Encierro
Espejo
cercenado, declive de algas muertas,
oro
sucio como la peste, ira fría en las miradas
y
la ciudad cierra por fin sus puertas.
El
resultado son estas palabras
que
me dicta un ciego tras mi espalda,
la
ventanilla abierta, como profecía
a
punto de cumplirse, indica el inicio de mi navegar.
Cuando
la ciudad ha cerrado sus puertas todo es posible:
la
parvada se aleja, como suplicio
perpetuamente
postergado, que cada quien lleve su hacha
y
la guarde en su morral. Cómplice de mi placer
al
ver esta ciudad arrasada como los recuerdos,
siembro
una duda entre mis versos.
Les
propongo castillos y torres para incendiar brujas,
una
cámara de tortura, un óxido y una piedra.
La ciudad se ha cerrado y por la ventanilla abierta
observo
el aletear de su tormenta,
entonces
el verso gira en su atómica desenvoltura,
se
desarrolla en la ceguera, no en la simple vista.
Su
dictado se abre paso como armónica entre la multitud,
viaja
a todas partes, pero sólo regresa al silencio.
A
la ausencia desgarrada de los que aún están presentes.
A
su aterrizar como las aguas punzocortantes,
como
aterriza un bombardero en un campo de rosas,
mas
no será un zumbido lo que delate su presencia,
sino
la duda de no tener una tarántula entre los pies,
y
como los clásicos, habrá que admitir:
"nunca
digas que de este veneno no habrás de beber".
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