Cuando hasta los huesos cala
el pensamiento que transforma la mirada,
de mi yo que te mira caer abajo en tu sustancia,
y no hay más que dejar la boca abierta,
parpadear tal vez,
o refundarse en lo más oculto del placer
para crecer como un árbol blanco de hojas
desordenadas.
Será la ocasión para nombrarte junto a mis más
inconfesables atavismos,
la solución dispuesta al enigma y el misterio.
Más aún, esa charca llamada adolescencia que me
persigue:
ecos y pisadas de hace muchos años,
todo lo que la tristeza
no puede abarcar en su concepto acalorado,
para ser sensible
a tu espasmo desde esta barca, esta injusticia y esta
esencia
que es violencia acumulada en la posibilidad de una memoria.
Nosotros no hemos dejado de buscarnos
hemos dejado de encontrarnos.
La cabeza fría y el corazón
lleno de amargura y publicidad barata.
Dale una patada
a estas palabras y luego mírame la cara:
mira este horror que decidió pensar y en ese pensar
acumularte y hacerte crecer
como lluvia y plastilina, mariposa o sonrisa de la
presa
ante su captor: mi beso y mi silencio.
Mis palabras al fin te darán la perspectiva inédita:
lo que soy, lo que fui y he aquí el balazo: en el amor
la presencia no se toca,
sólo se dilata, se esponja y se queda en su eterno no
saber
que suplica y que pide su canción desesperada,
la que nos afirme cuando nosotros ya no estemos
juntos.
Primero habrá niebla y después ni niebla habrá,
para que un beso y un silencio tengan el peso grave de
lo intocable,
de lo que es porque es memoria y motivo mismo
para no regresar.
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