Mi
opinión no dista del ahora fallecido dramaturgo, al que siempre recordaré como
mi maestro, pero sí puedo afirmar que la mitología del escritor bohemio y
decadente, desubicado o tristón, etcétera, ha existido siempre. Por ejemplo en
el siglo dos XX hubo dos grandes borrachos y lujuriosos que parecían ser sólo
unos pobres diablos como Henry Miller y Charles Bukowski que si están o no
están incluidos en el canon de tal o cual Universidad o estudio de la historia de
la Literatura Universal finalmente no
importa: sus escritos simplemente rebasan cualquier expectativa en términos de
fuerza expresiva y de riqueza vital y verbal, o para decirlo de otra manera, gracias
a sus escritos se han desbordado enormes cantidades de cerveza de quienes los
admiramos o de quienes quisieron ser sus epígonos en cualquier parte y en
muchos espacios (de éste y del otro lado del Atlántico); de estos dos
norteamericanos basta citar los famosos Trópicos
de Miller (uno de ellos estuvo prohibido durante 30 años o más, supuestamente
acusado de “pornografía” y “obscenidad”) y del segundo autor sus extensos poemas
malditos o sus novelas como Mujeres o
los cuentos de Música de cañerías. Pero
claro que inmediatamente hay que aclarar
que no hay un Per se: literatura de buena factura no necesariamente proviene de experiencias
alcohólicas ni mucho menos. Antes que cualquier otra cosa, escribir diez buenos
poemas, cinco buenos cuentos o un par de
novelas excelentes es un trabajo mezclado con algo que busca perseguir la
inteligencia del autor, es trabajo y es chamba, pues.
Éste
mito tiene su origen desde muy lejos; pero en los albores de la época moderna
podemos identificar a varios borrachos geniales en Francia en el siglo XIX: Charles
Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Lautréamont, etcétera. Ellos experimentaron con
el opio (Baudelaire tiene un extenso texto que se titula: acercamientos al opio y hachís), todo tipo de alcoholes incluido el ajenjo y ellos
pasaron a la historia de la Literatura Mundial como los santos patrones del
desmadre, la encarnación de personajes grotescos y diabólicos, excesivos en
todo, incluido el sexo y el espíritu contestatario de la juventud, desde ese
momento (1845 más o menos) hasta toda la juventud rebelde en todos los tiempos
y todos los espacios; aún a pesar de que Rimbaud murió en pleno apego al cristianismo
y a los demás de ellos… podemos imaginar cómo les fue un poco más adelante;
todo esto también es o ya pasó a formar parte
de la inspiración actual de nuevas generaciones de escritores y músicos
en épocas más recientes como 1950 con las poéticas de la generación beatnick o los artistas del jazz hasta el rock and roll: desde
Charlie Parker, pasando por The Rolling Stones (quienes fueron amigos del beatnick más drogo de todos: William
Bourruhgs y lo fueron a visitar a Tánger, donde él vivía día y noche escribiendo
e inyectándose de tocho morocho), hasta los actuales The Black Eyes Peas.
Pero
quedarse con las anécdotas es algo baladí, es algo snob: pose de poses. Todo lo
que éste tipo de obras proclaman y pregonan es, como diría Ciryl Connolly en La Tumba
sin sosiego, es esto: “¡Leéme tú maldito lector!” Gritan desde sus
tumbas estos personajes. Por ejemplo, Las flores del mal de
Baudelaire, aparecidas por ahí de 1855 contienen una fuerte relación con los
mitos fundantes de la gloriosa época micénica;
los poemas de Baudelaire en una buena y cuidada edición mantienen notas a pie
de página para el lector de habla
hispana, es decir, este tipo de literatura nunca fue sólo habladuría, como
diríamos hoy; se trata de autores serios al momento de enfrentarse con el acto
creativo, el decir o como gustes y sí, eran también autores de desmanes y
desmadres pero nos legaron una nueva visión para entender el contexto y el
adentro del hombre a partir de esos momentos para lo que iba a seguir después.
Igualmente pasa con otros autores; incluso de la antigua Roma, el filósofo
Séneca recomendaba una buena borrachera de vez en cuando: “no para ahogarnos en
el vino sino para encontrar en él algo de reposo”.
Puede
decirse en pocas palabras y ahorrarse tantas explicaciones a las mentes que se
quedaron viviendo en el siglo XIX con esto: todos los grandes escritores,
bebedores o no bebedores desde el inicio de la modernidad han asumido la
dimensión trágica de la existencia y el habitar del hombre en la Tierra, porque
asumir esto es un intento de abstraer toda la substancia de la vida y la literatura para verter esos venenos en
la obra. ¿Entonces? Pues nunca estará mal unas cucharadas para quitarse el
bajón y salirse a las festividades de la noche y en pleno fragor interrogar
y platicar con Dios en la parranda para
ver cómo le va en sus cosas… etc. Como digo, es un mito exagerado, porque desde
entonces también existían las almas calmaditas que fueron, corrieron y le
dijeron a mami y papi: “¡Esos se drogan
y hacen lo que quieren!” Y entonces por eso se cree que casi por ley todo escritor
es bebedor y ¡carajo! Los escritores seguiremos bebiendo…
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