Que la paz sea con ustedes estimados mundanos, yo por mi parte tengo buenas cosas que leer éste fin de año:
1.- El clan del Oso Cavernario, de Jean M. Auel
2.- Del texto a la acción, de Paul Ricoeur
3.- La Escuela de Fráncfurt, de Rolf Wiggershaus
Registros, velocidades, ensayos, comentarios, poesía, del mundo de la pedantería remota ¡para los fieles mundanos!
Que la paz sea con ustedes estimados mundanos, yo por mi parte tengo buenas cosas que leer éste fin de año:
1.- El clan del Oso Cavernario, de Jean M. Auel
2.- Del texto a la acción, de Paul Ricoeur
3.- La Escuela de Fráncfurt, de Rolf Wiggershaus
SIN ESA ESTRELLA TUYA
Aguascalientes, afirmó mi amigo-colega
José Vicente Anaya, chihuahuense notable de las letras mexicanas, cuando fue a
la tierra de Posada a dar una conferencia en una feria estatal del libro, lo
dijo mejor que nadie: “Aguascalientes es una tierra que goza de la insoportable
levedad del ser.” Y después de semejante afirmación, José Vicente se perdió en
el tráfico y yo me marché a mi casa cargando dos o tres libros de aquella feria
del libro, de la cual me enteré por un e-mail, porque en ese entonces, (2014)
todavía me avisaban, después me fueron desapareciendo del círculo literario de
Aguascalientes y yo, finalmente, en aquel año, estaba muy feliz, ya que estaba
en mis inicios de mis estudios de la filosofía por internet. Tengo una amiga
francesa que, muy linda ella, me decía, “estudias por correspondencia”. De todo
hay en las tierras del señor y por tal motivo, cuando volví a ver a Marcela, no
dudé en llevármela a la cama por una temporada larga que para mi bien, nunca
terminó en casamiento.
Ella, mi amiga francesa, parecía
acceder a vivir en Aguascalientes cuando vino con uno de mis mejores amigos,
también por esas fechas del 2014, pero ella empezó a cavilar su triste
Barcelona. Su pobre carcelona. Entonces yo opté por decirle la verdad: “regrésate
a tu tierra Müller, regrésate, si te significa tanto la tierra regrésate”.
“Todo ha cambiado tanto Marco”. “En fin, obvio”. “Ya nada es igual, Marco,
nada…” Müller se largó de regreso a su Barcelona, gente como José Vicente Anaya
seguía yendo a las ferias del libro en la Casa de la Cultura en Aguasardientes
y, aunque no parecía, se acercaba el gobierno del cambio en nuestro país,
pienso que por eso gente como Sabina Berman fue muy ovacionada ahí en la feria
del libro; además me parece muy prudente comentar que, en efecto, lo que yo
deseaba era generar filosofía de alto nivel en Aguasardientes, pero, finalmente
terminé por largarme de ahí.
¿Por qué?
Creo que porque yo y mi madre
simplemente nos estábamos muriendo sin que nadie se diera cuenta. Vivíamos
eternamente, te lo reviro así José Vicente (ahora que has muerto y pesa tu
ausencia) en la permanente fiesta de la insignificancia, finalmente, siempre
adoré a Milan Kundera pero como sí me pude largar de ésa ciudad, escribo más
feliz, más suelto y más desparpajado, como debe de ser.
En cuanto a Marcela ¿Qué les podré
decir? La conocí cuando éramos niños, en una reunión de trabajadores del INEGI
en Popo Park, una zona en las faldas del Popocatépetl, cerca del año 1984 o
1983. Estuvimos jugando nuestras infancias mientras nuestros adultos padres se
emborrachaban hasta que sólo podían manejar de regreso las señoras.
Pero de Marcela tuve ahí una imagen
profunda, a mis once años. Bueno. Lo importante es que la volví a ver en
Aguascalientes, esa tierra en medio de un valle ancho y dilatado que me parece
ideal para recorrer en coche. Me fui a Aguascalientes en 1989; en 1990,
mientras Octavio Paz era celebrado en todo el mundo, yo tenía a Marcela, ella estaba
feliz conmigo baile y baile: “Sonríe por mí… doble vida”. Y la dejé en 1994.
Ella recuerda un pasaje muy llamativo: “Marco, te recuerdo mucho cuando hice
una fiesta en mi casa que nos pusimos una pedota y yo vomité y no podía
creerlo, mientras vomitaba, pensaba: “me lleva la chingada… ¡Los camarones
empanizados!”
Luego entonces volví a Aguasardientes
en 2007 y mucho tiempo después topé a Marcela como hasta en 2013, y me volví a
enamorar de ella. También es muy prudente decir que nadie olvida a una mujer
que lava los platos después de una fiesta en tu casa, ella lo hizo en una
borrachera que invitamos a grandes cuates y ella me comenzó a contar los
desencuentros con su esposo, ella se había dado cuenta que él la engañaba y
ella quiso dejarlo con una buena pensión para sus hijas arreglada. Todo eso le
funcionó muy bien en los tribunales y muy bien, gracias a mi participación, me
adoraba de nuevo porque “gracias a ti no necesité nunca de un consolador”. “Te
agradezco las madrugadas Marcela.” Contesté. Pero en épocas de apretarse el
cinturón le decía: “Te prometo guerra de gelatinas en el restaurante de la
Torre Ifeel”. Marcela desde que volví a Ags, fue mi mejor causa perdida, yo me
perdía entre las sábanas: era encantadora.
Así estábamos una tarde de domingo,
cuando Marcela empezó a leer un artículo político de mi padre: ella estaba
leyendo, dentro de mi departamento, y se empezó a reír y demás; lo que
verdaderamente estaba explotando, era el problema de Iguala, el asunto de los
43 jóvenes normalistas, mientras mi ocupación era ser alumno de filosofía de la
Universidad Autónoma de Chihuahua por internet. Como nosotros lo vivimos fue
simplemente un lunes en la radio con la única periodista que tenía ese poder en
el sexenio de Peña Nieto, Carmen Aristegui: Nos faltan 43, fue empezando la
consigna.
Fue uno de los momentos en que la
sociedad mexicana cambió su decisión respecto a quién prefería en el poder, al
PRI o al PAN o a MORENA. Los mexicanos fuimos lentos pero seguros en cuanto a
quiénes queríamos en la Presidencia. Qué bueno que así fue.
Fue entonces cuando comenzamos a
frecuentar cafés del sur de la ciudad. Nada que tuviera qué ver ni con las
noticias ni con la noche de Iguala; fue simplemente porque así lo decidimos
ella y yo, meses después fue cuando Marcela me dijo: “ya córtalas, mira, no es
que no te quiera, pero por ahora tengo poco dinero para mí y mis hijas, lo
prefiero así”. Se subió a su camioneta y se fue. Y yo por mi lado empecé a
hacer más reuniones con amigos los fines de semana, con más alcohol y perdición
de por medio, me dedicaron un cuento basado en la película de “El resplandor”
de Kubrick. Yo estaba empezando a beber de una maldita forma medio horrible,
porque la inteligencia del borracho es lo que lo deja en medio de ese pasmo de
alcohol. Poco a poco dejaron de preguntarme mis cuates cómo me iba en mi oficio
de escritor, pero yo sabía que me estaba pavimentando el purgatorio con alcohol
y cigarrillo, porque eso siempre va junto con pegado.
Lo cuál terminó por encajarme en un
recuerdo sin esa estrella tuya…
Dedico
este trabajo a todos
los
que fueron mis maestros en
La
Escuela de Escritores de la SOGEM: Maricruz Patiño, Aline Pettersson, Óscar de
la Borbolla, Eduardo Casar, Alejandro Licona, Víctor Ugalde, Teodoro Villegas,
Saúl Ibargoyen, Eugenia Revueltas, María Eugenia Merino, Marco Julio Linares,
Miguel Ángel Tenorio y Bernardo Ruiz e in memoriam a Hugo Argüelles, Gerardo de
la Torre, Juan Miguel de Mora, y Víctor Hugo Rascón Banda. Además a García Mota
Víctor, mi padre.
PARA ARMANDO BAYONA CELIS
Es un relato que he contado ya varias
veces con algunas variantes a lo largo de muchas sobremesas o cruzando tragos
con amigos. Ya mucho tiempo después y en mi edad adulta; los sucesos que voy
a mostrar ahora: La escena inicial debe verse en 1984, en mi salón
de quinto o sexto de primaria, con niños y niñas sin uniforme ni enseñanza
religiosa, se trataba de tener apertura mental, excelencia y gusto por la vida
combinada con los estudios.
Una primaria privada en el sur de la
ciudad de México que contaba con buen prestigio para entonces y, en particular,
detrás de los salones normales de clase y el patio con cancha de basquetbol y
una pequeña tienda para las horas recreativas, un jardín alambrado -para que
los estudiantes no jugáramos a destruir las macetas-, y un
refulgente salón especial que era el laboratorio de biología de todos los
grupos. Ese fue mi primer y único laboratorio de biología en mi vida y lo
recuerdo como si al entrar en él junto con mi grupo de generación, nos
convirtiéramos de ipso facto en naturalistas franceses del siglo XIX de esos
que viajaban por todo el mundo y llegaban hasta tierras ignotas del África o
Suramérica debido a su ansia exploradora y la verdad es que no exagero tanto:
en ése laboratorio había desde avispas atrapadas en ámbar, hasta toda clase de
insectos disecados y en planos, un cráneo de un puma y la colección más
sorprendente de escarabajos que haya visto nunca, avispas, arañas, lagartijas
disecadas también y planos del cuerpo humano; es decir, todo un mundo por
descubrir para nosotros solos y cada viernes.
Además Mario, el maestro, era amigo de
mi familia y eso ante mis compañeros me daba un plus, un plus algo loco porque
había un par de encimosos que de “wookie”, no me bajaban. (Sí, el wookie de la
película híper famosa, el tal chewbacca, que le llaman) Pero así las cosas,
sucedió ese gran día, habíamos terminado con la lección de inglés y el maestro
de biología nos llamó para ir al laboratorio. Debo detenerme en el momento en
que ese día, un amigo llamado Diego, había llevado muy presumidamente a la
escuela una tarántula viva, casi tan grande como del tamaño de una mano. La
llevaba en un frasco y ese día él fue la sensación de toda la escuela, ese muchacho
ese día no se movió ni se ajetreó mucho como los demás a la hora del
descanso, jugando al básket o lo que fuera, estaba simplemente sentado afuera
de la dirección de la escuela y todo mundo venía a preguntarle de dónde había
sacado eso.
Que supuestamente de un pueblo cercano
a Cuernavaca donde sus padres estaban fincando un terreno, y que los albañiles
la habían encontrado. Que su padre le había dicho que tal vez sería bueno
llevarla a la clase de biología. La cosa esa causaba miedo, pero seguramente la
pobre estaba más espantada, por esa nuestra pequeña potencia infantil o casi
adolescente: digamos, ¿Qué hubiera pasado si algún loco se lo
hubiera arrebatado y hubiera destapado el frasco encima de una muchacha? O
peor: ¿de un maestro? Qué bueno que hasta eso, Diego aguantaba todos los
jaloneos y se pasó el recreo con una paleta helada chupándosela y el frasco con
esa cosa a un lado. Pero como dije, había acabado la clase de inglés y llegaba
hora del laboratorio de biología… Entonces sí, Diego, muy presumido, bajó
inmediatamente las escaleras de los salones, muy orgulloso de ser la sensación
de la escuela, todos bajábamos igual que él como si fuéramos sus escoltas, ya
que el frasco era el precioso tesoro para el laboratorio. Llegamos al
laboratorio y vimos a Mario platicando con los dos muchachos de la limpieza de
la escuela y cargando un serpentario. ¿Un serpentario? Sí, una especie de caja
rectangular con poca arena en su interior y para sorpresa, lo que veía Mario
adentro ya que le pidió a todo el grupo que tomara sus bancos: un camaleón
pequeño un poco más chico que la tarántula.
No fui yo el primero en comunicarle a
Mario lo que traía el frasco de Diego, todo el grupo se lo dijo. Por eso
hablaba Mario con los de la limpieza: ellos habían encontrado al camaleón en el
jardín alambrado.
Mario pidió al grupo que le bajaran al
escándalo, miró la tarántula en el frasco y luego al serpentario, luego,
sonriendo con malicia dijo que podíamos hacer un experimento esta vez.
Le preguntó a Diego: –¿No te importaría
regalarnos tu tarántula?
Diego respondió que se podía usar para
la clase de biología.
Perfecto, respondió Mario, tomó el
frasco, inspeccionó la tarántula y luego al camaleón.
Como que el salón no entendía pero
todos estaban en ascuas.
Mario nos pidió que nos acercáramos
para ver el experimento. Así lo hicimos.
Mario abrió el frasco y aventó a la
tarántula al serpentario donde estaba el camaleón tan tranquilo como si nada,
con los ojos entrecerrados. La tarántula sintió de inmediato que pisaba arena…
–¿Qué va a pasar? –gritó todo el grupo.
–Ahorita lo van a ver –dijo Mario
sonriendo.
La tarántula empezó a mover sus patas y
a caminar, tal vez, con ganas de causarnos miedo, ya que de eso viven cuando no
comen, según decía Mario, pero en cuanto la tarántula vió al camaleón
acurrucado en una esquina, entró en pánico, corría de un lado para otro del
serpentario como queriendo salirse, lo cual, debido a la altura de las paredes
de cristal era imposible; corría y corría de un lado para otro, mientras, el
camaleón tan campante echaba la flojera; de repente la tarántula pasó un poco
más cerca del camaleón y nada más abrió la boca y sacó la lengua y ¡órale! Una
pata menos para la tarántula, que seguía queriendo escaparse y no podía
hacerlo. De repente pasó cerca otra vez y ¡órale! Otra pata menos para la
tarántula. Nos quedamos impresionados. Así pasó todo el rato hasta que la
tarántula sólo tenía tres patas. Y el camaleón tan campante ni siquiera se
había movido de su sitio… Cuando la tarántula ya no se podía mover, ahora sí se
movió el camaleón, volvió a abrir la boca y se la tragó entera.
¡Óoooorales!–dijimos todos a coro.
El inolvidable Mario se echó a reír y
dijo: “¿Quién trae un jaguar y un venado para la próxima clase?”
RECUERDO DE SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS.
POR MARCOS GARCÍA CABALLERO
En San Cristóbal de Las Casas,
una ocasión que visité el año pasado (2014), tuve varias impresiones sobre el
lugar que no quiero que pasen desapercibidas. En primer lugar lo que resalta
es una constante mexicana: la mayoría de la población oriunda, sumida en
una desesperada miseria que convive junto al turismo (algunas veces
revolucionario) europeo y el nacional, con unos rasgos demasiado marcados de
catolicismo combinado con el pasado indígena muy propio de la región. En serio:
no tengo fotos de sus rostros porque en el mercado de San Cristóbal creen
todavía que una fotografía les roba el alma. Tengo ya un texto sobre Chiapas y
mi visita a las comunidades zapatistas aquí (Véase: “Los Griegos
Valientes de Chiapas”) además de que salió publicado en un librito que
se distribuyó en la Delegación Venustiano Carranza. Sin embargo, pienso yo,
además de que ya ha pasado tiempo de ese texto (2002) la situación en Chiapas
me parece que ha cambiado y para bien. Por ejemplo, ahora existe en San
Cristóbal el primer hospital de Latinoamérica al cual pueden acceder los
indígenas por ejemplo, pongamos por caso, un nacimiento, un parto. En este
caso, así como en la cura de enfermedades de la región, la madre tiene la
opción de parir asistida como sería la forma moderna en un hospital de La
Ciudad de México, u optar por la manera de la tradición indígena. Del mismo
modo, un viejo puede preferir que un brujo le cure una enfermedad respiratoria
a consultar a un médico con cédula profesional. Éste solo hecho es un logro
importantísimo pues respeta la tradición de los tojolabales o los tzeltales o
cualquier otro grupo étnico de los de Chiapas. Y debemos de decir que éste tipo
de avances se deben en parte, a la resistencia del EZLN, que mediante la
presión al gobierno estatal y, con el mundo observándolos, ha logrado este
tipo de avances.
En San Juan Chamula, una
pequeña población cercana a San Cristóbal existe un fervor religioso muy
singular: Observamos la iglesia, el guía nos hace indicaciones sobre las gorras,
las cámaras, etc. Dentro de la iglesia observo unos retratos de Santos
canonizados a los cuales nadie les reza. Lo que ocurre, nos explica el guía, es
que hacia finales del siglo XIX, un rayo cayó en donde era originalmente la
iglesia, y los indígenas, a pesar de que ya ha pasado más de un siglo, tienen a
esos Santos “castigados”, y la razón es que no los protegieron del evento del
rayo. San Martín es uno de los que recuerdo como Santos “castigados”. Por otra
parte en las calles de San Cristóbal, deambula tristemente la miseria: recuerdo
haberme sentado en un café y entre el paso de la gente, turistas, vendedores de
artesanías, etc. Pasó un muchacho con una facha terrible y me dijo extendiendo
la mano: “ayúdame… me estoy muriendo… ayúdame.” Le pedí al mesero que le diera
un vaso de agua y le di 20 pesos, no creo haber podido hacer mucho por él, pero
qué desgracia. Los restaurantes en la noche estaban a reventar, mientras
querías dar cada bocado a la pizza italiana casera, ya te habían ofrecido como
seis veces collares y postales, tejidos, vestidos, sombreros, etc. San
Cristóbal tiene un aire a peligro y misterio. Cuenta Elena Poniatowska en su
premiada novela Leonora, que Leonora Carrintong visitó San
Cristóbal en los sesentas y que estuvo en el Cañón del Sumidero, por cierto,
hablando de Cañones, Ezra Pound el enorme poeta, decía que la Poesía es,
empleando la metáfora, lo que ocurre cuando desde la altura del Gran Cañón
dejamos caer una pluma de ganso y la explosión que ocurre cuando llega hasta
abajo: eso es la Poesía según Pound, pero no se equivoquen, actualmente se sabe
perfectamente que El Sumidero es bastante más profundo que el gran cañón, el
sumidero es de ¡un kilómetro! Y además es más largo. Oscurece temprano en San
Cristóbal, como a las 6 y media ya está oscuro. Y otro día el guía de turistas
nos llevó a Los Lagos de Montebello, que desgraciadamente, ya están saturados
de anuncios de la cerveza Corona, me lleva la chingada, y otra vez la constante
que no parece tener fin: la maldita miseria. Y pa colmo, los laguitos de
Montebello sí están muy hermosos, pero ahí no se puede acampar ni nadar, ¿me
creerían si les dijera que decía a cada rato: “¿Subcomanche Galeano, dónde
andas?”
Arriba éstas bellezas del País Vasco son el nuevo
turismo revolucionario... yo ya pasé por ahí.
Ésto de arriba es a lo único que se le puede
tomar fotos en el mercado de San Cristóbal, por cierto, el Aguardiente de
Chiapas, el "Posh" sabor a canela es una delicia, trajimos una
botellita por avión. Y claro, ¡QUE VIVA CHIAPAS!
Desmedida sin par la vocación de
flexibilidades,
ahorcado en su propia silla mientras
escribía su poema,
al poeta le tiembla la carrocería entre
palabra y palabra
para no condenarse, entre sus fauces
hay dos grillos en medio de sus colmillos
y astillas de whisky y su pobre
conciencia del poeta,
lo que más le atormenta, lo que puede
decirse sin mencionar sus
más que desventuras de la vida, es su
parte medular,
la simbiosis parada en el eco del
doliente regreso pasajero entre ciudades,
sin ser retruécano de tintes verdes o
vértebras inútiles,
blandiendo sus caballos negros de la
locura y el premiado y heroico sexo
de flor o fruto para deletrear la
próxima pesadilla.
Es ahí, en ese pequeño logro, en ese
atisbo de sagacidad cautiva,
donde el que decide ser poeta vuelve a
nacer y resurge el habla:
por medio de ese ente vivo llamado
lenguaje, él nos dice,
parte médium, parte casualidad, su
primitiva voz es plenamente moderna.
Asqueado del caos busca a tientas entre
su historia y
el hallazgo se vuelve mutua comprensión
de soledades, de pares,
de silencios pares
entre dos océanos de aguas
perpendiculares, y es que cuando
uno lee buena poesía…
Ponencia apócrifa dictada en la Escuela de
Escritores de la SOGEM en octubre de 2002.
Buenas tardes:
Dentro de este
coloquio dedicado al tratamiento de las sensaciones, las opciones ante la tarea
de elaborar mi ponencia eran múltiples: pasamos toda la vida experimentando
sensaciones y frecuentemente en las más cruciales no reparamos a reflexionar en
qué estriba precisamente aquello que experimentamos. Cuando me bañaba hoy en la
mañana traté de experimentar alguna sensación placentera y cuando me puse los zapatos
otra igualmente inexplicable gracias a la rapidez de su ejecución: abrocharse
los zapatos se parece mucho a la sensación de envolver un regalo a una persona
a la cual deseamos mostrarle nuestro afecto. Por ejemplo, nunca he conocido a
ninguna mujer que no le fascinen los regalos. Lo cual, por cierto, no quiere
decir que mi pie desnudo sea un buen regalo, ¿pero que me dicen acerca de la
sensación de caminar descalzo…? Sensación curiosa e inolvidable, pero de la
cual no ha de tocarme hablar hoy. ¿O qué me dicen de la sensación de hablar por
teléfono con una mujer que hubiera preferido que no marcáramos su número y nos
habla a regañadientes? Antes de comenzar a escribir estas líneas tuve la mala
suerte de experimentar esa sensación con una vieja amiga con la cual quería
entrar en materia, pero como no hay nada agradable sobre lo cual extenderse cuando
la otra suspira por que ya cuelgue, prefiero que otros traten de describir
aquella sensación inaguantable.
Como voy a hablar de una de mis
sensaciones favoritas, empezaré por explicar su título: "Empino ergo sum"
no viene a ser más que una variante del dictamen cartesiano que en México todo mundo sabe que significa:
"pienso, luego soy", que si me permiten y no me cae un rayo para
achicharrarme, diría que no es más que un ingenuo e ingenioso truquito para
demostrarnos que en realidad somos alguien, que el "ser" al que se
refieren los filósofos, indudablemente está presente incluso en quien se atreve
a tergiversar un poco aquellas palabras históricas.
Muy bien, Descartes pese a todo me
convenció y no me parece aventurado jactarme de que, por lo menos, soy alguien,
tal como consta en los archivos de todas las preparatorias donde me corrieron y
de donde, por fortuna salí por patas. Otra fortuna, es la vía subversiva de la
filosofía moderna o la llamada corriente de las “filosofías individualistas” (Nietzsche,
Schopenhauer y los que los siguieron, como el español García Calvo, o los
escritos de Georges Bataille), que trató
de desentrañar en que estribaba ese ser del cual ya no cabía duda, pero había
que ayudarlo para que no se fosilizara como entidad auto referente, es decir,
no se transformara en cosa, en objeto; aunque había que verlo, paradójicamente,
con mucha objetividad. Saltándome la mayoría de los argumentos contundentes
haría un cruel esfuerzo sintetizador para decir que me parece válido el argumento
de Nietzsche reforzado luego lúcidamente por Fernando Savater: el movimiento
esencial del ser estriba en su querer, el querer quizá como apuntó Heidegger permanece
oculto para el hombre; el querer profundo, pero indudablemente lo primero que
quiere es ser queriendo ser y, como bien lo dijo el filósofo alemán querer ser
no significa otra cosa que querer ser más,
y es ahí donde entra mi propuesta "empino ergo sum" para demostrar
que empinar, empinar la botella, es una forma cruel aunque no por eso menos placentera
de querer ser más.
La sensación que aquí voy a tratar
de comentar del modo más sobrio posible y con la pluma fija en la botella, es
la de estar borracho, estar borracho hasta las manitas. Aunque claro, primero
habría que olvidarnos del superficial denominador
social que empaña esta noble palabra. Para el común de la gente ser borracho no
significa otra cosa que ser irresponsable, que socialmente y con razón, es la
primera característica que buscamos en nuestros semejantes para establecer un eficaz
compromiso de comercio entre todos, todos aquellos que por principio, no son
borrachos y sí son responsables.
A defender esta noble y alcohólica
actitud es a la que pienso referirme y vayamos de una vez quitando paja: estar
borracho no significa ponerse “pedo”, perderse en el alcohol y quedar desnudo
ante los demás como bulto o peor aún, con el alma desatada que lo desatiende
todo incluyendo la cortesía. Desde mi punto de vista, afortunadamente existe
una diferencia crucial entre los dos movimientos, ya que el borracho es el que
puede todavía irse caminando de la fiesta o del bar mientras que al que se puso
pedo sin remedio hay que engancharle una cadena y jalarlo puesto que ha perdido
la conciencia y además la voluntad de decir: "Todavía puedo caminar yo solo".
Esta frase es la que los distingue, precisamente, puesto que el borracho, si en
realidad lo es, se esfuerza por no perder el estilo y la congratulación amistosa
con quienes lo rodean. Como quien dice, “el borracho no la arma de pedos”,
aunque esté más mareado que un astronauta. Estar borracho es percibir como la
realidad se va descuadrando, es percibir como la realidad pareciera ponerse a
eyacular, cómo la realidad pierde la crueldad de su virginidad, cómo la realidad
se diluye entre vasos y litros de vodka, ron, tequila, tabacos, música de jazz,
ver cómo brillan los ojos por otras cervezas, el olor del alcohol y el sexo se
levantan, se dan la bienvenida a la parranda a Baco y el eco de su gente… En el
alcohol, se ve por qué Miles Davis y Charlie Parker y John Lee Hooker son
descomunales, en alcohol toda preocupación es banal. Una buena noche de sexo
siempre es alcohólica. Con tres botellas de vino rojo la realidad se va abismando
irremediablemente en la sensualidad de su contexto y de su marco de referencia.
El borracho no se embriaga de otra cosa mas que de sí mismo: la plenitud de su
querer, que es solamente querer ser más, se ve exitosamente cumplida en su propósito:
me emborracho y luego soy, porque al emborracharme consigo ser más, incluso más
de lo que suponía.
Los verdaderos borrachos saben que
las palabras no son suficientes para enfrentar violentamente a la realidad y
resuelven el conflicto caduco de la separación; de la dualidad inverosímil
entre cuerpo y alma entregándose por completo a lo que más les gusta, la
sensación de bailar casi sobre el abismo pero con un hilito conductor que los
mantiene unidos a la realidad. El borracho sabe significar y elucubrar sus diferentes
visiones, sobre todo aquellos que nos gusta seguir con la misma sensación durante
semanas enteras y visualizar la vida tan trivial como podría ser observar un
conjunto de botes de basura arrastrados por una aplanadora y observar cómo la vida
se va yendo a la misma chingada, pero con la gratificante de que sabemos pedir nuestro arsenal etílico
con un sincero: “buenas noches doña,
otras cuatro botellas de ron y un cartón de chelas”. Pero, ojo: el borracho no
se identifica con lo que se destruye ni
con lo destructor sino con el sabor
que implica tener un huracán en la cabeza y frente a los sobrios decimos cuando, después
de la cruda, nos duele y sentenciamos, como nadie más podría decir: "El
que adentro de la cabeza no tiene una idea que se la rompa, no merece tenerla;
por supuesto, nos referimos a la cabeza".
Que quieren que les diga, es la
sensación en la que al mismo tiempo, se intersectan lo más crudo de mi
estupidez y lo más coherente de mi lucidez. Las mejores y peores palabras que he
dicho han sido siempre acompañadas de la embriaguez. Nunca será lo mismo un
suspirante: “te amo, mi amor, no llegues tarde, besos.” Que el incomparable grito del briago: “¡No te
largues vieja!” Tal vez se me pueda objetar que todo esto no es más que irracionalismo
o peor aún: insistir en la bohemia para los escritores; siendo que realmente no
hay peor enemigo para un escritor en estos tiempos que una idea preconcebida de
la bohemia; o que la razón y su contraparte, el irracionalismo, no podrán nunca
confundirse: yo los invito a que se emborrachen previamente documentados con el
sabio argumento de Séneca, que sin que le temblara el pulso recomendaba:
"No dudemos, de vez en cuando, en emborracharnos, no para ahogarnos en el
vino sino para encontrar en él un poco de reposo: la embriaguez barre nuestras
preocupaciones, nos agita profundamente y cura nuestra morosidad como cura
ciertas enfermedades. No llamaron al inventor del vino Liberador porque suelte
la lengua, sino porque libera nuestra alma de las preocupaciones que la avasallan,
la sostiene, la vivifica y le devuelve el valor para todas sus empresas" (De tranquillitate animi).
En este punto me gustaría hacer una
distinción entre la embriaguez y la alucinación que provoca cualquier otro tipo
de droga. Me parece que las demás drogas no logran los efectos de una buena
borrachera puesto que la droga juega con los mecanismos de introspección y todo
aquello que nos vuelve pasivos y contempladores. (Además guácala: ¡Son puros
retorcidos químicos incomparables al Ron procedente de la caña de azúcar!) El
alcohol en cambio, cuando se prueba con la prudencia del buen borracho, no nos
provoca sino el elemento liberador del que habló Séneca en la cita anterior: el
borracho sabe que la realidad nunca cambia, sino que cambia él mismo, la embriaguez
nunca es una vuelta al paraíso perdido, sino un espasmo de tranquilidad frente
al caos de la realidad y me atrevería a decir que en la mayoría de los casos no
sólo como espasmo sino como incitación a la actividad. Si no son muy productivos,
los borrachos por lo menos son activos.
Cuando estoy borracho me vislumbro a
mí mismo y me experimento como intensidad, con seis vasos de vodka con jugo de
naranja se puede descubrir ante mí la calidad irrepetible de mi ser, vuelvo a
pensar de arriba abajo la complejidad y la pasión que tiene la vida, me siento
tan contento que puedo escribir un poema en mi mente y después olvidarlo para
siempre, puesto que lo que aparece no es más que lo más mío de mí, aquello sin
lo cual no valdría la pena ni siquiera dar el próximo paso.
Si me mojé tanto a mí mismo en estas
líneas lamento desilusionarlos: cualquier burla que me hagan solo incrementará
mi egolatría y de esa borrachera sí que prefiero permanecer lejano.
El gran escritor de ciencia ficción
Robert Heinlein decía que un poeta que lee en público sus versos es porque de
seguro tiene otros vicios aún más feos, lo que me hace recordar que en la
última borrachera que tuve incurrí en ese vicio y recordé a una mujer que en su
ponencia del día de ayer apuntó que le gustaba provocar o mover a otros a la creación
poética, pues bien, sin hacerle caso a aquél viejo gruñón y tan embriagado como
quisiera estar hoy, voy a citarle aquel poema:
"Cadáver lleno de
mundo he sido,
cadáver lleno de mundo
moriré,
y esta noche frente a tu
mirada
tras el filo de una navaja
me inclinaré".
Como la mayoría de las buenas
sensaciones, la embriaguez requiere y se ve reforzada gracias a nuestro
contacto social y es en ella donde solamente la podríamos disfrutar como vale
la pena llevarla a cabo. De ahí el: “Estamos chupando tranquilos…”
Como todo buen literato invita a
algo, en mi caso, a falta de poderlos invitar a algo mejor, los invito a la
embriaguez y a ver si se atreven a desmentirme luego, recordando, por supuesto,
las sabias palabras de Séneca. Documéntense sobre el tema: hay que ser buenos catadores
y buenos exploradores de bares.
Como última aparición ególatra
invito a un amigo novelista que además es un excelente borracho y flaneur, Iván Ríos Gascón, que en su primera
novela Tu imagen en el viento (Aldus,
1996, porque después publicó en Editorial Praxis Luz Estéril en 2003, que también es un grueso fresco de la vida
nocturna de la Ciudad de México que es una golosina para ebrios) hizo decir a
un personaje que todo mundo llevaba su Freud bajo el brazo. Yo más bien creo
que todo mundo debería llevar su Charles Baudelaire bajo el brazo, créanme, él
hubiera suscrito la mayoría de las argumentaciones aquí dichas. Acuérdense de
la máxima de Baudelaire: “¡Embriagaos, de poesía, de amor, de vino, pero
embriagaos!” Sólo que el sí continuó con esta búsqueda y creo por la cual murió
antes de los cincuenta años siendo simultáneamente inmortal en la literatura y
un pobre miserable en la vida cotidiana, en cambio a mí, sólo me queda la cruda
moral de declararme casi abstemio.
Sobre Saúl
Ibargoyen y su obra “El Torturador”
En el
número 227 de la revista Quién (29 de
Octubre de 2010) aparece una sugestiva lista de los “50 personajes que mueven a
México”. Lo mejor de ésta lista o, por lo menos para los registros que se
pretenden en éste ensayo es que: El número dos en cuanto a importancia de los
personajes que aparecen es Carlos
Fuentes. En el cuatro está José Emilio
Pacheco. En el diez el historiador, escritor y director de Letras Libres, Enrique Krauze; en el número veintidós está Guillermo Arriaga. El lugar veintinueve lo ocupa Elena Poniatowska. Hay que aclarar que no es
una revista que tenga acento en la literatura y que es más parecida a una
revista para ser hojeada en un consultorio médico o que, dicha sea la verdad,
todos éstos escritores son cubiertos por los fenómenos mediáticos y que, tal
vez la verdad es que México sea el que los mueve a ellos y no al revés, pero es
innegable el valor de sus trayectorias no sólo dentro sino fuera de México.
Ahora
que si la pregunta fuera por quiénes son los cincuenta escritores que mueven a
México, es seguro que podríamos barajar muchos nombres con certeza y creo,
muchos de ellos con unanimidad.
Yo
apuesto que en una lista así tendría que estar el nombre de Saúl Ibargoyen,
escritor uruguayo-mexicano con un poco más de 35 años de trabajo activo en
nuestro país.
Este
año que acaba de concluir, Ibargoyen lo terminó con una gira de estudio y
presentaciones de sus trabajos en Buenos Aires, Quito y otras ciudades del Cono
Sur, además de que bajo ediciones EÓN publicó su última novela: El Torturador.
Antes
de hacer un abordaje de análisis de la obra, no podemos olvidar mencionar que
Ibargoyen sacó su poesía édita, que comprende desde 1956 hasta el año 2000, en
un libro con el título de El Poeta y Yo,
que es un amplio volumen cuya selección y presentación estuvo a cargo de Hugo Giovanetti
Viola, estudioso de la obra de Ibargoyen. Saúl además durante mucho tiempo fue
maestro en La Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM, además de que bajo el
mismo sello de EÓN editorial se publicaron sus libros: Toda la tierra (novela) y Cuento
a Cuento (relatos completos) y su poemario El escriba de pie, (edición de editorial Tintanueva) el cual mereció el Premio Nacional “Carlos Pellicer” en
su edición del año 2002. Agréguense ensayos, entrevistas, artículos, poemas
sueltos en la mayoría de las revistas literarias y periódicos importantes del
país.
El
volumen de El Poeta y yo por su
extensión y por sus resoluciones poéticas, que abarcan cuarenta y cuatro años de madurez, perseverancia y fe en la
poesía, merecería un ensayo completo aparte. Por el momento nos basta decir que
El Poeta y Yo con el paso del tiempo
se verá cada vez más como referencia obligada, tanto para estudiantes de Letras
como para escritores en activo y poetas primerizos, es una obra enorme en todos
los sentidos. Juan Gelman y Eduardo Milán (otro gran poeta de origen uruguayo
entre nosotros) han celebrado sin ambages la poesía de Saúl Ibargoyen, quien,
por supuesto, también perteneció al grupo de escritores de Latinoamérica y el
Sur de Estados Unidos que en los años sesenta del XX formaron parte de El Corno Emplumado (hay que recordar que Julio Cortázar, ya con
toda la fama y autoridad moral que tenía en ese momento, felicitaba y veía con
muy buenos ojos las creaciones de lo que iniciaron Margaret Randall y Sergio Mondragón,
que, finalmente, con la represión del tlatelolcazo el 2 de octubre de 1968 y
que continuó posteriormente, terminó por hacer desaparecer a la revista).
Principalmente
poeta, Saúl Ibargoyen maneja la prosa de largo aliento y el relato sin el famoso
“desastre” que ocurre —según decía Augusto Monterroso—, cuando el poeta decide
narrar. Saúl Ibargoyen logra ambas cosas
con veracidad total y, además, en su prosa no se puede dejar de advertir y sentir
el peso de la palabra que significa, por
supuesto, que nuestro narrador es un gran poeta. Un rasgo característico
de su prosa (algo que también ha
mencionado Hugo Giovanetti Viola) es su tendencia hacia visiones escatológicas
y muy lejos del tipo de edificaciones
“estetizantes”. Ibargoyen nos confronta en su poesía hacia observar la necia
oligofrenia del mundo y la obscenidad del ser humano cuando éste se comporta como perro. Y, si esto es así,
Saúl no lo sabe de oídas: a su obra han de agregarse sus denuncias sobre los
abusos de tortura en su país de origen y
de México… Pues… ¿la verdad qué esperaban?
Lo
primero que salta a la vista al leer al Ibargoyen narrador es su construcción maestra
de un slang violento en la urdimbre del texto y entre el habla de los
personajes, que no es un slang propiamente extraído de la calle o de los
barrios bajos de las zonas urbanas de un país como México, pero que (y he ahí
una de sus genialidades en cuanto a innovación estilística) inmediatamente nos es
identificable, es un slang que Ibargoyen ha pulido en su expresión y en su decir
y ese slang nos toca, se nos acerca como un filo, es parte de nosotros aunque
de él no tengamos la experiencia real en estricto sentido, es un logro de
poeta: esa vivencia del slang puesto al
servicio de la literatura es la mejor arma del Saúl narrador en El Torturador que sacó de las
quintaesencias del lenguaje violento de “un país que está a medio camino entre
Uruguay y México” pero que definitivamente es parte de nuestra historia. Seríamos
necios si no nos reconociéramos en ésta nueva novela suya, que apuesto, está
todavía por verse su impacto en las letras mexicanas.
El Torturador
narra, y tiene como personaje central a Escipión Carrasco, alias “el
Machito”, alias el agente SSS007, quien terminará torturándolo todo, inclusive
así mismo. Es “un hijo sin madre” identificable, no hay registro alguno de
quién fue su progenitora en ningún lado; existió su padre, quien fue su primer
torturador y en un enfrentamiento, pero amoroso, el padre muere; después y por medio de ese slang
recorriendo toda la narración, se irá conformando la historia y saldrán toda
una caterva de personajes: “los juanes”, el Coronel Dunviro, el Presidente del
Estado Mesoriental, etcétera.
Saúl
Ibargoyen es de los maestros que gustan recordar siempre la importancia del primer
poema reconocido a nivel mundial de la humanidad: Gilgamesh, (en La Escuela de Escritores de la SOGEM donde me dio
clase en el año 2000 ya lo hacía con vehemencia) poema que como se sabe, es un
recorrido onírico y un viaje al mundo de los muertos que hacen Gilgamesh y su amigo
Enkidú para encontrar el secreto de la inmortalidad. Según una entrevista que
dio a Alejandra Silva Lomelí de El Sol de
México, en donde la periodista arroja la pregunta desde el título mismo de
su trabajo: “El Torturador: ¿novela polifónica?”
Pregunta Silva Lomelí:
El personaje principal de tu novela, Escipión
Carrasco, es un incompleto de sí mismo, según tu misma definición. Carece de
todo, incluso de una identidad inicial. Él tiene que forjarla solo, y en gran
parte lo hace a través de sus sueños, que son catárticos y reveladores. ¿Nos
puedes hablar sobre lo onírico en tu novela? ¿Cómo forman la personalidad de
Escipión?
Saúl
Ibargoyen responde:
“Los
sueños son viejo asunto en todas las culturas. Basta recordar el Poema de Gilgamesh.
En cuanto a Escipión, ese ámbito pesadillesco que lo acosa tiene origen, sin
duda, en las más que penosas experiencias de vida. En él hay un torturador
activo hacia los otros y uno físicamente pasivo hacia sí mismo. Esas pesadillas,
producto de lo cotidiano y de la ausencia materna, a más de las carencias de la
pobreza, generan más pesadillas que, de algún modo, se trasladan a la brutal vigilia
que el personaje habita. Su propia imaginación puede ser interpretada como un
mal sueño permanente. Escipión, en parte, es resultado de esos revoltijos
oníricos...”
Todos
sabemos de la maestría polifónica en las novelas de Milan Kundera, pero éste asunto
no va por ahí. El discurso narrativo de El
Torturador sería novela polifónica al estilo de esas mezclas de habla más bien,
de La Habana en Tres Tristes Tigres
de Guillermo Cabrera Infante, que también parten de “revoltijos” oníricos nocturnos,
pero es dolorosa la experiencia de leer El
Torturador y, a pesar del aparente paralelismo entre estas dos obras, la
verdad es que son todo lo contrario, pues como el mismo narrador nos recuerda:
“la ficción también hiere”. La obra que hizo mundialmente célebre a Cabrera
Infante, no es sino una celebración de los ámbitos nocturnos de Cuba bajo el régimen
de Batista, pero la verdad es que El
Torturador es todo lo contrario o, más exactamente, es el otro lado
de la moneda de esa celebración, ya que, en el Estado Mesoriental donde se
desarrolla la novela, casi podemos ver, en la figura y el contexto de Escipión
Carrasco, toda la historia de impotencia, desgarramientos, caos y devastación
en nuestros países de América Latina en el siglo dos XX, cuando desde el poder,
“la voz, agria de hipocresía, proclama que lo primero es el orden”, según dice
uno de los poemas de protesta de Efraín Huerta.
Como
lo sabemos todos los escritores mexicanos, los editores de libros, de revistas
y suplementos culturales (toda publicación sobre las letras que se precie no puede nunca estar fuera de estos
debates, encuestas y cuestiones) y demás
gente cercana a los libros, en su número de abril de 2007 la revista NEXOS hizo una encuesta llamada “Las
mejores novelas mexicanas de los últimos 30 años”. Yo creo que en el año 2030
se volverá a convocar a ciertos votantes exclusivos para otra encuesta que seguramente
causará polémica y será llamada quizá: “Las mejores novelas mexicanas
en las primeras dos décadas del siglo XXI”. Ojo: en ese entonces ya Carlos
Fuentes, como figura y su gran conocimiento de los distintos Méxicos que somos,
significará otra cosa para todos nosotros. De hecho, Ibargoyen arriesga mucho
más que Fuentes en términos de novela política. La Voluntad y la Fortuna de Fuentes, por ejemplo, con todo y sus
552 páginas densas y espesas, palidece
ante el verdadero horror de El Torturador
y la maestría de su inquietante final in
crescendo. El Torturador va a estar en esa lista que seguro
vendrá y quizá entre los diez primeros.
Por su contundencia, su innovación estilística, su ironía amarga de triunfo
pírrico, las carcajadas de borrachera que provoca, (¡no por otra cosa sino
porque está escrita siempre desde el punto de vista del narrador que no deja
descansar a nadie: ni a los personajes ni al lector, todos sufren y todos tenemos
qué hacer catarsis ante El Torturador!)
la solidez brillante de la historia en sí y por sí misma, así debería de ser. A
éstas alturas todos sabemos ya qué es lo mejor de Jorge Volpi en su novelística
(En busca de Klingsor), de Juan Villoro (sus recopilaciones de ensayos y la
novela El Testigo), de Enrique Serna
(El Seductor de la Patria), de
Gerardo de la Torre (Su obra de cuentos y Ensayo
General), de Guillermo Samperio (La Antología que le publicó Alfaguara)
etc...
Abro
un libro de ensayos críticos reciente de Geney Beltrán Félix (2009, publicado
por la UNAM) cuyo trabajo es notable y ha sido muy comentado en el periodismo
escrito: El Sueño no es un Refugio sino
un Arma y leo: “¿para quién se escribe?
¿No es aterrador que el diálogo intelectual fuera del círculo literario sea
casi nulo? [...] ¿La literatura va a quedar relegada sólo al cubículo
universitario del doctor en letras? (pp. 75-76). El ya mencionado Cabrera
Infante declaró en el Prefacio a la cuarta edición de Así en la Paz Como en la Guerra (1960) que un amigo suyo le había
dicho: “cuando un escritor tiene un público es hora de que comience a escribir
para él”. No concuerdo totalmente con las preguntas de Geney Beltrán. No creo que
ni él mismo las acepte. Pero reconozco que me obligan a meditar, a volver sobre
preguntas mías que ya creía resueltas y replantear la idea o, más bien, ese
conjunto de ideas, referidas claro, a
“la inmensa minoría” del público que tienen los libros y la literatura.
Una cosa sí es segura: El Torturador no es una novela hecha para escritores y periodistas solamente; es para todo lector, toda lectora, porque ese espacio narrativo “a medio camino entre Uruguay y México” del siglo pasado nos es dolorosamente próximo: Lomas Taurinas, Chiapas, Acteal, Tlatelolco, Oaxaca, el cura pedófilo Marcial Maciel, los filósofos marxistas Bolívar Echeverría y Adolfo Sánchez Vásquez, los jóvenes emos, el ejército en las calles y la tortura misma (Ibargoyen se adelantó a Presunto Culpable, el documental de moda) ¿No son todas esas cosas, acontecimientos, lugares, nombres, repito (y la lista verdadera es más larga) no nos son definitivamente próximos y nuestros? Son nombres, lugares y cosas que han surgido por la tortura, por nuestra tortura.
Sobre la poesía y el Infierno
En una entrevista
realizada en Madrid hace ya varios años y aparecida en el suplemento El semanal del periódico La Jornada, (La Jornada Semanal no. 434 junio, 2003) el periodista Carlos
Alfieri intentó (y lo logró en gran parte) sacarle confesiones significativas para
el público al filósofo francés André Comte- Sponville, que como dice la nota
introductoria, “pertenece al reducido grupo de filósofos que conocen la gloria
equívoca de la popularidad”. En dicha entrevista, Comte-Sponville se declara un
pensador anti sistemático alejado de los grandes sistemas filosóficos como lo
son los de un Hegel, un Spinoza o un Kant, y se declara partidario de
filosofías como la de Pascal o Montaigne que, al abordar la labor filosófica,
antes que nada lo hicieron en primera persona, no desde el mundo de las ideas o
alguna otra entelequia más o menos respetada.
Comienzo con ésta introducción
porque aclaro que voy a hablar en primera persona, es decir, desde mi propio nombre
y como escritor y voy a acompañar mi
reflexión con escritores y filósofos que considero notables y decididamente
universales; en primer lugar, porque dicha sea la verdad y así lo creo, los
grandes pensadores, novelistas, poetas, artistas o investigadores, lo son
porque comenzaron su saber desde sí mismos y luego lo insertaron en sus
respectivos ámbitos o derroteros particulares. Desde luego no es que yo me
considere un súper gran escritor de peso completo, pero creo que entiendo que
me han invitado a participar aquí
principalmente por mis libros y porque aunque sea uno, tengo un premio
nacional de narrativa y cursé un semestre de la carrera de Filosofía, además de
que soy egresado de la Escuela Mexicana de Escritores de la SOGEM. Es decir, me
siento nadando a gusto en esta mesa y presiento que todo lo que voy a decir parte
de una visión estrictamente personal. La razón es que en el campo del saber
literario es precisamente la óptica propia lo que es precioso, es el qué de lo contado pero también y más importante
el cómo es contado; es la abertura de
la lente y con buena velocidad en el obturador y luz suficiente para la fotografía
que pretendo tomar ante ustedes y de ustedes lo que me importa, si mi cámara no
es lo suficientemente buena ya se verá, pero mientras tanto, ustedes manténganse
a foco.
El Diablo, el chamuco mexicano o su
respectiva contraparte femenina que es la chingada, Satán para los Hebreos, es decir, el Adversario, el Enemigo; para
la Grecia Clásica el Diablo, o sea el Acusador, el Calumniador, el Demonio en
resumidas cuentas, es el santo patrono de la poesía y de la literatura toda. Por
ejemplo, para los pensadores del Medioevo que pusieron a la Filosofía de
sirvienta de la Teología como San Agustín, el “infierno” es un “lugar” etc, seguramente
con muchas llamitas. Sé que esta expresión puede no ser compartida por todos
ustedes, pero sostengo que tiene un muy alto grado de verdad en particular para
la poesía moderna que se inicia en 1821 con el nacimiento del primer poeta
maldito y uno de los dos o tres más grandes de Francia: Charles Baudelaire y más
o menos igual Arthur Rimbaud. En la expresión latina non serviam, es decir, no servir, no ser útil en términos prácticos
o de solidaria cooperación social, es donde se encuentra el poeta y subrayo a Baudelaire
y Rimbaud porque ellos fueron los primeros poetas iconoclastas, irreverentes o,
por lo menos, los primeros reconocidos a nivel mundial que además de clavar su
mirada poética en lo putrefacto, la carroña, lo infernal, sirven como ejemplo perfecto
para esta exposición simplemente por su frase: “La más hermosa habilidad del
Diablo es habernos persuadido de que él no existe”(Baudelaire). Toda la poética
de Baudelaire es una metafísica, es decir, un discurso que se basa en la
ausencia y la presencia. La pregunta fundamental de la metafísica es: ¿por qué
hay algo y no más bien nada? Desde Hesíodo, el poeta griego autor de la Teogonía, los grandes metafísicos han
dado diversas respuestas a su indagación ontológica partiendo de esta frase.
Algunos, lo resuelven remitiéndose a Dios, el padre creador del Universo; otros,
más audaces como Jean Paul Sartre, llegaron a la conclusión de que el ser
humano “es una pasión inútil”, sin Dios, ni Demonio, ni… precisamente, nada.
Sartre experimentó y estudió una ontología basada en la intemperie del Ser.
Sartre fue audaz y hasta en sus errores fue genial porque prefirió morir-mortal
que morir con la inmortalidad del premio Nobel, que aunque a Sartre le cabe
mucha inmortalidad, el prefirió morir escribiendo su filosofía y sus doctrinas
para sus camaradas en el vivir y de ahí se explica el Monumento Sartre repartiendo
volantes de la lucha estudiantil del Mayo francés de 1968. Pero vuelvo a Baudelaire y ésta idea de lo
infernal que resulta la creación poética.
Y es que el rango metafísico de lo infernal
le corresponde a la poesía primero que a todas las artes (y es la que posibilita
y da vida a todas las demás disciplinas artísticas) por la misma razón que al
Diablo lo mandaron al infierno: por no servir para nada, por un rotundo
exclamar que sus obras y sus glorias no cabían en éste mundo hecho para la
técnica del trabajo y alejados cristianamente de la soledad, otro tema importante en la literatura, porque es a partir
de la soledad y precisamente por la
soledad de donde nace la poesía, autogenerándose, compitiendo en forma desleal en
un mundo en que estamos hechos individuos en un ser-para-sí pero también
ser-para-los-otros, en todas las modalidades que se pueda y con las
responsabilidades que nuestra condición humana conlleva.
¿Pero
la poesía? ¿Qué es la poesía? La poesía primero y antes que nada es un acto de
libertad, pero como su más alta misión en solidarizarse con la soledad ajena,
el poeta, al luchar para encontrar su propio canto y todo lo que después los críticos
vendrán y dirán: “Ha, lo que pasa es que este poeta se expresaba en metáforas,
prolepsis y analepsis”, primero es una energía que para ser considerada
poética, debe atravesar la sensación de vacío precisamente para que el vacío en
el resultado del texto poético haya quedado
trascendido y superado, y por medio de la poesía el ser humano experimente
el recogimiento. El recogimiento de sí mismo. Trascender el vacío como una de las formas de experimentar la
ausencia del ser y sus cualidades ontológicas de las que todo Ser comparte: Verdad,
Unidad y Bondad, en palabras del filósofo tomista Joseph de Finance en su Tratado del Ser (editorial Gredos). ¿Por
qué es infernal la poesía? Porque no sirve para nada, a lo que remite el
mensaje del poeta es a la subjetividad mía o la de cualquiera, a experimentarse
uno a sí mismo libre, una categoría individual que no se agota en criterios
políticos, jurídicos o de sólo horarios de trabajo, sino la posibilidad de
albergar amor, o ser principio de una historia mítica. Es decir que en todos
cabe la posibilidad de ser poetas porque estamos solos (y de hecho la Poesía juega
a metamorfosear esa soledad), y al mismo tiempo en todos cabe la posibilidad de
ser virtuosos porque nos lo cuentan, es decir, porque nos cuentan cuentos y es,
sin lugar a dudas, de la virtud de lo que hablan los buenos cuentos; de cómo
aprovecharla, ganarla, perderla, sufrir su ausencia o recobrarla, nada más
piensen en los cuentos cinematográficos o literarios que más les hayan dejado
algo y me entenderán o compartirán esta idea. ¿Ejemplos modernos? La última versión
cinematográfica de El conde de Montecristo,
la gran obra de Dumas, o los cuentos del gran escritor guatemalteco Augusto
Monterroso recientemente fallecido, del cual me disculpo en ausencia y presencia
porque en una entrevista que me hicieron en el radio dije que él no era buen
escritor, espero que allá en el infierno
me perdone y mi castigo dantesco sea que por los siglos de los
siglos él me recite o me lea su obra, porque
yo, tanto gusto, sería bueno amanecer todos los días en el infierno y recordar
eternamente que el dinosaurio sigue ahí, el dinosaurio como problema metafísico
y que trasciende a la Historia con mayúscula, porque sigue ahí y ahí seguirá….
Qué caray. Pero bueno. La virtud, el tema filosófico universitario…
Aristóteles, o por lo menos lo que sabemos
de Aristóteles (pues la mayoría de su obra está perdida quizá para siempre),
sabemos que él no comprende las virtudes como algo fijo, seco o acabado, Aristóteles
nos dice que para ser virtuosos imitemos al virtuoso, hay que recordar que Aristóteles
es uno de los rectores intelectuales de la Humanidad de todos los tiempos. Pero
no he acabado con Baudelaire y Rimbaud, ni pienso acabar, veamos un fragmento
del poema 143 de su primera obra importante, Las flores del mal de Baudelaire y después un fragmento significativo
para ésta mesa de Una Temporada en el
Infierno de Rimbaud:
“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,
Dios traicionado
por la muerte y privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate
de mi enorme miseria!
Oh Príncipe del
exilio, a quien se ha agraviado,
Y que, vencido,
siempre te vuelves a levantar más fuerte,
¡Oh, Satán,
apiádate de mi enorme miseria!
Tú que todo lo
sabes, gran rey de las cosas subterráneas,
Familiar curandero
de las angustias humanas,
¡Oh, Satán,
apiádate de mi enorme miseria!
Tú que, hasta a
los leprosos y a los parias malditos,
Enseñas mediante
el amor el sabor del Paraíso,
¡Oh, Satán,
apiádate de mi enorme miseria!”
El poema es
largo, cito sólo éste fragmento pero creo que se aprecia lo fundamental que Baudelaire
sostendrá en todo su poema, el ritmo de acumulación o en otras palabras,
Baudelaire busca que su lector se sature de la oración que él le hace a Satán.
Ahora imaginemos cómo estaba Baudelaire para escribir esto y, sobre todo, un
libro que mantiene el mismo tono.
Ahora de Arthur
Rimbaud:
“ Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín
en el que todos los corazones se abrían, en el que todos los vinos se
escanciaban.
Una tarde, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la encontré amarga. - Y
la cubrí de insultos.
Me armé contra la justicia.
Escapé. ¡Oh brujas, miseria, odio: a ustedes se les confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Sobre toda
alegría, para estrangularla, salté como una fiera, sordamente.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles.
Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, en la sangre. La desgracia fue mi
dios. Me tendí en el lodo. Me dejé secar por el aire del crimen. Y le hice muy
malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.
Ahora bien, últimamente, habiendo estado a punto de soltar el último ¡cuac!, se
me ocurrió buscar la clave del antiguo festín, en el que había, quizá, de recobrar
el apetito.
La caridad es esa clave. - ¡Semejante inspiración demuestra que todo fue un
sueño!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que de tan amables
adormideras me coronó. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu
egoísmo, y todos los pecados capitales."
¡Ah! Ya he aguantado demasiado: - Pero, querido Satanás, te lo suplico, menos
irritación en la pupila. Y mientras van llegando las pequeñas cobardías que
faltan, para ti, que tanto valoras en el escritor la carencia de facultades
descriptivas o instructivas, arranco unas cuantas páginas repelentes de mi
cuaderno de condenado.”
Sé
que mi voz jode, por eso leí el poema con tanta vehemencia, creo que realmente
no hay otro modo de dar una ponencia que mostrando ira. De lo demás Rimbaud es
el que tiene la culpa, pero no se preocupen, en toda Francia es lectura obligada
desde el bachillerato. (Escribir nota para mi agente literario y preguntarle
qué pensó la gente de mis risas detrás de dientes).
Es
que la palabra Diablo en el pensamiento suena con mucho peso, al contrario de
Dios, que es una palabra con muy poco peso, quiero decir, hablar de Dios es
reducirlo, simplemente nombrarlo es en parte acabar con su grandeza —seamos
creyentes o no—, pero en cambio hablar o leer sobre el Diablo tiene mucha
fuerza y mayor que la del propio Dios en la conciencia humana. Si como algunos experimentos
han demostrado que durante el día a una persona normal le pasan cerca de 100
veces por la cabeza ideas sobre el sexo, sería interesante saber cuántas veces
pensamos sobre el infierno o sobre el Diablo aunque sea sólo en pequeñas dosis
y breves instantes. En efecto, la cita literaria dice “en el instante entran
Dios y el Diablo”. O sea que dios y el diablo están en este instante… [clic] y
en éste instante también. La poesía ensancha el instante, lo fomenta, lo puebla
de signos y significados que es, en otras palabras, la polisemia: multitud de
significados. Si al hacer enorme el instante, entonces la poesía debe mucho a
dios y al diablo: pensemos en los grandes poemas de Efraín Huerta, Octavio Paz
o José Gorostiza, en especial su celebradísimo poema Muerte sin fin, veamos un fragmento entresacado:
¡Tan-Tan! ¿Quién
es? Es el Diablo,
es una espesa
fatiga,
un ansia de
trasponer
estas lindes
enemigas,
ese morir
incesante,
tenaz, esta
muerte viva,
¡oh Dios! Que te
está matando
en tus hechuras estrictas,
en las rosas y
en las piedras,
en las estrellas
ariscas
y en la carne que se gasta
como una hoguera
encendida,
por el canto, por
el sueño,
por el color de
la vista.
¡Tan-tan! ¿Quién
es? Es el diablo,
ay, una ciega
alegría,
un hambre de
consumir
el aire que se
respira,
la boca, el ojo,
la mano;
estas pungentes
cosquillas de disfrutarnos enteros
en un solo golpe
de risa,
ay, esta muerte
insultante,
procaz, que nos asesina
a distancia, desde
el gusto
que tomamos en
morirla,
por una taza de
té,
por una apenas
caricia.
Ustedes
no sé si se aferran a la psicología o al psicoanálisis, yo me aferro a la
literatura y al pensamiento. Una de las cosas que aprendí en los distintos
infiernos donde he estado (parecidos a los de Pizarnik), es que ni el tiempo
adentro del infierno destruye al pensamiento, o bueno, eso creo yo, esa es mi creencia
probada en el sentido que le da a las creencias Ortega y Gasset, pero ya se
cerró la cámara y ya tomé mi foto, el que estuvo en el infierno bien lo hizo,
el que estuvo en el cielo con sus alitas y su aureola también, bien lo hizo. Y
ahora, después de éste instante, un poema, porque la poesía, finalmente nos
hará libres.
Muchas gracias.