La palabra “navegar”, muy acorde
con los tiempos presentes de la invencible y todopoderosa red del Internet, ha
despojado esa palabra de su significado verdadero. No, no es que quiera hacer
filología de ésa palabra ni mucho menos; es una simple observación que noto
mucho al momento presente de terminar de leer el Diario Argentino de
Witold Gombrowicz, estoy en las páginas finales y veo la pasión de Witold al
narrar cómo se va despidiendo de Argentina y se va de nuevo a Europa en los
inicios de los años sesenta y cómo vive intensamente su relación de amor y odio
mezclados con Argentina, y vaya, habla tan memorablemente del acto de ir
navegando en el barco el Federico y toda ésa construcción mental es una
delicia que incluso yo mismo, que me jacto a veces de saber apreciar ése tipo
de detalles, debo de reconocer que sí, que es memorable ésa narración, por
supuesto, pero que apenas alcanzamos los cincuentones del día de hoy a ver en
libros como ése, el triunfo de éste tipo de narraciones, porque de éste tipo de
triunfos está hecha la literatura, y ya, pues, hoy en día hasta el más
afeminado de los chamacos de las escuelas navega, y navega y navega, (según él)
entre las páginas de Internet.
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