A Efraín
Huerta
El
Lagarto, in memoriam
MARCOS GARCÍA CABALLERO
Cuando te
beso, te guardas
en una
espina candente,
cuando te
toco, palpo la flama de la fe
que arde
en tu mejilla silenciosa,
te guardo
entonces en la constelación
de la
inexorable patria que te has chupado tu misma,
ciudad,
en una explosión de ira, desempleo y policías
que
atracan tus glorias viejas…,
¿sabes
que parecerías mejor sin ser tú, ciudad,
sino
plomo y chapopote que escurre en el horizonte
de
nuestras verdades y nuestros silencios?
¿Quién
sino tú, para devolverte, para atestiguarte
en el
cause marino de tu primavera, de tu testamento?
Dime
ciudad, sino te amo cuando accedo a recoger
un pedazo
de tu estómago filoso,
de tu
diente que te arrastra sin decirnos nada,
de tu
sueño moderno,
de lo que
palpita en tus graffittis queriendo ser qué cosa?
Fundamento
de nuestra realidad,
aquí y
ahora, ciudad, no una tregua,
sino un
cambiante presentir que no resbalamos a tu tumba,
sino que
nos la asediamos,
sin
pedirnos permiso, para volver a ser portadores
de
individualidad, de arte, filosofía y matemáticas,
clases de
inglés de 5 a 7, y recorrer todos tus submúltiplos
que son
siempre dos que tres oasis para dejar la cabeza un rato.
Ahora
ciudad, en el presentimiento de que te asalto
con éste
poema, que no es mío sino de nadie,
ni de la
esperanza, ni de la desdicha,
sino
parte de tu historia que yo, como un lenitivo,
como un
antídoto, me coloco bajo el brazo
cual
periódico o bolsa de mandado,
tú que
has hecho de mi sueño un gis que se borra interminablemente,
te digo:
te odio, puta ciudad, pero te detesto, pero te amo.
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