martes, 7 de diciembre de 2010

ALCOHOL Y LITERATURA...

Por Marcos García Caballero Antes de que una encuesta hecha por ahí de 1998 a José Antonio Alcaraz que denominó al dramaturgo como “el hombre más culto de México”, la prensa de la ciudad de México le preguntó el por qué la literatura, más que cualquier otra disciplina artística, estaba tan mezclada con el alcoholismo. Alcaráz respondió que todo eso no era más que un pancho, un mitote, porque si así se produjera siempre buena literatura, él no sería un Director de una Escuela de Escritores, sino que cerraría la Escuela y pondría rápidamente una buena y acogedora cantinucha. En lo personal, mi opinión no dista del ahora fallecido dramaturgo, al que siempre recordaré como mi maestro, pero sí puedo afirmar que la mitología del escritor bohemio etcétera, ha existido siempre; por ejemplo en el siglo dos XX hubo dos grandes borrachos y lujuriosos que parecían ser sólo unos pobres diablos como Henry Miller y Charles Bukowski; que si están o no están incluídos en los canones de tal o cual Universidad finalmente no importa: sus escritos rebasan cualquier expectativa, o para decirlo de otra manera, sus escritos desbordan hasta la cerveza puesta en la mesita de centro de la peda o borrachera de cualquier parte; de estos dos norteamericanos basta citar los famosos Trópicos de Miller (uno de ellos estuvo prohibido durante 30 años) y del segundo sus extensos poemas malditos o sus novelas como Mujeres o los cuentos de Música de cañerías. Pero claro, inmediatamente hay que aclarar que no hay un Per se: literatura buena no necesariamente proviene de experiencias alcohólicas ni mucho menos. Antes que cualquier otra cosa, escribir 10 buenos poemas, cuentos o un par de novelas excelentes es un trabajo mezclado con algo que busca perseguir la inteligencia del autor, chamba, pues. Éste mitote tiene su origen desde muy lejos; pero en los albores de la época moderna podemos identificar a varios borrachos geniales en Francia en el siglo XIX: Charles Baudelaire, Rimbaud, Lautreamont, etcétera. Ellos experimentaron con el opio (Baudelaire tiene un extenso texto que se titula: acercamientos al opio y hachís); todo tipo de alcoholes y ellos pasaron a la historia de la Literatura Mundial como los santos patrones del desmadre, la encarnación de personajes grotescos y diabólicos, excesivos en todo, incluido el sexo y el espíritu contestatario de la juventud, desde ese momento (1845 más o menos) hasta toda la juventud rebelde en todos los tiempos y todos los espacios; aún a pesar de que Rimbaud murió en pleno apego al Cristianismo y a los demás de ellos… podemos imaginar cómo les fue un poco más adelante; todo esto también es o ya pasó a formar parte de la inspiración actual de nuevas generaciones de escritores y músicos en épocas más recientes como 1950 con las poéticas de la generación beatnick o los artistas del Jazz hasta el rock and roll: desde Charlie Parker, pasando por The Rolling Stones (quienes fueron amigos del beatnick más drogo de todos: William Bourruhgs y lo fueron a visitar a Tánger, donde él vivía día y noche escribiendo e inyectándose de tocho morocho), hasta los actuales The Black Eyes Peaks. Pero quedarse con las anécdotas es baladí, es algo snob: de pose de poses. Todo lo que éste tipo de obras proclaman y pregonan: “Leeme tú maldito lector”, gritan desde sus tumbas estos personajes. Por ejemplo, Las flores del mal de Baudelaire, aparecidas por ahí de 1855 contienen una fuerte relación con los mitos fundantes de la gloriosa época Micénica; los poemas de Baudelaire en una buena y cuidada edición mantienen notas a pie de página para el lector de habla hispánica, es decir, ese tipo de literatura nunca fue sólo habladuría, como diríamos hoy; se trata de autores serios al momento de enfrentarse con el acto creativo, el decir o como gustes y sí, eran también autores de desmanes y desmadres pero nos legaron una nueva visión para entender el contexto y el adentro del hombre a partir de esos momentos para lo que iba a seguir. Igualmente pasa con otros autores; incluso de la antigüa Roma, el filósofo Séneca recomendaba una buena borrachera de vez en cuando: “no para ahogarnos en el vino sino para encontrar en él algo de reposo”. Puede decirse en pocas palabras y ahorrarse tantas explicaciones a las mentes que se quedaron viviendo en el siglo XIX con esto: todos los grandes escritores, bebedores o no bebedores desde el inicio de la modernidad han asumido la dimensión trágica de la existencia y el habitar del hombre en la Tierra, porque asumir esto es un intento de abstraer toda la substancia de la vida y la literatura. ¿Entonces? Pues nada, unas cucharadas pa quitarse el bajón y salirse a las festividades de la noche y nunca estará del todo mal platicar con Dios en la Parranda para ver cómo le va en sus cosas… etc. Como digo, es un mitote exagerado, porque desde entonces también existían las almas calmaditas que fueron, corrieron y le dijeron a mami y papi: “¡Esos se drogan y hacen lo que quieren!” Y entonces por eso se cree que casi por ley todo escritor es bebedor y ¡carajo! Los escritores seguiremos bebiendo…

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