jueves, 23 de abril de 2020

EL TEXTO DE NOTIMEX: SERGIO VICARIO: LA POESÍA: MENTIRAS VERDADERAS


Por Sergio Vicario
[A través de la poesía, en principio una mentira que se torna verdad después de su lectura, podemos hallar una reflexión en torno de nuestras inquietudes o formas varias de pensamiento. El poeta e investigador iconográfico de historia para el libro oficial de cuarto año de primaria y asistente de arte en Canal Once, nos entrega este ensayo en tiempos donde la cavilación es necesaria durante el confinamiento sanitario…]

a Marcos García

Considero que la poesía a través del poema es una de las expresiones sensibles más profundas del ser humano (tal vez la música lo sea aún más), pero no deja de ser una invención; es decir, una mentira, que, no obstante, la considero auténtica; es decir, verdadera. Y esta es la cuestión: ¿cómo puedo afirmar tal cosa? ¿No es ésta una contradicción? ¿Cómo comprender lo dicho: que la poesía es una mentira verdadera? ¿Y cómo puedo distinguir esto si están amalgamadas: mentira y verdad, en un mismo poema? O me pregunto, de otra forma, si un poema es decir una invención-ficción-mentira? puede resultar genuino o verdadero. ¿Cómo comprenderlo?
      Si por mentira comprendemos todo aquello cuya naturaleza exacta no es lo que se dice que es, y, por el contrario, si la verdad corresponde exactamente a lo que es o lo que se dice que es, ¿cómo estar seguros de ello? Sin duda la confiabilidad es una condición de supervivencia, ¿por qué? Porque nos asimos a lo que reconocemos como confiable y legítimo para continuar nuestro andar, aun a sabiendas que el misterio y lo desconocido influyen en torno a nuestro ser.
      La mentira que en ocasiones también ha pasado por ser una supuesta verdad ha quedado en el terreno descubierto de la negación; es decir, lo que es falso no corresponde al ser, sino al no ser, y esto mismo, al definirlo así, sería una supuesta verdad sobre la mentira, un problema ontológico, si se lo quiere considerar así… pero es más.
     
Las ocultas sensaciones
Para el caso de la poesía, como he dicho, en su condición ambigua de ser y no ser (porque en todo caso es una correspondencia sobre la vida y sus cosas a través de metáforas). Es claro que hay en el mundo  tantas variantes de poemas como poetas o lectores de poesía. Ya Jorge Luis Borges, en su libro de ensayos Siete Noches, aludía a Escoto Erígena, “quien dijo que la Escritura es un texto que encierra infinitos sentidos y que puede ser comparado con el plumaje tornasolado de un pavo real”.
      Es decir, lo que pueda comprender una persona de un libro, como el caso de la Biblia, otra persona no tiene necesariamente por qué comprender lo mismo.
      He dicho que la poesía es una mentira. Porque no hay un solo poema que supla la sensación de lo vivo o de la vida en sí; el poema tan sólo es su correspondencia (o son sus múltiples correspondencias) que “la definen”, explican, acercan o nos transfiere a través de metáforas o los versos. Es decir, un poema de amor no es el amor, pero busca acercarnos a reconocer como verdadero esta sensación o experiencia del amor (o del desamor, si es el caso).
      Esta consideración es evidente, sin embargo no nos detenemos a reparar en ello sino en valorar que el poema “nos haga sentir” o “comprender” lo que reconocemos como tal porque nuestro universo en gran medida es conceptual y es sensitivo; lo hemos dotado de significados para hallarnos en él, para comprenderlo y comprendernos en él, y es una proeza humana que esto sea así: es la cultura y el desarrollo de la civilización; de otro modo, estaríamos condenados y padeciendo inmersos en el caos y la incertidumbre. Nuestra vida social, tal como la conocemos, no fuera posible porque sería un constante comienzo y final cada día.
      Tal vez por ello el valor de la poesía reside en que no sólo refuerza el mundo conocido, sino también lo desarticula, negándolo para reinventarlo. Nos devuelve al mundo original a reconocer una sensación tan sutil como el germen de la emoción misma, pero a su vez nos propone un mundo distinto, mas siempre con el apoyo de un lenguaje establecido.
      Reconocemos que los poemas pueden ser narrativos, descriptivos, emotivos, abstractos, filosóficos, sintéticos, convencionales, limitados, fonéticos o una combinación y recreación de estas y otras posibilidades, pues se dice que el poema no se agota, ni que está acabado, pero también se ha dicho lo contrario: que el poema es finito y reductible a la interpretación, al análisis y el olvido.


Alteración y reinvención
Por otra parte, el poema escrito hace uso del lenguaje, no sólo es la exactitud o la literalidad de la lengua lo que lo sustenta, sino su alteración y reinvención. Y como sabemos, nuestras palabras son limitadas y toda lengua, como invención y consenso de signos y conceptos, varía de un idioma a otro; por tanto, pese a estar sujeto a una gramática, el poema a través de su poder creativo es el que transforma nuestra lengua, enriqueciéndola para superar esta limitación acerca de la definición profunda de las cosas, de los sentimientos, emociones o experiencias.
      El objeto en sí y su correspondiente representación ideal: la palabra o el concepto, son los dos elementos que integran nuestro universo reconocido, consensuado o integrado, por supuesto, de una cultura, si bien de una civilización a otra hallamos diferencias. Así, por ejemplo, si decimos “piedra” no estamos nombrando a ninguna piedra en especial sino a todas las piedras posibles, y la imagen que podamos formarnos acerca de ésta también es variable de una persona a otra, aunque la metáfora es una sustancia esencial de un poema, de manera que la piedra podría, asimismo, referirse a una especie de fortaleza, dureza o indiferencia, según lo expresado en ese momento en el verso.
      Así, si decimos “piedra de luz”, ¿a qué nos referimos?, ¿al ámbar, a una “piedra” radioactiva, quizás al Sol? ¿O a qué? Hasta cierto punto es incierto, dependemos de una idea desarrollada o del objeto a que se hace referencia; pero en un poema, es claro que la metáfora puede apuntar hacia otra parte: acaso a una persona sabia o a un espejo de tiempo, como la Luna. Luego entonces, ¿cuál es la verdad en un poema? La exactitud y el reconocimiento de lo que esencialmente es: lo que legitima las cosas.

Revelación y metáfora
Sumariamente: uno) el lenguaje, en efecto, es limitado y ahondamos en múltiples conjeturas para definir algo; dos) un poema puede ser interpretado de manera distinta por cada lector; y tres) la dificultad entre la definición de lo falso y de lo verdadero en un poema… pero precisamos siempre una respuesta.
      También dije, y es ésta la razón del presente ensayo, que la poesía, a través del poema, es una mentira verdadera.
      El poema nos miente porque es una invención de cada autor en espera de la complicidad de quien comparte su lectura para corroborar la noción de lo que transmite. El poema nos miente porque no es el objeto, la cosa o la experiencia en sí, sino la interpretación metafórica de un suceso, de un sentimiento, de una impresión; pero es verdadero porque existe y porque es una recreación lingüística de nuestro mundo ideal, es verdadero porque, sin ser lo que representa, lo aceptamos como tal, porque nos significa y tiene la facultad de conmover nuestra emoción y pensamiento.
      La verdad en la poesía es dudosa, pero un lector asume como tal su verdad en la medida que le significa y en tanto no haya otra forma que la remplace, toda vez que comprendemos que nuestro mundo llega a tener más de una representación, no sólo en las artes sino también en las llamadas ciencias exactas o en las sociales.
      Cada cual nos aporta una forma de decodificar y conocer nuestro universo. El poema no es una entidad autónoma del “mundo real”, sino una posibilidad diferente; es conjuro del encuentro mundano, revelación y metáfora.


Aprendizaje y experiencia
Concluyo con algunos apuntes más tras citar un poema de Gonzalo Rojas:

¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte?
¿Qué se busca, qué se halla,
qué es eso: amor? ¿Quién es?
¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura,
en partículas fugaces
      de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

     Escogí este poema porque da cuenta de algo que vale la pena considerar: el poema es verdadero no porque pronuncie o afirme tal o cual situación, al autor puede no importarle esto: decir una verdad, sino porque plantea un aprendizaje, una experiencia. Su preocupación es un diálogo callado que alerta al pensamiento, lo motiva. Está por demás decir que desconozco los motivos de cada poeta, sólo comparto una cavilación.
      Si la mentira y la verdad reposan en un mismo cuerpo poético, ¿no es la distinción y la confrontación lo que pone a prueba nuestro pensamiento?
      Si el poema no es la risa, ¿no la rememoramos y celebramos a través de él?
      No lo sé, pero me agrada considerar que cada quien guarda para sí en el verso, en la canción, en el poema, después de la mentira, una razón más para vivir.

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