martes, 19 de agosto de 2025

SEXTO RELATO DEL LIBRO ROSETÓN DE PLATA Y OTRAS NARRACIONES.

 

SEIS

 

El Puesto de Tacos de la Delegación Tlalpan.

 

Después de la presentación del libro del francés Yvon Le Bot, El sueño zapatista, la banda cercana se fue a festejar los últimos tragos a la casa del sociólogo discípulo de Alain Touraine, el Doctor Sergio Zermeño en su fabuloso estudio en Coyoacán, muy cerca de la cantina La Guadalupana. No era yo el único chamaco que se las daba de escritor entre esa nutrida reunión de intelectuales. Pero además de gozar con la concurrencia y las francesas que andaban por ahí, se me hizo fácil pedirle trabajo a Zermeño en la coordinación de asesores de la delegación Tlalpan, donde él trabajaba para el Delegado Salvador Martínez de la Roca, conocido en toda la ciudad como “el pino”. Mi padre lo tomó en serio y unas semanas después fuimos a verlo a Tlalpan. Ellos eran amigos y parecía ser que La Escuela de Escritores de la SOGEM me estaba sirviendo. Sergio lo pensó y me pidió el currículum que traía conmigo. “¿Conque eres cuentista y poeta, barman y le sabes a la chamba del INEGI eh?” Dijo mientras lo revisaba en tono amistoso. “Deja ver qué te contesto en dos semanas ¿vale? Date una vuelta del próximo lunes al siguiente”. Me pareció lo justo, después de todo, ¿Qué chingados sabía yo de Alain Touraine o la política del PRD en una de las ciudades más grandes del mundo como La Capirucha? Había que esperar  y, de mientras, El Financiero y el equipo del escritor Eusebio Ruvalcaba y Víctor Roura me habían dado una página entera en la sección de cultura sobre mi poesía, cosa que le presumí inmediatamente a Yesica, mi novia. Recuerdo que se lo avisé y se fue corriendo al Sanborns más cercano a las diez y media de la noche y por teléfono me comentó que ya lo estaba leyendo. Los poemas estaban dedicados a ella. Qué chingón es tener una novia y hacer poemas mientras acabas la guerra de los veintes a fines del siglo XX, de sólo recordarlo  quiero que la rendija de la pared me conduzca de nuevo a esos días difíciles.

            ¿Qué pinche ruido  zumba ahora por mi cráneo? Slumdog millionaire, creo que se trata del soundtrack.

            Volví al despacho de Zermeño hasta Tlalpan  y me dijo: “lo que hay es grilla de jóvenes por Tlalpan, si te late ahí sí hay Francia, búscame cuando quieras, pero la chamba es con ellos.” “O.k., hecho Zermeño, gracias, ya estoy yendo con ellos.”

            Jóvenes por Tlalpan era un hervidero de conciencias y desolladero de talentos como suplemento cultural comandado por chavos. Parecía un taller grillero-literario con la furia para conquistar no sólo Tlalpan sino La Capirucha entera. Dime si no, hasta uno de los de ahí se llamaba Stalin y de lo que se trataba era de formar proyectos de amplio radio de acción  y convocatoria para los vecinos de Tlalpan. Como el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas era el jefe de gobierno de la ciudad y como ya había quedado claro después de interminables discusiones sociológicas al interior de la delegación, se tenía que levantar el proyecto de “Los Comités Vecinales”, que sería la instancia mediante la cual los vecinos tendrían de intermediación  para sus peticiones ante la delegación, desde pedir que se quitara el escombro que había sobrado de una construcción de las calles hasta solicitar permiso para cerrar una calle con motivo de una fiesta tipo quince años con luz y sonido. Por sí sola la delegación Tlalpan es enorme, ¿Cuántos millones de personas vivirán ahí? También conformamos el concurso de fotografía de 4 o 5 delegaciones de la zona sur de la Capirucha llamado: “El Perseguidor de Imágenes” cuyo jurado estuvo encabezado por Pedro Valtierra, uno de los mejores fotógrafos de La Jornada. En honor a este recuerdo y por supuesto  también al espectro siempre presente del  Cronopio inmortal, así titulé un librito de ensayos literarios y filosóficos de 180 cuartillas que acabo de terminar por éstas fechas en que garabateo éstas líneas. Y los fines de semana, ya fuera de las obligaciones de La SOGEM, Yesica y yo nos íbamos de fiesta y, curiosamente, nos encontrábamos fauna urbana de tintes misteriosos  y pintorescos como el mismísimo Gabriel Retes el cineasta: él quería que hiciéramos una orgía esa misma noche que le pedimos que se sentara en nuestra mesa del bar y venía acompañado con una rubia exuberante que por poco y me enseña las tetas en el bar, pero Yesica se sintió apenada a la mera hora y  nos fuimos a follar a su casa y nos dormimos para que a la mañana siguiente nos despertara su hermana con su Depeche Mode a todo volumen. La hermana de Yesica estudiaba actuación y lo peor de todo fue el día de los niños pobres. Maldita pobreza, carajo: veníamos todos en el coche del novio de la hermana, sobre Baja California una noche de sábado que ellas no quisieron quedarse en el “Albert Collins Ruta 61”, un buen bar de blues y jazz y con la euforia casi no le decimos “¡párate wey!” cuando tocó el alto a un auto adelante. Rápidamente los niños pobres se pusieron a dar maromas en el aire y jugar acrobacias y fue cuando el desgraciado del coche de adelante les grita horrible. Los niños se caen de una encima de otro, la niña se golpea fuertemente la cabeza y se prende el siga, todos se van, nadie ayuda a los niños pobres, quiero bajarme a ayudarlos y Yesica me grita: “¡Piensa lo que haces Mateo!” “puta madre, hueles a mujer, ¡con quién estuviste antes de vernos!” No sé si reír o llorar o pedir que me saquen de la película, pero ya vamos lejos, rumbo a La Condesa.

Al día siguiente en la mañana, salgo crudo a pasear a la perra pastor alemán de Yesica y veo unos adultos pobres colocando una cruz, ahí, una simbólica cruz sobre Baja California en un pedazo de tierra… qué horror, qué putazo, pobre niña muerta…

Pero también era divertido volver los lunes después de cruzar media ciudad hasta Tlalpan viniendo de San Cosme, llegar a la delegación y encontrar a los jóvenes por Tlalpan peleándose por cualquier cosa y con los recuerdos de Hot Waters emergiendo de la cabeza siempre con una nostalgia inexplicablemente tortuosa, mientras pensaba en mis novelas como El Jardín del Pulpo y además Edad en el alba porque en las dos estaba trabajando he ir por el puesto de tacos para ir a montarlo en algún lugar perdido entre los cerros y los barrios bajos  y pintarrajeados de graffity de Tlalpan para enterar a la gente y para invitarlos a formar su comité vecinal: por supuesto que no era un puesto de tacos ni vendíamos nada, era un módulo de información para Los Comités Vecinales pero idéntico he igualito a un puesto de tacos y la camioneta me llevaba hasta el culo de La Capirucha y yo me metía hasta los peseros como un tipo con una guitarra que quiere a cambio unas monedas,  repartía cientos de volantes y el colmo era que la gente veía el modulo y no entendían nada y llegaban con una cara de idiotas y me preguntaban por el Metro Insurgentes: “Joven ¿Cómo llego al metro insurgentes?” “¿Cómo llego a avenida universidad?” “Es que como aquí dice información por eso le pregunto.” Y yo: “Este… mire señora se va por aquí derecho y luego...” Y resulta que hasta se enojaban porque desde donde yo estaba ubicado no podía orientarlos al Centro Histórico o a digamos tan siquiera la zona de hospitales de Médica Sur. Y la gente se emputaba. Y nadie quería formar un comité vecinal. Y la gente se quejaba de que los políticos no servían de nada. Y estamos en el 2012 y van a ser las elecciones y todo mundo quiere votar por un cambio pero todos sabemos que va a ganar alguien que no distingue quién es Carlos Fuentes o quién es Enrique Krauze... Y todos seguimos pensando lo mismo y no hacemos nada o a ver qué hacen los yo soy 132, nuestra pequeña luz en medio de la masacre calderónica. “¡Viva Mateo, te volvieron a publicar!” decía la hermana de Yesica cuando yo llegaba a dormir a su casa. Me habían publicado en Aguascalientes en la revista Talleres un ensayo sobre las vanguardias artísticas del siglo XX, luego unos poetas malditos me invitaron a colaborar en su revista. La vida lucía bien. Hasta que Yesica enloqueció, yo creía que seguía traumada por lo de la niña pobre pero quién sabe... creo que todos estábamos un poco locos y la SOGEM siempre apestaba a mariguana dos horas después de clase, ya entrada la noche. Pero yo me iba al puesto de tacos en las mañanas a fomentar Los Comités Vecinales y por fin llegó el día: Una persona preguntó que de qué servía eso. Le di toda una conferencia magistral al respecto en plena calle, y esa mujer me prometió que por su propio bien y el de su familia formaría un comité vecinal.

Ver para creer…

Yesica no enloqueció de golpe. Poco a poco se fue deschavetando, le fue dando tristeza, demasiados problemas familiares, celos, más a parte yo era tremendo con ella. Como dicen las mujeres: “Yo era muy intenso”. Y todo mundo se daba cuenta de eso, menos mi querida Yesica. Bebíamos como cosacos, nos acostábamos en su casa, en mi casa, en los hoteles, en los cines me mamaba el pene. Y todo el sueldo de Jóvenes por Tlalpan se iba en las cantinas, en discos y en libros y Zermeño iba y venía de París y yo soñaba que algún día nos pareceríamos él y yo…

Y en la SOGEM se enteraron que me gané un  premio-torneo al mejor poema sobre la ciudad y ya les andaba: ya querían ser publicados y nomás a nadie publicaban, ya no había espacios en las revistas como para cobrar por un texto, ya no había tiempo  para nada ni para El Jardín del Pulpo y luego en el cine te impresionabas, salías enfermo de ver cadáveres y sangre a lo pendejo y la besabas, y le metías la mano debajo del vestido y nadie decía nada en ningún sitio que pareciera ser verbo verdadero, siempre al pie de la muerte y las risas de burla en el fondo de tu vida. Hasta la esposa de tu padre se burlaba de ti. Pero como digo, qué año, qué año tan maravilloso y tan lleno de magia el querido 1999. Y Stalin y yo nos peleábamos para redactar los oficios de jóvenes por Tlalpan y entonces… llegaron las fiestas patrias. Eso significaba una mega organización para la gente y entonces colgamos un letrero enorme afuera de la Delegación para que los vecinos quisieran venir a celebrar la Independencia y comer fritangas en el principal jardín delegacional y que hubiera  baile y adentro de todo el edificio también había  gran fiesta como  en los parques y Yesica y yo entramos esa noche del día quince al edificio porque le quise presumir mi lugar de trabajo y ¡chispas! Ahí mero nos encontramos de nuevo a Gabriel Retes y nos dijo: “No, ustedes no vienen a la fiesta”. Yesica le mienta su madre y yo le respondo sin que me importara su pinche fiesta: “¿Dónde está Zermeño?” Y que ¿quién era Zermeño...? Y su musa de Gabriel Retes enseñándome lujuriosamente la lengua sin que él se diera cuenta y Yesica se pone a llorar. Entonces, le digo que enfrentemos la realidad, que hay cosas feas, etcétera, pero que uno siempre tiene qué ver el lado bueno y le regalo una rebanada de pastel y le digo ánimo Yesica ¡Festejemos México! Y salimos y bailamos por los parques, jugamos billar y todo el mundo nos odia pero la amo, aunque esté medio loca, y nos embriagamos como diablos y por fin a las cuatro de la mañana llegamos a su casa. ¡No están sus papás ni su hermana! Sólo suena la voz de Rulo y Olallo Rubio en Radioactivo anunciando el espectáculo de La Fura del Baus y le digo a Yesica que tenemos que ir a verlos y que no nos podemos perder ese magnífico espectáculo, se anima y me dice murmurándome: “hazme el amor… poeta maldito y hermoso”. Y cuando suena el despertador a la mañana siguiente, le escribo un poema de tres cuartillas y me voy a Tlalpan a recoger el tiradero de la Delegación y de tarea escribo una crónica del día de la Independencia para una clase de la SOGEM y el maestro dice con voz no muy convencida: “Interesante, bien lograda, sólo te hace falta manejar los guiones de los parlamentos de los que hablan en tu historia.” Y me aplauden. Y los Comités Vecinales se los lleva la chingada, y Zermeño se regresa de París y vuelve otra vez. Yesica va con el Psiquiatra y en mi cumpleaños le escribo un poema a una chava muy sexy de la SOGEM y si todo sale bien, me renovarán el contrato, o quizás seré aviador, como lo son la mayoría de los que pasan a cobrar bajo  la oficina del delegado…

sábado, 16 de agosto de 2025

QUINTO RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA.

 

CINCO

El Autollamado “BAR SOUL” de la Colonia Condesa.

En el verano  del 2004, por los tiempos que di por terminada la versión final de El Jardín del Pulpo, regresaba una noche de ir al cine Latino de ver en la muestra de cine la película francesa Germinal, me quité la chamarra, prendí un cigarro, abrí el correo electrónico y me encontré con esto:

¿Quieres leer en público?

Grupo 4m

y

soul logo2

(Tamaulipas 47, Col. Condesa)

Te invitan a que participes en la sesión a micrófono abierto el próximo miércoles 17 de agosto a las 8:30 pm. ¿Cómo ves? Las cervezas, al igual que todos los miércoles, al dos por uno por si a la hora de la hora te abandona el valor.  Además, habrá cazadores de talento y, como siempre, serpentinas y mucha diversión. El único requisito es que tus escritos no rebasen las tres  cuartillas.

Hasta entonces

 

Todos los ex alumnos de SOGEM estábamos invitados, aunque no todos interesados: muchos de ellos ya trabajaban en la Sociedad o yo qué sé. Yo acababa de participar en una encuesta del INEGI sobre la violencia urbana en los hogares y para eso me había metido en las colonias más siniestras y apirañadas de La Capirucha para preguntarle a la gente si había sufrido actos violentos en el último año; la verdad era una encuesta que parecía salida de la antología del humor negro de André Bretón. La mayoría me habían azotado la puerta en la cara pensando que yo era policía, algunas de esas colonias  ni sabía que existían. Por tanto, leer en público, tomarme unas chelas con los cuates, más aparte lo tentador de los supuestos “cazadores de talento”, se antojaba sensacional. Se corrió la voz del evento, además el dueño del BAR SOUL era Joserra, un egresado de SOGEM que había ganado el concurso Juan Rulfo de novela con un título llamado Novelita de amor y poco piano varios años atrás. Me imagino que todos nos sentíamos genios desconocidos y minusvalorados; la verdad pobrecitos de nosotros: peor para la literatura. Probablemente la mayoría eran desconocidos sin genio: ciertamente yo ya tenía premios qué presumir pero ¿era genio-genio total y absolutamente  just like that? De aquí en adelante todo conducía a  un aparatoso monólogo que sólo podía terminar en un definitivo quizás, quizás... y nada más. Además, me preguntaba ¿quién va a buscar  un pinche genio en tres puñeteras cuartillas?

            —Los cazadores de talentos están en todas partes, en las presentaciones de libros, además leen manuscritos dejados por escritores anónimos en las editoriales grandes como Alfaguara ¿A poco no sabías Mateo? —Me dijo en un café-bar uno de varios amigos.

            —Órales no sabía —dije incrédulo después de un trago de cerveza.

            —Esa es la verdadera razón de ser de éste evento y de otros muchos de la zona, además de las ganancias del bar, por supuesto.

            —Es que para participar debemos hacer un cadáver exquisito pero bien logrado, además un performance —dijo una amiga.

            —Jovenazo, otra chela para mí de favor —le dije al mesero.

El que nos estaba animando a los dos saludó a unos amigos que se sentaron en otra mesa y continuó: —Mira Mateo, le hacemos así como dice ella, llenamos todo el bar, leemos incluso desde el segundo piso, cada quien en un lugar diferente, no nos sentamos y nada más leemos a lo pendejo, porque tenemos qué robar cámara pal grupo 4m, porque van a filmar.

—¿Oye? —Le dije— pus más fácil vas a la oficina del cazador de talentos y le pides trabajo en la inmortalidad ¿no?

—No seas payaso, esto me lo dijo Joserra, él ya sabe.

—Si no es mucho pedir yo quiero una inmortalidad que dure cien años, por  eso que dicen que no hay mal que dure cien años ¿no? A lo mejor la inmortalidad también es latosa y fastidiosa.

Mi amiga se echó a reír, pero el otro hablaba como si por ello le estuvieran pagando: —Quiero ver sus cadáveres exquisitos en dos días aquí en éste mismo café, luego hablamos del performance.

—Gracias por la chela— Le dije al mesero.

—Ándale Mateo, acábate la chela y vámonos —dijo mi amiga.

—Oye sí, claro pero espérate, ¿Cómo quieres el performance? ¿Así como dice él? Cuéntame.

—Ya los dejo señores, Susy, ahí te lo encargo, no dejes que tome mucho.

—Claro Rober, luego nos vemos.

Lo vimos alejarse entre la gente de la calle en la colonia Roma y con las chelas me dieron ganas de ligarme a Susy.

—Qué ángel se suicidó en tus ojos, qué pájaro negro navega por tu sangre… qué bonitos ojos tienes Susy, y qué labios, no te gustaría…

Hizo cara de ternura pero cuando le tomé una mano dijo: —¡Hay con el poeta…! ¿Oyes Mateo? Tú estás bien pedo, no vayas a hacer algo de lo que te arrepientas en dos días.

—Nada te quitará esa belleza…

Se incomodó y dijo:

—O.k. ya vámonos yo pago, tú paga lo de Rober.

—O.k. Susy, ahí muere, ya.

Y me fui caminando a mi casa pensando que el cadáver exquisito me lo aventaba en tres patadas y me encomendé a los cazadores de talento mientras tanto. Tomé un taxi que me dejara cerca de San Cosme y en el taxi venía pensando en mi cadáver exquisito, dándole vuelta y vuelta, pero por la cerveza me quedé dormido en el taxi, el taxista venía diciéndome: “despierta mai… despierta mai.” Quién sabe cómo diablos pero su sexto taxi-sentido le atinó: estábamos en la calle en la que yo siempre me bajaba para caminar a mi casa. Pagué y me fui. Pensé que el cadáver exquisito sólo necesitaba transcribirlo.

Nos vimos los tres en el mismo café-bar dos días después.

—Excelente —decía Rober.

Armamos el cadáver exquisito de tal manera que todos leyéramos unos fragmentos sincronizados con otros y así quedó la cosa. Para el próximo miércoles ya teníamos bien claro que los cazadores de talento nos iban a llamar, sí señor, chance y ésta vez sí me hacían  caso los de Alfaguara.

Para antes de llegar al BAR SOUL me quedé de ver con una amiga con la cual quería entrar en materia, era de una generación debajo de la mía y la belleza protuberante de sus piernas me parecía salido de un poema épico o mítico. Llegó al SOUL con una minifalda, una blusa azul y el pelo negro alborotado le hacía lucir más esos ojos intensos.  Nos quedamos en la puerta, todavía no era muy noche pero chispeaban gotas, los integrantes de 4m nos saludaban y se movilizaban de un lado para otro, se sentía ya cierto nervio por la expectativa del momento. Pero mi amiga no podía creer que ya había acabado una segunda novela. “Ya ves —le dije— el final del texto se me ocurrió en las oficinas del INEGI”. “¿Por qué?” Me preguntó. “No pus es que ahí llega cada personaje que o te inspiras y escribes o te sales a encuestar y te azotan la puerta en la cara”. “¿Y eso?” “No sé, supongo que será alguna licencia  de alguno de mis heterónimos poéticos.” “¿Cómo Fernando Pessoa?” “Ei, ya merito, es más, a lo mejor tengo más heterónimos que Pessoa.” Dije fanfarroneando como si por la gracia literaria pudiera conquistarla.  “Pues sí tienes potencial Mateo, ya dos novelas y una premiada, no cualquiera…” “No y espérate que hoy van a llegar cazadores de talento…” “¿Noooo?” “Te lo juro, eso dice la invitación.” “¿Cazadores de talento? ¿O sea como los que buscan genios desconocidos?” Pasó un camión de televisa como los que normalmente filman comerciales en la Condesa y le dije: “Mira, ahí va el carro de los cazadores de talentos… no vamos a caber,  ja.” Y mi amiga también se puso a reír.

            Cuando Susy y Rober llegaron, yo ya estaba adentro del bar en un sillón muy cool de la parte de abajo platicando con mi amiga al calor de unas vikis y el bar estaba lleno de sogemitas he invitados y colados. Joserra, en calidad de anfitrión, dijo unas palabras al  micrófono y dio comienzo la tanda de lecturas. Todo el rato mi amiga y yo estábamos diciendo: “mira, ese es tal”, “ese de allá es por cuál y la de allá es fulana”. Y “Oye y entre tantos fulanos ¿dónde andarán los cazadores de talentos?” Y mi amiga: “Vienen disfrazados.” Había una cámara de 4m postrada en la barra del bar con un tripié al lado de las botellas y las lecturas se sucedían en el centro del bar hacia unos dos metros de distancia de la cámara. Yo escuchaba puras sandeces literarias del tipo:

            “Debería convertirme en una loba, para protegerte en mi manada cuando el relámpago de medianoche te haga darte cuenta que es momento de volver a la suavidad de mi lengua y mis colmillos.”

            “Tus ojos dicen que sí, seduces a las transeúntes con tu Paz, con tu pobre Octavio Paz, pero desconoces quien es el verdadero enigma que constituyo y por medio del cual, en medio de la noche me escuchas murmurándote: “escribe”… escribe…”

            Ya después de un rato empezó a sonar en las bocinas música fondeando las participaciones. ¿Por qué será, como dice Élmer Mendoza, que cuando se juntan los escritores siempre hay como una especie de aire de Alemania? Cada una y cada uno concediendo mirarte desde el Reichstag y cuando sales de tus 15 minutos de expresión personal siempre te bombardean los aliados. Por eso yo había dicho a la mera hora: “Si esto va a contar con cazadores de talento, mejor mando el cadáver exquisito a la chingada y leo mi poema que ganó el premio al mejor poema dedicado a la ciudad de México por el periódico Ciudad Capital”. Así que cuando dijeron mi nombre y me tocó leer, leí con mucha rabia lo siguiente:

Declaración de odio II

a Efraín Huerta el            Lagarto

                                                                                                                      in memoriam

                       

Ciudad espejo de ausencias,

                        oscuro cacto construido de miradas,

                        desolada blancura al amanecer

                        como crepúsculo que viaja

                        sin dejar aterrizar un solo dardo,

                        noche de incendio, tramado como ramajes

                        sobre crestas de alces solitarios,

                        colmillo o flor sin un vestigio de flor

                        en sus vestigios,

                        vientre de demonios, ciudad, aquelarre

                        de  putas, holgazanes y nuestros padres de familia,

                        banquete y holocausto de nuestras efímeras catarsis,

                        tu ley es la bufanda de cristal,

                        la lengua de cocodrilo anestesiada,

                        fluye tu dormir y tu concepto de justicia

                        sobre los rostros bien seguros de su machete y su dolor.

                        Mi estreno por tus grutas es siempre un repaso de conciencia,

                        un desfilar de cordilleras y mausoleos,

                        una sonda que arrojo sobre mis palabras y mi sombra.

                                    Mis palabras y mi sombra,

                        mi huracán y mi dentadura, o en otras palabras

                        ciudad llevo tu risa y tú mis lágrimas,

                        en este oscuro tren abrevan la zancadilla del vecino,

                        el contrabandista  y el cancerbero del político.

                        La noche se rasura los párpados para mirar su fuego

                        en sus propias obsidianas, su corral de obscenidades,

                        su tatuaje de concha, su cabellera triste de gran estrella,

                        su sexo enlutado, su orgía como respuesta a la poesía.

                        Los poetas nos ahorcamos de los ojos, para manar

                        por nuestra herida el clamor del hambre.

                        Nada sabemos del cadalso de tus propuestas, ciudad,

                        pero sí algo de tu huida diaria y tu tropiezo, aunque

                        la poesía no es pedestal de las condenas, tú apuñalas,

                        nosotros solamente afilamos.

                        Asómate a tu charco, ciudad, ahógate en sangre,

                        dilata tus pupilas en las lianas del  paisaje,

                        saca a pasear por un instante a tus turistas para que se duelan  

                        de tu miseria, cosecha mis panteras,

                        alarga tus sombras calcinadas,

                        inclínate derribando porcelanas, descuélgate de tus persianas,

                        cae en el deslave sin porqué de tu progreso.

                        Déjame por un instante en soledad para besar tus manos,

                        levanta mi sonrisa, déjame llevarte como un bebé en brazos

                        por el sendero de mis madrugadas.

                        Deja tu desorden en mis cabellos,

                        deja tu vergüenza, pon en palabras lo incomunicable,

                        lo que palpo, se revierte y se deshace,

                        regresa a ti misma solo después

                        de tu fama, de tu clandestinidad y sus secuelas,

                        aterriza en tus trincheras inundadas,

                        déjame viajar como gota de cera 

                        sobre tus pómulos, tus orejas y tus labios.

 

Me aplaudieron, basta decir eso. Pero todo terminó como el canto de los merolicos y los  borrachos antes de la hora del fusilamiento  colectivo, así que nos fuimos desde antes.

            —¿Y los cazadores de talento te vieron? —Me preguntó mi amiga cuando nos salimos.

            —Se escondieron ahí mira —dije cuando caminábamos en la calle.

            —¿En dónde?

            —Ahí ahí los estás viendo.

            Mi amiga no entendía el chiste.

            —¿Dónde?

            Yo miraba y señalaba con los ojos su escote rebosante y fabuloso.

Después le dije que yo quería cazar a los cazadores de talento que había encontrado ahí mismo, donde ella había señalado con los ojos, y ella hizo la enigmática sonrisa de la Lolita coqueta y poco después se fue. Desde niño debería uno saber que ni siquiera con un manifiesto literario se puede conquistar a la niña de tus sueños, en esos casos, la literatura estorba y lo único que ayuda es el peyorativo: “ya es un escritor famoso y tiene dinero”. En boca de otros u otras. Con ese sí, podrá caer más de una.

 

jueves, 14 de agosto de 2025

CUARTO RELATO DEL ROSETÓN DE PLATA

 

CUATRO

La Muralla Verde en la Boda de Mario

 

Se supone que en el principio fue el verbo… ¿Sí, no? Ya Charles Baudelaire decía que Dios no hizo al mundo; sólo lo nombró: Fiat lux. O en el principio fue el sexo… ¿Tampoco?  “¿Creced y multiplicaros?” ¿No lo dice el Génesis? ¿O acaso en el principio era la Fuerza…? Veamos un famoso pasaje del Fausto, en la escena primera, para ver qué es lo que nos dice la voz autorizada de Goethe: “En el oleaje de la vida/ en la tormenta de la acción/ subiendo y bajando, de aquí para allá/ me agito yo/ Cuna y sepulcro, un sempiterno mar/ un cambiante tejer/ una hervorosa vida/ eso urdo yo en el silbante telar del tiempo/ y tejo a la Divinidad, un vestido viviente/”. Así pues, por éstas palabras inmortales sabemos que para Fausto en el principio era la acción. En realidad no sé si tengo mucho o poco qué ver con el hombre tipo Fáustico,  (yo esperaría que no tanto) pero para mí al principio fue el trabajo, muy activo, en el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) como auxiliar administrativo que tenía qué hacer de todo y además poseía  unos bafles potentes y tornamesas para mezclar música bailable porque… bueno, en fin. De que tiene que haber un principio lo tiene que haber.

            Tenía 18 años cumplidos y ya quería trabajar, así que me presenté en la Dirección de Cartografía Catastral del edificio sede del INEGI en Aguascalientes. Me hicieron una prueba psicológica que aprobé sin mayor problema y el  papeleo lo tuve listo en  una hora. La psicóloga de reclutamiento  me sonrió y me dijo felicidades: Ya estaba dentro de la misma institución en la que mis padres trabajaban y no sabía que sólo se trataba de la primera de cinco ocasiones que, ya fuera en La Capirucha o Aguascalientes, me tocaría trabajar durante mucho tiempo. Por ese entonces mi pasión era ser Dj como ya se dijo, tenía equipo de luz y sonido y junto con Jimate  amenizábamos fiestas en todo Hot Waters con nuestro equipo; no nos importaba de qué música nos pidieran: norteña, salsa, hip-hop o rock en español; tanto daba, éramos felices mezclando  música y obviamente teníamos nuestras groupies, que nos seguían a cada evento y varias ocasiones las emborrachábamos de lo más fácil primero por su edad, luego porque les despertaba atracción eso del Dj  y luego por las luces estroboscópicas o las luces de neón que manejábamos y el piquete se les subía de volada. Algunas veces fuimos bastante caballerosos, también hay que decirlo. Esto implicó pasar a dejar sanas y salvas a varias jovencitas en su casa en un estado progresivamente alcohólico. Así fueron tres o cuatro ocasiones. Jimate también entró tiempo después al INEGI, pero cuando me regresé a La Capirucha en el 94, no lo volví a ver nunca, alguien me dijo después que estaba en Boca Ratón, Florida. Mi trabajo ahí en INEGI era en los laboratorios de fotografía aérea, en los sótanos de luz roja de ese  edificio que parece búnker anti bazoka o nave espacial tipo La Guerra de las Galaxias al sur de la ciudad. Pronto me volví muy amigo de Mario, un joven  cuatro años mayor con el cual encontré muchas afinidades: los dos éramos chilangos y los dos teníamos el acento del chilango “que no es mala copa”, no el acento chilango del típico “hijín” o “ñero” que en realidad es otra subespecie de ser vivo; los verdaderos chilangos no comemos en las calles, por ejemplo, a menos que después de la fiesta nos vayamos por unos tacos. Pero antes de ser clasista diré que Mario y yo éramos fanáticos de Rock 101 y entonces comenzamos a salir juntos: él me invitaba a sus reventones con sus amigas y la vida lucía fácil y despreocupada, quizá algo naive.

            Así pasaron diez  meses de trabajo en los laboratorios donde, entre otras cosas era obligación tomar leche. Los compañeros decían que funcionaba como suero anti químico del papel para revelado fotográfico. Yo siempre creí que más bien eran unos mamones que querían su concha o su dona con leche; pero la fotografía aérea estaba a punto de ser superada por la fotografía digital de imágenes de satélite. Era la época de la caída del muro de Berlín y Mario incluso se ligó a una de las mujeres de la limpieza y era normal que cerraran la puerta de su cubículo por horas si no bajaba el subdirector a checar la continuidad del trabajo. Ellos querían que yo me acostara con una de las de la limpieza, pero yo estaba feliz con Jazmín, la que mucho tiempo después se fue a Salamanca y nunca leyó la versión final de mi primera novela El Jardín del Pulpo. Así las cosas funcionaban bien, hasta que Mario me dijo un día un par de meses después, que ya no quería más viejas ni más desmadre: estaba perdidamente enamorado y se quería casar y… ¿No querría yo poner la música en su boda? Le contesté que sí, que le cobraría como a los cuates y que Jimate, yo y Jazmín  nos iríamos desde tiempo antes para hacer las pruebas de sonido, organizar el equipo, etcétera. Se puso feliz el chavo. Me dijo: “En la boda mezcla música tipo Rock 101, ya sabes, Depeche Mode, el rap de mi Bella Genio, rock en español…”

            Era 1990 y el Rock en español y la música industrial estaban en su auge. Por ejemplo, era cómico ver a mis compañeros del bachillerato vestidos con botas militares y como punks. Esa era la moda. Y ahí está la prueba de que en la actualidad eso es moda otra vez. Eso es visión de futuro, cómo no, qué chingados.  Así que nos fuimos el domingo  planeado al salón de eventos donde estaban convocados cerca de ciento cuarenta invitados: Jazmín iba elegante con un vestido negro y los hombros descubiertos, yo vestía corbata y pantalones de mezclilla, Jimate igual. El día anterior también habíamos tocado, por lo que estaba un tanto cansado pero ni modo, dije, a darle por Mario, ni siquiera conocía a la novia; sólo me había contado que su novia era un cuerazo.

            La fiesta comenzó sin mayores problemas, la gente llegaba, se sentaba, pedía su bebida y algo de comer. De las bocinas que estaban hasta el otro lado del salón de donde estábamos nosotros (en un cuarto cerrado que era como una cocineta) se escuchaba la música que me había pedido Mario: “Personal Jesus” de Depeche Mode, por poner un ejemplo. Eran apenas las 6:30 de la tarde y Jimate mezclaba luciéndose. Yo estaba sentado con Jazmín en una caja de discos de vinilo y Jazmín me contaba de sus inicios en la vida universitaria; ya desde entonces se le podían identificar los anhelos artísticos ya que en su carrera de comunicación decía que quería ser reportera de notas culturales, de la incipiente vida cultural de Hot Waters. La gente, como de costumbre, empezó a bailar como a las ocho y Jimate seguía mezclando. Mientras tanto Jazmín y yo estábamos ya en una mini pelea de pareja: según ella creía que no me había gustado su vestido, que no la apoyaba en su carrera (es decir: que me valía madres escucharla, en lo cual tenía razón) y como había llegado una amiga de Mario que me saludó con mucho gusto, estaba celosa; o quizás eso comencé a pensar porque ya llevaba varias cervezas y avanzaba  la noche, además me empezaron a fastidiar los personajes que venían a ofrecernos de comer esa estúpida comida de boda. ¿Y Mario? Les preguntaba yo. ¿Dónde está Mario? Nadie tenía ni idea. “Tú síguele” le dije a Jimate en mi quinta cerveza, y como Aguascalientes es relativamente una ciudad mediana donde ellas conocen a ellos y ellos a ellas, de repente vi que Jazmín saludaba a una pareja que llegaba: Eduardo quién sabe qué y su novia, una tal Claudia. Me dejó y se fue con ellos a la fiesta, lo cual francamente me puso triste: empezó a bailar con un desconocido y cuando chequé eso llegó Mario vestido de frac y pasó de inmediato a la cocineta y al verme exclamó: “¿Ya estás muy pedo?” ­—Me dijo— “Tienes qué durar  mínimo hasta la una.” Y yo: “¿No quedamos que te iba a cobrar por hora? Es hasta las doce nada más”. Y él: “¡No se ponga pesado señor, es mi boda cabrón!” “Ok, Mario, hasta la una, es tu boda”. Y Jazmín bailaba y bailaba y ahora el celoso era yo, tenía bien consciente la ambigüedad del amor y sobre todo: de nuestra edad: sabía que si quería irse con el que bailaba, era casi posible en ese mismo instante.

            “Yo me quedo mezclando” me dijo Jimate. “Tú ve con esa vieja que te la van a bajar…” “Nelazo maestro”, dije yo. “Al rato viene con la cola entre las patas”. Y seguí bebiendo cerveza y Jimate hizo un fade hacia arriba y entró la muralla verde, la canción de los Enanitos Verdes, que dice: “estoy en la muralla que divide lo que fue de lo que será” y (otro trago) “pasando la muralla se hacen realidad” y (otro trago) “pero como la  mua mua mua de ayer” Cantaba el enanito verde y todo joven mexicano se sabía  la pinche canción. Era una hueva ser Dj, en la actualidad sólo lo hago para una reunión entre amigos y eso sí: después me lavo las manos y quiero olvidar el asunto, como si se tratara de un asunto de sexo.

            Algunas de las personas convocadas supe que venían de la misa, nosotros (por lo menos yo) había estado jetonsísimo toda la mañana: recordé que en la tocada del día anterior había conocido a una fan, una rubia jovencita, así como de mi edad y nos habíamos gustado, recordé que le había dicho dónde estaría al día siguiente, ella quedó muy formal de venir a verme y en eso estaba pensando con mi décima chela cuando me salí de la cocineta y la miré hermosísima vestida de blanco bailando con Mario: “hay pendejo, no seas buey esa es la novia de Mario”. Quedé flechado: pinche Mario, con razón se quería casar el hijo de perra. Pero no era esa toda la verdad, porque la güera sí había venido y de hecho me estaba buscando. Lo supe por Jimate que utilizó el micrófono para llamarme de vuelta  a la cocineta: “Joven Dj del INEGI, lo buscan en el sonido”, dijo el muy mamón. Fui esquivando gente un poco tambaleante en mi embriaguez y yo creo los invitados de las mesas hicieron  mutis de reproche. Unos niños también dijeron “qué mamón” y chispas,  que revientan una bocina JBL de doce pulgadas con una pluma bic; ahora el enojo se fue hacia ellos y varios se les fueron encima, quizá eran sus padres. No me dio tiempo de emputarme por lo de la bocina porque ya en la cocineta, quedé flechado por tercera ocasión en el día: al ver a Jazmín luciendo el vestido negro, la novia de Mario y luego a la Sonia, que así se llamaba la güera. Sonriendo me dijo con mucho ánimo: “¿Cómo estás?” “Bien Sonia, de pelos que viniste, te ves de maravilla.” Jazmín mientras tanto bailaba y bailaba. “Pues vine a verte a ti, Mateo.” Decía con sonrisa pícara. En eso pisé un acetato y por la embriaguez casi me voy de hocico pero Sonia me detuvo. “Hueles mucho a alcohol”. Dijo con molestia “¿Sigo mezclando verdad?” me preguntó Jimate. “Tú síguele” (¿Será tan menso que no entiende que me quiero quedar con ésta belleza? Pensaba yo). Y claro, con Sonia yo ya no quería chupar, así que se lo dije y nos acurrucamos en una esquinita para platicar. “Acabo de entrar a la carrera de psicología”. Dijo. Era evidente que Sonia me estaba coqueteando con su plática y yo nada más me le quedaba viendo a su blusa de Los Toros de Chicago  pensando: “y qué buena ortografía tienes”. Y Jimate estaba de espaldas mezclando, también tenía una cuba y se la estaba bebiendo, pero no estaba hasta el carajo como yo. De repente, Sonia me besó y estaba yo tan embriagado que le devolví el beso y así estuvimos un gran rato. Ya me había quitado la corbata y Sonia metió su mano en mi pecho, yo metí mi mano por debajo de Los Toros de Chicago y Sonia me dijo: “¿Así te gusta?” “Sí, así”, dije temblando de placer y  sentía que podía caminar hasta con el pene y, de pronto, regresó Jazmín.

            Yo sabía que en las películas, cuando el novio o esposo le pone los cuernos a la esposa y la esposa se da cuenta y los cacha in fraganti, el esposo dice: “cariño, no es lo que parece”. Alguna idiotez parecida  dije cuando entró Jazmín. Jimate le dijo nervioso: “¿te pongo una canción especial?” y Jazmín me dijo: “¡Hay corazón  pero que pendejo eres!” Y se fue. Sonia se me quedó viendo y me dijo: “¿era tu novia verdad? ¿¡Por qué no me habías dicho!?” Se bajó la playera y también corrió y se fue.

            Evidentemente nadie de la fiesta se dio cuenta, todos celebraban a Mario y su esposa, pero Jimate me dijo: “Ahora sí la hiciste en grande pendejo… ¿qué vas a hacer? Vete a pedirle perdón a Jazmín no mames.” “¡Pero estamos aquí –dije yo–, vuelve a la Tierra Carlos, nos están pagando, hay ciento cuarenta personas allá fuera!” “Yo me quedo mezclando”, dijo y así pasó un rato, luego   se puso a buscar el disco donde venía la canción de “las golondrinas”, para cuando se fueran los novios. Se fueron a las doce de la noche ya rumbo a su boda de miel, nos asomamos para ver todo eso del ramo de flores y tal: Por eso Mario quería que tocáramos hasta la una de la mañana, para que los demás invitados siguieran bailando, pero como a eso de las 12:30 de la noche llegó un señor que se presentó como el padre de Mario; nos pagó nuestra parte y también una cantidad extra por la bocina JBL  rota.            

Ya la gente estaba cansada, muchos habían bebido de más y entonces apagamos todo el show, cerca de la una de la noche y  pasadas. Los chavos de la camioneta que nos ayudaban a cargar el equipo ya estaban preguntando por nosotros; hablaron con Jimate y le dije a él lo de siempre: 40% para cada quien de dinero y 20% para los que nos ayudaban a cargar. Empezaron a subir las cosas y Jimate me dijo: “¡Ya lárgate de aquí, ni puedes ayudar, estás pedísimo, mejor vete a buscar a tu novia y pídele perdón!” Hasta el orgullo me dolió pero tenía toda la razón, eso era lo mejor que podía hacer. 

            Carla estaba en una esquina platicando con un grupo de gente, me acerqué y escuché que le decían: “¡ahí viene!” Sonia no se veía por ningún lado. Grité varias veces: “¡Jazmín!” “¡Jazmín!” Pero no me hizo caso, se subió al auto del tal Eduardo y la tal Claudia y se fueron, ya no había nadie, ya todo mundo se había ido. Apenas recordaba que al día siguiente tenía que trabajar, pero de sobra se sabe que el alcohol te mueve a tomar decisiones desesperadas y temerarias: tomé un taxi y me fui a casa de Jazmín, le dije al taxista que se fuera rápido, pero gracias al alcohol y el mareo vomité por la ventanilla algo de comida de Boda; el taxista me dejó frente a su casa en el fraccionamiento Santa Anita, a pesar de la reja en el número 61 de la calle, observé que estaba una luz prendida. El taxista me pidió un dinero extra y se lo di. “Me dejaste la nave apestando a alcohol compa, ya ni chingas”. Ni modo, dije, “me vale que crean que estoy borracho, tengo qué verla”. Ni siquiera me di cuenta que venían a dejarla por la otra calle. El coche se venía acercando lentamente: me echaron las luces de carretera en la cara, yo creo que Jazmín quería todo menos una escena afuera de su casa.

            En mi embriaguez la vi bajarse del coche y se siguió de largo caminando con los brazos cruzados, como si no me conociera y le molestara mi presencia. Le dije: “¡Jazmín!, ¿No vez que estoy aquí? ¡Tú me importas! ¡Ni siquiera sabía quién era esa güera! Jazmín… por favor… plis…” Se me acercó cuando sopesó lo que estaba  diciendo y toda la situación. Todavía recuerdo su rostro, con un aire entre triste  pero con la seguridad de que iba ganando en eso que los dos llamábamos “saliendo juntos”. Al fin  dijo: “Ya vete corazón, es domingo y es noche.” “¿Pero y luego…?” Insistía yo. “Pues a ver cómo te portas porque sí estoy enojada.” “Mañana saliendo del trabajo te voy a buscar a la universidad autónoma” “Ok”. Dijo. “¿Y no hay beso de despedida?” “Pues no, ya me voy, vete con cuidado.” Qué carajos, pinche fiesta jodida, me quedé pensando.

            Pero como Hot Waters es una ciudad mediana donde casi todos ellos conocen a ellas y ellas a ellos, al día siguiente, después del trabajo, llego a la Universidad, me meto por los pasillos cuidadosamente, llego al salón de comunicación de Jazmín y me salen tres fulanos que me dicen: “No, no mi buen, aquí es comunicación, psicología está más adelante.” ¡Resulta que el salón entero ya se sabía la anécdota! El maestro en turno de la clase notó mi llegada y dijo: “¿Éste es el borracho de ayer? ¡Adiós señor!” Y que me azota la puerta en la cara. Carcajada general. Alcancé a ver a Jazmín con dos amigas, todavía de menso lo pensé un par de segundos.  Uno más, dijo: “La siguiente boda es en psicología, para que vayas a poner música”. Otra carcajada general. Como dice el dicho: Más pronto cae un borrachito hablador que un cojo: Yo dije que ella volvería con la cola entre las patas en la boda, así, con la cola entre las patas tuve que ir yo por segunda vez al número 61 a pedirle perdón de verdad, aunque sintiera el corazón tan madreado como la bocina JBL rota. Y quizá, mientras tanto, el enanito verde sonreía y se carcajeaba, seguramente ya del otro lado de la muralla.

 

lunes, 4 de agosto de 2025

DE LA CUARTA DE FORROS DEL ROSETÓN

 En búsqueda del Rosetón de Plata y otras narraciones es una novela narrada en forma de mitomanía autobiográfica. Con un estilo ágil, Marcos García Caballero le da voz al narrador, quien da cuenta de sus peripecias y las de sus amigos y las plasma en una prosa amena y atrevida.

    En una suerte de travesía, el narrador lleva al lector de Aguascalientes (o Hot Waters City, como él le llama) a la Ciudad de México (o la capirucha), pasando por ciudades como Zacatecas y Celaya.

    Una Historia, diez capítulos, un personaje principal, alcohol, música y sexo, y desde luego, una obra con "una lista interminable de aventuras, disipaciones, vagabundeos, locuras y mujeres".

TERCER RELATO DE 'EN BÚSQUEDA DEL ROSETÓN DE PLATA Y OTRAS NARRACIONES" POR MARCOS GARCÍA CABALLERO

 

TRES

Las Palmas Para Adolfo Bioy Casares

 

En una escuela por definición “rara” como La Escuela de Escritores de la SOGEM puede pasar cualquier cosa en una clase, aunque nunca creí que fuera para tanto. Aclaro que no es mi objetivo denostar mi escuela que quiero y que quise tanto y sobre todo a sus maestros inolvidables, pero eso de abrir una Escuela para formar Escritores, así, con mayúsculas, se antoja una empresa que para emprenderla se necesita tomar aliento una vez, y luego otra y mil veces más, hasta que algún día, resulte que un alumno, después de todo, ya es “Escritor”, con las mayúsculas que ostentan: Egresado de La Escuela de Escritores de la SOGEM. Pero que de las comillas dudosas  nunca se salvará. Desde los tiempos más legendarios, creo,  ha sido difícil decirse uno escritor y creérselo a pie juntillas “y el verdadero milagro es que otros crean que uno es escritor”, como decía Henry Miller en Trópico de Capricornio. Seguramente a José María Fernández Unsaín se le ocurrió que era una idea excelente, y de hecho lo es, las escuelas de escritores van a la alza en la Ciudad de México; todo mundo quiere vivir del cuento y lo sorprendente es que la narración sigue contando, pero también habría que aceptar que la literatura se está suicidando por sobre abundancia en todo el mundo  y por eso el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso  sigue siendo terriblemente aleccionador. Practicar lo micro-enorme sustancial es preferible a ponerse a imitar a Marcel Proust, qué duda cabe.

            En realidad la vida es corta y la lectura es larga, así que si tuviera que resumir esos tres años que cursé estudios en la SOGEM, diría: “todo fue solamente vivenciar y conocer palabras preliminares sobre La Creación Literaria, nada más.”

En los pasillos, en las escaleras, la cafetería o los sillones morados colocados fuera de las aulas para, entre otras cosas, poder llevar a cabo sesudas y deliberadas reflexiones  sobre cuál es la función y/o el papel social del creador literario, se hablaba de García Márquez o José Saramago  como si fueran colegas de banca de los estudiantes más juniors; aunque también había los traviesos que nunca entraban a clase y fumaban mariguana en sus reuniones o afuera de la escuela. En ese sentido, la SOGEM no se escapaba de parecerse a cualquier plantel de preparatoria abierta. Aunque claro que hubo grandes momentos y mi disco duro recuerda muchos de ellos llenos de efusividad, discusión, polémica o comicidad, como lo fue el día que todo un Eugenio Aguirre nos hizo aplaudir un minuto entero por la lamentable  noticia de la muerte de Adolfo Bioy Casares, el otro de los cuatro grandes escritores argentinos (los otros dos que coloco son Ernesto Sábato y Julio Cortázar) que fue colega de Borges y que en Ficciones, una de las obras maestras de ese tigre ciego de Buenos Aires, aparece como personaje.

            La clase había empezado como un conversatorio sobre las profesiones parecidas a la del literato, de paso y para amenizar esa que sería la última clase de la noche. Eugenio le pidió a una alumna que se parara y lo tomara de la mano, él empezó a moverse con demasiada cautela, casi cojeando y dijo: “¿Ya ven? Así caminan  los abogados”. El salón entero se carcajeó y después  algún zoquete  preguntó: “¿Y cómo caminan los escritores?” Silencio. Nadie se atrevía a decirle nada al taradito  preguntón. Hasta que Aguirre dijo: “Esos no tienen una única forma, algunos ya ni caminan.” Pero el momento del chiste ya había pasado.

            Debo de aclarar mediante una digresión que por ese entonces había vuelto con mi ex novia, la que casi se mata junto al Negro debajo de  un puente durante La Feria Nacional de San Marcos y como parte del noviazgo, algunas ocasiones iba yo a verla a los salones de Psicología de la UAM Xochimilco y me aburría a mares escuchando las “basuras psicoanalíticas” de Lacan o Freud, como yo les decía: Yo estaba en lo mío y por tanto, perder una noche de clase en La SOGEM a cambio de una noche en la UAM sólo se puede interpretar como un síntoma más del enamoramiento. Todo esto debió haber pasado cerca y antes del 9 de marzo de 1999, ya que Bioy Casares había muerto el día anterior.

            Eugenio Aguirre siguió con su clase y yo estaba sentado en una banca sin nadie junto a mí, así pasé casi toda la clase;  movía la pluma entre los dedos analizando y pensando las palabras de Eugenio. Hasta que entre un giro de la pluma entre el dedo meñique y el pulgar se me cayó la pluma, nada grave, ciertamente, pero me asusté levemente al reconocer quién me estaba ayudando a recogerla: era Yesica, mi novia, que se había escapado de la UAM y venía a verme. En ese gesto y hasta en su delicadeza de querer ayudarme con la pluma comprendí varias cosas de ella. Primero: era una traviesa sin remedio, ya que si estaba ahí era porque seguramente quería que a los pocos minutos de acabada la clase, quería irse a El Hijo del Cuervo a tomarse unas cervezas conmigo y segundo: el gesto de ayudarme a levantar la pluma significaba más. Significaba  algo amoroso. Algo como: “¿Quieres ser escritor en la vida? Yo puedo ayudarte.” De cualquier manera no me gustaba ya mucho que ella o yo perdiéramos clases, por lo que le susurré: “Hola, siéntate, sh...” Y así lo hizo. Eugenio notó la distracción y dijo: “Bueno, si ustedes dos tienen mucho de qué hablar para eso están los sillones de afuera.” A lo que yo, casi tragando saliva de vergüenza le respondí: “No, no, no, para nada maestro, sí lo escuchamos”.

            Eugenio continuó con la clase, y casi al diez para las nueve de la noche y para concluir, nos dijo: “¿Todos saben lo de Bioy Casares verdad, lo que pasó ayer?” El salón a coro respondió: “Sí” “Entonces párense y un minuto de aplausos por él”. Todo el salón se levantó de los asientos y comenzamos a aplaudir. “Todo un minuto” decía Eugenio. Y aplaudíamos y aplaudíamos con vehemencia, sintiendo la gran  importancia del Premio Cervantes 1990. Y Yesica también se paró y aplaudía, era la única que le parecía de lo más chistoso y me preguntaba el porqué de los aplausos y yo no podía decirle nada porque no quería otra reprimenda del maestro. Recuerdo su risa (ciertamente estaba enamorado pero no tanto para no decirle que se callara), yo creo le ha de haber parecido algo muy chusco y divertido y yo no podía callarla.  Terminó el minuto. Ya era hora de irse y los compañeros empezaron a salir, pero Yesica, con lo traviesa que era, se acerca al maestro y le dice para mi amargura: “¿Quién es Adolfo Bioy Casares? ¡Dígame antes de que se vaya del salón, quiero felicitarlo! ¡Seguramente escribió un cuento buenísimo!”

            Eugenio sonrió, bajó la cabeza y le dijo: —Perdóname, yo ya no traigo el cuento en fotocopia, Adolfo Bioy Casares fue el primero que salió del salón.

            Ya entrados en materia le dije a Yesica: —No te preocupes corazón,  no te hubiera gustado tanto.

            Y Eugenio me dijo con ironía en la mirada: —No creas Mateo, ese cuento de éste alumno Bioy tiene futuro, yo le puse diez.

            Y Yesica que no entendía nada me dijo: —¿Me vas a presentar a Adolfo Bioy  sí o no?

            El inolvidable Eugenio se rió sin querer, ya no había nadie en el salón.

            Contesté: —Tienes que hacer méritos Yesica, además me estoy poniendo celoso, ¿qué tal que te enamoras de Bioy y a mí me mandas al cuerno?

            Y Eugenio me cambió la moneda: —Tu novia se va a ir con Bioy Mateo, hasta tu esposa se va a ir con Bioy…

            Y yo: sí Eugenio, y que me lo recuerdes…

            Y Yesica ya cuando salimos del salón rumbo al hijo del Cuervo iba con los brazos cruzados por la calle preocupada por lo antes ocurrido: —Me debes una explicación Mateo…

            Le dije: —Eso que dijo mi maestro quizás no pasa. En realidad a lo mejor tú no te vas con Bioy, a lo mejor te vas con Freud o Lacan.

            Y ella: —¡Aaah! ¡¿O sea que ya no quieres que venga a visitarte?!