OJALÁ AL LADO DE MI FÉRETRO…
La noche, cual paloma de azúcar
surca con sus alas otro espacio tras mi espalda,
dejándome anonadado, a solas con mi nada.
Negro cancerbero que babea en la oscuridad,
como profecía mal ocultada,
se me rebela en forma de poema:
espuela que me golpea y no me arredro:
voluntariamente acepto que mi soledad es poética
porque mi paciencia se va tornando en bocanada,
en viento que no sólo acepta al tiempo
como mudo testigo sino al destino
que pausadamente entre el oleaje
me trajo un día una botella
que contenía el pergamino de mi memoria.
Flama al rojo vivo, la memoria: medicamento e
intensidad a salvo del eructo y claxonazo de las urbes.
Siempre estás ahí y mis pensamientos te acarician,
te deforman, te vuelven lo que eres: palabra, futuro y más futuros,
sombra amorosa que arremete
contra los tentáculos de la peor de mis suertes,
la
muerte, aquella que descreo y a través de la cual seré juzgado, ojalá al lado
de mi féretro resuene de un mendigo con voz ronca y deliciosa: “él era dolor
color de olvido, un amor siempre en blanco o en negro,
un
heredero bastardo de Ezra Pound y otros iguales,
un
guerrero exagerado que sabía reír y sudaba ideas, un astillero para huir
siempre del silencio.”
Y
si no lo dice, ¡ay! ¡pobre de él, que lo estaré esperando allá abajo y lo joderé
para que se lo regrese el Caronte de nuevo a chupar al pavimento!
No hay comentarios:
Publicar un comentario