lunes, 3 de marzo de 2008

Ho flores divinas...

Texto del año 2000 Por Marcos García Caballero Estamos un poco después de 1821. Las calles que recorre Baudelaire se inundan de luces, la vieja arquitectura da paso al hierro que se funde al modo de la construcción de los griegos, entra en vigencia la modernidad acompañada de la arquitectura del vidrio. Un París que ha visto pasar a Rousseau y a Voltaire, indiscutibles precursores de la época moderna, ¿Y qué es la época moderna? La mezcla de lo antiguo y lo moderno. Baudelaire crece en un París que desde sus trincheras defiende y hace prosperar a la burguesía, mientras la noción del Bien o de lo Bueno —como se quiera—, inicia su decadencia, mas no su muerte. Podría decirse que el eterno declinar de la noción del Bien también es signo caracteríztico de la edad moderna. Y Baudelaire, como todo buen poeta que vive en carne propia las contradicciones, las pasiones y los impulsos de su época, “tiene la mirada del exiliado, del paseante”. (Walter Benjamín dixit) Y tal como ve a su ciudad y ha tomado distancia de un progreso que no puede ver más que como absurdo, también ha tomado distancia de su propia subjetividad, como queda de manifiesto en el sabroso poema Elevación: “Por encima de los estanques, por encima de los valles, de los montes, de los bosques, de las nubes, de los mares, más allá del sol, más allá de los éteres, más allá de los confines de las esferas estrelladas, Espíritu mío, te mueves con agilidad, y, como buen nadador que se deja llevar por las olas, surcas alegremente la inmensidad profunda con un gozo indecible y potente.” Baudelaire es el directo antecedente de los poetas malditos, tal y como los estudia y enumera Verlaine en su libro del mismo título publicado en 1884. Este carácter maldito es el absoluto rechazo a la conformidad burguesa y sus conceptos de moral y prácticas monótonas. Baudelaire sacude a las buenas conciencias de su época y Las flores del mal no contiene ejemplos de ello: toda la obra es ejemplar, véase el poema Una carroña, La musa enferma y tantos más. Al hundir sus ojos en lo oscuro, en lo abyecto, en lo putrefacto, Baudelaire juega auténticamente con fuego, como buen poeta, es un explorador del espíritu. Habla con Dios como con un compañero de parranda, sube a los cielos a preguntar por lo terrestre y baja a la tierra a preguntar por los dioses, y ya entrados en tragos o en dosis de hachís, Baudelaire y su pandilla de crápulas entrevistan a Dios, no para dudar de él, sino para afirmar su inmperfección, pues Baudelaire sabe, como los antiguos gnósticos, que el mundo es un “desperfecto cósmico”. (Henry Miller dixit)

1 comentario:

Pável Granados dijo...

Gracias por tu correo, Marcos. Soy amigo de Sergio Loo y de Alicia Quiñones, y publico muy de vez en cuando, pero ahora preparo un texto para Milenio sobre poesía modernista. Te agradezco tu comentario y que haya gustado el texto que leíste,
saludos.