martes, 3 de diciembre de 2024

EL CLUB DE LOS INDEPENDIENTES.. ¡POR MARCOS GARCÍA CABALLERO!


 

En estos autores que desfilarán enseguida, se ha manifestado, de modo grave y quirúrgicamente, el título del libro de André Marlaux, el clásico, La Condición Humana. ¿Por dónde empezar? Pues por el más viejo de los invocados a este brindis, un alemán, un híper independiente, un fulgurante, un proteico, un excelente: Robert Walser, que seguramente vendrá con la camisa empolvada del camino, parece que su contratiempo, al ver hacia atrás, fue que dos gemelas estaban preocupadas por él, quizá conversó con ellas sobre el periódico y se los dejó olvidado junto a unas latas de sardinas en aceite que él ofreció y ahora, el vuelve aquí donde “quema el sonido de la luna fría” como diría nuestro mexicano Jaime Labastida. Brindemos también por la más nueva, como dice, otra vez Jaime, nuestro poeta, “levantemos la copa en el mar de Venecia” por la excitante, abrasadora, rutilante, rumano-alemana Herta Müller, galardonada con numerosos premios prestigiosos hasta su culminación con el premio Nobel de literatura 2009. Bella y hermosa, lúcida y radiante joya en el aire.  Luego como su contraparte sublime, el gran faisán del mundo: lo que  nos relató con la vida de Oskar Pastior, el aguerrido y aferrado poeta moribundo en un campo de trabajos forzados de la URSS; que nos da como resultado de esa experiencia, una poética  negra y moribunda: como lo único bueno que hay son dos raciones de pan al día, aparece, conforme avanza la narración y desde las primeras páginas de la novela, un ángel de hambre que nos viene a visitar después de días, meses, años, de picar piedra y cargarla inútilmente. Es el hecho de no poder comer ni una sola comida decente hasta alcanzar la libertad; cuando la muerte ya está demasiado cerca.

Se trataba, para él y millones con el mismo tipo de historias, de tanta piedra muerta, tanta cadena enganchada a los pies, tanta tonelada de mierda, tanta bazofia en los enredos mentales injustificados de los cerebros de sus verdugos, (tanto rusos como alemanes los tuvieron) que hasta el cuerpo de Pastior vomita un ángel del hambre: sobre su propia figura latigueada, maltratada, mancillada su pobre condición humana: ¿ante quién denunciar? ¿el suicidio? No lo hizo y por eso amo al personaje. A él llega, como si fuera una esperanza que viene inútilmente, una pelusa salida de sus desdichadas entrañas; es lo mismo que otros narradores de parte de las provincias rusas buscaban refinar de modo estetizante en toda esa literatura sobre La Segunda Guerra Mundial; vista desde el punto de los supervivientes como un Vasili Grossman, o Solienytzin: eran esas calderas infernales de los nazis de un Auchwitz o lugares parecidos. Definitivamente imposibles de olvidar y, principalmente, la misión es no olvidar, nunca, como parte del género humano, nunca jamás esa barbarie. El libro de Herta Müller es Todo lo que tengo lo llevo conmigo, obra aparecida el mismo año que los diez y ocho académicos de Estocolmo se decidieran por la literatura de esta escritora nacida en 1953.

Witold Gombrowicz es parte fundamental de este brindis de espera perpetuamente postergada. Uno de los tres mejores escritores de vanguardia de todo el siglo XX, según Gilles Deleuze, la eminencia filosófica. Los otros dos, según su criterio, son Franz Kafka y James Joyce. ¿Capricho? Más bien la síntesis del maestro Gilles Deleuze después de leer, ¿cuánto crees? ¿Cinco mil libros?

Friedrich Dürrenmatt, celebridad europea en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX leído sí que lo es, pero conocido en México más por lectores--escritores que buscado por la masa amorfa de lectores ávidos y aventurados en nuestro país. Mi entrañable Dürrenmatt, excelente, he hablado de él en otra parte. En literatura es difícil hablar de originalidad, mucho más en estos tiempos socorridos por temas como sexo, narcotráfico, análisis político o literatura fantástica como Harry Pötter. Dürrenmatt me fascina porque trae desde el pasado la religión que quisiéramos ver en un futuro inmediato: El politeísmo. El animismo.

Robert Walser triunfó relativamente durante la Alemania de la república de Weinmar y fue redescubierto para México ya entrado el siglo XXI. Me refiero al conjunto de narraciones de SueñosLa Habitación del Poeta y De paseo. Obras deliciosas por donde se les vea. Walser simplemente se va de caminata por largos paseos en los pueblos de Alemania y parece que su turismo espontáneo le favorece: todos los problemas y alegrías del pueblo alemán, sus empeños y sus dramas, sus carcajadas y sus lágrimas le llueven por igual, lo mismo un cocinero con un matrimonio hecho pedazos que una duquesa o baronesa que se aburre en una vida aristocrática heredada en busca de algo nuevo: todos esos temas (las preocupaciones de sus semejantes) son recogidos y anotados por Walser, el gran observador de la condición humana y Walser el gran conversador, el gran titán alemán que aprendió lecciones de Hölderlin más que de Goethe; además también interlocutor del autor de El lobo estepario, Herman Hesse, con quien conversaba ampliamente. Pero si al principio parecía una locura pensar en entregarse despreocupadamente al simple pasear por los caminos boscosos alemanes, finalmente siempre hay algo bueno que intercambiar: un trago, una enseñanza de tipo moral, un amorío o un consejo para un par de  enamorados, y de paseo en paseo se va armando sin desearlo premeditadamente al parecer, hasta llegar a lo sacralizado: de repente es el lector el que encuentra a Walser en el paseo, y Walser, como viejo lobo, te indica toda otra disquisición que será la segunda parte del libro de Sueños, publicado en 2012 en México por la prestigiada editorial Siruela. ¡¡Ha!! ¿Conque metiéndose de galán con un par de jóvenes princesas? En lo absoluto. Más bien convirtiendo el hecho de pasear, conversar, leer el periódico, hablar con mujeres y hombres de todo tipo de oficios, para cocinarlo con todo tipo de aderezos y volcarlo página tras página, capítulo por capítulo, en una metafísica narrada que es el relato del devenir de la existencia y el talento de los pueblos. O algo como eso parecen descubrir las sirvientas, los niños y todo tipo de alimañas que conviven con Walser en cada punto donde se detiene a degustar un café, o un inolvidable tarro de cerveza o agua para ver a la idiosincrasia y actitud o el estilo alemán en su diario enfrentar la cotidianidad. Pero con el alivio de poder afirmar: ante malos tiempos, deben sobrar buenas sonrisas. Me recuerda éste gran escritor alemán, claro en otro tono y otro contexto histórico, lo que decía Jorge Luis Borges en su Historia de la literatura trágica alemana: Monstruos enormes como los de la Gesta de Beawolf mezclándose en los lejanos tiempos de los tiempos mitológicos cuando ese portentoso, honorable y envidiado héroe, tiene la encomienda de matar al monstruo Grendel. Quiero decir, no sé si me explico bien, es el mismo bosque alemán el escenario de todo esto, como en Beawolf. Así lo entiende me parece también, Jorge Volpi en sus dos cuentos un tanto sanguinarios en www.descargacultura.unam.mx  Robert Walser aparece como un gigante parecido a un Frankenstein del siglo XX, desdibujado o hiper coloreado, terrible, pero a su modo sonríe más: tal vez esta ocasión pide demasiado a un tabernero cuando recibe gratis una ración de patatas y salchicha con tarro espumoso. Pero tomará bríos este paseante lector-escritor para decirnos: Cuidado con los pastores alemanes, son criaturas nobles pero no hay que hacerlos enojar nunca, y mientras tu novia capta la idea, Walser sonríe y se despide ya desde lejos, mientras los niños hacen y le juegan una broma a una pequeña quinceañera que vende mermeladas y pasa por un puente. Me limpio las botas del lodo del camino, subo a una carroza o saltándome las leyes de todo tipo de tiempo en los tiempos, aparecemos en un camino polaco junto a Witold Gombrowicz en esa obra genial que se llama perfectamente: “Pornografía”. ¡De repente cuerpos desnudos vuelan por los aires! ¿Qué? Niña, o tú bellaco: no estén ustedes haciendo afirmaciones banales, porque superfluo ya de eso hay mucho. ¡Chupando que es gerundio! ¡Salud! Se trata de la primera escena memorable del libro Pornografía, (reconocida así mismo por el propio autor), que relata el momento de llegar a misa a las doce del día.

Es precisamente esta escena, en la iglesia, la que sostiene todo el entramado ontológico de la novela. Me resulta encantadora la forma en que su autor afirma como tesis de la novela: el hombre quiere ser joven; es decir, inacabado, no confirmado, imperfecto, excitado por lo rara que le parece la existencia. También hay que decir que ésta es la gran tesis del buen Witold Gombrowicz: lo dice en todas partes; lo dice su novela Ferdydurke, su Diario Argentino y muchas otras veces: la juventud era su gran y ontológico tema central. También es justo decir que fue (ya a su regreso a Europa después de la guerra), candidato a premio Nobel.  Lo que la novela contemporánea gana por puntos, según la venerable opinión de Julio Cortázar, hoy en día en boca de cualquier maestro de literatura, resulta en esta obra magnífica exactamente lo contrario. Es la acción radical de negar a Dios o cualquier entidad superior, de negar la oración, y eso, subrepticiamente expuesto por el muchacho que finge estar rezando en la iglesia que encuentran el grupo de Witold al lado del camino, es decir, al ejecutar su no-rezar, lo que muestra mientras prosigue la narración, Gombrowicz lo narra con la altura de un ser mirado por la inmortalidad: es decir,  como si la tierra, hablando del planeta, experimentara un mostrarse en toda su brutal desnudez obscena. ¡Locura de campanas! ¡Locura de hígados adinerados! Y es esto, lo que vuelve enigmáticamente y en correcto español: “Pornográfica” a la novela, eso porque esto es realmente lo pornográfico: eso ocurre con la pornografía, lo que repelemos de lo llamado porno es esto. Debemos tener cuidado en esta inflexión de la narración. Porque no es por principio de cuentas, o no fue así su principio, lo llamado “porno” algo que muestra el cuerpo humano, no, sino por el hecho de mostrar lo obsceno que se esconde dentro del mundo. Si aceptamos y damos por hecho los descubrimientos de la partícula de Higgs, hace pocos años en la frontera entre Suiza y Francia cerca del año 2011, como nos lo indican los científicos (tuve la oportunidad de ver un bellísimo documental en Netflix al respecto), resulta que nuestro universo alberga una constitución mitad lógica-matemática y otra mitad caótica poética. Así es como defiendo el siguiente argumento: lo pornográfico es cuando vemos esa parte del mundo que no se nos presenta en forma de un poema o un cuento de Borges, o cuando un afamado experto como Issac Asimov u otros como Sthepen Hawking nos cuentan la trama oculta del Universo… Sino cuando vemos una tubería podrida de cualquier ciudad del mundo, en estado descompuesto en Calcuta o en Río de Janeiro o la ciudad de México, reventada; es este hecho de ver, es la relación entre nuestros sentidos y lo obsceno, ¡guácala! Donde nace lo que es “porno”. Y válgame la suerte, ¡por mis proverbiales y queridos santitos protectores en mi oficina presentes! Witold Gombrowicz novelizó este hecho, como nadie en el mundo literario esperaba verlo en aquel tiempo. (Su primera publicación fue en el año 1960 exactamente). Aunque genios como Milan Kundera, nos lo enseñaron a entender en esa memorable obra ensayística que es Los Testamentos Traicionados (Tusquets, 1993). El problema que tuvo el buen Witold, es que nadie que lo pudiera entender lo leyó cuando el debió ser leído, aunque fue nominado al Nobel; nunca fue entendido en sus términos cuando debía serlo, además que la pinche Segunda Guerra Mundial le resultó un estorbo tan terrible que tuvo que irse a Argentina y sólo hasta después fue aceptado en la lógica del canon cultural europeo.

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También resulta adecuada la afirmación canónica: éste será un libro de comentario como decía Arthur Schopenhauer: los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto y, para después, viene (ojalá también los otros 40 años y) el comentario.

A mis años ya es así: este libro, mi libro compilación de nosotros otros todos que los aprecio tanto, me separo de mi generación y quisiera ser visto como un ensayista que hablo apologéticamente de los genios: Clément Rosset, Herta Müller, José Saramago, Robert Walser y Witold Gombrowicz. Hablando de aspiraciones, la forma en que los admiro estoy seguro me engrandece.

Lo primero es esclarecer la pregunta: ¿Por qué estos autores y no otros? A lo que inmediatamente debo responder: simple y llanamente que mis treinta años de ser escritor me desembocan en estos autores: Clément Rosset lo leí mucho hace muchos años que fui alumno de filosofía en La Universidad La Salle ciudad de México y cuando volví a estudiar Filosofía en 2015 por la Autónoma de Chihuahua vía internet volví sobre el pensamiento de Rosset y me pareció genial, como entonces. Lo fabuloso es que él se acordaba de mí:  Rosset, un gran prosista filosófico, además todo un flaneur: si lo buscan en Internet anda parecido a mí: con sombrero, en sus paseos y algo más persiguiendo siempre, a la saga de su inteligencia y furor por tundir las teclas. Así pues, les comparto: recuerdo su imagen que él me compartió la misma imagen de mis estudios, es decir: me confirmó que me había puesto atención cuando yo lo leía. Ésa magnífica pieza del pensamiento francés que es El principio de crueldad, por su tesis, por su gran erudición y sus agallas de genio, la magistral forma en que está escrito, hace de Clément Rosset uno de los grandes filósofos europeos de estos tiempos, junto a otro francés: Michel Onfray o el koreano-alemán Byung-Chul Han. Fíjense: llevamos años pidiendo un buen premio para Han.

Como digo, en ese año también le dieron el Premio Nobel a Herta Müller y me ha seguido pareciendo muy importante su estética en sus libros, su poesía que se desprende de su palabra, su genio de dibujante-poeta-en-novela. (Volveré a hablar de ella más adelante) José Saramago ¿Cómo decirlo? Saramago lo leí mucho mientras estuve -según yo solamente- buscando la Revolución por la vía del EZLN y hasta fui a Chiapas en 2001, -nunca miré a nadie de ellos, los alzados, lo más que observé fue campesinos que nos ganaron en el futbol a mí y unos italianos y niños y niñas contentos porque les dimos dulces en piñatas, pero el portugués José Saramago, él sí apoyaba mucho ese movimiento y curiosamente yo me preguntaba con ingenuidad: “¿por qué no me entienden que quiero ser como él?” O sea: lo ingenuo era mi romanticismo de la revolución, cosa que hasta después entendí.

A José Saramago yo lo leía mucho, lo comentábamos mucho en La Escuela de Escritores de la SOGEM, José Saramago visto como uno de los grandes entre los grandes escritores que no hizo concesiones al mercado literario y sin embargo, obtuvo el Premio Nobel en 1998 y que seguía escribiendo lo que él siempre quiso, un escritor de extraordinarias capacidades que debatió con Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis, que nos avisó del problema de “El Factor Dios”, un escritor que cada vez nos parecía como nadie más, el mejor ejemplo a seguir junto con Borges y/o Fuentes y Paz.

Y ¿Robert Walser? Sucede que en mis largas y fecundas conversaciones con el maestro, traductor, poeta y ensayista José Vicente Anaya, en “la Gandhi vieja” me recomendaba mucho a este escritor alemán; ése es mi último recuerdo de Anaya (falleció en 2020), dos cosas o dos consejos, uno: piensa en las escritoras, aprende de ellas no siendo impaciente, no sólo como tus novias y dos: él recomendándome a Robert Walser y a Roberto Bolaño, su amigo de los años infrarrealistas. Al leer a Walser, supe inmediatamente que se trataba de un descubrimiento para mí el libro Sueños; luego conseguí La Habitación del Poeta y Desde la Oficina, que me resultaron apasionantes, divertidos, inteligentes y extraordinarios, por decir lo menos. He aprendido mucho a divertirme con este tipo de libros, de hecho, esa es la idea que subyace a mis últimos libros: hacer pensar y divertir. Ésa sería la noción por ejemplo, de En búsqueda del Rosetón de Plata y otras Narraciones (2020).

¿Y qué decir de haber elegido hablar de Witold Gombrowicz?, pues me parece adorable y sensacional este personaje, me lo imagino en una de sus largas caminatas en Buenos Aires, lejos de la locura de La Segunda Guerra Mundial, de la que huyó. PornografíaTrans-atlánticoFerdydurkeDiario Argentino… Maravillas estupendas por donde las veas. Recuerdo en la revista Alforja que hacía José Vicente Anaya junto con José Ángel Leyva y María Luisa Martínez Passarge y yo entre varios, descubrí que la escritura, -que toda escritura: poética y narrativa, guarda un sentido algo anárquico, que la escritura de estos géneros, son algo así como enemigos de la política, cuando la política está en malas condiciones (totalitarismos, dictaduras, etcétera.) Y precisamente: ¡Witold Gombrowicz, es un escritor anárquico! La búsqueda de lo nuevo o estar a la vanguardia, después de mi libro En búsqueda del Rosetón de Plata y otras Narraciones, y de que publiqué mucho ensayo en esa página web, me hace pensar que, además, por fortuna, no hay nada perdido en el sentido del oficio de escritor: ahí… ¿desembocaste? Bien: Respira y continúa sonriendo y amando intensamente este oficio. ¿Qué te ha determinado los últimos 30 años? Pues tu escritura: mi relator preferido, mi escritor de palacio, mi teólogo de Frankeinstein.

Pienso que hay algo más: sería correcto llamar un tanto anárquicos a estos autores. Autor es uno que implícitamente afirma haber dado lo mejor de su inteligencia y yo apoyo a las ciencias cognitivas nórdicas. El ser humano es su mente y principalmente lo que hace con su mente. Hablar de José Saramago es hablar de un maestro mundial de la novela, eso pretendo hacer. Herta Müller es apasionante y profesional, le devoré con panes de mermelada de naranja mientras la admiraba sus libros y amé Todo lo que tengo lo llevo conmigo y La Bestia del corazón, ella me lo engrandeció.

Hablar de Robert Walser es, desde mi perspectiva, algo necesario, falta en México alguien que hable de él, ése puede ser, quizás mi lugar, pienso. Además Clément Rosset es un filósofo que se mantiene activo, es un grandioso este francés, (estuvo cerca de Aguascalientes y Zacatecas por 2009) y, además, debo decirlo, ha mostrado ser muy atento y diplomático conmigo, cosa que le agradezco, su gran libro que leí en 2004 y 2005 fue El principio de Crueldad: ahí con mucha prosa filosófica y buen talante (¡de 1994!) Rosset plantea: Principio de Crueldad=Principio de Realidad, excelente.

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En nuestras alegres reuniones de alumnos de la SOGEM, mantengo la certeza de que yo quería y esperaba lo último de José Saramago y deseaba ser escuchado como él, me debatía mucho en sus palabras, pero de ninguna manera digo que ya terminé de leerlo, sólo he leído Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez, El hombre duplicado y Las intermitencias de la Muerte, lo demás de Saramago debo leerlo: así debe ser.

Robert Walser fue un escritor alemán que cuidó mucho su fuerza expresiva para dejar siempre latente en el lector la idea de que nunca decía toda la verdad y que no quería volar por arriba o debajo de nadie y eso es su sello característico: lo convierte en un imprescindible y más ahora ya entrado el siglo XXI. Es decir que es un autor que mantiene la idea de que los libros bien pudieran ser que todos son, en su conjunto, tablas de salvación de nuestra condición humana. Todo autor es uno que, implícitamente, afirma haber dado su mejor esfuerzo cuando vos lo lees y haber dado lo mejor para los demás, en todo tiempo y espacio y eso, es la verdad que se trasluce después de leerlo a él y también a José Saramago, Witold Gombrowicz y Herta Müller.  De este tipo de nociones debe estar hecha también nuestra literatura mexicana, razón por la cual haré otro tipo de trabajo. En cierta forma el mercado literario es un camino, y la tradición literaria va por otro lado desde hace mucho tiempo, pero esa no es suficiente razón para tasajear una ni otra autopista: demasiado pedir es la idea de que los jóvenes solo deberían leer remakes de, por ejemplo, La Cartuja de Parma.

 

¿De qué hablan los libros de Robert Walser? En General, de un paseante que observa a la población alemana en la época de la república de Weimar. Saluda a los enamorados, saluda galantemente a las solteras y la gente que le invita una comida en estas zonas alemanas boscosas; todo le asombra, de todo saca una enseñanza, todo parece ser una lección de ética que Walser saca para darla al lector, son postales de Alemania en grandes momentos, como la república de Weimar. En uno de sus libros, Desde la Oficina, (traducción al español de la editorial Siruela 2011), afirma certeramente que nadie, hasta ahora, en sus tiempos de él, había escrito sobre la vida de los oficinistas y comienza a desplegar todo un microcosmos sobre los oficinistas que resulta exquisito y lleno de enseñanzas, como digo, principalmente morales.

 

Del libro La habitación del Poeta, extraigo este poema:

 

Poeta y novia

 

Un poeta le dijo a su novia:

“Ya sabes que soy un genio

Y que por eso no puedo evitar

Vivir al día cual inútil.

Es lo que hacían todos

Quienes se sintieron llamados a algo superior.

Los de mi linaje no nos resignamos a

Ser aplicados y trabajadores,

Es algo que dejamos para los burgueses”.

Acto seguido, la muchacha respondió:

“¿Acaso te crees más que el resto?

Deberías avergonzarte de un orgullo tan descarado.

 

Si eres un verdadero poeta,

Léeme lo que has escrito.

El cuento del Nonosresignamos

Mejor se lo cuentas a otra.

¡La arrogancia y las osadas frases hechas

¡No bastan para hacer un poeta!”

Él le mostró su último

Poema y dijo: “He tardado cuatro semanas

En escribirlo”. “¿Qué?”, exclamó ella. “¿Cuatro semanas?”

Lo leyó, y cuando hubo terminado,

Se rió en su cara y le tiró

El poema a los pies:

“estos versos son horribles,

Y el que los haya compuesto

Que se quite ahora mismo de mi vista”.

El poeta estaba derrotado,

Se pasó la mano por el cabello

Y dijo: “No te lo tomes así”,

Y le dio un beso y recogió

El poema, se buscó un buen

Oficio y se convirtió en un hombre honrado,

Y ambos fueron muy felices

Y se amaron, tuvieron hijos

Y no hicieron nada que no fuera sensato.

 

Es al leer pasajes como éste donde está el genio de Robert Walser: Un maestro del arte de la fuga: él desaparece del texto cuando se piensa, con justificada razón, que él debe decir algo personal, y como nunca lo dijo, quedó como enigma de las letras. Él sabe de los ánimos juveniles, él sabe de qué conversan, él sabe de la condición humana, pero como buen caballero, él no condena a nadie, él, muestra su trabajo y sonríe, se ríe mucho, pero era esa sonrisa precisamente lo que estaba perdido y por eso, la razón de publicarlo de nuevo.

Porque Walser rescata la vida cotidiana de los oficinistas, de los que hay en los periódicos, o en donde sea, porque él habla de jóvenes poetas, porque él sabe de las damas de sociedad, porque él es un gran conocedor de esa Alemania, debe perdurar, se debe de leer y, asimismo, celebrar.

Como dije, cada autor es uno que afirma que dio su mejor esfuerzo, la industria editorial se encarga de que lo creamos, y él lo afirma, me explico: La sociedad, como dijo en su discurso de aceptación Rosa Beltrán a la Academia Mexicana de la Lengua, hace pocos años, busca sus códigos de supervivencia también en un libro clásico, así, de ésta manera interpreto lo que es Walser: un clásico de las letras alemanas que ayuda a permanecer a su sociedad y por ende, a la nuestra.

Walser tiene pasajes que su fuerza nos hace sentir lo sagrado que fueron, son y serán, los libros que circulan por la tradición literaria mundial, lo que sé sobre eso es mi sensación mediante mi lectura, eso, transformado después en éste u otros comentarios, qué mejor ¿no crees?

Y así de tajo, están invitados a seguir brindando.

SOBRE FERNANDA MELCHOR... ¡POR MARCOS GARCÍA CABALLERO!

 


Las hay múltiples razones por dónde comenzar la historia de cómo fue germinada y fecundada la idea de esta escritura. La mejor debería ser por su breve historia: me nació la idea en 2022 y fue mujer (muy bella, por cierto, recordemos que George Steiner decía que todo pensamiento comienza con un poema y perdónenme, pero “poesía eres tú”, amar a la mujer es el acto poético por excelencia). Desde un principio quise escribir un proyecto a favor de las mujeres en el arte o escritoras.

Pienso que escribir sobre las mujeres y lo que escriben las mujeres es, por sí mismo, revolucionario, es ya desde el inicio asumir que se quiere un cambio de cierto tipo de estado de cosas; (dicho sea entre paréntesis: no me gusta vivir en el siglo XIX en Aguascalientes cuando puedo disfrutar de las bondades del siglo XXI) porque el feminismo es también un hijo de la ilustración francesa, pero es, obviamente, un hijo no tan querido(a) de la ilustración francesa. El juego democrático de occidente nunca, sino hasta hace relativamente muy poco tiempo, quiso tomarlas a ellas en serio. Lo más que se les respetaba era el hecho de que escribieran como por ejemplo Sor Juana en el virreinato de la Nueva España; pero aun así era una escritura que era servidumbre. Un deleite para el poder. Una suerte de pasatiempo sublime, dedicado a las élites. Aunque Sor Juana jamás haya querido mentir o falsear los elementos y el registro que le dictaba su excelsa conciencia. Después de la Revolución Francesa hubo muchas que pudieron escribir, pero siempre fueron y jugaron papeles tipo la mujer precaria y la literatura (¿Verdad Georges Bataille?). Ya después de 1789, fue cuando empezó a hablarse ligeramente del empoderamiento de la mujer, el tema era la jaqueca de los reyes, de todos los reyes europeos hasta el presente. Y hasta los cincuenta del siglo XX obtuvieron en México el derecho al voto. Fíjense: y aquí en este país como si nada, como si nada de esa raíz tuviera la civilización mexicana. Obra tras obra generando lucidez, ideas, en diferentes estéticas y contextos ya sea por medio del relato, la novela, la poesía, el ensayo. Son ellas que desean realizar sus vidas y ser escuchadas, y son muchas, las escritoras que han iluminado la condición humana y en todo el mundo (sé que la lista es mucho más larga, menciono solo a unas cuantas que están en mi biblioteca): ahí están las obras recientes de Lucia Berlin en Estados Unidos, la excelente poesía de la Premio Nobel 1995 Wislawa Szymborska de origen polaco, la inmortal Doris Lessing, Susan Sontag: una conciencia lúcida y brillante en Estados Unidos, las últimas dos ya fallecidas. Ahí está Aline Petterson en México, con su voluminosa Obra Reunida en Alfaguara, (me parece importante darle mayor relevancia a ésta gran escritora que, además de que fue mi maestra, es una escritora brillante). Laura Restrepo con Delirio y La isla de la pasión; o la que es mi adoración: la rumano-alemana premio Nobel 2009 Herta Müller; autora de auténticas joyas como La Piel del Zorro, La Bestia del corazón, Todo lo que tengo lo llevo conmigo, El hombre es un gran faisán en el mundo; obras excelentes por donde se les vea; otra, la brasileña Clarice Lispector, Elena Poniatowska que es, desde los años sesenta del siglo XX, todo un “monumento hecho de fruta” (como dice Tomás Segovia en su poesía amorosa) desde La noche de Tlatelolco hasta El Tren pasa primero o la novela sobre Leonora Carrington, simplemente Leonora; una chulada de libro en nuestro país. Además Guadalupe Loaeza, Mónica Lavín, Rosa Beltrán, Maricruz Patiño: mi colega y amiga que siempre me asombra, ella fue discípula de Octavio Paz, Leticia Luna (Maricruz Patiño elaboró un Atlas de tres tomos sobre las Místicas, pícaras y rebeldes mujeres poetas en México), Rosa Montero y la premio Cervantes María Zambrano, autora de dos textos fundamentales: El hombre y lo divino y Filosofía y poesía,  en España; Beatriz Espejo, recientemente premio Nacional de Lingüística y Literatura en México; otra, la latinoamericana Cristina Peri Rossi (con ésa estupenda antología de su poesía: La barca del tiempo) desde su exilio y su premio Cervantes en España. ¿Otras obras notables más jóvenes? Las de Cristina Rivera Garza por ejemplo, como La Autobiografía del algodón, Nadie me verá llorar, y El Invencible verano de Liliana, no es gratuito, cuando una gran artista como ella, decide crear una novela sobre el feminicidio que le ocurrió a su hermana, y que de esa forma ganara el premio Javier Villaurrutia de Escritores para Escritores en 2021 por ésta última obra.

Para un escritor como yo u otros semejantes a mí, que hemos aceptado no sobajar ni maltratar a las escritoras jamás, claro, --después de muchas purgas personales-- (¡Ni por supuesto a ninguna mujer!); como por ejemplo mi amigo ahora fallecido en 2020: el ensayista, traductor y poeta José Vicente Anaya; él tenía plena conciencia de lo importante que era traducir mujeres poetas de los Estados Unidos al español de nuestro país, de tal suerte, que tradujo a Marge Piercy, Diane Di Prima, Anne Sexton, Margaret Randall, etc. (Como saben muchos, él fue un gran conocedor de la generación beatnik, que también tradujo a Gregory Corso, Henry Miller y otros más) Asimismo, Anaya también rescató a mujeres del pasado mexicano como Concha Urquiza, los remito al texto: El corazón preso, de Anaya. “Y la culpa no era mía ni dónde estaba ni como vestía” Esta frase, este himno, “canción sin miedo” me resultó desde el principio, muy entrañable, porque si es que hemos sabido amarlas también, obvio, nos duele lo que sufren ellas, ajá, claro, quitándose la máscara que chorrea machismo prepotente a la mexicana, con esa esencia muy clara de nuestro país que es por ejemplo insultar; eso se nos da perfectamente, y sobajar, molestar, odiar los argumentos humanistas, la ética. Esa causa, el feminismo joven, desde el principio fue para mí asumir un compromiso, era como una franja en el espectro donde sí tenía que estar y participar en este país, lo hago de esta forma: ejerciendo la escritura, la reflexión y la razón pensante. Las volví a amar (a pesar de mis tonterías misóginas) y me vi en ellas y su causa como en 1995 me vi en el EZLN y los indígenas de Chiapas. Pero pensé también que la antedicha Cristina Rivera Garza, ya estaba muy valorada, quizá no tanto, mejor dicho: había otras dos que necesitaban más que ella el hecho de que yo las apologizara; sí, porque la idea de este escrito es una suerte de apología personal sobre dos escritoras jóvenes.

Primero lo que hice fue que lo propuse como proyecto al FONCA en 2023; no obtuve su estímulo pero de mientras, me parece que lo importante es aclarar, esclarecer, discernir, sacar a la luz o suponer por principio de cuentas, por qué se darán por escrito éstas páginas sobre ciertas creadoras y sus obras. Primero, porque es de notarse, es de alegrarse, es de celebrarse, ciertamente, que en nuestro país existan y se logren escritoras como ellas: Brenda Navarro y Fernanda Melchor. De hecho, es deseable que las letras nacionales sigan el camino que ellas están marcando y señalando últimamente con sus escritos. Las queremos, los escritores, la gente involucrada en la cultura, sobre todo: que este tipo de escritura femenina prevalezca y sean seguidos este tipo de derroteros que ellas manejan a la perfección.

Miren nada más sus credenciales: Fernanda Melchor escribió Temporada de huracanes en 2017 y hasta la fecha lleva ¡seis reimpresiones! La mía es del año 2018. Esto es una señal de luz, de inteligencia en la palabra, que, además, El New York Times la favoreció y la calificó como autora destacada por esa obra. Asimismo, Premio Internacional de Literatura 2019 por Temporada de huracanes y su traducción al alemán, otorgado por La Casa de las Culturas del Mundo, en Berlín. Mencionada también en esa rara y sospechosa lista de los mejores cien libros del siglo XXI hecha y elaborada por “Ochenta expertos” publicada en el suplemento Babelia.

Por su parte, Brenda Navarro fue premiada con el VII Premio Tigre Juan y traducida a siete lenguas, su primera novela Casas Vacías del año 2018.

Todo esto son señales muy positivas, ésas son las que espero se conviertan en mis razones. Luces, ideas, propuestas, claridad, que están dando las artistas como ellas en el mundo de la cultura mexicana, por el gran esfuerzo de ellas, las autoras: hace todavía unos años, pienso en el año 2000 por ejemplo, era impensable que escritoras jóvenes lucieran y sobrevivieran en estos escenarios del país y así de triunfantes, así de celebradas, es copiosa la información que de ellas circula en la web; hasta hace pocos días, (escribo en septiembre de 2023) Brenda Navarro estaba triunfando en el Hay Festival de Querétaro. Sobre cómo y de qué son los contenidos de estas cuatro obras, sobre cuál es el camino deseable por recorrer para los artistas venideros y sobre cómo serán educados en el arte las próximas generaciones, millennials y centenials, vendrá esta aportación.

Es por este tipo de razones que yo deseo hablar sobre ellas, subrayar su importancia, su vitalismo, su trascendencia y su valor, por esas razones yo las respeto y las apoyo, al mismo tiempo, disfrutando de sus rachas creativas como supongo, seguirán llegando más, como decenas de libros, decenas de poemas, lecturas, recitales, apelando a la capacidad de asombro y, demostrando, al estilo de Milan Kundera, que el sentido de la vida está en otra parte.

Los libros que yo deseo comentar, tal como reza el adagio de Schopenhauer de que “Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto y los años que sigan nos dan el comentario”, son: De Fernanda Melchor: Aquí no es Miami (2013, primera edición 2018), y el ya mencionado Temporada de huracanes (2018), de Brenda Navarro: Casas Vacías (Primera edición 2019) y octava reimpresión 2023 y Ceniza en la Boca, 2022, primera reimpresión 2022 y segunda reimpresión 2022. Este es, pues, un libro de ensayo, mejor dicho, de comentario. Y otros comentarios, de forma independiente, como expresa el título.

Y “la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía.”

¿Estaban enojadas? Miento: Estaban furiosas, estaban asesinas de coraje contra el mundo del machín mexicano… y tenían razón. Léase Temporada de huracanes… En esta obra, a través de sus personajes, con una fina y potente voz, Melchor deja desnudo al machín mexicano, lo desnuda totalmente y lo vence: ¿Cómo? Pues lo describe, pero más que eso, lo explica, lo ve como un pobre diablo pensando en trescientos mil pesos como recompensa por decir quién mató a la bruja; chupando alcohol, es transparente y evidente: dice a sus colegas, por ejemplo el Luismi: “¿y tú qué pedo?”  “¿Qué sabes de la bruja?” y Munra, el otro: “¡Vámonos pal gabacho mai!” Es una fina costura de orfebrería, de punzante trabajo con la lengua de la calle, lo que asume Fernanda Melchor, realmente admirable. Leamos esto: Temporada de Huracanes es una obra que eligió bien nuestra sociedad mexicana como decía Bernardo Ruíz en su manual de talleres literarios: De escritura (del cuento a la novela) dedicado a Teodoro Villegas: el punto neurálgico, pienso, no es que a ciencia cierta nos falten libros, lo que la sociedad desea es saber en qué tipo de obras quiere verse retratada, es ése el gesto que desea lo inmortal, donde la sociedad quiere verse fuerte. Dime si no fue lo mismo que le pasó a Cartucho de Nelly Campobello hace poco: ésta novela del México de la Revolución, de aquellos tiempos, con el que dio su paso a la entrada a la Academia Mexicana de la Lengua nuestra Rosa Beltrán, su discurso de aceptación es un texto brillante, lúcido y lleno de erudición vital sobre Cartucho.

Vuelvo a Temporada de Huracanes: ahí se muestra el típico macho que navega con bandera de optimista o de buen gusto, el que “las puede todas”: envíenme aquí todo el Laberinto de la soledad para ver este mexicano, por la grandeza de Octavio Paz, y lo puntiagudo de su mirada genial; o Samuel Ramos, o Carlos Fuentes, todos ellos exploraron esa idea de mexicanidad, ese espacio violento que se auto--inventa cada vez más y más podrido, sucio, que apesta a corrupto. Ése mexicano en realidad es un ignorante, y violento golpeador de mujeres, alcohólico y flojo, barbaján y holgazán, que ha venido creciendo en contextos donde la vida vale tan poco, que no sabe valorarse, es incapaz de dar amor, tanto físico como emocional, se ha perdido, no sabe ni de dónde viene ni adónde va, no sabe dónde buscar su esencia, su identidad, babea machismo y eso es todo, con música norteña, guacamole y fútbol, de tal suerte que parece obligado a tener que ser corrupto: no tiene otra opción. Para él, sólo es cierto, como escribió Carlos Fuentes, el ser hijo de la chingada, el ser chingado o ser el jefe de las chingaderas, el que ya se chingó a todos, el que sabe chingar y el chinga-quedito, el más hijo de la chingada que sabe que su vida es sólo una oportunidad para chingar o ser chingado. Son claras y sabias esas palabras en Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, es ahí dónde están: “Tu palabra molino, tu palabra círculo del día a día: la chingada”. Es obvio pensar en esa ruta de razonamientos que ellas están encabronadas contra tanto macho que las ha sobajado por décadas, contra tanto hijo de vecino que las ve simplemente como el pozo de su semen, a toda hora, en el camión, en el taxi, en la rutina del trabajo… Tienen razón y es muy claro que se vuelva a hablar en los medios impresos y electrónicos sobre el empoderamiento del eterno femenino.

En el año 2020 en plena pandemia del covid-19 cientos de miles de mujeres le protestaron al gobierno con ese himno en la plancha del Zócalo. Vivir Quintanar la cantante se convirtió en leyenda con su himno: “Canción sin miedo”.

Empecé a leer Casas Vacías, la novela de Brenda Navarro sobre la maternidad, es un trabajo serio, hilarante, fina costura del lenguaje, muy secreto en el sentido mercadotécnico, la autora tiene el talento necesario, pero, pregunto para seguir el comentario: ¿atrapa al lector?

Sí y no, pero la negación es aparente, éste es un discurso mucho más serio que el de Fernanda Melchor, lo que en Fernanda Melchor habla de desmadre, violencia, ignorancia y una parte de la brutal realidad de la vida para mucha gente en varias partes del país como Veracruz; el sentimiento en general de que la vida no vale nada, en Brenda Navarro es una literatura reflexiva que busca la supervivencia, el exigente, salvador y aclamador sentido de protesta en tono de familia y la validez o no de pertenecer a una familia. Y de qué protesta: Pues contra la figura del machín mexicano, tonto, gandalla, bruto y violento que, ay, es parte de la mayoría de la población mexicana.

Es una literatura joven y sensualista, es una literatura bien templada, con buen temple del tema de la maternidad como problemática, el hecho de ser parte de una familia disfuncional y merecer esa familia disfuncional.

Aquí no es Trópico de Cáncer ni Trópico de Capricornio.

Fernanda Melchor, diríamos pues, es una narradora efectista, en cierto sentido, pero es muy veraz, ser efectista en este caso, quiere decir que es el suyo, un arte que te muestra el rostro de la muerte con sus textos, es decir, es muy despiadada su visión de la vida pueblerina en las zonas marginadas de Veracruz pero es que también su visión es necesaria. A su manera, (como Óscar de la Borbolla nos lo mostró hace ya muchos años) es un arte que se vuelve imprescindible hasta que existe. Como los 27 conciertos para piano de Mozart. Y la realidad cultural a gran escala le ha dado la razón a Fernanda Melchor: Ya hasta hay una película en Netflix basada en su novela Temporada de Huracanes. Sobre la película supe que fue un problema para los guionistas la creación de personajes, porque en el lenguaje del cine, las películas tienen qué haber varios personajes que hagan acciones pareadas con otras acciones, y obviaron el problema del lenguaje de la oralidad con una especie de parquedad en las primeras escenas, con esa especie de ontología de la imagen: eres lo que ves o el Ser está en donde pones la atención. Mientras que la novela es habla callejera). Lo que hay en esa novela es pues, sin negar la violencia y el malagradecido y maldito desmadre que es lo que inmortaliza Melchor, un trabajo fino en el lenguaje con una búsqueda de habla desparpajada, de escribir como se habla, de modo suelto, pero sin condenar a nadie. Desde el momento en que la bruja fulana que hacía trabajos mágicos para quien sabe quién, crece la sospecha de que su muerte fue por asesinato, y desde ése momento la atención y donde alumbra la mirada de Melchor, es a un grupo de jóvenes; drogadictos, callejeros, desempleados, el Luismi, el Munra, el Brando, Rigorito, Norma, etcétera, y entonces lo que maneja el talento de Melchor es que a éstos personajes de repente, mientras avanza la oralidad de la narradora, los empieza a cubrir como una sombra negra de brujería de la supuesta pero nunca confirmada de aquélla, la que muere al principio de la novela.  Melchor no descuida ni un segundo la vida de sus personajes, es decir, los maltrata como lo haría la brutal realidad de Veracruz, pero al final el arco se cierra y entendemos que eran ellos, los que (obvio) no pensaban bien y se sentían embrujados y paniqueados por la Doña además por toda la droga que se metían, una auténtica pandilla de tarugos. Fina factura: Melchor hace inmortal la malsana vida de sus personajes, pero hablar así del país ya merece reconocimiento, exacto como ella ya lo obtuvo. Estilo y estructura, hacen la novela, dijo Vladimir Nabokov, “la novela descubre sólo lo que la novela puede descubrir”, dijo Milan Kundera y esto que leí de Fernanda Melchor, reluce estos méritos de forma cabal, estamos frente a una gran obra que se propone desde ya, como una gran promesa, cuyos próximos éxitos seguramente no tardarán en producirse. Paso ahora a comentar sobre Aquí no es Miami: ¡Qué deleite los primeros cuentos! Si, porque son relatos, entonces Fernanda Melchor como comenta en el prólogo que según ella misma dice “es un choro mareador” cuenta, para empezar, la aterradora historia que fue para ella y su hermano, la cuestión de un eclipse de sol en los primeros años 90s, qué deleite, qué delicia éste primer cuento, obras y obras mostrando que el sentido de la vida está en otra parte: ¡claro! Con una televisión, una escuela a medio camino con el hogar obvio, nos refleja toda la ignorancia de ése México bajo el gobierno del innombrable orejón, ignorancia y estulticia, resulta arrolladora la narrativa con su desparpajo que genera la carcajada, porque no precisamente se haya acabado el mundo, sino porque la televisión mostró todo ese instante, hasta el hartazgo, hasta venderte la gorra del eclipse y… creo que ya me entendieron lo que deseo consignar: la sátira, el choteo, el cotorreo que fue generado “por el eclipse”. Cuentos más adelante en el libro vuelve la narrativa verista y afilada como navajazo estilo Kill Bill: violencia, drogadictos, machos ignorantes y bueno, existe ahí en Aquí no es Miami un cuento con ese nombre que está excelente, pero Fernanda Melchor cubre a sus informantes, retrata seres humanos comunes, no los políticos, sería un número más de la revista Proceso, no, no, no, lo que queremos es arte y cuentos, la fina tela del texto literario, y ahí está, esperando ser descubierta por todo lector, toda lectora que se trepe al auto incendiado del texto Aquí no es Miami: búsquenlo.

¿Eres mujer joven con gusto por la cultura?

Pues ya debería de ser el momento que entendieras que te debes de empoderar, porque, lo quieras o no en este país vas a enfrentar a los variados tipos de macho que los hay para aventar para arriba, por eso disfruto pensando este epígrafe terrible de Bibiana Camacho en su libro Jaulas Vacías:

“La realidad exigía mucho de ella. Se examinó en

El espejo para ver si el rostro se volvía bestial

Bajo la influencia de sus sentimientos. Pero era

Un rostro quieto que ya hacía mucho tiempo

Había dejado de representar lo que sentía.”

Clarice Lispector

Además en Aquí no es Miami existe un coqueteo con la brujería, con el pensamiento mágico, aquí me refiero al México profundo, al México que lleva un pasado de derrotas y sufrimiento cabrón, un México profundo pienso como lo dice Guillermo Bonfil Batalla, ésa es una obra que no he leído, pienso que es importantísima, lo más cerca que estuve de ella fue una exposición conferencia sobre ella en mis tiempos de la escuela de escritores de la SOGEM.

 

Aquí no es Miami, como dice Walter Benjamín en sus tesis sobre Feuerbach, es un documento de la cultura de su tiempo, pero también es, al mismo tiempo, un documento de la barbarie y la violencia de su tiempo. Fue escrito en 2013, mi edición es del 2018. Una obra que relata también una peripecia cuando Mel Gibson supuestamente va a Veracruz a filmar una película y lo que sucede es que la horrible realidad de Veracruz supera la acción de la supuesta película, un trajín del demonio totalmente, en el golpeado estado de Veracruz: ¿qué acaso no recordamos quién fue el gobernador de ese estado hace unos años y lo que sucedió?

¿Es que acaso no hay salvación para esto? Tenemos mucho en qué pensar y recapacitar, poner en acción la praxis y actuar, pero mientras tanto, Fernanda Melchor sigue contando, sigue completando historias y relatos de impecable factura y demostrando que el sentido de la vida está en otra parte.