En estos autores que desfilarán enseguida, se ha manifestado, de modo
grave y quirúrgicamente, el título del libro de André Marlaux, el
clásico, La Condición Humana. ¿Por dónde empezar? Pues por el más
viejo de los invocados a este brindis, un alemán, un híper independiente, un fulgurante,
un proteico, un excelente: Robert Walser, que seguramente vendrá con la camisa
empolvada del camino, parece que su contratiempo, al ver hacia atrás, fue que
dos gemelas estaban preocupadas por él, quizá conversó con ellas sobre el
periódico y se los dejó olvidado junto a unas latas de sardinas en aceite que
él ofreció y ahora, el vuelve aquí donde “quema el sonido de la luna fría” como
diría nuestro mexicano Jaime Labastida. Brindemos también por la más nueva,
como dice, otra vez Jaime, nuestro poeta, “levantemos la copa en el mar de
Venecia” por la excitante, abrasadora, rutilante, rumano-alemana Herta Müller,
galardonada con numerosos premios prestigiosos hasta su culminación con el
premio Nobel de literatura 2009. Bella y hermosa, lúcida y radiante joya en el
aire. Luego como su contraparte sublime, el gran faisán del mundo:
lo que nos relató con la vida de Oskar Pastior, el aguerrido y
aferrado poeta moribundo en un campo de trabajos forzados de la URSS; que nos
da como resultado de esa experiencia, una poética negra y moribunda:
como lo único bueno que hay son dos raciones de pan al día, aparece, conforme
avanza la narración y desde las primeras páginas de la novela, un ángel de
hambre que nos viene a visitar después de días, meses, años, de picar piedra y
cargarla inútilmente. Es el hecho de no poder comer ni una sola comida decente
hasta alcanzar la libertad; cuando la muerte ya está demasiado cerca.
Se trataba, para él y millones con el mismo tipo de
historias, de tanta piedra muerta, tanta cadena enganchada a los pies, tanta
tonelada de mierda, tanta bazofia en los enredos mentales injustificados de los
cerebros de sus verdugos, (tanto rusos como alemanes los tuvieron) que hasta el
cuerpo de Pastior vomita un ángel del hambre: sobre su propia figura
latigueada, maltratada, mancillada su pobre condición humana: ¿ante quién
denunciar? ¿el suicidio? No lo hizo y por eso amo al personaje. A él llega,
como si fuera una esperanza que viene inútilmente, una pelusa salida de sus
desdichadas entrañas; es lo mismo que otros narradores de parte de las provincias
rusas buscaban refinar de modo estetizante en toda esa literatura sobre La
Segunda Guerra Mundial; vista desde el punto de los supervivientes como un
Vasili Grossman, o Solienytzin: eran esas calderas infernales de los nazis de
un Auchwitz o lugares parecidos. Definitivamente imposibles de olvidar y,
principalmente, la misión es no olvidar, nunca, como parte del género humano,
nunca jamás esa barbarie. El libro de Herta Müller es Todo lo que tengo
lo llevo conmigo, obra aparecida el mismo año que los diez y ocho
académicos de Estocolmo se decidieran por la literatura de esta escritora
nacida en 1953.
Witold Gombrowicz es parte fundamental de este
brindis de espera perpetuamente postergada. Uno de los tres mejores escritores
de vanguardia de todo el siglo XX, según Gilles Deleuze, la eminencia
filosófica. Los otros dos, según su criterio, son Franz Kafka y James Joyce.
¿Capricho? Más bien la síntesis del maestro Gilles Deleuze después de leer,
¿cuánto crees? ¿Cinco mil libros?
Friedrich Dürrenmatt, celebridad europea en los
años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX leído sí que lo es, pero
conocido en México más por lectores--escritores que buscado por la masa amorfa
de lectores ávidos y aventurados en nuestro país. Mi entrañable Dürrenmatt,
excelente, he hablado de él en otra parte. En literatura es difícil hablar de
originalidad, mucho más en estos tiempos socorridos por temas como sexo,
narcotráfico, análisis político o literatura fantástica como Harry Pötter.
Dürrenmatt me fascina porque trae desde el pasado la religión que quisiéramos
ver en un futuro inmediato: El politeísmo. El animismo.
Robert Walser triunfó relativamente durante la
Alemania de la república de Weinmar y fue redescubierto para México ya entrado
el siglo XXI. Me refiero al conjunto de narraciones de Sueños, La
Habitación del Poeta y De paseo. Obras deliciosas por
donde se les vea. Walser simplemente se va de caminata por largos paseos en los
pueblos de Alemania y parece que su turismo espontáneo le favorece: todos los
problemas y alegrías del pueblo alemán, sus empeños y sus dramas, sus
carcajadas y sus lágrimas le llueven por igual, lo mismo un cocinero con un
matrimonio hecho pedazos que una duquesa o baronesa que se aburre en una vida
aristocrática heredada en busca de algo nuevo: todos esos temas (las
preocupaciones de sus semejantes) son recogidos y anotados por Walser, el gran
observador de la condición humana y Walser el gran conversador, el gran titán
alemán que aprendió lecciones de Hölderlin más que de Goethe; además también
interlocutor del autor de El lobo estepario, Herman Hesse, con
quien conversaba ampliamente. Pero si al principio parecía una locura pensar en
entregarse despreocupadamente al simple pasear por los caminos boscosos
alemanes, finalmente siempre hay algo bueno que intercambiar: un trago, una
enseñanza de tipo moral, un amorío o un consejo para un par
de enamorados, y de paseo en paseo se va armando sin desearlo
premeditadamente al parecer, hasta llegar a lo sacralizado: de repente es el lector
el que encuentra a Walser en el paseo, y Walser, como viejo lobo, te indica
toda otra disquisición que será la segunda parte del libro de Sueños, publicado
en 2012 en México por la prestigiada editorial Siruela. ¡¡Ha!! ¿Conque
metiéndose de galán con un par de jóvenes princesas? En lo absoluto. Más bien
convirtiendo el hecho de pasear, conversar, leer el periódico, hablar con
mujeres y hombres de todo tipo de oficios, para cocinarlo con todo tipo de
aderezos y volcarlo página tras página, capítulo por capítulo, en una
metafísica narrada que es el relato del devenir de la existencia y el talento
de los pueblos. O algo como eso parecen descubrir las sirvientas, los niños y
todo tipo de alimañas que conviven con Walser en cada punto donde se detiene a
degustar un café, o un inolvidable tarro de cerveza o agua para ver a la
idiosincrasia y actitud o el estilo alemán en su diario enfrentar la
cotidianidad. Pero con el alivio de poder afirmar: ante malos tiempos, deben
sobrar buenas sonrisas. Me recuerda éste gran escritor alemán, claro en otro
tono y otro contexto histórico, lo que decía Jorge Luis Borges en su Historia
de la literatura trágica alemana: Monstruos enormes como los de la Gesta
de Beawolf mezclándose en los lejanos tiempos de los tiempos
mitológicos cuando ese portentoso, honorable y envidiado héroe, tiene la
encomienda de matar al monstruo Grendel. Quiero decir, no sé si me explico
bien, es el mismo bosque alemán el escenario de todo esto, como en Beawolf. Así
lo entiende me parece también, Jorge Volpi en sus dos cuentos un tanto
sanguinarios en www.descargacultura.unam.mx Robert Walser aparece como
un gigante parecido a un Frankenstein del siglo XX, desdibujado o hiper
coloreado, terrible, pero a su modo sonríe más: tal vez esta ocasión pide
demasiado a un tabernero cuando recibe gratis una ración de patatas y salchicha
con tarro espumoso. Pero tomará bríos este paseante lector-escritor para
decirnos: Cuidado con los pastores alemanes, son criaturas nobles pero no hay
que hacerlos enojar nunca, y mientras tu novia capta la idea, Walser sonríe y
se despide ya desde lejos, mientras los niños hacen y le juegan una broma a una
pequeña quinceañera que vende mermeladas y pasa por un puente. Me limpio las
botas del lodo del camino, subo a una carroza o saltándome las leyes de todo
tipo de tiempo en los tiempos, aparecemos en un camino polaco junto a Witold
Gombrowicz en esa obra genial que se llama perfectamente: “Pornografía”.
¡De repente cuerpos desnudos vuelan por los aires! ¿Qué? Niña, o tú bellaco: no
estén ustedes haciendo afirmaciones banales, porque superfluo ya de eso hay
mucho. ¡Chupando que es gerundio! ¡Salud! Se trata de la primera escena
memorable del libro Pornografía, (reconocida así mismo por el
propio autor), que relata el momento de llegar a misa a las doce del día.
Es precisamente esta escena, en la iglesia, la que
sostiene todo el entramado ontológico de la novela. Me resulta encantadora la
forma en que su autor afirma como tesis de la novela: el hombre quiere ser
joven; es decir, inacabado, no confirmado, imperfecto, excitado por lo rara que
le parece la existencia. También hay que decir que ésta es la gran tesis del
buen Witold Gombrowicz: lo dice en todas partes; lo dice su novela Ferdydurke,
su Diario Argentino y muchas otras veces: la juventud era su
gran y ontológico tema central. También es justo decir que fue (ya a su regreso
a Europa después de la guerra), candidato a premio Nobel. Lo que la novela
contemporánea gana por puntos, según la venerable opinión de Julio Cortázar,
hoy en día en boca de cualquier maestro de literatura, resulta en esta obra
magnífica exactamente lo contrario. Es la acción radical de negar a Dios o
cualquier entidad superior, de negar la oración, y eso, subrepticiamente
expuesto por el muchacho que finge estar rezando en la iglesia que encuentran
el grupo de Witold al lado del camino, es decir, al ejecutar su no-rezar, lo
que muestra mientras prosigue la narración, Gombrowicz lo narra con la altura
de un ser mirado por la inmortalidad: es decir, como si la tierra,
hablando del planeta, experimentara un mostrarse en toda su brutal desnudez
obscena. ¡Locura de campanas! ¡Locura de hígados adinerados! Y es esto, lo que
vuelve enigmáticamente y en correcto español: “Pornográfica” a la novela, eso
porque esto es realmente lo pornográfico: eso ocurre con la pornografía, lo que
repelemos de lo llamado porno es esto. Debemos tener cuidado en esta inflexión
de la narración. Porque no es por principio de cuentas, o no fue así su
principio, lo llamado “porno” algo que muestra el cuerpo humano, no, sino por
el hecho de mostrar lo obsceno que se esconde dentro del mundo. Si
aceptamos y damos por hecho los descubrimientos de la partícula de Higgs, hace
pocos años en la frontera entre Suiza y Francia cerca del año 2011, como nos lo
indican los científicos (tuve la oportunidad de ver un bellísimo documental
en Netflix al respecto), resulta que nuestro universo alberga
una constitución mitad lógica-matemática y otra mitad caótica poética. Así es
como defiendo el siguiente argumento: lo pornográfico es cuando
vemos esa parte del mundo que no se nos presenta en forma de un poema o un
cuento de Borges, o cuando un afamado experto como Issac Asimov u otros como
Sthepen Hawking nos cuentan la trama oculta del Universo… Sino cuando vemos una
tubería podrida de cualquier ciudad del mundo, en estado descompuesto en
Calcuta o en Río de Janeiro o la ciudad de México, reventada; es este hecho de
ver, es la relación entre nuestros sentidos y lo obsceno, ¡guácala! Donde nace
lo que es “porno”. Y válgame la suerte, ¡por mis proverbiales y queridos
santitos protectores en mi oficina presentes! Witold Gombrowicz novelizó este
hecho, como nadie en el mundo literario esperaba verlo en aquel tiempo. (Su
primera publicación fue en el año 1960 exactamente). Aunque genios como Milan
Kundera, nos lo enseñaron a entender en esa memorable obra ensayística que
es Los Testamentos Traicionados (Tusquets, 1993). El problema
que tuvo el buen Witold, es que nadie que lo pudiera entender lo leyó cuando el
debió ser leído, aunque fue nominado al Nobel; nunca fue entendido en sus
términos cuando debía serlo, además que la pinche Segunda Guerra Mundial le
resultó un estorbo tan terrible que tuvo que irse a Argentina y sólo hasta
después fue aceptado en la lógica del canon cultural europeo.
2
También resulta adecuada la afirmación canónica: éste será un libro de
comentario como decía Arthur Schopenhauer: los primeros cuarenta años de vida
nos dan el texto y, para después, viene (ojalá también los otros 40 años y) el
comentario.
A mis años ya es así: este libro, mi libro compilación de nosotros
otros todos que los aprecio tanto, me separo de mi generación y quisiera
ser visto como un ensayista que hablo apologéticamente de los genios: Clément
Rosset, Herta Müller, José Saramago, Robert Walser y Witold Gombrowicz.
Hablando de aspiraciones, la forma en que los admiro estoy seguro me
engrandece.
Lo primero es esclarecer la pregunta: ¿Por qué estos autores y no otros?
A lo que inmediatamente debo responder: simple y llanamente que mis treinta
años de ser escritor me desembocan en estos autores: Clément Rosset lo leí
mucho hace muchos años que fui alumno de filosofía en La Universidad La Salle
ciudad de México y cuando volví a estudiar Filosofía en 2015 por la Autónoma de
Chihuahua vía internet volví sobre el pensamiento de Rosset y me pareció
genial, como entonces. Lo fabuloso es que él se acordaba de
mí: Rosset, un gran prosista filosófico, además todo un flaneur: si
lo buscan en Internet anda parecido a mí: con sombrero, en sus paseos y algo
más persiguiendo siempre, a la saga de su inteligencia y furor por tundir las
teclas. Así pues, les comparto: recuerdo su imagen que él me compartió la misma
imagen de mis estudios, es decir: me confirmó que me había puesto atención
cuando yo lo leía. Ésa magnífica pieza del pensamiento francés que es El
principio de crueldad, por su tesis, por su gran erudición y sus agallas de
genio, la magistral forma en que está escrito, hace de Clément Rosset uno de
los grandes filósofos europeos de estos tiempos, junto a otro francés: Michel
Onfray o el koreano-alemán Byung-Chul Han. Fíjense: llevamos años pidiendo un
buen premio para Han.
Como digo, en ese año también le dieron el Premio Nobel a Herta Müller y
me ha seguido pareciendo muy importante su estética en sus libros, su poesía
que se desprende de su palabra, su genio de dibujante-poeta-en-novela. (Volveré
a hablar de ella más adelante) José Saramago ¿Cómo decirlo? Saramago lo leí
mucho mientras estuve -según yo solamente- buscando la Revolución por la vía
del EZLN y hasta fui a Chiapas en 2001, -nunca miré a nadie de ellos, los
alzados, lo más que observé fue campesinos que nos ganaron en el futbol a mí y
unos italianos y niños y niñas contentos porque les dimos dulces en piñatas,
pero el portugués José Saramago, él sí apoyaba mucho ese movimiento y
curiosamente yo me preguntaba con ingenuidad: “¿por qué no me entienden que
quiero ser como él?” O sea: lo ingenuo era mi romanticismo de la revolución,
cosa que hasta después entendí.
A José Saramago yo lo leía mucho, lo comentábamos mucho en La Escuela de
Escritores de la SOGEM, José Saramago visto como uno de los grandes entre los
grandes escritores que no hizo concesiones al mercado literario y sin embargo,
obtuvo el Premio Nobel en 1998 y que seguía escribiendo lo que él siempre
quiso, un escritor de extraordinarias capacidades que debatió con Carlos
Fuentes y Carlos Monsiváis, que nos avisó del problema de “El Factor Dios”, un
escritor que cada vez nos parecía como nadie más, el mejor ejemplo a seguir
junto con Borges y/o Fuentes y Paz.
Y ¿Robert Walser? Sucede que en mis largas y fecundas conversaciones con
el maestro, traductor, poeta y ensayista José Vicente Anaya, en “la Gandhi
vieja” me recomendaba mucho a este escritor alemán; ése es mi último
recuerdo de Anaya (falleció en 2020), dos cosas o dos consejos, uno: piensa en
las escritoras, aprende de ellas no siendo impaciente, no sólo como tus novias
y dos: él recomendándome a Robert Walser y a Roberto Bolaño, su amigo de los
años infrarrealistas. Al leer a Walser, supe inmediatamente que se trataba de
un descubrimiento para mí el libro Sueños; luego conseguí La
Habitación del Poeta y Desde la Oficina, que me resultaron
apasionantes, divertidos, inteligentes y extraordinarios, por decir lo menos.
He aprendido mucho a divertirme con este tipo de libros, de hecho, esa es la
idea que subyace a mis últimos libros: hacer pensar y divertir. Ésa sería la
noción por ejemplo, de En búsqueda del Rosetón de Plata y otras
Narraciones (2020).
¿Y qué decir de haber elegido hablar de Witold Gombrowicz?, pues me
parece adorable y sensacional este personaje, me lo imagino en una de sus
largas caminatas en Buenos Aires, lejos de la locura de La Segunda Guerra
Mundial, de la que huyó. Pornografía, Trans-atlántico, Ferdydurke, Diario
Argentino… Maravillas estupendas por donde las veas. Recuerdo en la
revista Alforja que hacía José Vicente Anaya junto con José
Ángel Leyva y María Luisa Martínez Passarge y yo entre varios, descubrí que la
escritura, -que toda escritura: poética y narrativa, guarda un sentido algo
anárquico, que la escritura de estos géneros, son algo así como enemigos de la
política, cuando la política está en malas condiciones (totalitarismos,
dictaduras, etcétera.) Y precisamente: ¡Witold Gombrowicz, es un escritor
anárquico! La búsqueda de lo nuevo o estar a la vanguardia, después de mi
libro En búsqueda del Rosetón de Plata y otras Narraciones,
y de que publiqué mucho ensayo en esa página web, me hace pensar que, además,
por fortuna, no hay nada perdido en el sentido del oficio de escritor: ahí…
¿desembocaste? Bien: Respira y continúa sonriendo y amando intensamente este
oficio. ¿Qué te ha determinado los últimos 30 años? Pues tu escritura: mi
relator preferido, mi escritor de palacio, mi teólogo de Frankeinstein.
Pienso que hay algo más: sería correcto llamar un tanto anárquicos a
estos autores. Autor es uno que implícitamente afirma haber dado lo mejor de su
inteligencia y yo apoyo a las ciencias cognitivas nórdicas. El ser humano es su
mente y principalmente lo que hace con su mente. Hablar de José Saramago es
hablar de un maestro mundial de la novela, eso pretendo hacer. Herta Müller es
apasionante y profesional, le devoré con panes de mermelada de naranja mientras
la admiraba sus libros y amé Todo lo que tengo lo llevo conmigo y La
Bestia del corazón, ella me lo engrandeció.
Hablar de Robert Walser es, desde mi perspectiva, algo necesario, falta
en México alguien que hable de él, ése puede ser, quizás mi lugar, pienso.
Además Clément Rosset es un filósofo que se mantiene activo, es un grandioso
este francés, (estuvo cerca de Aguascalientes y Zacatecas por 2009) y, además,
debo decirlo, ha mostrado ser muy atento y diplomático conmigo, cosa que le
agradezco, su gran libro que leí en 2004 y 2005 fue El principio de
Crueldad: ahí con mucha prosa filosófica y buen talante (¡de 1994!) Rosset
plantea: Principio de Crueldad=Principio de Realidad, excelente.
3
En nuestras alegres reuniones de alumnos de la SOGEM, mantengo la
certeza de que yo quería y esperaba lo último de José Saramago y deseaba ser
escuchado como él, me debatía mucho en sus palabras, pero de ninguna manera
digo que ya terminé de leerlo, sólo he leído Ensayo sobre la ceguera,
Ensayo sobre la lucidez, El hombre duplicado y Las intermitencias de la Muerte,
lo demás de Saramago debo leerlo: así debe ser.
Robert Walser fue un escritor alemán que cuidó mucho su fuerza expresiva
para dejar siempre latente en el lector la idea de que nunca decía toda la
verdad y que no quería volar por arriba o debajo de nadie y eso es su sello
característico: lo convierte en un imprescindible y más ahora ya entrado el
siglo XXI. Es decir que es un autor que mantiene la idea de que los libros bien
pudieran ser que todos son, en su conjunto, tablas de salvación de nuestra
condición humana. Todo autor es uno que, implícitamente, afirma haber dado su
mejor esfuerzo cuando vos lo lees y haber dado lo mejor para los demás, en todo
tiempo y espacio y eso, es la verdad que se trasluce después de leerlo a él y
también a José Saramago, Witold Gombrowicz y Herta Müller. De este
tipo de nociones debe estar hecha también nuestra literatura mexicana, razón
por la cual haré otro tipo de trabajo. En cierta forma el mercado literario es
un camino, y la tradición literaria va por otro lado desde hace mucho tiempo,
pero esa no es suficiente razón para tasajear una ni otra autopista: demasiado
pedir es la idea de que los jóvenes solo deberían leer remakes de,
por ejemplo, La Cartuja de Parma.
¿De qué hablan los libros de Robert Walser? En General, de un paseante
que observa a la población alemana en la época de la república de Weimar.
Saluda a los enamorados, saluda galantemente a las solteras y la gente que le
invita una comida en estas zonas alemanas boscosas; todo le asombra, de todo
saca una enseñanza, todo parece ser una lección de ética que Walser saca para darla
al lector, son postales de Alemania en grandes momentos, como la república de
Weimar. En uno de sus libros, Desde la Oficina, (traducción al
español de la editorial Siruela 2011), afirma certeramente que nadie, hasta
ahora, en sus tiempos de él, había escrito sobre la vida de los oficinistas y
comienza a desplegar todo un microcosmos sobre los oficinistas que resulta
exquisito y lleno de enseñanzas, como digo, principalmente morales.
Del libro La habitación del Poeta, extraigo este poema:
Poeta y novia
Un poeta le dijo a su
novia:
“Ya sabes que soy un
genio
Y que por eso no
puedo evitar
Vivir al día cual
inútil.
Es lo que hacían
todos
Quienes se sintieron
llamados a algo superior.
Los de mi linaje no
nos resignamos a
Ser aplicados y trabajadores,
Es algo que dejamos
para los burgueses”.
Acto seguido, la
muchacha respondió:
“¿Acaso te crees más
que el resto?
Deberías avergonzarte
de un orgullo tan descarado.
Si eres un verdadero
poeta,
Léeme lo que has
escrito.
El cuento del Nonosresignamos
Mejor se lo cuentas a
otra.
¡La arrogancia y las
osadas frases hechas
¡No bastan para hacer
un poeta!”
Él le mostró su
último
Poema y dijo: “He
tardado cuatro semanas
En escribirlo”.
“¿Qué?”, exclamó ella. “¿Cuatro semanas?”
Lo leyó, y cuando
hubo terminado,
Se rió en su cara y
le tiró
El poema a los pies:
“estos versos son
horribles,
Y el que los haya
compuesto
Que se quite ahora
mismo de mi vista”.
El poeta estaba
derrotado,
Se pasó la mano por
el cabello
Y dijo: “No te lo
tomes así”,
Y le dio un beso y
recogió
El poema, se buscó un
buen
Oficio y se convirtió
en un hombre honrado,
Y ambos fueron muy
felices
Y se amaron, tuvieron
hijos
Y no hicieron nada
que no fuera sensato.
Es al leer pasajes como éste donde está el genio de Robert Walser: Un
maestro del arte de la fuga: él desaparece del texto cuando se piensa, con
justificada razón, que él debe decir algo personal, y como nunca lo dijo, quedó
como enigma de las letras. Él sabe de los ánimos juveniles, él sabe de qué
conversan, él sabe de la condición humana, pero como buen caballero, él no
condena a nadie, él, muestra su trabajo y sonríe, se ríe mucho, pero era esa
sonrisa precisamente lo que estaba perdido y por eso, la razón de publicarlo de
nuevo.
Porque Walser rescata la vida cotidiana de los oficinistas, de los que
hay en los periódicos, o en donde sea, porque él habla de jóvenes poetas,
porque él sabe de las damas de sociedad, porque él es un gran conocedor de esa
Alemania, debe perdurar, se debe de leer y, asimismo, celebrar.
Como dije, cada autor es uno que afirma que dio su mejor esfuerzo, la
industria editorial se encarga de que lo creamos, y él lo afirma, me explico:
La sociedad, como dijo en su discurso de aceptación Rosa Beltrán a la Academia
Mexicana de la Lengua, hace pocos años, busca sus códigos de supervivencia
también en un libro clásico, así, de ésta manera interpreto lo que es Walser:
un clásico de las letras alemanas que ayuda a permanecer a su sociedad y por
ende, a la nuestra.
Walser tiene pasajes que su fuerza nos hace sentir lo sagrado que
fueron, son y serán, los libros que circulan por la tradición literaria
mundial, lo que sé sobre eso es mi sensación mediante mi lectura, eso,
transformado después en éste u otros comentarios, qué mejor ¿no crees?
Y así de tajo, están invitados a seguir
brindando.