POR MARCOS GARCÍA CABALLERO 13 de Nov de 2013
El otro día fui al gymnasio
a levantar pesas y usar la escaladora y la barra,
mientras lo hacía, pedí una oración
por gente que he admirado en mi vida
y de la que hace años no sé nada. (Ni de sus caras o sus Libros)
Esa podrida música de gymnasio
me daba asco, por cierto
que conocí a una mujer junto a mí
que llevaba sus audífonos conectados
al i-phone.
Se negó, aunque amablemente,
a la conversación que yo le ofrecía.
Salí entonces del local,
empapado en sudor, momentos antes,
sin darme yo cuenta
el diablo mío que vive en otro continente
estaba ahí, viendo cómo me iba con la mujer.
Caminando en la calle le pedí que me recomendara
un libro.
“Lee algo de Scott Fitzgerald”
Respondió.
Caminé cansado hacia mi casa
y el sol comenzó a salir.
Odio ser famoso por Hápax Poético y que
el imaginario diga que soy el sol, literal así ellos dicen.
¡el sol en persona? ¿Luismi? “¡He
sol, vaya!”
“Eh sol métete, he sol brilla” “He Sol…”
¡vaya cosa por Piedra de Sol!
Por tanto, en casa me atacaron los usuales enemigos…
Puse café para mandarlos a la chingada
y le respondí al diablo:
“Buscaré algo, tal vez El gran gatsby”.
Y entonces con estas palabras el mundo se cerró de nuevo.
Y pude seguir leyendo un
gran autor de teoría
del conocimiento que sigue sosteniendo
que el conocimiento es incomunicable…
El café me supo a la sonrisa de aquella
muchacha.
Y el sol brilló inmaculadamente
sobre las páginas,
con ese misterio que encierra
el dar los buenos días cada día a la vida.
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