Cha, cha, cha. Bailemos…
Cha cha cha. Bailemos. Hiervan los ruidos.
Siga el vacilón. Bailemos diente con diente.
Y el Desarrapado enrosca la cola
y su cacerola mueve, y atiza
su lumbre. Bailemos.
Pobres
marranos.
Nos dan el compás. Demos el brinco.
Ya se está cociendo el arroz. La ronda
de sordos borrachos, de paralíticos
y de homosexuales frenéticos.
Una lagartija incubada nace:
rompe el cascarón de un ojo de gato
y empieza a nutrirse con viejas máquinas.
A oscuras, fomenta el invernadero
sus hongos, sus reyes, sus dictadores,
y sus rotativas y micrófonos
y sus presidentes de república.
Brillantes ejércitos se apresuran
sordos por el ruido de los tambores,
y muchachos tímidos, sin barbas,
llevan por la calle grandes carteles
escritos en lenguas extranjeras.
La cazuela hierve por todas partes,
hay que repartir el caldo entre todos:
que no quede un solo perro en su juicio.
Sigamos las voces del Embustero.
Y que todos alcen los necesarios
palillos de dientes. Buena es la vida
con baile, terror y sinfonolas.
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