Así
es que tú y yo
—hermanos ocasionales—
navegamos de nuevo
levantándole banderas piratas
a lo desconocido,
fumando de aventón y
encajando guitarras
en el horizonte rumbo a
Puerto Escondido.
Vieja deuda que nos
reclama iguales al parecer,
ogros o duendes medievales
de nuestra historia,
descuartizando las encías
de los recuerdos
que nos machacan y nos
vuelven a juntar,
en el paraíso de lo que
una vez creímos era alcohol
y otras veces amistad.
De tus largos cabellos
descuelgan secretos poderosos
que mi corazón pronto ha
de masticar.
El frío y los insectos
de la selva me llevan a contar
enjambres de anécdotas
pisoteadas
por la pasión de
volverte a mirar y recordar
tu Barcelona, mi Ciudad
de México,
tus muertos y tus vivos,
mis
vivos y mis muertos.
No somos, digo,
—aunque tal vez sí lo
seamos—
un éxtasis mutuo que se
vuelve a desgranar.
Con mi navaja alumbro el
sol y tus dientes brillan, te digo:
eres cangrejo de huida
interminable,
probable habitante
inmortal de los recuerdos,
trepado en su silla de montar
y desafiar.
Temo en ti encontrar a
lo que más me parezco
y que me vuelve a
encasillar en lo opuesto.
Nos decimos “personal
calificado”.
Qué troncos habrá de
descargar para sacar una lana y
pronto un oasis, una
palmera o fruto habrá de atestiguar
nuestros designios de alcoba
y el huracán
que en nuestras pupilas
se vuelve a atorar.
Encallamos nunca, sólo
en lo invisible volvemos a brillar.
Los inmigrantes y los
turistas se confunden al pasar,
nómadas insectos que tú
pronto habrás de devorar y decodificar.
Las
mujeres esperan nuestro paso, sedientas de calmar
la expectativa de
nuestras vestimentas que rutilan al pasar.
Venga, aceptémoslo muchachón
trotamundos:
pronto serán nuestros nombres,
en los cuernos furiosos de
esta lluvia roja que golpea,
los que se comenzarán a incendiar y manifestar.
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