domingo, 17 de julio de 2011

Mi primera Novela (fragmento) 2

"En la cantina me di cuenta porqué habíamos visto las calles tan desiertas: Tal vez los pistoleros del pueblo habían salido a vacacionar y habían delegado las responsabilidades a los borrachos, que la verdad cumplían al pie de la letra con el mandato abarrotando el lugar con sus pláticas, gritos, demostraciones, y demás parafernalia pueblerina.



Pedimos cervezas y nos sentamos en una mesa junto a una rockola, al principio se sintío nerviosa de ser la única mujer enmedio de puros borrachos sudorosos y yo le recordé que en gran parte eso era andar de aventura y que la vida sin riesgo no vale la pena ser vivida y que a eso habíamos venido y que por cierto, ella traía los cigarros. Detrás del cantinero y la pequeña barra había en el centro de la pared ocupando el lugar de mamá Guadalupe un poster gigante de colección de Julio César Chavez apañando a dos nenas en bikini y bebiendo coronas, hicimos algunos comentarios irónicos sobre el tema y le mostré mi verde envidia, tomamos de las cervezas cruzándonoslas por los brazos y un borracho de pantalón negro y cara ceniza nos abordó para pedirle a Guerda que si quería bailar un ‘pieza’, insistió educadamente a pesar de la negativa y después se fue mostrándonos las palmas de las manos: “está bien, está bien, ya no interrumpo a los enamorados, adiós.” Le dije que no se hubiera negado a bailar con Antonio Rodríguez para que yo les tomara la fotito del recuerdo, ella bajó la mirada, tomó un limón de la mesa y fingió exprimírmelo sobre la cara. Así era Guerda, siempre tonteando y distraída parpadeando dos veces, aunque también luego yo no le veía ni el polvo y se me escabullía. Hice un rápido viaje al servicio de baño atravesando un patio lleno de gallinas y en la pared leí unas palabras: “Aquí nos cogimos a Alfredo el chilango, agosto 93.” Ja, después de los patios de gallinas siempre se encuentra uno con testimonios como estos; bueno, ¿yo que quieren que haga? Mejor vayan al departamento de paquetería: “Canal 5 al servicio de la comunidad, se solicita su ayuda para localizar a las siguientes personas...” Yo quise poner mi graffiti también: “Nunca podrás caminar a través de los espejos ni nadar por las ventanas.” Una frase de Morrison, pero el pedazo de ladrillo se deshizo y solo llegué a “Nunca podrás.” Me le quedé viendo mientras me abrochaba el cierre y me reí, la frase inacabada finalmente acabó por gustarme, porque me sonaba macabra. “Nunca podrás.” Porque también suena retadora, las cervezas me habían pegado y me sentí borracho, así que me reí de nuevo: ¡Ja, ja, ja! Regresé a nuestra mesa pensando que el ‘Nunca podrás’ no se puede aplicar en mi persona y Guerda buscaba una canción en la rockola, programó una de José Alfredo Jimenez y cuando se sentó no dudó valientemente para cantármela, se sabía toda la letra y a mí empezó a darme vergüenza, volteaba a verla a ella y volteaba a ver a la rockola; era un ruido ensordecedor y chillante, la demás gente también lo cantaba, pedimos otra ronda y la carita de Guerda comenzó a ponerse colorada, sus párpados sucumbían, el pelo se le desordenaba, yo tenía que pararme del asiento para besarla, de repente le dije: “oye mujer, ya dejémonos de pendejadas.” (una frase muy directa para el tono en que hasta ese momento nos habíamos tratado, y la impacté con eso, según dijo después de unos días: “David, me asombraste, nunca creí que...”). Etcétera, luego alguien programaba otra canción ranchera, luego otra ronda, luego dos cervezas; era una vida agradable la nuestra y yo empezaba a acostumbrarme a la idea de que nos quedáramos ahí hasta el fin del mundo o hasta que terminara el sexenio, que como ahora todos sabemos, no eran ideas precisamente encontradas. Guerda echó un soplidito por sus labios resecos y divinos y estiró las manos sobre la mesa como si quisiera guardársela debajo de la playera, tuve que darle un golpe con el pie. “oye, aliviánate, que va a decir la gente, que nunca te saco a pasear o qué.” Y ya se estaba emborrachando delante de mis ojos atónitos, no había ido a dar su clase de danza por estar conmigo, estaba sola, sola en Dolores Hidalgo con una mochila casi rota y con un poeta que lo único que quería era escabechársela, abría la boca para decir algo pero no decía nada, bajaba la cabeza, (¿Qué voy a hacer con una mujer borracha a estas horas?), su voz sonó como a doscientos kilómetros: “Oye... tú me quieres...?” Y Julio César Chavez me sonreía... “Oye, ja, ¿qué quieres decir con eso? Claro que te quiero pero...” “Tu me quieres...oye, tu no eres como el Pantera, yo no sé como le hacen para ser amigos.” (a, ajá, ahora yo soy quien sabe qué, ¡me estaba comparando! ¡Me había estado comparando todo este rato!). Me había comparado con ese pedazo de mosca y por tanto me sentí encabronado, celoso, di una rápida ojeada a los últimos acontecimientos para examinarlos con ojo clínico, no sabía si ellos se habían visto durante toda la semana o solo el día que llegaron a mi casa, pero obviamente con el no había tenido una experiencia como esta, y esto era lo que más quería ella, vivencias, vivencias, acumular una tras otra vivencia para volverse inalcanzable, ja, (y ¿porqué me río?), por tanto me sentí seguro del todo otra vez y le dije una crueldad: “acábate la chela no? y vámonos.” Y no solo terminó con la suya sino se empinó la mitad de la mía y cuando salimos a la calle casi se va de cuernos sobre una señora que vendía collarsitos exóticos: “eres un gacho, ayúdame.” Dijo mientras yo iba a mitad de la calle y ella se fue por la banqueta.


“Debería ser Emilia la que estuviera aquí maestro.” Pensé después de meditarlo mucho, y en ese momento dos sujetos de pinta brava le chiflaron y me puse en guardia inmediatamente sin friquearme, el laberinto de calles y la lejanía mexicana se ceñía sobre nosotros desde todas direcciones, las sombras de las casas crecían, una mujer soltó unas monedas que al caer hicieron un eco tan escandaloso como si hubiera tirado al suelo toda la lana de ‘pégale al gordo’, era la combinación perfecta: ella borracha y yo sin moneda. De repente tuve la visión espantosa de que todo esto podría terminar en una horrible pesadilla, (violación, asesinato, despellejamiento), ideas que me pasaron zumbando la cabeza como luces de carretera en la noche, uy, que me achuté, y me asusté en serio, regresamos a la misma banca frente a los libros usados y la población de la calle aumentaba, los focos de la plaza se prendieron, una maraña de nervios se enredó en mi cabeza: “¿Cuánto dinero traes eh?” “una madre...” (¡Hip!) “¿Qué hacemos?” “Pus tú guapa, no puedes ni caminar, qué hacemos?” Me sentí como un imbécil al preguntar eso he inmediatamente la levanté diciéndole: “Pus vamos a meternos a ese hotel a ver qué vemos.” Era el hotel Posada Cocomacan, que estaba al lado derecho de la catedral y se veía de aspecto muy caro, del tipo de hoteles con arreglos a la mexicana para atraer a los gabachos, ¡y el mexican quite curious! Yo no tenía la mínima esperanza de rentar un cuarto pero por lo menos esperaría a que la borrachera se le bajara, algo bueno pasaría como siempre pasa. Ya enfrente de la puerta dudamos como inditos tehuanos, entonces la abrasé, la rodeé con mi brazo derecho sobre su Levis vieja, (¿Porqué carajos no?): Estábamos lejos de casa y yo pensando que la única causa por la que vale la pena no suicidarse es el desmadre, hacer lo que te da la gana, así que me llené de valor y ella se sonó la nariz haciendo un escándalo, entramos al hotel por su gran puerta de madera con la gloria del ejército Trigarante; cruzamos un pasillo lleno de dudas y de ecos misteriosos como el bosque de árboles con caras de Dorotea, un mostrador al lado derecho, un restaurante al otro, un jardín central lleno de árboles enfrente de nosotros. Dije “buenas tardes” a la señorita con una sonrisa de millonario y ya estábamos adentro de esa atmósfera lejana, “uooooauuu.” empezamos a captarlo todo, miré de reojo pero la mujer ya estaba ocupada en otros asuntos tecleando una computadora; lo que se me hizo raro pero seguimos adentrándonos, al lado del jardín por donde entraban ya las pocas hebras de luz nos topamos con unas escaleras; “órale no, vamos a ver qué honda.” Y la excitación aumentaba y nos sentíamos de peluche y de tripas corazón y de hecho primero nos dividimos y yo me fui por abajo, un mesero pasó por ahí y me saludó, lo que me dio a entender que nadie nos vería como raros especímenes y también lo saludé, “ándale córrele” no le dije, pero estuve a punto, porque yo que he sido mesero sé lo que más les repatea. Anduve por ahí hablando solo y regresé a las escaleras donde ella estaba tratando inútilmente de arreglar su mochila, se veía guapa toda desgreñada como una vagabunda, me dijo que le dolía la cabeza y le pasé la mano por el pelo: “Güey, i can’t belive you, estás bien guapa... ...pus no sé que hacer, espérate tantito, es por las cervezas, ahorita se te pasa.” “...mmme estás dessspeinaaando...” “te voy a despeinar, pero metafísicamente.” Pensando para mis adentros: “qué descarada.” “Ay sí, -me dijo-,juar, juar, juar.” “Ya verás, ya verás...” Subimos las escaleras y no había nadie, n-a-d-i-e, “cáaaamara” “a ver películas.” Avanzamos a pasos lentos como francotiradores y cruzamos como sombras por todo el pasillo, nos detuvimos en la esquina donde la puerta del cuarto 28 estaba entreabierta y “a ver aguanta, échame aguas.” Le dije mientras echaba una ojeada en la habitación y como no había nadie nos metimos de inmediato como si estuviéramos a punto de arrancar en una camioneta robada.

En la habitación reinaba obscuridad total y olor a sábanas limpias, aguzamos nuestros sentidos y los pocos ruidos que hacíamos los empezamos a oír como si salieran de las bocinas de un estadio en un concierto de Metallica, como si desbaratáramos hojas secas a cada paso que dábamos, y eso que pisábamos con mucho cuidado para que la vieja del mostrador no nos oyera, porque estábamos exactamente arriba de ella y su computadora, aunque de hecho estábamos mucho más arriba de todo el hotel, estábamos en nuestro propio hotel. Un hotel descarado y poético podríamos decir. Algo que ya traíamos, algo que ya estaba en sus ojos y yo se lo leía en voz alta porque no podía hacer otra cosa, porque a los recuerdos hay que meterles palabras, porque cuando me acogía en sus brazos sin que se lo pidiera y sentirlos tan amables y tan cálidos en mi cuello era como regresar de nuevo a la senda del mundo, era vencer, instantáneamente, al olvido, a la muerte, a las paredes grises que escurren explicaciones vanas.


La poca visibilidad nos hizo tropezar con los muebles y una jarra de agua se tambaleó sobre una mesa, estuvo a punto de caer pero no cayó de puro churro, respiramos y nos reímos como duendecillos traviesos y dejamos nuestras mochilas en una de las camas. ‘Prende-la-luz’, le dije entre murmullos asomándome por la ventana y pensando mil cosas; en la calle la noche ya era más que evidente y clara, la gente transitaba alegremente por su pueblo natal y se notaba un claro ambiente de fiesta pueblerino. Mi respiración quedó impregnada en el vidrio; afuera también teníamos un balconcito de poca madre.


Del otro lado de las cortinas la habitación se llenaba de bosque, se llenaba de la textura de nuestras emociones. Guerda no prendió la luz como yo descuidadamente le dije, su borrachera empezaba a disiparse y ya pensaba con más claridad, me dijo que así era mejor para ahorita, aunque yo le reclamé que me hiciera caso y le hice que me diera su explicación solo para ver si estaba segura de lo que decía, haciéndome el enojado y riéndome al mismo tiempo cuando escuchaba sus tiernos y francos razonamientos. Me acerqué a la puerta para ver si escuchaba pasos o si alguien nos había seguido pero nada, el avión de la paranoia se me fue cuando vi que todo estaba tranquilo.


“Vamos ganando muñeca... -murmuré-, hay que celebrar.” Quisimos acercarnos pero como todavía no nos acostumbrábamos a la falta de luz me dio un manotazo que me cayó de lleno en la cara, “ay, órale hija, tienes la mano pesada como los albañiles.” Luego nos abrazamos y nos besamos y le dije: “Lo que tú no sabías... (le di un beso)...es que yo tenía esto planeado desde el principio...(otro beso)...viajecito a Dolores Hidalgo con todos los gastos pagados, acá, ja, ja, ja...yea, vamos ganando baby...,When Love Comes To Town.”


Se acostó sobre la cama sin hacer ruido y yo me asomé otra vez por la ventana para vigilar, una excitación vibrante me sacudía, sentí mi ropa puesta, sentí las africanas puestas y pensé en mis amigos, pensé en sus luchas y sus soledades, sus pendejadas también, en la calle un carrito avanzaba como un pato y por un alta voz anunciaba que en famoso tugurio habría una fiesta sensacional a las diez de la noche; “¡Mis amigoooos de Doloreees!” Guerda me preguntó: “¿Qué hay afuera?” “Un planeta re feo.” Era por fin nuestra primera nochecita juntos.


Me acosté junto a ella, me acarició los brazos con sus manos de niña y nos quedamos un rato como zombies mirando el techo obscuro de barras de madera del que colgaba un candelabro, sin hablar para nada pero con las mechas bien encendidas. De repente nos sacudió de nuevo el: “¡mis amigooos de Doloreees!” Lo más desesperante era que no podíamos hablar en voz alta; cada que escuchábamos pasos y voces en el pasillo nos callábamos pero no pasaba nada; eran turistas, camareras trabajando, yo todavía no creía que habíamos burlado el sistema de seguridad y los radares antigorrones pero así era. Se me ocurrió una cosa y suavemente la empujé para pasar encima de ella y tomar el teléfono de la cómoda, hice jirar el disco como si llamara a la recepción para quejarme del roomservice, porque la verdad era pésimo, ja, ja, todavía no nos traían de cenar.



“Bueno, como los del roomservice na’ más se hacen mosca parece que tendremos que sobrevivir a base de pura agua, como Gandhi.” Me paré a la mesa y serví los dos vasos, los dejé sobre la cómoda y prendí una vela. Se zampó toda el agua de un solo trago por su crudita y me pidió más, quité una funda de la almohada y me la coloqué en el antebrazo, fui por la jarra y le serví de nuevo. “¿Desea algo más señorita?” “mmm...pues no sé, ¿qué más tienen?” “mm, oh...tenemos un servicio especial...es solo para señoritas como usted.” (todo esto dicho en voz muy baja y tierna). Dejó el vaso y estiró los brazos hacia mí diciendo solamente: “ven.” Y yo ya era el hombre más feliz del mundo o por lo menos me sentía dentro de esa secta de imbéciles, a-ha, pero a mi manera... ‘in my way...’ como diría Harry el sucio. Me quité las dos playeras y me subí a la cama, comencé a besarla y le descubrí el ombligo, se lo besé alrededor pensando: “oh diablos, la carne, la carne siempre asombra (me expliqué a mí mismo el significado de la carne, esa estupidez filosófica de la dicotomía entre alma y cuerpo, espíritu y materia, blanco y negro, Pepsi y Coca-cola y demás anatemas),no me la voy a acabar.” Subí otra vez hasta su rostro, a través de la cortina la luz de la plaza entraba suavemente iluminándole la cara, sus ojos grandes de mujer catalana me observaban con una expresión burlona y ambigua, Guerda se estaba transformando en un felino y yo pensé: “aquí me quedo maestro, de aquí soy.” Hicimos el amor una vez bajo el candelabro, y luego otra vez, y otra, y ya nada más porque así era suficiente.


Algo más tarde, a tooodos nuestros amigooos de Doloreees sonó por última vez, y en las bocinas de la pared comenzó a sonar una musiquita ambiental a lo Raif Connif que a Guerda no le pareció porque estaba fumando recargada en mi hombro y dijo volteando hacia la puerta como si hablara con otra persona: “Oye, que poca, nos tratan re mal no es justo, pongan a Dead Can Dance.”

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