La Poesía y su Crítica
El pensamiento crítico y la poesía han estado
coludidos desde siempre en la poesía moderna como compromiso vital con la existencia
humana. Recordemos que George Steiner hace éste bello y colosal epígrafe de
1953 de un pensador francés en el texto La poesía del pensamiento:
“Todo pensamiento empieza con un poema”. Éste coludirse ha ocurrido,
sobre todo en los casos en que poesía o poiesis se asume como
creación en su más amplio sentido, cuando el poeta asume su condición de
pequeño dios. Por ejemplo, en la historia de las letras francesas, Blaise
Cendrars es el primer poeta moderno. Antes de Apollinaire, de los
surrealistas, él inventó una poética liberada de los modelos tradicionales.
Desde 1910 Cendrars había ido varias veces a París, y conocido a los amigos del
“Bateau-Lavoir”, famoso conjunto de casas ubicado en Montmartre, donde vivían
Max Jacob, André Salmon, Van Dongen, Pierre Reverdy, Pablo Picasso y acudían
Gertrude Stein y Apollinaire. De ese sitio bohemio y fiestero nació el cubismo
y Robert Goffin cuenta en su libro Entrer en poésie, que en la
primavera de 1912, Blaise Cendrars leyó su manuscrito de La Prosa del
Transiberiano y la pequeña Juana de Francia en el estudio de un pintor
en presencia de Apollinaire y otros amigos. Apollinaire exclamó: “¡Es
formidable! En comparación ¿qué puede valer el libro que estoy preparando?”
Apollinaire preparaba nada menos
que Alcoholes, y sus poesías todavía obedecían a la clásica métrica
francesa. Tuvo que ser la fuerza de la gran voz y lectura de Henry Miller (cuyas
complicaciones contradictorias de su vida lo asemeja a Blaise Cendrars)
quien era su amigo, el que lo define subrayando una frase de él mismo:
“Cada día me doy más cuenta de que siempre he
practicado la vida contemplativa. Soy una especie de brahmán a contrapelo, que
se contempla en la agitación.” (Une nuit dans la forét.).
En mi caso particular, en el contexto literario mexicano
al que pertenezco, no me conformo con asumirme "como escritor": vaya
término vago y de noción abrumadoramente dieciochesca y pretenciosa; menos aún
"literato", que trae connotaciones peyorativas hasta cuando no las
pretende. Como cuando me presento ante alguien y digo que soy “escritor” y
filósofo la gente se queda pasmada, tengo que aclarar inmediatamente para que
no quieran llevarme de gira en el zoológico, que ni salgo en televisión pero
que algunos periodistas sí me roban mis ideas (Además de otros escritores
malcriados que su choya no les da para más). Creo que los
verdaderos, los altos literatos contemporáneos no se odian ni tendrían por qué
hacerlo. (No creo que Rodrigo Fresán odie mucho a Haruki Murakami o viceversa o
que Rosa Montero envidie seriamente a Poniatowska) Y esto porque es entre los
escritores en vías de santificación los que sí se carcomen los unos a otros
como verduleras y literalmente escribir ya no pareciera representar ningún
valor, (a no ser más que un pseudo psicoanálisis, que es lo más ínfimo, pero quizá
es lo que inconscientemente buscan algunos lectores en los libros literarios…).
Creo que la verdadera competencia es con uno mismo. O con uno mismo y
Cervantes. O Shakespeare, o Solienytzin. Por donde se le vea, es el oficio más
ingrato de todos y si uno escribe por dinero y como negociante, uno tiene qué
haber nacido con una cuchara de plata debajo de la lengua. Finalmente, al igual
que al principio, cada quien está solo en su apariencia de apartado y
resistiendo. Cuando el odio oscuro entre los que consignan palabras se
disuelva, será porque la envidia que produce leerte o leerme o Laertes ya
no sucederá por cosas tan míseras como haber elaborado un párrafo
memorable y genial, un premio o gozar del endiosamiento falso (es decir en
realidad efímero) de la fama que proviene de la falta de identidad del lector y
de intrincados malentendidos (como Borges sostenía, y además porque quizá toda
gran obra nace entre malentendidos y eso mismo la vuelve inmortal o papel
desperdiciado). Entonces, hay que ser lo suficientemente talentoso para hacerse
de una cabaña modesta con diez o treinta libros en algún lugar del Caribe, una
o varias musas y mandar las colaboraciones a los medios por vía
Internet o I-Phone, sin sorberse el coco, sino más bien disfrutando
piñas coladas y olvidarse de los talleres literarios que generan tanta
impotencia creativa (en realidad ya debería ser tiempo de que olvidáramos esos
desolladeros) que se cae en el error de creer estar ciertamente en algún sitio
paradisíaco del Caribe, cuando en realidad, uno está repitiéndole a los amigos
la misma y singularísima anécdota chistosa que gracias a la borrachera, hace
que mágicamente uno esté en el Caribe y alrededor crezca la jungla, cuando en
realidad, se está nerviosamente en la esquina de la fiesta de la casa clase
mediera con los mismos cuates de siempre y las chavas
ingratas que nunca te pelan pero quieren que les dediques poemas muy
sentidos e interminables…
Por ahora, yo prefiero denominarme como portador de
un plus que debe ametrallar y dibujar la realidad con la palabra, ya que como
decía Julio Cortázar, nombrar es apresar. Para cualquier buen creador, apresar
la realidad sería decirla y describirla pero por otros medios… medios llenos de
lenguaje cargado de significado. Dibujar en este sentido ha de ser como
inventar un coto de psicología de ficción propia a la hora de avanzar en la mata
de la página que ya dejó de ser blanca. Julio Cortázar, en uno de sus
magníficos ensayos sostenía ya lo invisible de diferenciar “gran conocimiento” a
verbo. De ahí en adelante es de donde me surge la pasión por el hecho
escritural. No pues ya estás mi querido Jazzmen, porque también renegué de la
carrera de músico. Todas las denominaciones y significados que decodifican un
escrito no me interesan demasiado. Roland Barthes tiene su perfección y ya la
citaré en este libro, pero perfección por perfección, es mejor la de
Dostoyevski, la de Milan Kundera o la de Ezra Pound, del cual asumo para mí, la
mejor afirmación que dijo antes de su etapa fascista: “no hagas caso de la
crítica de quienes nunca hayan escrito una obra notable”. (Ezra Pound. El
arte de la poesía, p. 9) o usando jerga actualizada podríamos decir:
“contundente o vigorosa”. Obviamente lo que me interesa es el ángulo, la
abertura de la lente. Y hay veces, ciertas veces... que el ángulo de visión
abarca justamente lo que dice la letra que se origina de lo que llamamos
inspiración. Y de estar inspirado a ser inmortal en estos tiempos, prefiero lo
primero, tanto en las reglas de la vida como las de la escritura. Digamos que
cuando el texto poético adquiere el peso suficiente para corresponder con lo que
se trata de enunciar, estamos de hecho frente a una obra y no una ceremonia
literaria, como con razón Octavio Paz llamaba "creadores de artefactos artísticos"
a los creadores de obra sin sustancia: “Cuando un poeta adquiere un estilo, una
manera, deja de ser poeta y se convierte en constructor de artefactos
literarios.” (O. Paz, en El arco y la lira, p.
17). ¿Cuándo estamos de verdad frente a una obra poética y no ante
un producto ceremonial de un tipo que se puso corbata y camisa de seda para
escribir, y lo que es peor: convencido del lugar común que reza: “¿El estilo es
el hombre”? Nunca lo sabremos sino llevándolo al vidrioso tema de la crítica. El
crítico armado que lanza su discurso sobre una obra poética, ¿qué tan legítimo
puede ser? ¿Con qué tipo de armas cuenta para preferir un poemario que otro?
Nos preguntamos esto ya que frente a una novela hay
géneros, modos de narrar que hasta cierto punto pueden llamarse estereotipos o
prefiguraciones: llegó la camisa antes que el portador, es decir, llegó el modo
—o en este caso diríamos más exactamente: la forma del texto en lugar de lo
formal de un tratamiento— antes que la materia prima de trabajo. En esos casos es
fácil juzgar la obra calificándola de pobre y de plana. Existen esas mismas
armas para el crítico de novela histórica: juzgando y juzgando se puede llegar
a la conclusión de que una obra puede ser "muy buena", “digerible” o
“pésima” en la medida que pruebe tener los alcances y la capacidad de erudición
de cierto escritor o escritora. Y en la biografía pasa igual: es un género
delicado porque tiene qué mantenerse tocando aspectos de la vida privada en la
medida en que ésta se vuelve pública y vuelve a su persona todo un personaje:
requiere erudición, sin duda. Es cierto que el panorama antes dibujado existe
en cierta forma, pero ¿cómo hacer crítica de la poesía sin menospreciarla o
peor: destriparla? La poesía, según un acertado escrito inédito de Óscar de la
Borbolla, nos coloca delante de lo otro, es decir, de lo innombrable, de ese
otro mundo de riquezas y miserias, de odio y tenacidad, de ternura y de
crueldad donde nos movemos los humanos, es decir, el mundo del alma, donde todo
es turbio y donde todo puede ser lo contrario a lo que se dijo en un primer
disparo, el mundo de una interioridad que va como río revuelto, y
que por lo visto, no ocupa a la mayoría de mis semejantes, pues no alcanzan a
darle una dimensión o una estatura a su vida espiritual frente a las
atracciones y el desasosiego del mundo exterior. Toda esa “muchedumbre de
solitarios”, como le llamaba Octavio Paz, no han salido de la psicología folck
y su alienación de teléfonos celulares “inteligentes” precisamente porque no leen.
Les falta el juicio y el criterio que otorga la diosa lectura.
"¡Poetas! ¡Despierten a los aletargados!"
exclamaba Hölderlin. Retomando el hilo de este ensayo volvemos
a la pregunta y tratamos de plantearla de forma más significativa: ¿desde dónde
colocarse para ejercer la crítica de la poesía tratando de ir más allá del
simple gusto personal? Es aquí donde los parámetros fallan o se vuelven
sospechosos. El poema es una totalidad que prefiere identificarse con el
término creación que con el término literatura... Ya
que ningún poeta se atrevería a decir que la poesía es sólo un grupo de
palabras consignadas en un papel. Todo verdadero poeta sabe que la poesía es
manifiesta y que brilla en muchos aspectos de la vida humana: una puesta de
sol, un padre jugando con su hijo, una pareja de enamorados, la noche
estrellada. Aunque lo poético está íntimamente relacionado entre el texto y el
momento de la lectura. Pero sucede que cualquiera para ser poeta debe
comprometerse con causas sociales que defiendan y no permitan trastocar lo que
él considera elementos poéticos: con la vida humana y la calidad de la vida humana
en última instancia. Al poeta atribuyo soledad y solidaridad con la soledad
ajena, atribuyo genio y locura e incluso diría que ese genio y esa locura es
el resultado de la obra que debe mostrar el poeta
a los demás hombres, en un sentido social. Y sostengo que la poesía se
emparenta más con el término creación que con el de literatura principalmente
por dos aspectos: toda obra poética sustanciosa se basa en unas leyes,
a menudo marcadas por los predecesores, pero antes que subrayarlas las niega,
no se conforma con encasillarse dentro de una corriente u otra: se asienta en
el mundo de las letras proclamando llamarse única e irreductible, genuina e incomparable
y sólo así podemos juzgar a La tierra baldía, Los hombres del alba,
Muerte sin fin o a Piedra de sol. El segundo es porque en
el momento de la confección el poeta tropieza a menudo con un silencio —o con
una palabra— que entorpece el discurso de su obra y lo resuelve por medio de la
inspiración, tema de textura nebulosa del que Octavio Paz en El Arco y
la lira ya se ha ocupado lo bastante bien como para querer superarlo.
Bien podríamos decir que en la medida que esa totalidad
creativa del poema destile significado, hasta tal punto que olvidemos que se
trata de palabras en un papel y lo asumamos como una verdad tangible que se
desprende del instante de la lectura y lo carguemos de cierta sustancia
intemporal (que es el verdadero tiempo de la poesía; donde se juega el todo por
el todo, donde no hay nada que decir y todo por decirse), es que estamos frente
a una obra "contundente o vigorosa". Nuestro poeta puede ser joven
como Rimbaud y no haber tocado siquiera una pluma antes de escribir su obra y
sin embargo la obra de Rimbaud es considerada como la de uno de los poetas más
grandes de Francia y que retoma con notable vigor el espíritu del romanticismo,
pero no nos vayamos por el carrilito fácil de lo que la crítica llama "romanticismo".
El romanticismo siempre está presente, ya es una capa de la mente, como dirían
los antropólogos. (¿Después de la capa del psicoanálisis freudiano habrá la
capa del estructuralismo o la filosofía analítica?) Llamo romanticismo a una
postura frente a la vida que se caracteriza por la negación de dogmas —sociales
o literarios— la protesta, el escándalo como una forma de llamado de
conciencia, la exaltación del júbilo juvenil y la idealización de ciertos tipos
de conducta frente a otros que son tachados de conformistas y de peores vicios
con los cuales el mundo se ha encargado de hacernos partícipes de la famosa
frase de Jean-Paul Sartre: "El infierno son los demás". (De su obra
de teatro: A puerta Cerrada) Y en la ciudad de México, mi ciudad
natal, esta afirmación diría que peca de obviedad. Cosificar y ser cosificado
por veinte millones de ciudadanos no es cosa fácil de tragar en el tránsito de
las semanas y de los días de la cotidianidad en ésta ciudad donde el mayor lujo
es el contraste.
Afirmar
que las obras poéticas son buenas o malas, en este país, equivale a preguntar
qué es lo que hacen sus autores, gracias a la estructura del aparato cultural
vigente hoy en día. ¿Su autor es funcionario de la cultura, es becario, es
profesor de seminarios o escribe en Letras Libres? O ¿acaso
es un bienintencionado que desea escupirle al mundo su propio mundo de
palabras? Los poetas de la primera característica, en su mayoría, tienen el
gozo de ser escuchados y no ninguneados como los de la segunda; cobran buen
dinero, son admirados y hasta son, en algunos casos, aclamados como estrellas
de rock como le ocurrió a Jaime Sabines en la UNAM, donde Los amorosos fue
ovacionado como si fuera una canción de Café Tacuba (“Los amorosos juegan a
coger el agua”, decía en su silla de ruedas el viejo Sabines, y parecía que en
realidad decía: “yo declaro como deben de amarse las parejas: sólo como dice mi
poema”. Y los gritos de la multitud femenina parecían decir: “Sí, que me ame
Sabines para que yo también coja (y coja) el agua y me vaya cantando la hermosa
vida”. Recordemos mejor la vitalidad de su entrada a la sala Netzahualcóyotl
esa primavera de 1997 o 1998: la multitud expectante aguarda en la oscuridad,
Sabines aparece y sólo una luz cenital ilumina su libro, en ese momento, con
voz firme, el poeta protesta: “Quiero que se prendan todas las luces, no me
gusta leer para sombras”. Se hace la luz y el público se desborda en aplausos.
Si entran en la segunda característica, mucho me temo que sean poetas regulares
que publican en revistas cristianas, es decir, que salen cada que dios quiere y
eso en el mejor de los casos, porque bien podrían ser desconocidos que mejor
deberían dedicarse a lo suyo, es decir, a vivir bien y a ganar buen dinero
porque a decir verdad la poesía, se sabe desde hace siglos, no es oficio
rentable. No es agradable que muchos de los grandes profesores de literatura y
poetas opinen así. Alejandro Aura, el excelente poeta hijo del Cuervo que antes
de morir mantuvo una bitácora en internet como cualquiera de nosotros, cuando
llevaba las riendas de la política cultural de la Ciudad de México, dijo que
sólo en la Ciudad de México existían alrededor de tres millones de poetas,
frase que por sí misma hace sentir vértigo y desconcierto por las pocas ventas
de poesía en las librerías. A pesar de la evidente rivalidad mundo contra
poesía, tal parece que toda la gente secretamente atenta contra el mundo
haciendo versitos, desde el Facebook hasta gente como acción poética que
pintarrajean con frases poéticas espontáneas buena parte de las ciudades del
país. Así nos vamos acercando al panorama de la crítica de la poesía en México
y, descubrimos también que muchos de los buenos poetas (no nos queda más
remedio que decirles así, porque se lo han ganado a base del empeño) son los
que critican la obra de los otros poetas y ellos los que dictaminan si la obra
vale la pena leerse para un público no creador, que en el caso de las letras,
equivale a decir que ese público ha desaparecido casi completamente a excepción
del público que de vez en cuando se revienta una novelita rosa de moda. O por
otra parte el público femenino, que no es un secreto que mucho de la mejor
poesía mexicana está actualmente escrita por mujeres. Coral Bracho, Maricruz
Patiño, Leticia Luna, Angélica Santa Olaya y Tedi López Mills son ejemplos.
Un
hecho que deberían tener muy presente los críticos de poesía es que la creación
poética es en sí misma una crítica de la sociedad y de la vida. Casi todo poeta
en su tiempo y en su momento criticó mediante sus versos lo terrible de la
realidad que le tocó vivir (por ejemplo ahora, algunas mujeres poetas hablan de
los asesinatos de género en Ciudad Juárez y otras partes del país o incluso del
caso Iguala-Ayotzinapa). Todo poeta es un crítico, un inconforme, un iconoclasta
que cierra el puño sobre la mediocridad del mundo y luego lo abre para mostrar
un afluente subterráneo de diamantes, un cielo color de mandarina, un cuchillo
que saca seis filos donde el filo es la esperanza y la alegría de la humanidad
entera.
La primera publicación de Poeta en Nueva York de
Federico García Lorca, por ejemplo, contenía un poema cuyo título, Vuelta
de paseo, no puede ser más esclarecedor. Incluso en una de las últimas y
más completas versiones de este poemario preparado por María Clementa Millán,
[editorial Cátedra, 1998; antes de que se encontrara el manuscrito original de
la obra, que ya dio García Lorca para hablar de nuevo] incluye las fotos que el
autor deseaba que tuviera el poemario desde el inicio. En dicho poema, en su
primera estrofa, hablando de una soledad devastadora el poeta dice:
"Asesinado por el cielo" Y la foto que contemplamos es la Estatua de
la Libertad. No puede haber coincidencia en este conjunto de significados
foto-poema. Podríamos decir que el poeta se burla de lo que la sociedad llama
libertad para edificarle una estatua y que aunque podría considerarla bella, se
siente asesinado, asfixiado, ejecutado por el cielo. Es decir, por todos y por
nadie. O por su propia extravagancia, tal vez. Poeta en Nueva York,
como es sabido es, aparte de obra críptica, una descarga de energía bastante
considerable.
Platicando
sobre la situación de la crítica de poesía en México con el poeta y promotor
cultural Sergio Vicario, me comentó que los jóvenes creadores, que aspiran a becas
del FONCA por proyectos poéticos, presentan alrededor de
unas setenta o noventa solicitudes, de las cuales se otorgan
únicamente diez o nueve. ¿Cuáles son los parámetros para juzgar la calidad de
las obras presentadas como curriculum? Gerardo de la Torre me
contesta simplemente que hay gente especializada en eso, pero esta
respuesta no me parece demasiado convincente: con esto no quiero
caer en suspicacias y tampoco es porque dude del tino en el juzgar
de los jurados, (yo mismo he sido jurado en un premio literario y esa ocasión
ganó un chavo desconocido pero de alta calidad) sólo creo que éste debería ser
un proceso más completo, casi como un examen profesional, que debería incluir
preguntas y respuestas en entrevista individual, tal vez para profundizar en el
hecho de si el poeta tiene una búsqueda genuina o si sólo es un caza becas,
como suele decirse en el medio.
A pesar de que en una ocasión gané un premio de
poesía dedicado a Efraín Huerta, no me asumo como "experto" o
"profesional" del tema ni mucho menos. Los expertos en poesía son los
hombres y mujeres que, después de la jornada de trabajo, leen un poema y dicen:
“está bueno, me gustó o está chingón” y dos semanas después leen otro sin
buscar subtextos, contradicciones complejas del pensamiento del poeta, ni nada.
El verdadero lector de poesía la asume como un juego muy serio, igual que el
fanático al fútbol. Lenguaje muy distinto al del crítico que dice: “ésta es una
poesía desbordante de anáforas, metáforas, prolepsis y analepsis que decantan un
espíritu libre, un auténtico representante de la tradición de x país o
corriente poética” La poesía, como todo el arte, debe tener su corte de
invitadores a degustarla; pero la mejor crítica, la más auténtica, a mi
parecer, no es la que la decodifica en un laberinto de lenguaje especializado y
solamente académico, porque así no avanzamos: la crítica debe reinventar el
texto poético, es decir, debe de seguir poetizando pero por otros medios la
misma escritura para que el binomio crítica y poesía prosiga y no nos quedemos
con las grandes definiciones de autores y críticos canónicos de tal o cual
momento histórico; la poesía y la crítica de la poesía si se entiende bien,
debe ser en su más alto nivel crítica que critica a la crítica, y esto porque
la poesía no sería maravillosa sino expresase una calidad, en el decir, desde
el discurrir tipo “poema de largo aliento” o tipo “poemario con unidad
temática” y por tal motivo las declaraciones de José Emilio Pacheco: “Un rasgo
común entre un joven europeo que ataca con bombas incendiarias un campamento de
refugiados y el muchacho que asalta y viola en los microbuses de esta cada vez
más áspera ciudad [es que] son incapaces de ponerse en el lugar de los demás
[porque sin] la oportunidad de leer, su imaginación y su sensibilidad quedaron
muertas”. Palabras dichas al recibir el Premio Octavio Paz de poesía y ensayo
2003, resultan mucho más significativas, teóricas y revolucionarias,
a pesar de que fueron dichas bajo la presión de la vergüenza de justificar el
acto poético ante la elite cultural y política (como si Pacheco tuviera que
“justificar” a la poesía) que, por ejemplo, leer los poemas griegos tan mal
traducidos y aburridos en la versión de García Bacca, ayudado en tan descomunal
y embarazosa tarea por nuestro mayor erudito y prosista: Alfonso Reyes, genial
ensayista, pero sin tanta emoción poética como Pacheco.
Pacheco nos da una pista: la poesía debe de ponerse
en el lugar del otro, su discurso de aceptación del premio es soberbio, ahora
nos toca a nosotros la pregunta: ¿Cómo hacer poesía que se ponga en el lugar
del otro? Ojo: no es una línea lo que tira Pacheco, sabe que la poesía debe
continuar y habla con esa autoridad después de 40 años de trabajo. Por
principio de cuentas, el “yo” poético desbordante de frondosas auto referencias
simbólicas que a veces usamos los poetas para reivindicar que tenemos corazón
de trueno, deben ya olvidarse. Es más arriesgado entonces, imaginar lo que pasa
por la mente de uno de los personajes que menciona Pacheco que perdieron la
dimensión de colocarse en el lugar del otro. Es decir, llegar a la otredad de
quienes olvidaron al otro. O en otras palabras, la otredad de los ignorantes y
los necios y los cabrones, porque indudablemente son un gran aspecto de la vida
contemporánea. Poesía para albañiles, guaruras y para presidentes:
Poesía para raspar oídos, no para seducirlos. Poesía-insecticida, poemas
mata-ratas, no poesía-para-estatuas. Poesía que hable de cumbias y de la ke
buena de los microbuses, poesía para hacer apologías o parodias de los
narcocorridos; poesía para evitar que truenen las bombas en Belfast, en
Chiapas, en Corea, en Irak o donde sea, descubrir al que nunca se ha asomado a
un poema, no al que se siente pletórico y sofisticado por la poesía, es lo que infiero
yo de las palabras de Pacheco. Mirar por medio de la palabra, los ojos del
violador y el asesino y preguntarle: ¿qué es para ti lo imposible? ¿qué
significa para ti el hombre o la mujer? ¿Tal
vez amargura, llanto en la memoria o la razón de una venganza? Algo así.
De este desasosiego y este reto, me rescata también
una entrevista radiofónica al finado maestro Rafael Ramírez Heredia que
comentaba que cuando él era joven todo parecía ser literatura: un taxi que
atropella a una señora, la vecina bañándose en la azotea, unos policías sacando
mordida a un automovilista, una manifestación de protesta, etc. Pero conforme
pasan los años uno descubre que en realidad no todo puede ser literatura tan
fácilmente y se afina el oído, la visión y el gusto. Pero aún así, si llegara
la hora de juzgar cuáles poemas son mejores, los de Estrella del Valle (Bajo
la luna de Aholiba, 1998) o los del propio Sergio Vicario (Barítono de
luz, 2000), ambos poetas jóvenes editados por Tierra Adentro, ¿quién
se atrevería a decir cuál poeta es mejor? Mucho me temo que los críticos de
poesía de Los Jóvenes Creadores del FONCA entronizan las palabras de Paz y
juzgan mejor o peor una obra de acuerdo con su alejamiento de una ceremonia
literaria, y esto en el mejor de los casos.
Hablando
de los nexos de la poesía con otras ramas del quehacer humano, algún pensador
dijo que "la religión es la poesía de la humanidad". No comparto esta
idea. La religión se diferencia de la poesía, en primer lugar, por la forma en
que podemos manejarlas. Independientemente de que las religiones asumen valores
que todos compartimos desde ópticas diversas, la religión o las religiones, se
presentan como un discurso que no admite cuestionamiento alguno, son rígidas y
dogmáticas, no dan explicación alguna del porqué las cosas deben ser como ellas
las proponen y lo primero que piden es sometimiento a esas supuestas tablas de
la ley. Comparada con la religión, que lo que pretende es dar consuelo a la
psique y a la vida consciente con la oración, la poesía es exaltación de la individualidad
y descarga psíquica en quien la lee y la escribe, pues expresa la voluntad
individual de la mirada, el gusto, la forma y la conducta. La poesía sólo pide
ser escuchada, por eso es que para lograrlo se necesita comunión y soledad para
compartir su lectura. La religión dice donde acaban las cosas, la poesía dice
donde comienzan. La filosofía busca el porqué de la realidad, la buena
filosofía, como decía Marx “quiere hacerse mundo”, mientras que a la poesía le
ocupa enamorarse y embriagarse de los secretos y los misterios de la realidad y
del mundo. “La poesía es la Lolita de las Bellas Artes”; pensando en Nabokov:
es sucia, inocente, loca y nos lleva al infierno. La ciencia busca las causas
últimas de lo existente, se sujeta a la razón y a la lógica. La poesía dice —y
defiende— que la razón y la lógica no agotan las posibilidades del hombre. En
dado caso, me gusta más pensar a la poesía como ligada a lo sagrado,
entendiendo por lo sagrado como la búsqueda y reencuentro con lo más hondo de
nuestra condición humana y que nos hace descubrir que no sabemos todavía cuáles
pueden ser sus límites. (“Nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo”). La poesía
es lo ilimitado, su moral es la del derroche. La poesía es la imagen, sí, pero
también es la verdad. ¿Es la verdad? Sí, pero volcada en jeroglíficos que no
todos entienden y comparten. Es lo arrancado y lo que permanece. Es la
constatación de la alegría, de la tristeza, de la camaradería, de la serenidad
del espíritu y también de su irreverencia. Está desligada del tiempo, pues está
emparentada con lo eterno y lo instantáneo. Es infernal, por supuesto, en el
mismo grado que lo es esta vida. Siempre ha sido así, la pesada cola de la
Historia de la Poesía nos indica que para evitar que se reparta el pan entre la
guerra, nosotros debemos escribirla para avisar, como dijo un laureado poeta en
Zacatecas. Pedro Jota Arbeláez, ese fue.
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