Nuestras heridas tenían labios y en el abrazo,
el beso derramó la sangre, la sangre veneno,
la misma sangre rojo coctel hecha a base de años y años de tristeza.
En la noche el abrazo,
tuve la sensación de ser muy pequeños,
de la mano ante el mundo y su cortina negra que no quiere abrirse.
Mamá quiere hacerse cachitos, dijo, y hacerse
el relleno de ese hueco que llevamos dentro.
Bien dijiste, nadie comprende si no lo ha vivido y es
que papá nos rasgó la carne y quedamos desnudos,
huérfanos en nuestro propio mundo.
La soledad punza, mija, Y el hambre se nos hace miedo.
Llorar, llorar, llorar.
¿Acaso habrá de deslavarse la palabra que entró con sangre?
Te pensaba ajena, y eres más carne, más sangre y
más alma de lo que jamás hubiera pensado.
Amar es de ciegos y nacimos con los ojos cerrados,
quizá mamá los vendó para ayudarnos a negar,
pero el tiempo es su enemigo y hoy habla mamá por
teléfono para tranquilizar sus nervios.
Mira mi espina dorsal, es de viejo.
Mira tu hígado, está enfermo. Anoche el abrazo y te derramaste toda,
eran las goteras de un intruso que usó un paraguas para picotearte el esqueleto.
Anoche el abrazo y reuní al mundo para envolvernos y sentir alivio, pero se nos quebró la fuerza y tuvimos que volver a recordarlo.
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