domingo, 30 de enero de 2011

La labor silenciosa de la propia síntesis: casi te la sabes al poner punto final.

Una vez en la ciudad de México, por ahí del año 2004, en un reducido taller literario donde llevé mi primer manuscrito del cuento Los Presos, recuerdo que la maestra quedó muy sorprendida por “éste juego literalmente a muerte entre los personajes”. Que era muy, muy buen cuento. Ya lo sabía yo: llevé el cuento y no volví al taller nunca más. Gracias al cuento pude, en 2006, ser parte del Jurado de cuento del Premio Valladolid. Recuerdo que los otros jurados no aceptaron, como era mi primera idea, de premiar a una novela corta, quién sabe qué fue de esos trabajos: la decisión ya salió hasta en los periódicos y la tele pero sigo recordando esa novela: Una historia de detectives que buscan un fragmento perdido de la Biblia, me pareció extraordinaria, o, por lo menos así comparada junto a los 65 trabajos que tuve qué recetarme. Con ese cuento mío, también fui aplaudido por Óscar de la Borbolla, que le pareció un cuento muy underground. Ya lo sabía yo, sabía que el ucrónico no le parecería inadvertido. Hoy regreso del Bar Jam Back de Aguascalientes, que es lo más parecido al Hijo del cuervo en Coyoacán, abro el correo y veo que un amigo me pide que lea Replicante virtual, donde hacen mierda al último libro de Heriberto Yépez, que güeva: También me pasan por la mente sentimientos parecidos e ideas parecidas: certezas totales. Si ya identificarme con el Laberinto de la soledad de Octavio Paz la primera vez que lo leí (1994), me resultó difícil incluirme en esa mexicanidad, con el texto de Yépez, dice uno: “¿Hablan en serio? ¡Qué miedo! ¡Juren Jodidos!” En cambio, con Paz a mí no viene nadie y me deslumbra con sus críticas al premio Nobel: que digan lo que gusten, ¿por qué? Haaa… bueno… pues porque yo ya hice mi propia lectura de la obra de Paz y esa labor la vengo haciendo desde 1994: no necesito decir: “Es muy lúcido, contundente, fusilero” o lo que quieran, yo feliz: yo tengo mi propia lectura, mi propia opinión, no soy de los que opinan mil veces sobre lo mismo y cambian un adjetivo cada vez, francamente, no se me da.

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