“desde la época de Sabines, creo, la poesía mexicana no respiraba con esta claridad, con esta fuerza sensible” (Evodio Escalante)
“… es el mejor poeta del mundo” (la hija)
otros labios
Con los labios difíciles
aprende a practicar el juego,
la secuencia del cuerpo,
la aridez y el resorte
de la nave que toca
la breve sal de sol y la transforma.
Repara la textura que degollaste
sin avisar a nadie.
Considera el jardín que te devora el hambre.
Coloca en tu cabeza los vendajes de la memoria
y el lento aprendizaje de su convalecencia.
Recupera
esa chispa escondida
en la fronda del árbol
que te habita la sangre.
Dulce navío
Descifro marcas en la arena. Interpreto
el lenguaje
Que el mar emplea para mostrar
—aunque superficial—
la hondura de su texto, sus corrientes profundas,
la peculiar latencia que me importa.
Sumo signos,
laberintos, augurios favorables, caracoles,
la madera arrojada que triunfó del naufragio,
fragmentos de miradas y palabras
interrumpidas
por la espuma del miedo.
Resto proyectos unilaterales,
exaltaciones súbitas (válidas,
permanentes, verdaderas),
fantasías de media noche
y medio año y media compañía.
Quisiera usar las herramientas
del viento que rozó al oleaje, de la órbita lunar
que levantó a la marea,
pero no me sirven
porque mi sangre es relativa y tiene mucho
de magnetismo y viento.
Hay marcas que son huellas de qué tiempos
(hay tiempos que son marcas de qué huellas;
me confundo, porque hay tiempos distintos),
hay silencios.
Sólo el mar tiene el código que puede descifrarlo.
Sólo los pasos que se van mojando y resolviendo,
Los que se vuelven lentos, ingrávidos,
flotantes un segundo y que se inundan
y se llenan del mar y sólo así
comprenden su lenguaje.
Sobre la dos raíces
Inoculada, transmitida,
desplegándose desde el núcleo
de la primera hoguera.
Una mujer compacta y muy despierta,
de voz altisonante y ojos vivos.
(Un hombre del que no se tienen referencias.)
Otra mujer que suavemente.
(Otro hombre del que sólo se sabe
la longitud del trago que tardaba.)
Ambas mujeres,
un eslabón de un padre
presente en su profética vehemencia;
otra eslabón de una mujer como
el agua de una lluvia
directa y transparente y estela delicada.
Y luego yo.
La tierra removida, las venas telarañas,
la cara imaginando en la ventana espejos.
Para llegar a esto hubo aquel movimiento
al que hoy el tiempo entierra:
encrespadas, profundas, las mujeres que fueron
intransferiblemente como fueron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario