ÁNGEL
VERDUGO, TOMADO DE EXÉLSIOR, JUEVES 6 DE JUNIO 2019
Los
recientes procesos electorales —en seis entidades federativas— fueron, como pocas
veces, una oportunidad de oro para ver los efectos de una de las peores
cualidades más profundamente arraigadas en decenas de millones de mexicanos: la
renuencia total a pensar para cederle el lugar a eso que se nos da tan bien,
insultar.
Lo
nuestro no es el argumento debidamente sustentado, sino la mentada de madre; no
es el análisis —así fuere superficial— sino el insulto al que ha cometido un
gravísimo pecado: disentir de lo que yo pienso. Jamás nos detenemos a analizar
con detenimiento lo que afirma el otro, menos a reconocer que podría estar en
lo correcto en lo que plantea.
Ante una
posición divergente, nos lanzamos prestos y decididos a acabar al otro —a la
persona— con insultos y las peores procacidades; jamás pasa por nuestra mente
que lo correcto es demostrar lo equívoco de su posición con argumentos lógicos
y debidamente soportados. Eso no es lo nuestro, pues hemos sido educados para
denostar a quien emite juicios y/o mantiene posiciones que difieren de lo que
nosotros hemos decidido aceptar y adoptar y defender, cual si fuere dogma
religioso.
Esa
conducta, debo decirlo, no es de ahora; viene de lejos, y es resultado natural
de contenidos educativos tramposos plagados de mentiras y mitos que deberían
avergonzarnos. A eso debemos agregar una manipulación ideológica que nos ha
llevado a creer —sí, a creer, no a pensar si es correcto—, que como México no
hay dos, que México es único y la mexicanidad es lo máximo en el planeta.
Una vez
que empezaron a conocerse los primeros resultados que dieron la victoria a
pésimos candidatos, esas cualidades que nos distinguen empezaron a manifestarse
en todo su esplendor. El arsenal preparado de ofensas y procacidades junto con
calumnias que, de tan exageradas y sin sustento alguno, parecían un mal chiste,
fue lanzado en contra de quienes osaron manifestar, públicamente y sin intentar
ocultar su nombre y siempre dando la cara, que otros candidatos deberían ser
los merecedores del voto ciudadano.
Ante lo
visto y padecido, las preguntas —por el bien de la democracia mexicana y su
futuro— son obligadas: ¿Por qué la renuencia a pensar, a intentar analizar
siquiera —así fuere superficialmente— los argumentos del otro? ¿Qué explica esa
conducta primitiva, de querer acabar al que difiere de nosotros, y dejar de lado
sus argumentos?
Además de
la cobardía sempiterna que caracteriza a los que se cobijan en la masa amorfa
porque sólo así son valientes, sólo así se atreven a ofender al que difiere,
exhiben su muy limitado vocabulario debido a un nivel de embrutecimiento, el
cual es consecuencia obligada de la pésima educación que imparte un sistema
educativo en ruinas y, para complementarla, están las prácticas de un quehacer
político primitivo que premia la uniformidad de los cobardes e ignorantes, y
castiga al que se atreve a disentir.
¿Así
serán los próximos procesos electorales? ¿Acaso lo visto esta vez lo veremos
recargado el año 2021? ¿Ésas son las formas que promueve ese mal chiste que es
la 4T? ¿Y sus candidatos serán como Barbosa y Bonilla?
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