Por Sergio Vicario
[A través de la
poesía, en principio una mentira que se torna verdad después de su lectura,
podemos hallar una reflexión en torno de nuestras inquietudes o formas varias
de pensamiento. El poeta e investigador iconográfico de historia para el libro
oficial de cuarto año de primaria y asistente de arte en Canal Once, nos
entrega este ensayo en tiempos donde la cavilación es necesaria durante el
confinamiento sanitario…]
a Marcos García
Considero que la
poesía a través del poema es una de las expresiones sensibles más profundas del
ser humano (tal vez la música lo sea aún más), pero no deja de ser una
invención; es decir, una mentira, que, no obstante, la considero auténtica; es
decir, verdadera. Y esta es la cuestión: ¿cómo puedo afirmar tal cosa? ¿No es
ésta una contradicción? ¿Cómo comprender lo dicho: que la poesía es una mentira
verdadera? ¿Y cómo puedo distinguir esto si están amalgamadas: mentira y
verdad, en un mismo poema? O me pregunto, de otra forma, si un poema es decir
una invención-ficción-mentira? puede resultar genuino o verdadero. ¿Cómo
comprenderlo?
Si
por mentira comprendemos todo aquello cuya naturaleza exacta no es lo que se
dice que es, y, por el contrario, si la verdad corresponde exactamente a lo que
es o lo que se dice que es, ¿cómo estar seguros de ello? Sin duda la
confiabilidad es una condición de supervivencia, ¿por qué? Porque nos asimos a
lo que reconocemos como confiable y legítimo para continuar nuestro andar, aun
a sabiendas que el misterio y lo desconocido influyen en torno a nuestro ser.
La
mentira que en ocasiones también ha pasado por ser una supuesta verdad ha
quedado en el terreno descubierto de la negación; es decir, lo que es falso no
corresponde al ser, sino al no ser, y esto mismo, al definirlo así, sería una
supuesta verdad sobre la mentira, un problema ontológico, si se lo quiere
considerar así… pero es más.
Las ocultas
sensaciones
Para el caso de la
poesía, como he dicho, en su condición ambigua de ser y no ser (porque en todo
caso es una correspondencia sobre la vida y sus cosas a través de metáforas).
Es claro que hay en el mundo tantas variantes de poemas como poetas
o lectores de poesía. Ya Jorge Luis Borges, en su libro de ensayos Siete
Noches, aludía a Escoto Erígena, “quien dijo que la Escritura es
un texto que encierra infinitos sentidos y que puede ser comparado con el
plumaje tornasolado de un pavo real”.
Es
decir, lo que pueda comprender una persona de un libro, como el caso de la
Biblia, otra persona no tiene necesariamente por qué comprender lo mismo.
He
dicho que la poesía es una mentira. Porque no hay un solo poema que supla la
sensación de lo vivo o de la vida en sí; el poema tan sólo es su
correspondencia (o son sus múltiples correspondencias) que “la definen”, explican,
acercan o nos transfiere a través de metáforas o los versos. Es decir, un poema
de amor no es el amor, pero busca acercarnos a reconocer como
verdadero esta sensación o experiencia del amor (o del desamor, si es el caso).
Esta
consideración es evidente, sin embargo no nos detenemos a reparar en ello sino
en valorar que el poema “nos haga sentir” o “comprender” lo que reconocemos
como tal porque nuestro universo en gran medida es conceptual y es sensitivo;
lo hemos dotado de significados para hallarnos en él, para comprenderlo y
comprendernos en él, y es una proeza humana que esto sea así: es la cultura y
el desarrollo de la civilización; de otro modo, estaríamos condenados y
padeciendo inmersos en el caos y la incertidumbre. Nuestra vida social, tal
como la conocemos, no fuera posible porque sería un constante comienzo y final
cada día.
Tal
vez por ello el valor de la poesía reside en que no sólo refuerza el mundo
conocido, sino también lo desarticula, negándolo para reinventarlo. Nos
devuelve al mundo original a reconocer una sensación tan sutil como el germen
de la emoción misma, pero a su vez nos propone un mundo distinto, mas siempre
con el apoyo de un lenguaje establecido.
Reconocemos
que los poemas pueden ser narrativos, descriptivos, emotivos, abstractos,
filosóficos, sintéticos, convencionales, limitados, fonéticos o una combinación
y recreación de estas y otras posibilidades, pues se dice que el poema no se
agota, ni que está acabado, pero también se ha dicho lo contrario: que el poema
es finito y reductible a la interpretación, al análisis y el olvido.
Alteración y
reinvención
Por otra parte, el
poema escrito hace uso del lenguaje, no sólo es la exactitud o la literalidad
de la lengua lo que lo sustenta, sino su alteración y reinvención. Y como
sabemos, nuestras palabras son limitadas y toda lengua, como invención y
consenso de signos y conceptos, varía de un idioma a otro; por tanto, pese a
estar sujeto a una gramática, el poema a través de su poder creativo es el que
transforma nuestra lengua, enriqueciéndola para superar esta limitación acerca
de la definición profunda de las cosas, de los sentimientos, emociones o
experiencias.
El
objeto en sí y su correspondiente representación ideal: la palabra o el
concepto, son los dos elementos que integran nuestro universo reconocido,
consensuado o integrado, por supuesto, de una cultura, si bien de una
civilización a otra hallamos diferencias. Así, por ejemplo, si decimos “piedra”
no estamos nombrando a ninguna piedra en especial sino a todas las piedras
posibles, y la imagen que podamos formarnos acerca de ésta también es variable
de una persona a otra, aunque la metáfora es una sustancia esencial de un
poema, de manera que la piedra podría, asimismo, referirse a
una especie de fortaleza, dureza o indiferencia, según lo expresado en ese
momento en el verso.
Así,
si decimos “piedra de luz”, ¿a qué nos referimos?, ¿al ámbar, a una “piedra”
radioactiva, quizás al Sol? ¿O a qué? Hasta cierto punto es incierto,
dependemos de una idea desarrollada o del objeto a que se hace referencia; pero
en un poema, es claro que la metáfora puede apuntar hacia otra parte: acaso a
una persona sabia o a un espejo de tiempo, como la Luna. Luego entonces, ¿cuál
es la verdad en un poema? La exactitud y el reconocimiento de lo que
esencialmente es: lo que legitima las cosas.
Revelación y metáfora
Sumariamente: uno) el
lenguaje, en efecto, es limitado y ahondamos en múltiples conjeturas para
definir algo; dos) un poema puede ser interpretado de manera distinta por cada
lector; y tres) la dificultad entre la definición de lo falso y de lo verdadero
en un poema… pero precisamos siempre una respuesta.
También
dije, y es ésta la razón del presente ensayo, que la poesía, a través del
poema, es una mentira verdadera.
El
poema nos miente porque es una invención de cada autor en espera de la
complicidad de quien comparte su lectura para corroborar la noción de lo que
transmite. El poema nos miente porque no es el objeto, la cosa o la experiencia
en sí, sino la interpretación metafórica de un suceso, de un sentimiento, de
una impresión; pero es verdadero porque existe y porque es una recreación
lingüística de nuestro mundo ideal, es verdadero porque, sin ser lo que
representa, lo aceptamos como tal, porque nos significa y tiene la facultad de
conmover nuestra emoción y pensamiento.
La
verdad en la poesía es dudosa, pero un lector asume como tal su verdad en la
medida que le significa y en tanto no haya otra forma que la remplace, toda vez
que comprendemos que nuestro mundo llega a tener más de una representación, no
sólo en las artes sino también en las llamadas ciencias exactas o en las
sociales.
Cada
cual nos aporta una forma de decodificar y conocer nuestro universo. El poema
no es una entidad autónoma del “mundo real”, sino una posibilidad diferente; es
conjuro del encuentro mundano, revelación y metáfora.
Aprendizaje y
experiencia
Concluyo con algunos
apuntes más tras citar un poema de Gonzalo Rojas:
¿Qué se ama cuando se
ama?
¿Qué se ama cuando se
ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la
muerte?
¿Qué se busca, qué se
halla,
qué es eso: amor?
¿Quién es?
¿La mujer con su
hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado
que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella
hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran
juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un
solo cuerpo: el tuyo,
repartido en
estrellas de hermosura,
en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh
Dios, en esta guerra
de ir y venir entre
ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez,
porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa
única que me diste en el viejo paraíso.
Escogí
este poema porque da cuenta de algo que vale la pena considerar: el poema es
verdadero no porque pronuncie o afirme tal o cual situación, al autor puede no
importarle esto: decir una verdad, sino porque plantea un aprendizaje, una
experiencia. Su preocupación es un diálogo callado que alerta al pensamiento, lo
motiva. Está por demás decir que desconozco los motivos de cada poeta, sólo
comparto una cavilación.
Si
la mentira y la verdad reposan en un mismo cuerpo poético, ¿no es la distinción
y la confrontación lo que pone a prueba nuestro pensamiento?
Si
el poema no es la risa, ¿no la rememoramos y celebramos a través de él?
No
lo sé, pero me agrada considerar que cada quien guarda para sí en el verso, en
la canción, en el poema, después de la mentira, una razón más para vivir.
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