POR
VÍCTOR GARCÍA MOTA
Su voz retumbaba, hable
y hable, no paraba, seguía y seguía, ya llevaba horas hablando, parecía estar
dirigiéndose a otra persona, a un público; pero nada, hablaba con voz en
cuello, para que le escucharan; pero sus palabras solo rebotaban en la
obscuridad del vagón porque el ruido del tren, el chaca, chaca y el jaloneo de
vagones, trituraban esas palabras dichas en voz alta, perdidas en esa sinfonía
de la ruta del diablo. ¿Cuántos viajes a la frontera? ¿Cuántas veces he
retornado por esta ruta del infierno? ¿Tres, cuatro, cinco? Su memoria se
estiraba, buscando entre tantos escombros del tiempo olvidado, una larga travesía para los
migrantes centroamericanos al llegar a la frontera es caminar por la vía del
tren, que desde 2005 debido a un huracán, no permite circular a los trenes
de carga. Esta vía del tren garantiza que no encontrarán en su camino los
tormentosos puestos de migración y que por lo menos hasta llegar a Arriaga no
serán deportados a su país; pero para ello deben caminar bajo el sol
aproximadamente 300 Kilómetros, tardando hasta una semana en hacer este camino,
y ya en México la larga marcha de la muerte se inicia generalmente en
Tapachula, en Chiapas, a menos de 10 kilómetros de Guatemala; entrar por
Tapachula, Chiapas, y tomar el tren en el municipio de Arriaga, y al
llegar a Arriaga, luego de caminar casi una semana, los migrantes encuentran un
albergue que les dará hospedaje y alimentación hasta tres días, además de
orientación migratoria y la posibilidad de denunciar los constantes atropellos
que han tenido que vivir en solo una décima parte del largo camino que les
espera hasta la frontera de Estados Unidos; por ello con mucha razón que tiene
el padre Rigoni al afirmar que la verdadera frontera de Estados Unidos está en
Chiapas y los viajeros tardarán entre 20 y 25 días en llegar a la frontera
norte, en los que habrán desembolsado “como mínimo” US$1 mil 130, y llevar ese
dinero que les exigen los coyotes o “polleros” para cruzar a Estados
Unidos; un viaje que solo parece gratis, pero a
medida que avanza la bestia, su precio va subiendo, de tramo en tramo,
sobornos, asaltos, secuestros, todo lo que se trae de valor va quedando hasta el punto de que a veces
el pago de este viaje es dejar la vida en el camino. Así es este viaje que
parte del sur de México frontera con Guatemala hacia Estados Unidos. El hombre
que hablaba parecía estar siendo arrullado por el chaca, chaca del tren,
es la Bestia, la temida máquina que miles de centroamericanos abordan para
intentar cruzar México, también apodada la Devoradora de migrantes;
y la ruta del Pacífico parece menos peligrosa que la del Golfo eso,
no significa que sea un camino de rosas ya que el 70% de los inmigrantes que la
cruzan sufren algún tipo de abuso que en la mayoría de los casos es violento y
todo empieza cuando hay que subirse a un tren que pasa a 20 kilómetros por hora
es difícil para un adulto, ahora imagínate para una mujer o para un niño y ya
arriba empieza lo mejor: se viaja a la intemperie, con riesgos de caerte, sol,
hambre, por lugares remotos, te puede tumbar una rama de árbol, te puedes caer
por sueño, te pueden bajar del tren y secuestrarte o extorsionar, y claro la sed
y el hambre te acompañarán por todo el camino; entre sueños que eran vivas
pesadillas, buscó sus cicatrices en las costillas, el navajazo en la pierna,
solo parecían tatuajes, pero era la huella de esas batallas, esa resistencia
para proseguir por la ruta maldita, que era igual, al maldito lugar que me
había expulsado, al maldito lugar donde llegué a trabajar con horarios de
esclavo, escondido para que la migra no me atrapara y me devolviera, era igual
cuando en Tijuana, en Ciudad Juárez, me secuestraron y me bajaron todo lo que
había ganado al otro lado. Igual que ahora, su voz parecía rechinar, como si
estuviera aullando, como un lobo solitario gritándole a la luna y en ese
desierto, el alma caritativa del férreo defensor, el sacerdote Alejandro
Solalinde, director del albergue Hermanos en el Camino de Ixtepec, hace todo lo
que puede para atenuar ese sin fin violación de derechos humanos, ese costal de
carencias que carga cada inmigrante, atenuar tanta impunidad, tanta prepotencia
contra estos inexistentes expulsados allá como aquí, de todo posibilidad de
mejorar sus vidas.
El hombre, ahí, con la
mirada perdida. No sabía a ciencia cierta si su mirada estaba en la bruma de
sus sueños o en la bola de recuerdos que venían como un montón de imágenes sin
fecha. Una mirada escondida, chiquita como impidiendo la salida de un chisguete
de tristeza, una gota de llanto, como el último esfuerzo para no doblarse. Todo
eso, ya lo sabía, esa había sido su terapia, sacudirse el dolor y el
sufrimiento de dejar a la familia, su mujer y sus hijos, esa era su
autocuración, como las viejas de la patrona la habían gritado, aquel día cuando
estirando la mano para agarrar la botella de agua, le dijeron en voz alta, es
para la sanación. “Las
Patronas”, un grupo de más de 20 mujeres que desde hace 17 años lanza comida a
los migrantes que pasan en el veloz tren de La Bestia; mujeres, sin
esperar nada a cambio, han podido construir una red de solidaridad a nivel
nacional que les permite preparar 20 kilos diarios de arroz y frijol, además de
algunas conservas, tortillas, frutas y pasteles para alimentar a las personas
migrantes hambrientas y sedientas que no han podido comer y beber durante
días.
El hombre estaba
curtido, por ese ir y venir de aquí para allá, cruzar la frontera, volver de
regreso, y una vez más cruzar la frontera. Retornar aquí, donde todo sigue
igual, como allá. ¿Vengo o voy? ¿Cuál es la diferencia, Reynosa, Texas,
California, Tijuana, Nicaragua, El Salvador, Guatemala? Esto parecía
confundirlo, todo igual como por toda esa ruta, tantas veces recorrida. Una
larga ruta miserable, atravesando la miseria de estos pueblos, cubriendo todo
el presente de miseria, avanzando hacia este futuro miserable. Una travesía,
que ya se la sabía de memoria y como si estuviera viendo el mapa de México visualizando
las principales rutas que los inmigrantes siguen para llegar a Estados Unidos.
Son cuatro. Los principales destinos son dos ciudades fronterizas al este
Reynosa y Nuevo Laredo, la sempiterna Ciudad Juárez y Tijuana, al otro extremo
del país; y ahora, ir por la ruta del
Pacífico, Guadalajara,
Jalisco, al oeste de México, la cuna de los mariachis, los charros y el
tequila. La sede de la feria del libro más grande en habla hispana. Hasta
hace poco no era una escala en el mapa de los 500.000 centroamericanos que cada
año cruzan México para intentar llegar a EE UU., pero en los últimos años el
número de inmigrantes que pasan por la segunda ciudad más grande del país se ha
triplicado. Desde la matanza de 72 personas en San Fernando, Tamaulipas en
el 2010, cada vez son más los que eligen la ruta del Pacífico: el camino más
largo, pero el menos peligroso; y que atraviesa este sitio. Se les ve por los
cruceros cercanos a la vía del tren, sentados en la calle, dormidos en la
acera. Se han convertido en un quebradero de cabeza para las autoridades
locales y han agitado prejuicios en una sociedad en la que los inmigrantes eran
invisibles hasta antes de ayer.
¿Había enloquecido ó
solo deseaba sacarse tantas palabras no dichas, tanto silencio? Si tu lo
vieras, no lo podías creer; toda una vida, jalando aquí como allá, siempre
pensando que dejó a su familia, a sus crías que cuando retornaba, siempre las
encontraba creciendo. Un hombre que ya mordía los sesenta años, áspero, de
pocas palabras. Un típico centroamericano, que en la bola, parecía otro
nicaragüense más, otro guatemalteco, otro salvadoreño más y al cruzar las
fronteras, seguro tu dirías, es un típico mexicano prieto, duro y curtido y
entre esa ola de los que van en busca del sueño norteamericano dirías solo es
otro inmigrante más que va para el norte, todos son iguales, sean de El Salvador, Guatemala,
Honduras, Colombia, Ecuador, República Dominicana o de México. ¿Quién va a
saber de donde eres en esta bola de 500,000 inmigrantes que cruzan por año? ¿A
quien le importa tu vida o tu origen? ¿A quien le importa si eres Juan o Pedro?
Y si das tu nombre te expones al soborno por eso te ocultas en el anonimato y
por eso eres otro INEXISTENTE entre tantos inexistentes.
La bestia seguía
avanzando por esa ruta innombrable a pleno sol. Mientras el hombre arrinconado
en el vagón, seguía musitando palabras, parecía estarle hablando a otro, pero
no, el le hablaba al otro de si mismo: un soliloquio cruzando los tiempos.
Cuando su padre lo llevó, ese fue el primer cruce de fronteras, fueron años de
ir a recoger cosechas en la California. Desde los seis años anda en ese
trajinar de fronteras, a quien le importaba si tú eras de ese pueblo
desconocido llamado Metapa
anclado en el territorio de Nicaragua, pueblo al que después se llamaría la
Ciudad Darío, en honor a la grande poeta, Rubén Darío y de esas tierras del
gran Augusto César Sandino el liberador, patriota y revolucionario de
Nicaragua. A nadie le importó nunca, porque tampoco tú sabías de donde venían
tantos hombres, mujeres y niños llenos de sus historias, con sus familias, con
sus penas y solo cargando es costal de carencias.
Había despuntado el sol, un viento fuerte y frío. El hombre que toda la
noche se la había pasado gritando palabras inconexas, ahora estaba sumido en si
mismo, absorto, ensimismado. Mascullando para si esa noticia que había corrido
por todos los que venían montados en la bestia, aquellos otros iguales a ellos,
inmigrantes de África buscando llegar a Europa, o aquellos otros que salieron
del Medio Oriente y a punto de llegar a las tierras de Europa se ahogaron,
porque la barcaza en que iban trescientos, niños, mujeres y hombres, todos se
hundieron; a todos estremeció la noticia, todos se sintieron iguales a ellos,
la pequeña diferencia, era tan frágil, tan débil, que no valía la pena
mencionarla. Ahora estaban a salvo, pero el destino, aún no decía la última
palabra, la Frontera era la prueba de fuego y eso, tampoco era garantía para
llegar a donde cada uno deseaba llegar para trabajar, porque todos eran iguales
sin papeles y tendrían que aceptar todas las condiciones impuestas para
trabajar como esclavos escondidos. Es una inmensa ola de miles y miles de
inmigrantes ilegales que cruzan el mundo, de aquí para allá, provienen de África,
Medio Oriente, de Asia; y de Asia, China, Filipinas e India, y de Europa,
Polonia y los estados que formaban parte de la Unión Soviética, igual que aquí,
todos buscando enchufarse a la poderosa maquinaria de la producción globalizada
en este mundo miserable tan igual a sí mismo.
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