jueves, 9 de febrero de 2012

URGENCIA DE LA POESÍA--Vicente Quirarte

I. La poesía es una apuesta contra la vida, en favor de la vida. Quien se atreve a



servirla, acepta existir al filo del tiempo y verse expuesto a caídas y elevaciones, a


tempestades y sequías. Al vislumbrar la meta postergada, el buscador exhausto se descubre


al principio del viaje. Su sólo privilegio, su ardiente consuelo, se halla en la


posibilidad de comenzar de nuevo.



II. La poesía es el tren de los ausentes. Sin horario fijo, invade los andenes o aparece,


imprevista, en mitad del desierto. Arranca nuestras raíces para volvernos parte de su


vértigo, en escasas ocasiones como pasajero de primera: la mayor parte de las veces nos


obliga a viajar entre sus ruedas. A cambio nos concede la alegría y la libertad heroica


de los vagos. Confiesa Eduardo Hurtado: "Aquí estoy. Tengo mi oficio / Jefe de la


estación, / sin silbato y sin horario fijo, / con corridas continuas al pavor del


desierto".


III. La poesía es un yo que es un nosotros. Al mismo tiempo, su primera persona del


plural encarna en una singularidad que a todos nos concilia. Tigre en la casa, último


jardín, alianza de los reinos, oscura coincidencia, la poesía se nutre de las más altas


caídas. Superior a la feria de vanidades, se encuentra por encima de combates de nuestro


pequeño género humano. Barco que parece naufragar debido a nuestra imprudencia y nuestras


ansias, tarde o temprano rescata a sus verdaderos iniciados. Fuego de pobres, ciudad de


la memoria, libertad bajo palabra, la poesía es salvación para el náufrago que no ha


visto el mar.

IV. Cuando el hombre halló que las palabras de su tribu podían alcanzar mayor intensidad


que la dictada por la utilidad práctica, nació el trabajo del poeta. Cambian estilos y


modos de expresión: permanece la lucha del poeta contra el leviatán que lo acosa y


seduce.



V. "Los imbéciles han renunciado al poder. Yo me confieso imbécil", escribe Rodolfo


Hinostroza para tender un puente entre la rebelión de Propercio y nuestra modernidad.


Ahora, como entonces, el trabajo del poeta es sustancialmente el mismo: liberar a otros a


partir del conocimiento de la cárcel propia.



VI. La misión del poeta es defender la poesía. Para cumplir semejante tarea, es preciso


estar convencido de lo que estamos dispuestos a sacrificar para ser parte de la milicia


que toma las palabras para templarlas en la llama más intransigente.


VII. A la pregunta humillante y repetida "Se puede vivir de la poesía?", el poeta debe


contestar que no sólo se puede vivir de la poesía, sino que la obligación del poeta es


vivir de ella. Una vez viviendo por ella y para ella, sus contados temporales bastan para


aliviar la sed de toda la vida, incluidas aquellas estaciones cuando la aridez parece


condenarnos a la infelicidad absoluta.

VIII. La poesía es una cortesana de lujo, enamorada como quinceañera: elige, entre


quienes la pretenden, la hora y el sitio para hacernos suyos. Sus caricias magistrales,


sus artes más ocultas, las revela en la medida en que nos ve dispuestos a defenderla y


sostenerla. Si no le mostramos frutos convincentes, se marcha con el que más le ofrece.


IX. La defensa de la poesía comienza con la defensa que el poeta hace de sí: de ahí que


comience con la exploración del terreno más próximo a su carne. "Contra mí mismo peleo,


defiéndame Dios de mí", descubre en el Siglo de Oro Cristóbal de Castilleja, mientras


otro poeta es tocado de muerte al pie de la ventana de su Dueña y uno más regresa


-envejecido y pobre- a su nativa Córdoba.


X. La poesía nace del trabajo del corazón. El corazón que pone para el triunfo el


boxeador de barrio; el corazón que lleva el corredor de fondo a cubrir la distancia


cuando el cuerpo se niega a responderle. "Pienso en el poeta como un hombre de proezas,


igual que un atleta", escribió Robert Frost.



XI. El buen arte es un gran arte, y la verdadera poesía consuma el milagro de hacernos


más grandes que nuestras pequeñeces. Luis Miguel Aguilar se mira en el retrato de Cesare


Pavese y descubre: "Sólo hay un modo de hacer algo en la vida: consiste en ser superior a


lo que haces."



XII. Obligación del poeta es entrenar. Vivir es escribir con todo el cuerpo y no es


posible amar con la mitad del corazón ni besar sin perderse en el abismo. El verdadero


poeta actúa de la misma forma con plaza llena o a solas frente al toro de la muerte.




XIII. Mirar por la ventana no es un poema, aunque mirar por la ventana sea una


aproximación a la poesía. Mirar por la ventana y descubrir el sentido de mirar por la


ventana es un principio poético, pero no es la poesía. La poesía es mirar por la ventana


y convencer a otros de que la poesía es mirar por la ventana.



XIV. No escribas para consolar, instruir o modificar. Si eres fiel a esa exigencia,


consolarás, instruirás y modificarás. Escribe para nadie. Sólo así estarás escribiendo


para alguien.



XV. Poesía y adolescencia son sinónimas y el poeta no abandona del todo la violencia


desconcertada de los años verdes: a mayor carencia, mayor hambre de vida. Los primeros


poemas del muchacho que fui hablaban sobre la noche y la lluvia, la soledad y la calle.


Cuando el hombre de ahora intenta seguir aquellos pasos, descubre que, en esencia, sus


temas no han cambiado. Con la alegría y la frustración que las horas de vuelo nos


otorgan, sigo aprendiendo de aquel adolescente que todo lo sentía y nada comprendía. A él


quiero decirle que si he continuado equivocándome, jamás he dejado de atreverme. Me


invaden las mismas inseguridades y ahora, como entonces, sé que escribir es una tarea


infeliz y postergada, un trabajo imposible y absurdo, que pone constantemente a prueba


vanidad y resistencia.



XVI. Sólo en el amor y sus demandas existe una intensidad semejante a la surgida cuando


un hombre enfrenta las palabras de la tribu. Únicamente el amor y sus diáfanas prisiones


equivalen a la libertad proporcionada por el correr de la pluma en el papel, a la


traducción del mundo lograda a merced del esfuerzo y del milagro.



XVII. No hay poeta feliz, pero el poeta es el más feliz de los mortales. Ni el poema


perfecto podrá pagar a la poesía la extraña, insustituible, inexplicable forma de


felicidad que significa ser traspasado por el rayo y rendir testimonio de esa muerte.




De: Vicente Quirarte, Razones del Samurai (1978-1999), Poemas y Ensayos, Universidad


Nacional Autónoma de México, 2000, 542p. (p. 9-13)

1 comentario:

Gonzalo Lizardo dijo...

Muy buena la aportación de Vicente Quirarte. Me convenció especialmente el número XVI: sólo el amor puede proporcionar una intensidad semejante a la de la escritura poética. Saludos, Marco, gracias por tus comentarios, seguimos por aquí cotorreando.