lunes, 19 de enero de 2015

LA PEDANTERÍA REMOTA RECUERDA...



Lectura de Henry Miller.



En cierto momento de mi vida, vuelve la voz inquebrantable e inolvidable de Henry Miller, hablando esta vez en torno a la figura de Rimbaud. Se condensan en esta lectura las dos más fuertes presencias de todo mi trayecto de lecturas y de quien hablo con mayor fervor  en mis empeños novelescos.  Encuentro a los verdaderos amigos, comentándose, sacando sus cartas más fuertes. La lectura de Henry Miller me sigue produciendo el mismo efecto, estractos de carne, savia pura, tajos y más tajos: habla en cascada y no para, lleva a su justo lugar la realidad. La pone de patas en la calle, realidad, cadáver, mojigata escuela de dormidos, ¡demuéstrate ante la verdad! ¡Calla realidad, naufraga, despedázate, cae en tu eterno charco de sangre blanca! ¿Escucharás a la verdad? Después de tanto tiempo ocupado con fantasmas, escoltado por las cuerdas en mi transcurrir, regreso al vertedero de donde provengo. Me autodenomino, me saco sangre de mi sangre, me vuelvo a sentir, traspaso, recuerdo el recuerdo recordado amargamente y paladeo los extractos de lo que soy, me retengo: expandiéndome sin cesar, vuelvo a lo que no creo por haber tenido miedo y sé que siempre estaba ahí, lo arranco de la realidad que nunca fue y me oculto entre estas líneas que no derriban mi experiencia. Deduzco de mi carne negra la otra carne que me toca, sediento, sin exasperarme, consiento ciertas cosas, no contento, las arrojo para que vuelvan las imprescindibles, me reproduzco como leopardo en su propio salto hacia la presa, herido, desterrado, más afín a la certeza de lo que ciertamente debe permanecer aquí, de lo que vuela, de lo que nunca aterriza, de lo que se mueve abajo de la tierra, penetro indagando, sopesando, aquí es tierra, aquí es fuente, aquí es la última navidad del milenio y someto a concurso de voces la de Miller: es la partevientos, es la irreductible, es la que amenaza, la de respirar sonante, la intranquilidad, la sonoridad, la que roza lo indestructible, la correosa, cae sin espasmo en el espasmo, regurgita. De nuevo se hace inmensa, atrae caos, miseria, atrae fuego, su sudor cae en la frente que parte entre dos cerros y hace chispa, su sombra da el indulto, no pertenece ni a la voz que lo menciona, cae en lo profundo, en la cima, crea lazos fuertes, sanguíneos, corroe  lo impenetrable, adiós cuerdas de acero, adiós cadáver, adiós sueños de mentiras flacas y torpes, les incinero la búsqueda: no van a encontrar, no son lo que recuerdo, ¡ráfaga, desmiéntelos! Construyan su mundo aparte, solitario en mi bosque persigo la ráfaga, me doy colúmna vertebral, me doy un mástil, me salgo del cartón de la epopeya para entrar en el cráter, voy cayendo en un pueblo de despiertos, de nómadas, de emisarios, el pueblo espera, cansado su martirio, regodea la dentadura y sus nudillos, surca su palpada curvatura de submarino, de hombro y de niño, da la vuelta, arremete, saca la resortera y cae el cielo, trae lo demoníaco del cuello, se azota en la interrogante y vuelve a preguntar: denuedo, saca de tu angustia las vacunas tácticas, ojo para combatir, pabellón ilustrado, seca en seca las consecuencias, no busques oro en tus diamantes, no laceres, cuencas de tus cuencas traen sonido, se dilatan, llueven las guitarras, cae ceniza en los panteones santos, poco a poco, en mares de bestias, entre esfinges, no predomina la danza ni el rito ni el piloto suicida, ¡Tanques, cuántos tanques! ¡Desierto lleno de piratas! No hay cuevas para ocelotes, ni alces para el pasto, que ruede de lleno la pupila en los canastos de la noche.

Navidad 1999, después de la lectura de “El tiempo de los asesinos” un estudio sobre Rimbaud, de Henry Miller.

                                                        Marcos G Caballero


No hay comentarios: