Si bien que me acuerdo; no podría traicionarme
olvidándola a ella: Me acuerdo. Babel se
llamaba el antro y digo eso porque ya no existe.
La hija de uno de los dueños, en aquella época, era mi
novia, que por cierto se le notaba un
inequívoco placer al decir que su padre era accionista del antro junto con
Laura Esquivel y bueno. (Pausa significativa y seguimos jugando).
Esa noche (una más, una cualquiera en la juventud a
punto de cerrar las puertas del siglo XX) habíamos bebido en la cantina La Faena en la zona del Centro Histórico de la Ciudad de México y con la
conversación nos sentíamos excitados, muy intensos…, pero sin un solo quinto. Babel era la opción, sí, claro, pero… ¿cómo?.
Andábamos caminando por esas calles misteriosas, mirando escaparates a punto de
cerrar, el Café Tacuba, el museo del centro cultural Banamex, donde hay
estupendos cuadros de Juan O’ Gorman, etcétera, luego aterrizamos de mala gana
en una taquería peor de mala que cualquier expectativa y devoramos unos tacos con
la única expectativa de matar el hambre; no digamos ya avivar el deleite de lo
afrodisíaco. En ese entonces era imposible saber que estábamos teniendo (yo por
lo menos), uno de los grandes romances aventureros de mi vida. Al salir de la
taquería, una camioneta llena de mujeres se nos quedó viendo: ¡Por favor,
éramos novios e íbamos tomados de la mano! (“para las cosas importantes nunca
hay tiempo”: ese era el lema de nuestro noviazgo), las chavas de la camioneta
le gritan a mi novia: “¡Pinche suertudita! ¡Uuuhh culera!” Mi novia les
contesta algo parecido, la camioneta pisa un charco y se largan por una calle
hacia Garibaldi. Por dentro me estoy muriendo de risa pero le digo a la güera
que simplemente olvide lo sucedido. Radioactivo 98.5 de FM era en ese entonces,
la estación de radio de la
Ciudad de México.
Quiero decir la verdadera estación. Hacía poco habían entrevistado a
Alejandro Jodorowsky: ¿No has visto Santa sangre? ¿Entonces dónde
has estado en el cruce de milenios? Bueno. (Pausa significativa o lo que es lo
mismo, me vale madres).
¿No pasamos al poco rato por el famoso antro Babel?
Pues sí, sí que pasamos y traíamos las llaves y hoy no era día de que el antro
estuviera abierto; yo venía de estudiar porque era jueves.
Resulta que mi novia me dice: “Si quieres que se me
pase el coraje por las pendejas de la camioneta que me hicieron quedar en
ridículo, abre las puertas del antro, me abres a mí, adentro de Babel te metes
a la cabina del gerente y con una escalera sacas unos pomos de Vodka Absolut…
(mientras va cobrando fuerza la idea en su cerebro se empieza a reír de
excitación) y entonces… ¡Todo el antro para nosotros solos eh? ¿Qué te parece?
Ja, ja, ja!” Empezamos a discutir, como de costumbre y por cualquier cosa;
según la güera estaba re fácil para mi
juventud tal cosa como a las 12 de la noche agarrar y abrir la puerta de un antro
y además, dentro de tal sitio, subirme por una escalera y etcétera; no era nada
tonta cuando se ponía en ese plan, claro que se me antojaba y de hecho se me
antojaba toda la noche, pero sabía que podía ser un error, pero la güera traía
ganas de hacer travesuras y chispas, cuando eso ocurría, yo simplemente no me la acababa.
—¿Cuál
es la llave? —dije al fin, riéndome.
Era
una llave súper aparatosa con cerradura especial. Cuando sentí que probablemente
un policía nos pudiera haber visto, empecé a sudar al tratar de abrir. (Si
llegaba la policía ya teníamos verbo preparado: ella era la hija del dueño:
veníamos a recoger una chamarra o una pendejada de esas, en eso ya habíamos quedado).
No,
pus que se abre la puerta, “suerte” me susurra la güera. Que me encomiendo a
San Henry Miller y antes de irme de hocico, caigo de pie adentro de las
escaleras que suben al primer piso: “Babel”, tal como el título del disco de
Santa Sabina, como un cariñoso espejismo nocturno con todas sus sorpresas, me
aguarda. Busco adentro la escalera, ya la tengo. Me acerco a la barra del
lugar. Se siente una presencia, pues claro: a este lugar entran los chavos a
divertirse y a escuchar grupos de música como los propios Santa Sabina y
obviamente hay vodka Absolut, desde aquí lo veo en una de las ventanas. Le abro
a la güera que me dice: habla… en voz… baja… y así lo hago…pero hay…que sacar
los pomos…sí…pero…escucha…: es solo un auto pasando por la avenida, sí
güera…pero escúchame a mí:… te… amo… Parece que ha dejado de verme a mí y solo
quiere ver su desmadre: ándale ahí está la escalera, imposible no reírse, pues
ahí voy, empiezo a subir escalones, estoy a tres metros del suelo, si me caigo
me rompo una costilla contra una mesa anclada al piso pero la güera dice
susurrando: “Acuérdate de Henry Miller…” Cuando dice esto, tengo tanta risa que
no puedo evitar caer adentro de la cabina del gerente, pero tengo la llave de
los alcoholes, así que saco una botella de vodka y ya salgo como gente decente
por la puerta, se escuchan muchos ruidos y eso nos atiza los ánimos, todo está
oscuro. Luego me dice que prenda las luces del escenario y así lo hago, así que
entramos a los camerinos y observamos pintas: “¡Saludos a toda la banda de
Babel, atentamente, Rita y la
Santa Sabina!”, “Saludos a Babel por sus noches de antología:
Betsy Pecannis” etc. Apagamos esas luces y nos regresamos a la barra; es la una
de la mañana, se trata de un solemne momento, aderezado con la mirada tierna de
la güera: ¿Subimos? le digo, extendiéndole el brazo, pero empiezo a toser por
el frío y la güera previendo la situación dice: “Oh, nooo, te va a dar gripa.”
¿Cómo lo sabe? Pues porque entre las mesas de arriba está el sillón, no
cualquier sillón sino: “El sillón” es decir, el lecho de la pareja que somos
desde hace como 6 meses en ese año dorado llamado 1999. Hacemos el amor, acabo
de escribir eso, pero eso es un decir, porque fueron tosidos de mi parte y
gemidos de la güera, todo maravilloso pero a las tres de la mañana ya a punto
de dormir (solo traía una playera) me di cuenta que la travesura me iba a salir
más cara que el postre.
Son las 5 de la mañana, hora de tomar un atole
callejero; ya hicimos nuevamente el amor
pero yo traigo una voz más que cascada por el frío y el vodka, que la güera
dice vámonos.
Salimos
a la calle, se trata de la despedida, “Préstame tu chamarra ¿no?” le digo a la
güera, me da un beso en la mejilla y no me presta nada (Ya terminó la historia,
cambia de página y elabora una sonrisa interna o lo que es lo mismo, esa noche me enfermé y a
la güera le valió madres).
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