martes, 25 de enero de 2011

EDUARDO CASAR

Tres Poemas de Caserías (1971-1992)



“desde la época de Sabines, creo, la poesía mexicana no respiraba con esta claridad, con esta fuerza sensible” (Evodio Escalante)


“… es el mejor poeta del mundo” (la hija)



otros labios


Con los labios difíciles

aprende a practicar el juego,

la secuencia del cuerpo,

la aridez y el resorte

de la nave que toca

la breve sal de sol y la transforma.

Repara la textura que degollaste

sin avisar a nadie.

Considera el jardín que te devora el hambre.

Coloca en tu cabeza los vendajes de la memoria

y el lento aprendizaje de su convalecencia.

Recupera

esa chispa escondida

en la fronda del árbol

que te habita la sangre.





Dulce navío



Descifro marcas en la arena. Interpreto

el lenguaje

Que el mar emplea para mostrar

—aunque superficial—

la hondura de su texto, sus corrientes profundas,

la peculiar latencia que me importa.

Sumo signos,

laberintos, augurios favorables, caracoles,

la madera arrojada que triunfó del naufragio,

fragmentos de miradas y palabras

interrumpidas

por la espuma del miedo.

Resto proyectos unilaterales,

exaltaciones súbitas (válidas,

permanentes, verdaderas),

fantasías de media noche

y medio año y media compañía.

Quisiera usar las herramientas

del viento que rozó al oleaje, de la órbita lunar

que levantó a la marea,

pero no me sirven

porque mi sangre es relativa y tiene mucho

de magnetismo y viento.

Hay marcas que son huellas de qué tiempos

(hay tiempos que son marcas de qué huellas;

me confundo, porque hay tiempos distintos),

hay silencios.



Sólo el mar tiene el código que puede descifrarlo.

Sólo los pasos que se van mojando y resolviendo,

Los que se vuelven lentos, ingrávidos,

flotantes un segundo y que se inundan

y se llenan del mar y sólo así

comprenden su lenguaje.




Sobre la dos raíces

Inoculada, transmitida,

desplegándose desde el núcleo

de la primera hoguera.

Una mujer compacta y muy despierta,

de voz altisonante y ojos vivos.

(Un hombre del que no se tienen referencias.)



Otra mujer que suavemente.

(Otro hombre del que sólo se sabe

la longitud del trago que tardaba.)



Ambas mujeres,

un eslabón de un padre

presente en su profética vehemencia;

otra eslabón de una mujer como

el agua de una lluvia

directa y transparente y estela delicada.

Y luego yo.

La tierra removida, las venas telarañas,

la cara imaginando en la ventana espejos.

Para llegar a esto hubo aquel movimiento

al que hoy el tiempo entierra:

encrespadas, profundas, las mujeres que fueron

intransferiblemente como fueron.

No hay comentarios: