jueves, 22 de mayo de 2008

Gringo Viejo

Ante el escritor Ambrose Bierce se abre el desierto, se acerca una tormenta de polvo en el desierto de Chihuahua, hombre entrado en años, viejo y él solo tiene qué enfrentar a la tormenta sin mayor arma que su caballo, entonces, agacha la cabeza, de pronto, la levanta, toma el pomo del caballo y se dice: “Mi destino es mío”. Estamos en la mitad de la novela Gringo viejo de Carlos Fuentes, (seix barral, biblioteca breve 1985 y 2000). El genio Bierce había profetizado con todo lo posible de profetizar (vgr: “ÉXITO, s. Especie particular de decepción”.), en su célebre Diccionario del Diablo, inclusive sobre el hecho de su misma muerte, que le parecía, según las cartas que dejó a sus amigos en 1913 antes de perderse definitivamente en México, por poner un ejemplo: caerse de una escalera y romperse la nuca, algo “indigno”. “Ah —escribió en su última carta—, ser un gringo en México; eso es eutanasia.” La novela de Fuentes funciona y se defiende sola porque, como nadie sabe en realidad que fue de Bierce, se abre una parcela de ficción gigante y la especulación sobre su destino hace la suerte de homenaje póstumo y con el debido respeto a la genial figura, cual debe de ser. A pesar de que Carlos Fuentes es novelista del México urbano y moderno, su evocación revolucionaria triunfa por los dos personajes pivotes, Tomás Arroyo (el revolucionario, macho, misógino e iletrado pero lleno de odio y alcohol) y la amante supuesta de Bierce, Harriet, (la norteamericana que desea redimir a los mexicanos enseñándoles inglés en una escuela). A mi parecer es una novela excelente. Finalmente el drama al que se ven enfrentados los personajes lo puede ver desde hace ya mucho tiempo, cualquiera que compre o rente la película del mismo nombre.

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