, aunado al otro dolor de cabeza que tiene el Presidente: el levantamiento armado o guerrilla en las selvas de Chiapas conocido como el EZLN. Ahora, después de cerca de cinco cartas que han leído entre los tres locutores, suena como corte musical la canción THE FLY de U2, del álbum clásico Achtung Baby:

“It's no secret that the stars are falling from the sky                                  
      It's no secret that our world is in darkness tonight…”

Canta Bono y compañía.

Entonces, gracias a la canción MGC comienza a evocar, sabe que Luigi el barman que va al Comité, sí sabía que él tenía una novia que estudiaba psicología y eso porque fueron juntos al bar donde trabaja y hablaron esa vez de bebidas y cocktails raros y lujosos, poesía y algo de los seminarios de Lacan. Curiosamente, aunque su mamá (o sea, la doctora) era especialista en Freud-Lacan, la hija pensaba inclinarse en su tesis sobre la obra Jungiana y El Círculo de Eranos, es decir, una de las fundaciones europeas encargadas de divulgar y profundizar en la obra excepcional de Carl Gustav Jung.

MGC sabe que quiere hablar en su texto sobre la hija, la sirvienta que casi no conoce (o sea, la Nacha) y el tema que está en boca de todo México: La huelga de la UNAM. Se imagina ese día que la hija le habló a la una de la mañana, recuerda sus gritos, recuerda que se cortó la llamada porque la hija se cayó y al recordarlo se muere de risa, aunque sabe bien, que sus sentimientos hacia la hija no se han ido del todo.

Comienza con un poema. Podría mandarle un correo electrónico pero le parece estúpido humillarse de ese modo, casi ni en los momentos felices se comunicaban de esa forma. El poema es de amor y sus sentimientos viajan hacia un mes atrás, una noche en especial, cuando él y la hija compraron cervezas y a las doce de la noche hicieron el amor en casa de la doctora, mientras la doctora y el marido estaban en el teatro. Siente una erección sólo de acordarse. El viento sopla afuera de la casa de MGC, y con todo y la cámara y los sentimientos y las erecciones y las ganas de masturbarse, todo se dirige a enfocar de cuerpo entero a la hija en su cuarto hasta el otro lado de la Ciudad de México, donde la hija no ha dejado de pensar en MGC, mirando los videos de MTV.

Y la hija, sonríe apenas pensando: “Su poema que más me gusta es el más largo del libro, porque le puso mi nombre en la dedicatoria”. Pero sabe que ya lo ha leído demasiadas veces y entonces, sus mutuos sentimientos comienzan a saludarse en esa mañana de sábado, la hija presiente que MGC piensa fuertemente en ella pues ya pasaron días razonables para aclarar las cosas, que hable el hombre: o sigue el romance o cada quién para su santo.

Por más que busca por la Poesía, MGC no logra, después de diez minutos y tres cigarros de concentración, vencer el lugar común de la página en blanco; porque ahí está: la barra de herramientas de Word arriba de la pantalla; al lado de la pantalla una bola de objetos personales de MGC y al lado de la lámpara sin encender, su librero con pocos libros, que no son tantos como él quisiera pero hay que recordar que no tiene tanto dinero ni más que veintinueve años cumplidos y las grandes bibliotecas personales se hacen después de treinta años mínimos de oficio ininterrumpido.

Comienza a pensar en una idea y trata de desarrollarla:

“La juventud es desperdiciar la juventud”.

Pero no se le ocurre nada, simplemente, se siente estúpidamente bloqueado. Presiente que tiene qué atacar de la misma forma que lo atacó la Nacha: Órale pues, un ensayo, sobre los fríos sentimientos de la Poesía que la mayoría de la gente es tan lerda que no los entiende, piensa MGC.

Entonces recuerda la lectura del ensayo de la Nacha: como si no fuera suficiente con el pinche trabajo, la relación caótica con la novia la hija, las borracheras de los días pasados, aguantar los insultos en la calle de los pobres diablos limpiaparabrisas de coches que a todo el mundo le piden monedas y la vida en la ciudad…

—¡Me caí en la calle chingada madre! —dice enojado.

Comienza a borronear en la pantalla un texto sobre las “gatas”. ¿Las gatas? Así se les dice de modo peyorativo a las sirvientas en la Ciudad de México, y como el barrio donde vive la doctora es de clase alta y muy residencial, se imagina “una invasión masiva de gatas jorobadas cada día a esas casas, así como una invasión extraterrestre”. Lo piensa y se ríe, pero su honor de poeta le impide dar golpes bajos: no se va a burlar de nadie sólo por su condición social. El texto no da para mucho, siente escasa información, burlarse de la hija sería lo más fácil, pero he aquí que piensa fumando otro cigarro: “¿Burlarme de ella? ¿De qué me sirve? Todavía la quiero.” Y siente como en todo el cuerpo tiene resonancias del cuerpo de la hija y vuelve a sentir una erección tan fuerte que le dan ganas de bajarse los pantalones y masturbarse ahí mismo y mandar al Comité a la chingada.

Entonces gracias a los misterios de la creación literaria que comienza y amenaza, la Nacha percibe también que alguien escribe sobre ella, igual que cuando ella hizo el cuentazo de Martín y prefiguró el destino de Martín y el ensayo, entonces la  cámara la busca en el presente, de donde desea desaparecer la Nacha ¡Aunque en el futuro tenga qué leer el Tomo II de Espeleología del metabolismo contemporáneo en las masas del Profesor X! La cámara la busca con acercamientos (mientras tanto la hija está fascinada: cree que MGC le va a llamar y ella lo perdonará), la busca en la cocina, no, ahí no, en el cuarto de lavado, no, ahí tampoco, la Nacha ya ha huido de ahí… entonces… ¡La covacha!

“He decidido que la poesía no es tan importante.

Importante es una palabra que suena como a unos toquidos en una pared que responden que lo importante es importante y que deje de molestarlos y punto. No hay nada qué decir. Abro en cambio la palabra covacha con la palabra cortina y veo una gata caminando...” Comienza a inspirarse MGC y, mientras tanto, la Nacha literalmente gatea en su covacha, llena de terror, huyendo del punto rojo de la cámara, que la sigue y la ve gatear hasta el baúl de los tesoros de la covacha, de donde la Nacha para defenderse saca un largo crucifijo, un collar de ajos y una imagen de un San Antonio, reservada para casos especiales.

Mientras tanto, en la estación de radio juvenil que escucha MGC, parece que ya se han dado cuenta que un radioescucha está a punto de masturbarse mientras escribe y borronea palabras creativas… MGC, por imbécil, ha roto el acuerdo tácito de nunca escribir con el radio prendido, ya que sabe que le van a caer como zopilotes carroñeros a hurgar y averiguar qué está haciendo (incluidos las gentes de la calle), pero se vuelve a concentrar y tan se concentra en cuerpo y alma que no sabe qué hacer: mira el teléfono y piensa seriamente hablarle a la hija y decirle: Mi femme, te amo tanto, te amo tantísimo mi femme… pero se arrepiente. En eso vuelve a la realidad: ¡El radio estaba prendido! Lo apaga cuando ya los locutores se empezaban a burlar de los jóvenes escritores que pululan por las calles “queriendo imitar a Bukowski los niñitos en la lluvia, briagos y más-turbados-que-ayer”, dice uno de los locutores. Es radio para jóvenes, pero no guardería auditiva para jóvenes. Entonces antes de que empiece en venganza de los locutores una canción de Metallica, MGC se para y apaga el radio y empieza a caminar en círculo por su cuarto.

Vuelve a sentarse frente al escritorio.

—Me duele una Nacha —dice MGC.

En ese momento, al otro lado de la ciudad la hija piensa: “Apuesto a que me vas a llamar, casi puedo jurarlo.”

De pronto MGC recapacita: ¿Cuál era la rúbrica de la fotocopia del ensayo sobre el machismo, el sexo y los copiones de Pound?”

La hija murmura: —háblame, te lo estoy suplicando… — y el murmullo es tan fuerte que parece que cruza toda la Ciudad de México, la ciudad más grande del mundo.

—¡Claro! —dice MGC enfrente a la computadora, la firma decía “La Nacha”.

“Nacha” en México es otra forma de decir nalga, posadera, “Las Nachas” son Las Nalgas, los glúteos.

            MGC escribe:

“Las Nachas:

Entre Nacha y Nacha

Hay un culo,

Un hermoso culo por donde

Siempre he querido darle a mi novia…/

            Y se ríe de la estupidez que acaba de escribir.

            Al otro lado de la ciudad, gracias a los misterios de la creación literaria, La Nacha ya abandonó sus armas, la cámara la filmó diciendo: —Soy una Nalga viva — y en ese momento se derrumbó como un montón de nalgas femeninas, es decir, ya las dio.

            MGC sigue escribiendo pero piensa: “Esto por supuesto que no lo voy a llevar, solamente lo voy a guardar en mis archivos…”  Pero el deseo es el deseo…

            La hija está a punto de soltar una vez más otra lagrimita italiana murmurando en su cuarto:

—¿De verdad no vas a llamar?

La cámara hace un zoom al teléfono del cuarto de MGC, que saca el número telefónico de un papel de su cartera (la tarjeta de presentación del Poeta renombrado que hizo el prólogo a “El fuego nocturno y la pálida luna”) y atontado, vuelve a prender el estéreo y coloca, como si se tratara de una serenata telefónica su álbum Achtung Baby:

            Suena la canción de ONE, donde Bono y compañía cantan:

We’re one but we’re not the same
We get to carry each other, carry each other…

            —Sabía que llamarías hoy —dice la hija, limpiándose las lágrimas de la cara.

            —Mi femme, te amo tanto… (comienza de nuevo el doliente juego del amor, piensa MGC, recordando los amorosos de Jaime Sabines).

 

            Mientras tanto, los que están filmando éste desfile de personajes (el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, los dueños de SEARS, los dueños de la Ford, el Banco Central Europeo, los dueños de la CNN, todos ellos en un rato de ocio de sus agendas, y su autopromoción y su interminable charlatanería que odia al pueblo de nuestros países Latinos y que les sale muy bien, ni siquiera muy seguros si lo que ven es realidad ó ficción novelesca ¿sabrán ellos que existe tal cosa?) del otro lado  de la cámara ríen interminablemente, del lado más rojo del oscuro.

 

 

D

 

Aguascalientes, ags, México, 2010

 

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