Esta noche sabes
cuál
es el paradero de estos ojos,
de
estas manos que oprimen
tus
mejillas y tus muslos,
sabes
de una tercera mirada,
más
torva y merodeante,
de
mi piel que regresa como un jaguar
después
de su peregrinaje.
Reconoces
que ahora
mi
boca sabe a los olores de la costa,
que
mi cuerpo huele a la fruta
que
bajan los camiones de la sierra.
Que
tallé con barro las ampollas
y
que tiré una botella al mar de los recuerdos.
Que
me emborraché tal vez
con
algún papá de Córdoba, y que en una sola tarde,
olvidé
todos tus rostros con tu rostro.
Sabes
que no vine para hablarte
de
galeras españolas o piratas,
viejos
lobos de mar o ninfómanas cubanas.
Mis
miedos los perdí ya en el atisbo
de
una noche clara,
mis
ideas volaron como verdes alebrijes
enmedio
de la selva;
buques
fantasmas que se fueron
perdiendo
cada vez más
en
nieblas grises de dialéctica.
Sólo
pues me queda,
una
sombra de salitre y piedras,
un
cadáver que con mi voz
arrastro entre la hierba.
Sinuosa
espera,
que
los niños hacen cada vez
que
un apagón se expande sobre el puerto.
Ahora enciendo un cigarrillo,
y
decirlo de otro modo no sabría,
sin
embargo, el fuego lunar de mis ojos
por
tu cuerpo,
podría expandirse como lenguaje vivo
bajo
el pecho,
podría
llegar a los tuétanos del alma,
como
los besos que doy,
en
las vértebras desnudas de tu espalda.
Me
detengo,
antes
de caer en el olvido
una
pequeña barca flota en mi memoria,
llena
de gaviotas que a la espera de buen clima
murieron
calcinadas en el insomnio nuestro,
desnudo
de los cuerpos.
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