C A D E N A S
Arrastro
con mi mano
la otra mano de un
cadáver
y sabemos ambos
(él desde la muerte profunda como el sueño
y
yo desde la ilusión),
que no es vida o muerte
lo que compartimos.
Con la igualdad cósmica
que él grita desde su pesadilla
y yo desde el agujero de
mi sombra con sombrero
que pulula sola en la
avenida.
Hemos venido a dar aquí juntos
para
certificar que la fantasía
es
el abrevadero de la conciencia humana
atorada
en el deseo:
la
muerte y su reverso: voz, respuesta o alegría.
Quizá...
Mas lo arrastro y no me
canso, me conduelo.
Su mano que rodea a la
mía lo delata,
quizá él en vida perteneció a mi tierra,
lloró, bebió y amó al
parecer igual que yo, pero yo no lo conozco.
Estoy obligado a no
mirarlo.
Quizá es mi hermano, mi
padre o el viejo
que soldaba fierros a la vuelta de la esquina,
cuando
el sol resplandecía en las aceras y el olor a comida y carbón atraía a las
familias a sentarse en los comederos
dispuestos
por toda la calle, inconmensurable.
La
mano de este cadáver pesa poco,
soy
yo el que con mis pasos me voy perdiendo,
no
sé si por locura, orfandad o miedo,
pero
aquel recuerdo lejano de mi calle y aquel viejo,
un
beso de mi ex novia,
la
galaxia que dibujaba en el pizarrón mi maestro,
o
el cuento desmadrado que todavía no acabo,
me
hacen dudar si arrastro o soy yo el arrastrado.
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