domingo, 11 de febrero de 2024

POESÍA Y LOCURA. UN HOMENAJE A LEOPOLDO MARÍA PANERO UN HONOR DE UN PSICOANALISTA Y POETA QUE PUDE CONOCER.


POR PABLO VARGAS ÁNGELES

 

El poeta Español, Leopoldo María Panero, nace en 1948 y muere el 6 de marzo de 1914. Era un pájaro de canto negro que fue poseído por vivientes hablantes, rebeldes y desquiciados. Su poesía es un canto de cuervo por milenos transferido. Poe, Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Artaud y muchos otros hicieron su vida y su voz maldita. Tomaron su cuerpo.

 

Su voz tomó mi cuerpo como un estado de sitio. Panero es metáfora de mi nombre propio. Es Pablo con Eros. La fascinación por su obra se convirtió en una invención de mi propia vida. Su fantasma ya me rondaba antes de su muerte.

 

Con Panero experimenté una vivencia de hechizo o posesión demoniaca. “La operación poética -dice Octavio Paz, hablando sobre el ritmo- no es diversa del conjuro, el hechizo y otros procedimientos de la magia…la actitud del poeta es muy semejante a la del mago.”[1] Quien lea a Panero, puede quedar poseído por el canto maldito de un excepcional brujo.

 

Ahora soy un demonio que escribe de otro demonio. Los poetas son demonios que están entre el cielo y la tierra, son el verbo de Eros aguzando los oídos de mortales; inventores de la pasión humana; del canto de la carne. Me congratulo con el embrujo y me dejo llevar por él.

 

Panero enloqueció muy joven y la psiquiatría lo mantuvo bajo las drogas hasta el final de su vida. Leopoldo padeció de la locura y escribió sobre ella, en una estética literaria muy singular, sorpresiva para España en 1970.

 

Panero se quiso matar por primera vez a los 19 años. “Una mañana de febrero no se levantó…En el domicilio familiar, Felicidad [su madre], extrañada, entra en el dormitorio…y lo encuentra tumbado en el lecho con una respiración dificultosa, de extraños estertores…Leopoldo dejó una nota de despedida…Debajo de la cama había dos cajas de fármacos vacías…Somatarax, unos comprimidos para los insomnios de origen psíquico, para impedir la propensión a las pesadillas”.[2] Después de ese evento, tuvo su primer internamiento el 22 de febrero de 1968 en la Clínica Nuestra Señora de la Paz, de los Hermanos de San Juan de Dios en Madrid, hospital psiquiátrico. Años después comentará: “Supongo que en realidad lo hice para llamar la atención y para que me atendiera mi madre, que no hablaba jamás conmigo y de repente me encuentro en un manicomio con un psiquiatra en lugar de con mi madre, que es con quien quería estar.”[3] Las cosas cambiaron para el poeta maldito español. Constantes internamientos, fugas, reingresos, drogas, alcohol, vagancia, otros intentos de suicidio, delirios y alucinaciones y el abandono de su estado físico. Antes del psiquiátrico, la cárcel por participar en manifestaciones comunistas, por alboroto urbano, por tráfico y consumo de mariguana. Después, un largo recorrido por manicomios. Dicen que conoció todos los psiquiátricos de la España franquista y pos franquista. Varias fugas y reingresos voluntarios. Y entre tanto escribía, como conjuros para la locura su poesía, narrativa, traducciones, recopilaciones, prólogos, ensayos y artículos. Su obra en prosa es rica en teorizaciones sobre la locura.

 

Habló públicamente de la locura en diversos espacios culturales y medios de comunicación como en museos, casas de cultura, en radio y televisión. Fue hecho un bufón muchas veces, entretenimiento televisivo para una audiencia sedienta de morbo; poco interesó su discurso. Escribe: “La locura es una estetización de una realidad adversa, y no sólo no carece de sentido sino que su función, por ejemplo en la paranoia, es dar sentido a lo que no lo tiene.”[4] Investigó con intensidad y ese afán lo llevó a ser punta de lanza a finales de la dictadura, en el estudio y divulgación de la obra de Lacan, Deleuze -entre otros- sobre el psicoanálisis, la antipsiquiatría y sus explicaciones de la psicosis y el malestar humano.

 

El poeta de generación, Luis Antonio de Villena, entrevistado al día siguiente de la muerte de su amigo, comentó para el periódico la Vanguardia: “era una persona que buscaba la muerte…Siguió un camino de autodestrucción que podía ser malo, podría estar uno de acuerdo con él o no, pero era el que había elegido. Y si le hubieran dejado seguir este camino, habría muerto hace mucho…prisionero de la medicina legal, debería provocar una reflexión sobre hasta qué punto la sociedad puede hacer lo que ha hecho con él…En esos años nunca mejoró, se le podía considerar un preso de la medicina. Si en el manicomio le hubieran curado, todo habría tenido sentido, pero simplemente le contuvieron, e iba lentamente a peor…Panero se convierte en una metáfora terrible contra todos...”. Y concluye Antonio de Villena: “Deseo de ser un piel roja, aunque es un poema muy juvenil, de alguna forma estaba muy dentro de él.”[5] Significaba ser un hombre no civilizado.

 

Sitting Bull ha muerto y no hay tambores

para hacerlo volver desde el reino de las sombras.

Deseo de ser piel roja.

Cruzó un último jinete la infinita

llanura, dejó tras de sí vana

polvareda, que luego se deshizo en el viento.

Deseo de ser piel roja.

En la Reservación no anida

serpiente cascabel, sino abandono.

DESEO DE SER PIEL ROJA.

(Sitting Bull ha muerto, los tambores

lo gritan sin esperar respuesta.)[6]

 

Panero piensa la locura como efecto de una sociedad e historia que niegan la animalidad humana, y adopta en su escritura el concepto de forclusión de Jacques Lacan para hablar de la sociedad que forcluye al salvaje, pero que siempre vuelve porque la animalidad no puede ser abolida, incide cíclicamente como una parte maldita que “Está al otro lado de la historia, como lo que se opuso a ella desde su principio. Y sin embargo, la historia no tiene otro futuro que ese: su aniquilación momentánea, semejante a un orgasmo. Y nosotros, esperar al héroe que, seduciendo nuestra parte histórica o social, nos lleve a la guerra y a la muerte, a la anti-historia. No hay pues, espiral ni progreso alguno. La historia es un retorno cíclico a su desaparición.”[7] A partir de 1973, toda su escritura estará minada de referencias y explicaciones breves, complejas, contradictorias y luminosas sobre la locura. A Leopoldo, le hubiera gustado ser piel roja en el mundo contemporáneo, pero el hombre piel roja o está en una reservación o en un hospital psiquiátrico.

 

Contra el conocimiento formal y la academia, Panero escribe en una intertextualidad y yuxtaposición entre filosofía, sociología, antropología, psicoanálisis, magia, literatura, esoterismo y poéticas, que la locura es un producto de lo social, no llueve del cielo: “No hay locos, sino enloquecidos. La locura es una reacción normal ante determinadas situaciones de jaque mate social o microsocial.”[8]

 

“Esta es toda la sabiduría que había en los antiguos –escribe María Panero-, aquélla que se resume en nombrar a la locura, en lugar de con paradigmas psiquiátricos, con epítetos que no disimulen ni ataquen su extrañeza. Es norma de modestia reconocer que lo que se ignora es un misterio, no un absurdo. Por el contrario, la psiquiatría, la única y verdadera forclusión, sella de antemano y para siempre las puertas del manicomio: el saber de la locura como algo que no existe, ya que la palabra esquizofrenia no es sino una denegación simbólica, aquello que Lacan llamara forclusión o exclusión definitiva del campo del lenguaje. Por el contrario, cuando se afirma que el loco es un ser humano, se está diciendo que nada de lo humano es extraño, y que el hombre no es exterior al hombre…el género humano no soporta demasiada verdad. Que el arte nos salve de aquélla, que la palabra nos esconda, que muramos dormidos en el agujero del sueño.”[9]

 

Leopoldo María Panero, murió dormido cerca de la media noche: fallo multiorgánico. Muchos años de dolor, de medicamento psiquiátrico, de cigarro, coca-cola y un cuerpo mortificado.

 

Para qué despertar si afuera me espera

Otra vez el hombre miserable

Prefiero ver dormido cómo mueren los ojos

Y cómo se desnudan las claras doncellas

Esclavas de la nada

De la nada que brilla con pie desnudo en el silencio…[10]

 

Panero fue un piel roja hospitalizado como en una reserva de pieles rojas en Dakota del sur. Gozaba de régimen abierto para salir y entrar, con algunas reglas; al parecer, lo trataban bien en general. ¿Qué hacer con la locura? Aunque siempre detestó el sitio siempre regresó. No podía sobrevivir en sociedad. Nunca pudo estar mucho tiempo fuera, de inmediato se metía en problemas. Sus conocidos más cercanos hablan de él como una persona dócil, tierna, obediente. Un paciente tranquilo; solitario se le veía pasear por los cafés y librerías de Palma de Mallorca. Recibió abundantes visitas y generosamente aceptó hacer entrevistas y participar en varios proyectos literarios y artísticos en conjunto.

 

Su obra es una poética del desamor, la animalidad, la locura y sus efectos: el vacío, la violencia, el odio, el terror, el cuerpo en fragmentos hinchado en sus orificios, con sus fluidos desbordados, el excremento, la orina, la saliva, el semen. Su lenguaje era el de la destrucción, el sin sentido, el neologismo, la repetición, el collage. En el ritmo de su escritura podemos ver la forma de su cuerpo, la dimensión de su ser. Fue poseído por Lacan y su teoría de la forclusión y por Freud, Jung, Ferenzcy, Deleuze -por mencionar algunos de los más importantes- y los hacía converger, soportar su conjetura del mal entre contradicciones y analogías. “La teoría lacaniana de la forclusión es lo que más claramente explica este interdicho: aquel hombre que se halla fuera del cogito devenido ley imperativo no es capaz ya para siempre de sentido o de razón, y no es un hombre. El neurótico sí, es “medio-hombre” y puede hacer como Torrebruno, el papel de payaso en la comedia psicoanalítica –la <>- buscando en vano acceder a un signo todopoderoso…Ningún delirio tiene más estructura que la de la esperanza, la de <> como apunta Lacan…”[11]

 

Con Panero se experimenta una sensación fugaz de comprender qué es la locura. Fugaz porque enseguida se oscurece su escritura en un tejido intertextual complejo, abundante, repetitivo y caótico de gran riqueza filosófica e imaginativa. Por unos instantes, la verdad sobre la condición humana y su tragedia aprehendemos. Es un espejo metafórico donde todos tienen su retrato:

 

“Todo hombre es en sí un continente, no una isla. El deseo del hombre es deseo del otro. Por ello cuando alguien cae caemos todos con él. Por ello ninguna tragedia es concebible en solitario, llovida del cielo. Es más, la soledad es imposible: está poblada de fantasmas… Y viceversa, de mi tragedia tu oscuridad emana. No eres un hombre, estás marcado por la oscuridad. Por no haberte arriesgado a perder el sentido, he aquí que careces de él.”[12]

 

El canto maldito de Panero no perecerá con su muerte, viene de milenarios cuervos y nuevos herederos de estos cantos vomitan nuevos versos. Irrumpe su voz ahora y trae la gracia y la luz al Golem.

 

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