domingo, 19 de agosto de 2007

El Efectismo

por MARCOS GARCÍA CABALLERO En tiempos relativamente recientes, movido acaso gracias a una pequeña sospecha que he querido convertir en reflexión, he seguido en diversos libros de ensayos, artículos de revistas y suplementos culturales, los comentarios en torno al efectismo en literatura y en general, en las artes. Como en todo, hay partidarios a favor y en contra del fenómeno (más exacto sería denominarlo recurso): los que están a favor exponen sus razones, que en el mayor y mejor de los casos podríamos resumir de éste modo: la literatura y las artes no deben darle la espalda a la diversión: el arte visto como entretenimiento para paladares exigentes y aún para los menos exigentes. Los que están en contra del efectismo, comparan, es decir, colocan en segundo lugar las obras calificadas por ellos de efectistas y en un inmaculado y único pedestal las obras que merecen general aplauso de obras maestras, precisamente por no estar elaboradas (al menos en sus puntos cumbre) por el puñado de unos cuantos recursos; los puristas anti-efectismo son elitistas, como pretendo demostrar en esta viñeta. Los que están a favor del efectismo se basan en la relatividad del arte, y de la vida, en general: son aquellos que a base de fuerza, presión y a cierta coerción argumentativa logran dar validez a sus puntos de vista. V.gr. su mensaje es: “El arte efectista debe de gustar a fuerza”. Considero que los segundos sostienen lo radicalmente opuesto, son aquellos a los que el arte y las letras en realidad los inspiran, los que se nutren y enriquecen con las obras de arte o literarias y ven en ellas un ejemplo a seguir. Es decir, es un punto de vista con categoría moral, basado en criterios éticos del arte o, por lo menos, de lo que debería ser el arte; es el punto de vista de la tradición en el arte. Los primeros son cerebrales y relativistas; los segundos, se acercan a lo que en la década de 1960 fue un debate muy importante: el debate del intelectual comprometido, activo, y definitivamente con un papel muy claro que jugar frente a la masa y contra y/o frente al Estado. A pesar del aparente antagonismo entre las dos posturas hasta aquí contrastadas (a favor/en contra del efectismo), me parece que ambas tienen un ancestro común que se halla en la segunda mitad del siglo XIX —curiosamente la época dorada para los poetas malditos, época en que la actitud del poeta tanto como la forma del poema estaban en juego— que evolucionó con las vanguardias artísticas del siglo XX (entre las que cuento: futurismo, creacionismo, cubismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo); que surgieron, entre otras cosas, del afán y necesidad de “un absoluto moral” —según Tristán Tzara comenta en particular del dadaísmo—, y obviamente, dichas vanguardias se alimentaron de una protesta al capitalismo salvaje y burgués y se resolvieron como un saludo al socialismo y al comunismo soviético; y terminaron decayendo, al igual que éstos, hacia mediados del siglo XX. Es curioso el hecho de que la vanguardia que surgió de la posguerra en los cincuentas, fuera una literatura que mirándola bien, no se identifica con ninguna de las dos posturas antes mencionadas: los beatniks estadounidenses no se proclamaban ni cerebrales-relativistas ni éticos-del-deber-ser-del-arte: pero eso sí ¡Eran vitales y explosivos! Permanentemente desafiantes e inconformes ante el panorama mundial tras la guerra, estaban en contra de la sociedad puritana, de la moral chata establecida en los Estados Unidos, en contra de la demasiada intelectualización del alma del hombre por los métodos psicoanalíticos, etcétera. Curiosamente, entre los partidarios o anti partidarios de efectismo los beats no figuran ni a favor ni en contra… lo cual le da a la beat generation un rango auténticamente de vanguardia aunque se le haya querido negar por ciertos académicos; puesto que esto es una de las características de las vanguardias: romper con los cánones y los modelos tradicionales. Si me guío por los partidarios del efectismo, tendría que concluir que desde Crimen y castigo, Pedro Páramo hasta la cinta La guerra de las galaxias, son obras, efectivamente, efectistas. Si me guío por los que son sus detractores, Libertad bajo palabra, Trópico de cáncer o hasta 2001: odisea del espacio, de Stanley Kubrick son obras que para nada son efectistas. Para mí las seis obras son fundamentales. Lo cierto es que el efectismo es espectacular, (aquí está y hay que aplaudirle) su poder radica en la inmediata seducción soporífera, ante él, el público o el lector se sienten inmediatamente atrapados, se hace oír a como dé lugar: en lo más profundo se trata de un grito, mientras que el arte no efectista se trata de un silencio, una meditación. Y del grito a la meditación transcurre la única etapa de nuestra vida que quisiéramos ver eternizada: la adolescencia. En ésta etapa de nuestra vida, como dijo Paul Nizan, todo amenaza con destruirnos: el amor, el trabajo, las ideas propias y ajenas, incluso las de los libros, los adultos y toda la mar de tentaciones y pestes que hay en esta Tierra. Por eso, por haberla superado, la adolescencia es nuestra más querida cicatriz, la queremos tanto porque fue el momento en que más nos sentimos intensamente vivos: ésta es la época de las grandes pasiones amorosas, de las pandillas míticas, de los grandes viajes y del aprendizaje de tratar de vencer el miedo a toda costa custodiados con nuestra auténtica sombra: ¿El padre? ¿La madre? No: la muerte, la que en esos momentos no sabemos que ya nos pertenece. El efectismo es el grito que descubre la muerte, el arte no efectista es el que, por medio de la introspección, la meditación, la conciencia menguada (v.gr. las oraciones místicas) nos puede llegar a separar del vértigo de esa obligada amenaza. Arte efectista o arte sin efecto (recursos técnicos o fórmulas ya gastadas o nuevas) me suena muy parecido a tratar de entender la diferencia entre fondo y forma, lo cual es idiota por partida doble: por uno porque, el fondo y la forma se mezclan en el artista y/o el escritor de manera tal que la forma y el fondo se convierten en lo que simplemente tiene en la cabeza como su modo de pensar; por segundo lugar, porque en términos reales el concepto que tenemos del ser humano se ha venido especulando desde los tiempos de la Grecia clásica y siempre, en permanente estado crítico: contingente: Se va o no se va, ¿se ira? ¿Ya se fue? Claro, pero ha estado aquí desde hace dos mil años de trabajo intelectual. Es decir: está en la cabeza de todos, sean escritores o artistas o no lo sean, está aunque sea de manera tangencial. Ahí donde el necio ve forma, otro necio dirá fondo. La verdad es que la forma es fondo y viceversa. ¿Cómo podría ser de otro modo? Pero claro, en los terrenos de la crítica literaria especializada y de arte en general, se tiende a segregar y vilipendiar por un grupo de especialistas al arte marcadamente efectista. Estos críticos serios o líderes de opinión, no son payasos mastodontes, sino simplemente han renunciado a recordar su adolescencia. Se les olvida que los cuentos de Emilio Salgari como Los tigres de la Malasia hace 50 años tenían en los niños el mismo efecto que actualmente las novelas “superficiales” de Harry Potter. Me parece que aquí se debe distinguir la diferencia entre culto y culterano. Según ciertos críticos, el frío razonar de Hegel o de Karl Jaspers son un florilegio artístico filosófico mientras que la filosofía que propone Manu Chao no sirve para nada. Fatal error creer que el camino hacia la madurez debe empezar por La fenomenología del espíritu en vez de por Clandestino. Sin éste disco, millones de jóvenes de todo el mundo no hubiéramos entendido que la patada de mula del arte debe ser efectista en su primer momento para que la madurez de la apreciación artística nos convoque para siempre, para entender que cuando todo ha fallado, aún queda el arte. Y el verdadero arte, el arte inconcluso y profundo, es inexplicable; es el arte que verdaderamente es una salutación amistosa con todas las demás cosas y creaciones humanas. Para ciertos especialistas, el público es irredimible y según esa lógica, el PRI gobernará este país por los siglos de los siglos, Televisa seguirá programando las películas de Pedro Infante hasta para los hijos de nuestros hijos, el arte radicalmente contestatario será folklore y en fin, el país no crecerá precisamente por no escuchar a sus jóvenes mas que cuando los jóvenes son los acarreados de las nuevas esperanzas que sólo le cubren la máscara a la muerte, el cansancio de las políticas y la lasitud hipócrita; como si pedir trabajo fuera mentarle la madre al empleador, como si el arte fuera un hobby, como si la oficialidad de la cultura no necesitara a los que ahora producen cultura, es decir, desde la danza y el performance callejeros hasta los becarios del CONACULTA, esto tiene un nombre: diversidad. Como si Shakespeare hubiera tenido a un público más intelectualizado que Harry Potter. Shakespeare podrá incluso estar sobrevalorado, pero se las ingenió para dirigirse al gran público con mensajes profundos en el mejor sentido del término “profundo”, en su época, se podría decir, fue un autor de “culto” como ahora lo es Stanley Kubrick, Alejandro Jodorowsky o John Lennon. La crítica seria sobre un autor y su trayectoria debería aparentar ser literatura barata, (subrayo la palabra aparentar en el sentido que lo es su antónimo: realidad) es decir, debería ser graciosa como resulta ser un espejismo: un ejercicio o visión que se desarme por sus propias reglas, como el ejercicio mismo de la creación y sobretodo porque ningún arte está pidiendo la autorización ni la viada de nadie. Mejores gritos, mejores meditaciones, especulación explícita, eso debemos esperar. ¿Nada más? Nada menos. Mayo 2003

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